Xóchitl, la voluntad de conciliar

Con una historia personal de superación y de compromiso con los más necesitados, Xóchitl Gálvez es una figura política que ha preferido los acuerdos sobre la pureza ideológica. No obstante, el descrédito de los partidos que la abanderan puede ser un lastre para una candidatura que ha querido atraer a los indecisos y encauzar el descontento ciudadano contra el actual gobierno.
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¿Cómo contar la historia de una mujer de medias raíces indígenas que salió adelante y cambió su destino; de nacer en un pueblo de alta marginación a volverse una empresaria y política exitosa?

Cuando comencé a investigar para realizar este perfil, todos los caminos llevaban –como a Roma– a Arne aus den Ruthen Haag, su amigo y antiguo colaborador. “No entiendo por qué pero son como incondicionales, ella le hace mucho caso, se entienden perfecto”, me dijo un actual colaborador de Xóchitl en una de las primeras de dieciséis entrevistas que realicé para este texto.

Arne se convirtió en un misterio en la vida de Xóchitl después de que ella lo invitara en 2015 a ser su city manager, tras ganar la contienda para la delegación Miguel Hidalgo a la que él mismo compitió como candidato independiente y después de renunciar al PAN, partido en el que militó por diecisiete años.

Arne me invitó a platicar con él a su rancho en Jilotepec, “a cien minutos de la CDMX”. Me recibe a las 8:30 de la mañana, ataviado en una camisa de cuadros informal, jeans, y el estrés que puede tener un koala en su hamaca de eucalipto. Conversa con calma pero a la vez sin perder el ritmo, no se cansa de decirme “no me importa que se sepa que yo lo dije” y constantemente ve a los ojos, excepto en ciertos momentos que observa el juego de lámparas que caen del techo, cinco, sostenidas por igual número de cuerdas que penden de una barra.

Cuando Arne le reclamó a Xóchitl que, en su camino a la carrera presidencial, se estaba rodeando de personas del PRI, el PAN y el PRD con expedientes penales abiertos, “rateros y flojos”, ella le contestó: “Estoy acostumbrada a pasearme entre la caca, pero no la piso ni me la como.”

Arne se refería, específicamente, a una red de corrupción descubierta por Gálvez durante su gestión como delegada en la Miguel Hidalgo (2015-2018), cuando encontró que fondos federales habían sido desviados a través de empresas impulsadas por los perredistas Víctor Hugo Romo y el entonces alcalde de Zitácuaro Carlos Herrera, en presunto contubernio con el exgobernador de Michoacán Silvano Aureoles. La operación consistió en inflar hasta 1000% la superficie de excavación del nuevo edificio delegacional y ese pago en exceso se dio a la empresa Phomsa Construcciones. La irregularidad quedó registrada en las auditorías realizadas por la Secretaría de la Función Pública (SFP).

A su antiguo colaborador le parecía ilógico y contradictorio ver a Xóchitl ahora tomándose fotos, sonriente al lado de Silvano Aureoles, en la alianza de PAN-PRI-PRD para competir en la elección presidencial. “Me parecía increíble porque Xóchitl presentó las denuncias. Hay una Xóchitl que persigue y luego se toma fotos con quien persigue.” Después de un altercado con uno de los líderes del tricolor, Arne narra que le dijo a Xóchitl: “Yo ya no te ayudo con estos priistas”, aunque también admite que “hay algunos como Ildefonso Guajardo o Enrique de la Madrid que sí son una maravilla”.

Una de las críticas que especialistas y analistas han hecho a la candidatura de Gálvez es la de estar rodeada de los partidos de antaño que cometieron actos de corrupción y entre cuyos miembros solo buscan fuero. Quizás Xóchitl diría, para abonar a la frase de la “caca”, que se sentaría hasta con el diablo por hacerlo más cristiano. Lo cierto es que una de las características de su personalidad, señaladas por la mayoría de mis entrevistados, es su voluntad para conciliar, negociar, ir con quienes no comulga del todo, con el fin de lograr su objetivo. Un objetivo que meses antes de la aspiración presidencial era conseguir la candidatura a jefa de Gobierno de la Ciudad de México, un cargo de elección popular que analistas consideran lo tendría casi ganado pero que dejó ir por aspirar a “la grande”.

