Erik Velásquez García (Ciudad de México, 1973) es un promotor de la gramatología, el estudio de los sistemas de escritura, que permite entender que la escritura maya, como varias otras escrituras del mundo –lo vio el gran lingüista ucraniano Yuri Knorozov (1922-1999)–, es una escritura logosilábica con unos cuantos cientos de signos, compuesta por logogramas que designan a sustantivos, adjetivos y verbos, y por silabogramas, que representan sílabas abiertas –consonante-vocal–, utilizados para afijos gramaticales, pero también para componer sustantivos o verbos. De esta manera, la escritura maya es capaz de registrar todas las inflexiones del lenguaje hablado. Fue Erik Velásquez quien trajo a México a su maestro español, el gran mayista Alfonso Lacadena García-Gallo (1964-2018), lamentablemente fallecido antes de tiempo, que buscó extender este principio a otros sistemas de escritura mesoamericanos como el náhuatl en donde se comenzaron a descifrar varios silabogramas.
Velásquez García estudió la escritura maya no solo por un afán lingüístico, sino por el interés de desarrollar diferentes temas históricos, antropológicos y estéticos implicados en la lengua y la escritura. Una de sus obsesiones comenzó con su tesis de doctorado de 2009 sobre “las entidades anímicas y el lenguaje gestual y corporal en el arte maya clásico” acerca de las nociones que tenían los mayas sobre sí mismos y el cuerpo humano tanto en los textos como en las imágenes. El resultado es un impresionante trabajo, Morada de dioses, grande por su volumen, por su rigor analítico, las fuentes analizadas, las ideas que afinca en nuestras mentes sobre las de los mayas, y en buena medida de todos los mesoamericanos y americanos. Se me ocurre compararlo con grandes construcciones como las de Georges Dumézil (1898-1986) en su Mythe et épopée, o de Philippe Descola, en Pardelà nature et culture, que nos revelan la existencia de mundos, que no están tanto allá afuera, sino en la cabeza de la gente.
Este libro y el conjunto de trabajos de Erik Velásquez se inscriben en un momento historiográfico peculiar, que es la doble revolución que vivieron los estudios mayas a partir de la segunda mitad del siglo XX: por un lado, primero Yuri Knorozov en Leningrado, después Linda Schele (1942-1998), Tatiana Proskouriakoff (1909-1985), Michael D. Coe (1929-2019) y otros en Estados Unidos, y Maricela Ayala Falcón (1944-2023) en México, arrancaron el proceso de desciframiento de la escritura maya a partir de la comprensión de su naturaleza logosilábica. Al mismo tiempo comenzó a formarse un corpus considerable y creciente de textos jeroglíficos en lenguas mayenses (sobre todo cholanas), pues los frailes destruyeron casi todos los códices, pero no destruyeron las vasijas, los murales, los dinteles, las estelas, etc., que desentierran los arqueólogos (con el impulso hoy de proyectos estatales ecocidas), y han sido ordenados y publicados por los estudiosos. Menciono el A Catalog of Maya hieroglyphs, publicado en 1962 por J. Eric S. Thompson (1898-1975), que, pese a que se opuso tenazmente a las tesis de Knorozov, se sigue utilizando hasta la fecha para identificar los glifos conocidos. Desde 1977 Ian Graham (1923-2017) comenzó a publicar los volúmenes de su gran Corpus of Maya hieroglyphic inscriptions, de muy amplio formato, y Justin Kerr inició el registro fotográfico de las vasijas con inscripciones y pinturas, con la técnica de la cámara rollout, que, explica Erik, “despliega las superficies convexas en un solo plano”, entre varios otros instrumentos en papel y en internet. Así pues, al mismo tiempo que avanzó la lectura de la escritura maya, se multiplicaron sus registros, que se transformaron en fuentes históricas para la historia humana y también para la historia de las lenguas, porque el carácter logosilábico de los jeroglíficos remite al lenguaje hablado en diversas variedades regionales y temporales o de prestigio de las lenguas mayenses.
