En México se ha escrito mucho sobre boxeo, tanto que podría hablarse de la existencia de un “corpus de los ensogados”, cuyas cimas son la crónica Las glorias del gran Púas (1978) de Ricardo Garibay y el cuento “El Rayo Macoy” (1984) de Rafael Ramírez Heredia. Pero además de literatura, este corpus se nutre de películas clásicas como Campeón sin corona (1946) de Alejandro Galindo y Pepe el Toro (1953) de Ismael Rodríguez, o de las más recientes Bayoneta (2018) de Kyzza Terrazas y V de Víctor (2024) de Frank Ariza. Y habría que incluir, claro está, a Esquina Boxeo, de los editores Rodrigo Castillo y Mauricio Salvador, revista muy apreciada entre los aficionados y especialistas de este deporte por la calidad de sus plumas.
Todas estas manifestaciones demuestran el inacabable interés de los escritores, periodistas y la afición mexicana por la vida de los boxeadores, que evoca lo que Joseph Campbell llamó “el camino del héroe”, es decir, los desafíos que un ser humano afronta para cambiar su vida. De modo que el boxeo podría catalogarse como un deporte arquetípico, vigente aún entre las nuevas generaciones de aficionados y autores, debido a las cualidades universales que lo integran. Una de estas es quizá la de levantarse de la lona para seguir peleando por la vida, tal y como lo hace Orlando “el Rey” Cano, protagonista de El último argumento del Rey, de Luis Miguel Estrada Orozco (Morelia, 1982).
Suena la campana. El libro comienza con una entrevista de la periodista deportiva Carol Ortega a Orlando Cano, quien recuerda –frente a la grabadora– su niñez junto a sus padres y hermano en Obregón, y luego su vida como albañil en Arizona. Es en los barrios gringos donde el joven Rey desarrolla los puños, los cuales termina por endurecer en Tijuana. Más adelante, relata con nostalgia sus primeros sparrings y habla del sufrimiento y la privación soportados de cara a las bolsas millonarias del profesionalismo. Confiesa el dolor que siente por sus pérdidas familiares, como la desaparición de su padre en Estados Unidos, o la muerte de su esposa Alba en Zaragoza, Puebla. Ausencias que al curso de las páginas discurren en sentidas evocaciones. Recuerda además las cantidades de dinero que le ha prestado a su hermano o el día en que le regala una casa a su madre. Y pone énfasis en la confianza que le tiene a su mánager, el empresario Héctor Navarro; a su entrenador, el guatemalteco Abraham Jara; e incluso a Carol.
Contada así, la novela evade algunos lugares comunes de la vida de los boxeadores, como las parrandas o los accidentes en motocicleta o auto. En estas páginas existe un púgil de corazón de diamante, franco y con valores, que además detesta el show en que se ha convertido este deporte. “Es como cuando empezaron con los tuiters y los instagrams, un desmadre, porque encima del show en las ruedas de prensa quieren que estés poniendo fotos y frases… Pura pérdida de tiempo”, asegura. El Rey Cano también decide hacerse un único tatuaje en el brazo derecho con la frase en latín Ultima ratio regum (el último argumento de los reyes). Sentencia que bien podría traducirse como: “Agotado el diálogo, vendrá la fuerza.”
La novela tiene más aciertos además de los mencionados. Por ejemplo, Carol describe de manera precisa la “burbuja sanitaria” donde las peleas y el basquetbol profesionales se reanudaron durante la pandemia –haciendo del libro uno de los primeros en México que abordan desde la ficción la crisis sanitaria de 2020–; o plasma con móviles metáforas las contiendas de Cano. El libro además está escrito con precisión –aunque con una que otra errata, como el uso de doceavo en vez de duodécimo para la cuenta de los rounds– y consigue un entramado vigoroso. Sumado a lo anterior, se deja leer sin que sea necesario saber qué es un “uppercut”, “el estilo mexicano”, “cláusula de hidratación” u otros términos boxísticos. Es más, la mayoría de las veces los explica. No obstante, es necesario decir que presenta al menos dos inconsistencias. La primera, la limitación técnica de las entrevistas con que está estructurado.
Gancho al hígado. El último argumento del Rey se finca sobre las entrevistas que Carol mantiene con Orlando, Héctor y Abraham, y en algunas crónicas de la periodista. Es más, se incluye un cuento de ella donde imagina la tristeza de Orlando tras perder a Alba. El problema es que después de dos tercios del libro los personajes y sus versiones del origen, ascenso, caída y renacimiento del Rey no aportan nada nuevo a la historia. Menos aún la refutan. Esto contraviniendo a narraciones corales clásicas de ese estilo, como “En el bosque” (1922) de Ryūnosuke Akutagawa.
Los sucesos son narrados una y otra vez casi con las mismas anécdotas e incluso con el mismo color de voz: Abraham Jara olvida muy rápido el voseo centroamericano; el Rey abusa a veces de un idiolecto que usaría Carl G. Jung –“Nos tenía con hambre, ahí en la mesa y también simbólicamente”–, o Héctor Navarro parece pupilo de gramático, más que restaurantero. Las repeticiones se acentúan en las setenta u ochenta páginas finales que además tienen algunos diálogos didácticos, como pasa cuando Carol le explica a Orlando el funcionamiento del mundo editorial.
El otro problema se relaciona con la forma. “Al transcribir varias de nuestras conversaciones, intenté seguir el método que Osvaldo Soriano usó en algunos de sus trabajos más recordados de periodismo deportivo […]. [Quien,] gracias a los recortes, las ediciones y los trucos del oficio, [desaparece] por completo”, advierte Carol.
Sin embargo, la Carol narradora no consigue invisibilizarse del todo. En cada capítulo le recuerda al lector que está frente a un libro escrito por ella, oponiéndose con sendos letreros de entrevista al sueño vívido de la narración. Fluidez que sí consiguen las novelas del Nuevo Periodismo –recurso literario del que pretende echar mano–, como A sangre fría (1966) de Truman Capote o Los Ángeles del Infierno (1967) de Hunter S. Thompson, porque son conscientes de que as the spirit wanes the form appears. Cuánto bien le habría hecho a nuestra Carol “oír” las cintas magnetofónicas de El vampiro de la colonia Roma (1979) de Luis Zapata, donde el artilugio narrativo es imperceptible e impulsa la voz de Adonis García hacia la verosimilitud.
Decisión dividida. El último argumento del Rey es una novela de amor al boxeo. Eso es indudable. Propone un púgil ejemplar que, en vez de beberse sus logros para luego arruinarse la vida, hace “lo correcto”: cuida a sus hijos, le llora a la mujer que lo apoyó emocional y profesionalmente para que llegara a la cumbre, o manda al diablo a su madre y hermano vampiros. “¿Por qué no ser de los que no acaban en la mierda?”, se pregunta.
Cansado de las tragedias usuales en el boxeo, Orlando “el Rey” Cano se contrapone a todos los Púas Olivares, Carlos Monzón, Edwin Valero o Rayo Macoy del universo boxístico real o libresco. Sobrepasa la estrechez del proyecto literario impuesto a la brava y alumbra con sus palabras el camino hacia la victoria, incluso cuando se tiene todo en contra. ~
es narrador y comunicólogo. Autor de Permite que tus huesos se curen a la luz (2017).