“Si yo hubiera pensado en mi persona, me hubiera candidateado para la Ciudad de México. Yo realmente creo que necesitamos… construir un mejor país. Mi legado está por encima de un proyecto estacional”, me responde Xóchitl Gálvez en una entrevista telefónica ex profeso para este perfil.

Arne me muestra una fotografía donde aparece al lado de Xóchitl, su hija, Víctor “Pico” Covarrubias y seis personas cercanas más con una camiseta de “¡X*C#i+L! Jefa de Gobierno 2024”, todos abrazados en la esperanza de llegar a la candidatura y ganar la Ciudad de México. Una foto que no llegó a divulgarse y que proyecta una imagen de unidad y entusiasmo en el mismo rancho de Arne, con la naturaleza verde intensa de fondo y una luz que parecería de media tarde. Todos y todas están descalzos, como si hubieran hecho un ritual previo, yoga, o alguna otra actividad holística.

Pero esas camisetas no llegaron a ver la luz pública.

Gálvez empezó a hacer campaña rumbo a la candidatura presidencial, mientras tocaba insistentemente la puerta de Palacio de Gobierno con el fin de ser admitida en la “mañanera” del presidente Andrés Manuel López Obrador para exigir su derecho de réplica.

“Cuando le niegan el acceso –continúa Arne–, le dije: ‘Vamos a litigar y solicitar el derecho de réplica…’ Cuando ella va a la puerta de Palacio se hace movimiento en redes y los consultores dijeron: Sí va, Xóchitl sí levanta.”

En una de sus conferencias diarias, el presidente había afirmado que ella estaba contra los apoyos sociales. Se trataba de una mentira: como senadora, Xóchitl había votado a favor de incluir aquellos programas en la Constitución, y en junio de 2023 un juez ordenó que el presidente abriera un espacio en sus mañaneras a Xóchitl para que esta pudiera dar su versión de los hechos.

Con esa acción, Xóchitl Gálvez empezó su campaña sin saber que estaba empezando su campaña: llamó a medios de comunicación, logró ser tendencia en redes sociales al exigir su derecho de réplica y con una venda en los ojos caminaba hacia la boleta presidencial del 2 de junio de 2024.

El PAN, por su parte, estaba operando para que el candidato a la jefatura de Gobierno fuera Santiago Taboada –como finalmente sucedió– y un consejo que le dieron a Gálvez sus amigos y colaboradores, ahí en ese mismo rancho de Arne, fue que jugara a aspirar a “la grande” para luego negociar su candidatura por la Ciudad de México.

Pero esa estrategia se topó con la intención de Santiago Creel, entonces precandidato a la presidencia por el PAN, de “ponerle” una adversaria a su otra contrincante, Lilly Téllez, sobre todo después de un programa de Latinus con Brozo, donde –a decir de fuentes al interior de Acción Nacional– Creel se sintió incómodo con la senadora sonorense. Así fue como se juntaron dos impulsos que finalmente posicionaron a Gálvez como la favorita de la alianza PAN-PRI-PRD.

“Su vida tiene que ver con capitalizar coyunturas y capitalizar sus capacidades –me explica un amigo suyo al describir sus positivos y negativos–. No es una mujer que planee a largo plazo, sino que capitaliza a corto plazo.” Y matiza: “Sin embargo, esto que toda su vida le ha favorecido puede ir en su contra como presidenta porque sabe capitalizar ocasiones, pero ve al corto plazo.”

En este atributo, en su capacidad de aprovechar las oportunidades y no estar pensando en el mañana, coincide su hermana Eréndira Gálvez, quien me asegura que Xóchitl –sobre todo en temas de política, porque en lo personal y empresarial sí– “nunca está pensando en lo que sigue, ya Dios dirá… ella toma su tiempo para lo que le toca”.