En un primer momento, la escritura maya mostró el carácter teocrático y militarista de los textos de las inscripciones, que permitió comenzar a escribir la historia política de muchos de los diferentes señoríos de la extensa zona maya a lo largo del tiempo. De hecho, muchos elementos que antes se consideraban ajenos a los mayas, antes vistos como “los griegos de América”, pacíficos observadores de los astros, ahora mostraron la omnipresencia de la guerra, los sacrificios humanos, los autosacrificios, la tortura y una clase dominante sacerdotal guerrera y sacrificial, altamente explotadora (los nobles eran más altos y fuertes que los campesinos). Este descubrimiento historiográfico puede verse en el catálogo The blood of kings de Linda Schele y Mary Ellen Miller, de 1986, comentado por Octavio Paz y por Enrique Florescano. Según algunos estudiosos, los mayas serían comparables a los mexicas por su teocracia altamente militarista, sacrificial y represora. Sin embargo, la siguiente generación de epigrafistas mayas le dejó de dar la misma importancia a los sacrificios y otros temas se impusieron como el de la visión del mundo y de sí mismos de los mayas antiguos. Es el caso de Morada de dioses, que prácticamente no toca el tema de los sacrificios, que ciertamente atañe al cuerpo humano.
Erik Velásquez jerarquiza las fuentes que utiliza para este estudio. En primer lugar están las inscripciones de jeroglíficos y pinturas del periodo Clásico, y aun del Preclásico. En segundo lugar están los tres o cuatro códices mayas prehispánicos existentes (Dresde, Madrid, París y México-Grolier), que no son del periodo Clásico sino del Postclásico. En tercer lugar, los textos escritos con caracteres latinos en el periodo novohispano: relaciones e historias, pero también vocabularios, gramáticas, doctrinas y documentos judiciales. Y finalmente, las descripciones etnográficas de comunidades mayenses del siglo XX y XXI, que han sufrido toda clase de cambios a partir de la conquista española.
Las descripciones de los frailes y de los etnógrafos juegan un papel importante porque las fuentes fundamentales para estudiar los componentes anímicos del cuerpo en el periodo Clásico son de naturaleza lingüística, no tratan propiamente del cuerpo humano, y pertenecen al discurso político oficial. No nos informan sobre la religiosidad popular, campesina. Y, sin embargo, la presencia de estas nociones entre los mayas novohispanos y del presente es prueba de que algo de lo que nos dicen las inscripciones de los templos sacrificiales fue compartido por el pueblo y perduró hasta el presente. El medio de transmisión fundamental fueron los rituales, que transmitían al pueblo la religión oficial.
De hecho, desde la introducción y el capítulo primero, Erik Velásquez declara que, si bien hay importantes diferencias de lugares, tiempos y circunstancias, la concepción del cuerpo humano y de las entidades anímicas de los mayas clásicos es semejante a la que encontró el antropólogo Pedro Pitarch Ramón entre los tzeltales chiapanecos de hoy, o a la que describió el historiador Alfredo López Austin (1936-2021) en los tres tomos de La cosmovisión de la tradición mesoamericana, de 2016, y otros estudios suyos, algunos escritos con su hijo el arqueólogo Leonardo López Luján y con el propio Erik Velásquez.
Sin embargo, esta declarada confirmación no debilita, sino que le da una fuerza adicional a la investigación de Erik Velásquez, porque la investigación etnográfica de Pitarch Ramón registra nociones filtradas por siglos de historia prehispánica, novohispana y mexicana, y la investigación histórica de López Austin sobre el centro de Mesoamérica y la noción de “núcleo duro” no puede dejar de recurrir a una gran cantidad de fuentes novohispanas y mexicanas; mientras que Erik Velásquez basa su reconstrucción de manera fundamental en fuentes escritas y pintadas del periodo Clásico, con un sistema de escritura capaz de registrar el lenguaje hablado. Ningún otro pueblo tuvo algo semejante en toda Mesoamérica, y América. Así pues, no es tanto que las nociones de los mayas fuesen peculiares (que lo son), sino que son las únicas que podemos conocer gracias a la gran cantidad de fuentes escritas prehispánicas mayas que ahora podemos leer a través de la obra de sabios como Erik Velásquez García.
Esta concordancia fundamental del pasado con el presente, y de varias regiones de Mesoamérica y aun de América (véanse los trabajos de Alfredo López Austin con Luis Millones, sobre Mesoamérica y los Andes), nos remite a una sensibilidad propia del Nuevo Mundo, producto de la peculiar adaptación tardía de los seres humanos al continente americano antes del encuentro de dos mundos de 1492. Erik Velásquez no rehúye utilizar la noción de otro y de otredad, entre estas nociones americanas y las europeas. Su análisis tiene afinidad con el que realizan historiadores como Federico Navarrete sobre las ideas de tiempo y espacio en el pensamiento prehispánico. Habrá que buscar estas y otras otredades, tanto en el Viejo Mundo, como en el Nuevo.