Esta premisa tiene sentido si se toma en cuenta que la candidata decidió no meter las manos en las listas de aspirantes a senadores y senadoras, y diputadas y diputados. Varias fuentes cercanas al proceso confirmaron que ella aceptó no decidir sobre las plurinominales y candidaturas. “Lo vio algo muy lejano, o que si se separaba de eso podría negociar, pero en caso de que ganara no tiene bien idea de cómo sería el mapa legislativo que ella misma hubiese podido controlar”, me explica una política con mucha más carrera en partidos que Gálvez, quien, por cierto, nunca ha militado en alguno.

Sobre su pasado de origen indígena y de formación rural y precaria han surgido muchas dudas. Esas preguntas llenaron la cabeza de Scarlett Lindero, una joven periodista independiente que escribió en buen tiempo y buena forma –para la coyuntura e inmediatez– el libro Xóchitl. De vender gelatinas a buscar la presidencia de México de editorial Planeta.

“Me pareció un perfil interesante que estaba generando expectativa por el tipo de personaje y el tema de las gelatinas y eso. Empecé en julio y en un mes lo entregué dedicada al full, tenía dudas de si ese personaje tenía esencia de lo que se decía: que había vendido gelatinas en la calle y sus raíces indígenas”, me confía en una charla.

Scarlett rebasó a todos por la izquierda al publicar un libro “no autorizado” por la candidata, una historia exprés pero a fondo de un personaje que había que seguir.

“Me sirvió mucho ir con su familia a Tepatepec, Hidalgo, y hablar con ellos, ver fotos… la familia Mayorga me decía que desde chica Xóchitl rechazó la idea de tener novio y tener una vida tradicional”, agrega la periodista.

Eréndira Gálvez, Nuvia Mayorga, Ivonne Melgar y otros personajes cercanos en lo personal o profesional han aclarado esa narrativa: Xóchitl sí hizo y vendió gelatinas, entre otros trabajos, y, sobre todo, se impuso a su cultura, su tiempo y limitaciones para salir adelante y volverse una empresaria exitosa y ahora política.

“Es valiente, humana y voluntariosa, lindando con terca… valiente porque creo que ha tenido la capacidad de enfrentar a su padre, a sus familiares, a sus códigos, a su tiempo y hasta al presidente Vicente Fox, en su momento, cuando defiende su presupuesto en temas indígenas, y lo mismo en el Senado, ha sido temeraria; es su hándicap en la política, pero hay varias anécdotas de cabildeo deliberado que hace con personal legislativo, incluidos viejos lobos de mar, como Cevallos [Diego Fernández de Cevallos] y Luisa María Calderón… Fue una hazaña porque los pronósticos eran que su oficina de asuntos indígenas iba a desaparecer; en las columnas y voces del PRI y PAN apostaban que, por su inexperiencia política, debía fracasar en la intención y dejar su oficina como anexo. Pero no”, describe Ivonne Melgar, periodista y autora del libro Xingona. Una mexicana contra el autoritarismo, del sello editorial Grijalbo.

“La batalla más relevante fue con Josefina Vázquez Mota [secretaria de Desarrollo Social durante el periodo de Vicente Fox] –prosigue Melgar–. A ella le parecía que si alguien no firmaba cheques o no distribuía recursos no tenía derecho a andar pidiendo reformulaciones… Gálvez nunca hizo caso a versiones y aseguraba que el presidente no le había dicho nada; a mí como reportera de Reforma me toca un foro en el que Josefina y Xóchitl asumen sus diferencias. Xóchitl le insiste a Josefina de que se hiciera un acuerdo y se apoyaran y desde ahí, en reciprocidad de ganar, asumen que trabajarán juntas y se convierten en aliadas; si alguien no abandona a Josefina es Xóchitl y Josefina no ha abandonado a Xóchitl.” Melgar recuerda entonces una frase de una de las colaboradoras más cercanas de la candidata, Débora Arriaga, quien parte de la premisa de que en política nada es personal, pero todo se puede resolver personalmente.

Y tras lo personal siempre va un impulso profesional, por tanto la historia personal importa: importa entender la vida de una candidata presidencial que salió con todas las limitaciones económicas, culturales y sociales de Tepatepec, su pueblo hidalguense con 11,335 habitantes en la actualidad y un alto índice en rezago económico, para atreverse a entrar a la UNAM con todos los retrasos escolares que ella misma notó al enrolarse como alumna. Por eso importa entender que su historia representa a 110 millones de mexicanos que no nacieron en la capital del país pero que, en su mayoría, buscan salir adelante y luchan en la medida de sus posibilidades.

Xóchitl es una mujer que llegó a la Ciudad de México gracias a la ayuda de dos paisanos suyos casi desconocidos que creyeron en su capacidad para estudiar y destacar en la Universidad Nacional, ser empresaria y luego política.

Fue durante sus cursos de la universidad como ingeniera en computación donde aprendió trabajando en el Inegi sobre temas tecnológicos. Más tarde trabajó en exposiciones mexicanas en España y en el World Trade Center de la Ciudad de México y finalmente puso su empresa de proyectos automatizados de telecomunicaciones y cableado estructurado, que ya en 1992 registraba ventas por 600 mil dólares, según ha declarado. En 1993 se une en vida común familiar con su actual esposo Rubén Sánchez.

“Me asombra que la disputa en 2024 sea entre dos mujeres de sesenta años; una es una chilanga total, con los privilegios de ser educada en la ciudad; la otra es del México profundo, que dialoga con el mundo. Su mente de ingeniera y origen indígena le permiten descifrar el futuro con sus posibilidades. Xóchitl tiene un compromiso social más que ideológico”, me dice Consuelo Sáizar de la Fuente, editora mexicana, exdirectora del Fondo de Cultura Económica, expresidenta del Conaculta y líder del proyecto de cultura de la candidata. Mientras la escucho recuerdo aquella frase de Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar: “Quería el poder. Lo quería para imponer mis planes, ensayar mis remedios, restaurar la paz. Sobre todo lo quería para ser yo mismo antes de morir.”

La periodista Ivonne Melgar documenta a detalle en Xingona las precariedades económicas que vivió, sus raíces indígenas y sus ganas de superarse.

Es la cuarta de siete hermanos, de los cuales cinco llegaron a la edad adulta. Una de ellas, Jaqueline Malinali, tiene doce años en la cárcel acusada de secuestro, aún sin sentencia.

Para la periodista de Excélsior, el capítulo sobre el encarcelamiento de su hermana fue el más difícil de escribir: “El día que se da la detención logro conversar con ella, yo estaba de vacaciones, y me cuenta, y ella va a Santa Martha a visitar a su hermana, a llevarle torta de bacalao, y decía no sé si es culpable o no. Entonces en la escaleta del libro los editores Andrés Ramírez y Juan Carlos Ortega me piden recopilar mucha información en ese capítulo y yo nunca me había preguntado qué pasó. Fue una entrevista muy dura. Decía: ‘Se me remueven sentimientos de vergüenza.’ Fue una situación difícil y ella misma se da a la tarea de hacer la reconstrucción para documentar sospechas de anomalías y de la participación deliberada de Genaro García Luna sobre un montaje. En esa elección, hablamos de 2012, había muchos calderonistas con Enrique Peña Nieto, el entonces candidato por el PRI a la presidencia, y Genaro García Luna era de esos que no estuvieron con Josefina Vázquez Mota [candidata por el PAN a la presidencia].”

La duda, documentada hasta ahora, es que la hermana de Xóchitl, Malinali, no fue detenida ni el día ni en el lugar que señalan las versiones oficiales, tal como pasó con Florence Cassez, la francesa que finalmente fue dejada en libertad por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, debido a fallas de este tipo en el proceso y al montaje que se hizo durante su detención. La propia Xóchitl Gálvez ha documentado personalmente el montaje que llevó a la cárcel a su hermana, pero no ha querido, dice, influir desde su posición para presionar por el caso. En su lugar, ha preferido dejar a los jueces a que emitan su sentencia, una sentencia que no llega, a doce años de esa detención.