La noción a la que llega Erik Velásquez a lo largo de los nueve –densos, pero absolutamente legibles– capítulos del libro es la de un cuerpo compuesto no por órganos sino por elementos anímicos, dioses o deidades, que se componen y descomponen, fusionan y fisionan, todos materiales, pero con diferentes niveles de perceptibilidad; al morir, cada componente anímico sigue caminos distintos para recomponerse con otras entidades anímicas de maneras siempre diferentes. Una noción, en algo afín a la reencarnación budista, ciertamente distinta de la nuestra, con una visión del cuerpo como algo neutro y evidente, confrontado a un alma siempre inasible.
Habrá que relacionar esta noción del cuerpo con la explicación del psicólogo Julian Jaynes de dioses en la mente bicameral anterior a la aparición de la conciencia, dioses en la cabeza que orientan el pensamiento y las acciones de la gente, interiorizados en impresionantes ceremonias rituales. Erik Velásquez le da importancia, precisamente, a la personificación ritual, en la que los hombres que recubren a los dioses son recubiertos a su vez por los atavíos de los dioses, acercando la noción maya al ixiptla náhuatl.
Al respecto, es de atenderse el diálogo que Erik Velásquez establece con Roberto Martínez González sobre el tonalismo y el nahualismo, pues insinúa que en el periodo Clásico el nahualismo se aplicaba solo a la nobleza gobernante que controlaba a sus fuerzas interiores, sus wahyis, por lo que eran wahyauh; mientras que a la gente común, controlada por sus wahyis, se aplicaba el tonalismo. Ya en el periodo novohispano y mexicano, el nahualismo se había extendido a toda la población, expresión del proceso de “macehualización” vivida en las comunidades indígenas.
Todas las disertaciones de Velásquez García, sin dejar de ser rigurosas y eruditas, son didácticas, explicativas, abiertas al lector común. Menciono de manera particular la presencia de abundantes y bien reproducidas ilustraciones con textos jeroglíficos mayas e imágenes, con sucintas explicaciones, que nos dan claves fundamentales, perfectamente editadas en la pulcra y bien impresa y encuadernada edición del Fondo de Cultura Económica y de la UNAM. Menciono además tres apartados del libro, en primer lugar, la inicial “Nota sobre las nomenclaturas y las convenciones ortográficas usadas en este libro” de diez páginas sobre los criterios de transliteración, transcripción, análisis morfológico y traducción de los jeroglifos mayas que nos da claves para el estudio de la epigrafía.
El segundo es el amplio glosario final con definiciones sucintas de los principales conceptos utilizados en el libro, marcados en el texto con negrita, que incluye explicaciones de términos de lingüística, poética y religión utilizados con un sentido particular. Menciono los primeros: Abstracción cualitativa, Acrofonía, Agencia, Alma, Alógrafo, Anáfora, Anecúmeno, Centro anímico, Coesencia, Coesencia en primer grado, y en segundo grado, Cognado, Cognición, Complemento fonético, Componente anímico, Composición abierta, continua o secuencial, etc.
Tampoco es breve la bibliografía del libro, tiene más de cincuenta páginas y nos permite apreciar el amplio, pero exigente y exclusivo campo historiográfico en el que se mueve el análisis de Erik Velásquez. Entre los autores más citados, menciono a Mercedes de la Garza Camino, Ian Graham, Nikolai Grube, Stephen D. Houston, Alfonso Lacadena García-Gallo, Alfredo López Austin, Simon Martin, Linda Schele, David S. Stuart, Karl A. Taube, J. Eric S. Thompson y Vera Tiesler, entre muchos otros especialistas.
Las riquezas de Morada de dioses de Erik Velásquez García son múltiples. Los mayistas habrán de leerlo completo para considerar la fuerza de sus aportaciones y se encontrarán con capítulos, incisos y análisis particulares, siempre rigurosos, en la frontera del saber, sin ocultar las dudas, el proceso de discusión abierto. Los lectores no mayistas acaso leamos el libro más despacio y con menos conocimiento de causa; no solo lo leeremos sino que lo estudiaremos dejándonos llevar por la exposición magistral, o si se prefiere, magisterial, de Erik Velásquez, que en cada capítulo al mismo tiempo nos inicia en la investigación lingüística, epigráfica, iconográfica maya, en la que los más inteligentes podrán adentrarse a profundidad. Bienvenidos a un viaje apasionante e inquietante en el fondo y espejo de la otredad.~
(ciudad de México, 1954) es historiador. Autor, entre otros títulos, de Convivencia y utopía.