¿Cómo influye la experiencia personal de Xóchitl Gálvez, incluyendo el doloroso capítulo del encarcelamiento de su hermana y las dudas que rodean su detención, en su narrativa política y en su enfoque para enfrentar los desafíos del país?

El 24 de marzo de 2020 Gálvez subió al pleno del Senado. Vestida de pantalón oscuro, sandalias negras, blusa salmón y blazer de tela delgada con motivos autóctonos, argumentó que sería “impensable para mí votar en contra de una propuesta que garantice la pensión a adultos mayores, está por demás debatirlo y discutirlo, es justo y necesario”, esto en referencia a elevar a rango constitucional el apoyo a adultos mayores.

En esa sesión solo un senador del PAN, su partido, votó en contra. Pero la realidad es que, cuando el tema se puso sobre la mesa, todos tenían la intención de emitir su razonamiento también en contra.

“Ella dijo: ‘Ni madres, yo no voy a votar en contra, no se trata nada más de contradecir al presidente.’ Lo dijo fuerte y frente a todos en la reunión previa que hacemos antes de subir al pleno a una sesión y cuando se conoce el sentido que se prevé para las votaciones”, recuerda Moisés Gómez, su coordinador de agenda en campaña y entonces coordinador de asesores del PAN en el Senado. La minuta de la Cámara de Diputados había llegado con los votos en contra por parte de la bancada blanquiazul, pero Xóchitl argumentó que, así fuera la primera vez, los senadores panistas deberían votar a favor de la iniciativa presidencial. “Ella se encarga de ir convenciendo a los senadores hasta que lo consigue”, describe un colaborador cercano, y ahí se empezó a tomar conciencia de su capacidad de gestión, añade.

“Tiene una característica que es muy terca, terca… dice que va a hacer algo y no sé cómo lo hace pero va y busca, así fue toda su vida, convence a los demás”, suspira Eréndira, su hermana, y ofrece otra anécdota: “ella estaba convencida de que en el pueblo estábamos atrasados porque había un cacique que siempre ponía a su incondicional, y el pueblo no tenía calles ni drenaje, ni agua… ella decide derrocarlo y apoya a quien busca quitarlo; hace una concentración en el Lienzo Charro y ella empieza a decir que ya no podemos aguantar todo eso y se echa el poema del Indio del Mezquital, la parte que dice: ‘alza de una vez la voz […] que te escuchen los cínicos, los que ven tiempo y forma, te arrebatan el PAN’, y sensibiliza al pueblo y derrota al cacique, es su primer ejercicio de convencer”. Y sí: apenas adolescente había logrado colarse así a la pequeña política local, aunque para ella solo fuera una vía de hacer justicia, le dejó además la oportunidad de trabajar en el registro civil de su pueblo y conocer ahí a quienes le ayudarían para llegar a la capital mexicana.

Los ejemplos de alianzas y conciliación –algo que puede o no ser una cualidad en la política– los da todos los días: está con los partidos que señaló de corruptos en el pasado, y en su vida personal conversa abiertamente sobre el daño que le generó el alcoholismo de su padre y cómo lo perdonó y lo llevó a vivir con ella.

Al respecto, Xóchitl Gálvez me dijo que la conciliación se logra a partir de “dialogar y dialogar” y “del consenso en las asambleas”. “Esa es la cultura en la que yo crecí y creo que, por eso en el Senado, todas mis iniciativas están por acuerdo”, me dice.

Cuando de niña hacía las gelatinas por la noche, a su padre –en estado etílico– le molestaba el ruido de los sartenes y le decía que se callara argumentando que “ni que con eso te comprarás una casa en Las Lomas”, en alusión a las mansiones que veía en las telenovelas. Pero, ciertamente, después de hacerse empresaria y progresar, Xóchitl se compró una casa en Las Lomas de la Ciudad de México y ahí se llevó a su progenitor, quien siempre quiso que ella se casara y no tuviera vida profesional, además de que –como aparece documentado en libros y en sus propias entrevistas– intentó casarla con el cacique del pueblo.

Tampoco parece albergar en su corazón escenas como la descrita en una nota del periódico Reforma publicada el 8 de marzo de 2019, y rescatada en Xingona, en la que cuenta cómo su papá le apuntó con la escopeta a su madre para matarla; o cómo a ella misma la golpeó a los cinco años de edad por una tontería, o cómo había noches que debía correr a guarecerse bajo un moral cuando sabía que había llegado borracho y se pondría violento.

Sus allegados y ella misma confirman que la candidata nunca guardó rencor a su familia y a sus padres los cuidó hasta el último de sus días. “No soy una mujer de odios”, me asegura la candidata. Y es esa estabilidad mental lo que muchas voces expertas han sugerido en nuestros gobernantes. La médico Marilú Acosta lo explica en una columna publicada en Opinión 51 titulada “¿Qué tipo de presidencia necesitamos?” en la que señala que debemos apostarle a votar por alguien con salud mental. “Mínimo que sea a alguien que conozca la satisfacción y la plenitud, que tenga amistades verdaderas que tengan la confianza de decirle: oye, te estás equivocando. La seguridad sí es un requisito […], es la mezcla de varios ingredientes: sentirse amado por su familia y amigos, saber quién es (sin crisis de identidad al momento de asumir la presidencia), sin culpas porque luego andan queriendo quitárselas sin importarles si ese proyecto, ese discurso, esa política pública es lo que la población necesita.”

Al tratarse de una figura política, siempre queda la duda de si esas risas insistentes, esa ligereza para hablar de sus tragedias, esa capacidad para bromear son reales o esconden algo más.

“Ella vive la vida como se debe: viviéndola sin reproches ni amargura. Es lo que toca”, dice Consuelo Sáizar, y añade: “inunda los espacios con su inmensa alegría, su viabilidad, es incansable. Tiene una especie de vigor que comparte con una grandísima alegría y parece inagotable”.

Y es su ejemplo de superación lo más señalado en su narrativa entre cercanos y no tan cercanos. Un sueño de vida hecho realidad. “Todos tenemos algo de Xóchitl”, remata Sáizar.

“Lo molesto de Xóchitl es que quiera opinar siempre; que en las plenarias cree que sabe de todos los temas, que quiere estar en todos los foros”, me menciona otra política que fue su compañera en el Senado.

“De alguna manera siempre está intentando llamar la atención, con malas palabras, con escándalos”, me describe un excolaborador de la Cámara alta que trabajó de cerca con varios senadores.

Ivonne Melgar describe algo similar pero con mayor suavidad: “si un defecto tiene la candidata desde una mirada convencional del comportamiento público es la falta de modestia. Una característica que nunca lograron ‘corregir’ sus allegados”.

Y cuenta un episodio en el que acaparó las cámaras y reflectores, dejando a los demás legisladores, del propio bloque y oficialistas, fuera de “la nota”. Se trata del 28 de abril de 2023 cuando como senadora se encadenó a la tribuna de la Vieja Casona de Xicoténcatl para no dejar que los legisladores de Morena iniciaran sesión legislativa y aprobaran reformas. Ella decidió encadenarse ahí después de que el presidente de la Mesa Directiva, Alejandro Armenta, publicó la convocatoria en la que se señalaba el cambio de sede de sesión luego de que senadores de la oposición tomaran la tribuna del Senado. No logró frenar las votaciones, ni que se nombraran comisionados del INAI, como ella quería, pero fue la imagen noticiosa del día siguiente.

Si algo parece que aprendió en la vida política es cómo ser noticia logrando notoriedad con disfraces o actos muy gráficos que lucieran en las primeras planas.

“Siempre estábamos a la expectativa de con qué iba a salir en cada sesión, por la creatividad que la caracterizaba. En diciembre de 2022, como senadora panista, entró al pleno del Senado de la República disfrazada como dinosaurio, como parte de una protesta en contra de la reforma electoral, a la que llamó Jurassic Plan. Antes, en marzo de 2022, recreó en figuras de LEGO la llamada ‘Casa Gris’, que habitaba el hijo del presidente José Ramón López Beltrán, en Houston, Texas, por posible conflicto de interés”, recuerda la periodista Laura Brugés, y añade: “como parlamentaria se destacó por tener un mensaje claro y conciso. Y por lo general era de las más combativas de la bancada, para confrontar a los legisladores de Morena. Una vez confrontó a Citlalli Hernández y César Cravioto por ligarla al ‘Cártel Inmobiliario’. Además de defenderse, encaró a los morenistas, a quienes echó en cara que, de acuerdo con ella, no había cometido ningún acto de corrupción ni habría robado un solo peso en su carrera política. Incluso correteó al senador Cravioto por el patio del recinto legislativo, diciéndole varias veces: ‘Nunca en mi vida me he robado un peso. No, jamás me he robado un peso’”.

De alguna manera conoció el manejo de medios y la mayoría de los periodistas con quienes pude conversar que han convivido con ella hacen mención de su amabilidad y de su habilidad para entender la noticia. “Algo que me gustaba de ella es que era amable con la fuente de periodistas del Senado, Siempre se acercaba a platicar para explicar algún tema confuso de algún dictamen o de las sesiones. O cuando en el Senado las cosas estaban tranquilas o ‘no había nota’, como se dice en el argot periodístico, siempre tenía la mejor disposición de concedernos entrevistas de algún tema de coyuntura nacional.”

“Ayuda”, “coopera”, “simpatiza” son algunas de las palabras con las que se refieren colaboradores y cercanos a su historia. “De la ingeniera lo único que puedo decir son cosas buenas; su capacidad de gestión para realmente ayudar; si algo me quedó claro cuando trabajé cerca de ella es que sí se la rifa por los más necesitados”, me asegura Luis Rosas, quien coincidió con Gálvez desde la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, adonde llegó invitada por el expresidente Vicente Fox en el año 2000, recomendada por ser una mujer sin partido que estaba destacando en su ámbito y tenía ya una fundación en pro de la nutrición de niños indígenas. La mujer de “las papillas” le decían en ese mundo en el que se iba abriendo espacio antes de este siglo por donar su tiempo y dinero para que se hicieran unos alimentos especiales y se entregaran a menores en situación vulnerable de alta marginación.

Por su capacidad de convencimiento, logró tener un ejército de hasta mil voluntarios universitarios para distribuir las papillas, sobre todo en zonas indígenas. En realidad, el tema de ayudar a las familias que nacieron en contextos de marginación le obsesionó siempre, según registra Melgar en Xingona:

“La imagen que tengo de mi mamá es en un lavadero o moliendo en el metate. Por eso, para mí fue una obsesión, cuando fui funcionaria federal, llevar electricidad a las comunidades indígenas. Cuando llegué a San Andrés Cohamiata, en Jalisco, estábamos poniendo un switch y el abonero estaba revisando las cuentas. ¡Híjole, me emocioné! Porque dije: esto, y estoy segura de que entrará una licuadora y se va a comprar […] Me quedaba claro cuáles son los sueños de las personas de clase media, de la clase baja, y también puedo entender por qué la gente está hasta la madre, trabaja todo el día y no le alcanza lo que gana.”

Quizás por eso Xóchitl duerme pocas horas, y trabaja muchas. Moisés Gómez Reyna recuerda que a veces le consultaba temas del Senado en la madrugada.

“Es muy trabajadora, al grado de que quizás descuida a su familia”, me menciona la senadora Lilly Téllez.

De su precampaña y campaña vuelan anécdotas de desencuentros con los miembros de la coalición Fuerza y Corazón por México, integrada por el PRI, el PAN y el PRD, en los que ha salido airosa diplomáticamente. Hoy es la candidata ubicada como segunda favorita pero que, sobre todo, podría impulsar un equilibrio de fuerzas en el próximo Congreso.

La conformación de su candidatura debió primero esquivar un posible fracaso en su intento de ser la abanderada del bloque opositor para la jefatura de Gobierno, competir contra su compañera de bancada en el Senado Lilly Téllez y Santiago Creel. Además de confrontarse en foros con la priista Beatriz Paredes, quien también quería ser la candidata.

En un fenómeno vigoroso de julio a agosto de 2023, tiempo en el que tuvo gran exposición mediática por no ser recibida en Palacio Nacional, la alianza opositora se olvidó de metodologías supuestamente ciudadanas acordadas para finalmente decidir que sería ella la abanderada. Por lo que se sabe no hubo alguna de las llamadas operaciones cicatriz, por descontentos internos, y los momentos más duros llegaron cuando los partidos se sentaron a negociar la repartición.

“Era muy difícil, sobre todo al principio, lidiar con un Alito Moreno –dirigente del PRI– o con una Carolina Viggiano –secretaria del tricolor– o con el mismo Marko Cortés. Yo nada más veía la cara de Xóchitl intentando disimular su asco cuando hablaban de estrategias algo sucias o de la vieja política”, me confía un miembro de su campaña que me pide omitir su nombre.

Aunque Xóchitl se quiera presentar como ciudadana ha sido en realidad imposible debido a que en México se necesita de los partidos para ganar elecciones; e incluso en su grupo de colaboradores más cercanos hay enlaces con cada partido que están interviniendo en la estrategia.

“Hemos visto cómo se ha ido convirtiendo de la senadora ciudadana relajienta a una mujer de Estado”, me dice la integrante de su equipo de campaña Alejandra Latapí, para quien, a pesar de todo, Xóchitl es muy respetada porque siempre se prepara y estudia todo lo que va a hablar, aun cuando también es buena para la improvisación.

Sin embargo, hay quienes ponen en tela de juicio que realmente posea un buen plan de gobierno y que la relación con los partidos asociados a la corrupción y la vieja política no se desgastaría en un gobierno.

“¿Si no puede con Alito cómo va a poder con el ‘Mencho’?”, sostiene Arne en alusión al líder del Cártel de Jalisco Nueva Generación. “Ha sido injusta con los ciudadanos porque no tienen estructura y se ha dejado arropar por los partidos. Somos ciudadanos cansados de partidocracia.”

Una mujer de pensamiento económico y social liberal que puede relacionarse con conservadores neoliberales y pensadores de corte más socialista; en términos de convicciones, una mujer progresista que, con sus huipiles e indigenismo, encaja con los nacionalistas nostálgicos también.

Su estrategia ha girado en torno a criticar la gestión del presidente y las propuestas de Claudia Sheinbaum.

“Si sigue Claudia ya no nos va alcanzar para programas sociales […] el país no crece porque va a seguir apostándole a que no haya energía y sin ella no van a llegar los empleos que necesitamos. El empleo da dignidad y genera un patrimonio, me preocupa que piensen que es un delito tener una casa propia, un patrimonio, si esto es un trabajo. Es un odio muy cañón a la gente que genera y que produce, está mal”, me dice Gálvez desde el otro lado del teléfono.

También ha dado a conocer sus propias iniciativas, muchas de ellas demasiado generales. Xóchitl les habla a los convencidos descontentos con el actual régimen e intenta ir por los indecisos en un país polarizado como nunca.

“Estoy convencida de que Xóchitl auspiciaría la reconciliación de un país en el que hay un partido que se empeña en dividir”, dice Consuelo Sáizar, con quien coinciden, en cierta forma, otras voces.

Pero lo cierto es que la carrera rumbo a presidencia sigue sin cambios sustanciales en las tendencias ni muchos atisbos de que algo extraordinario pueda ocurrir. ¿Podrá Xóchitl Gálvez navegar el tempestuoso mar de la política mexicana sin mancharse en el lodo de la corrupción que tanto ha denunciado, o se verá atrapada en las redes del poder que teje la misma historia que busca cambiar? El tiempo lo dirá. ~

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es periodista de investigación. Es coautora del
libro Narco CDMX. El monstruo que nadie quiere ver (Grijalbo, 2019),
al lado de Antonio Nieto y David Fuentes, y directora editorial de
Emeequis y Opinión 51


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