Samanta Schweblin
Kentukis
Ciudad de México, Literatura Random House, 2018, 224 pp.
En varios de sus relatos, Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) ha utilizado los recursos alegóricos del reino animal, con el fin de aportar lecturas más complejas al interior de la rica ambigüedad de estos símbolos. Pájaros en la boca (2009), su segundo libro de cuentos, es quizás el paradigma de estas sus marcas zoológicas. Uno de los relatos, “El cavador”, presenta el encuentro de un hombre que ha alquilado una casa cercana al mar con un empleado o cuidador que resulta más bien una especie de perro faldero que no deja de escarbar en la tierra y que acompaña al protagonista sumido en un silencio canino, servicial y a todas luces inquietante. Otro, “En la estepa”, traza a unos seres que no son nombrados ni descritos y que pueden ser capturados en cacería; a estos los procuran parejas infértiles, lo que lleva a suponer que poseer a tales seres opera en la psique de las personas como placebos de la paternidad frustrada. La transustanciación de lo animal y lo humano y el placebo de las frustraciones: estos dos relatos acogen, en cierto modo, las preocupaciones que ahora maduran en Kentukis, la más reciente entrega de la autora.
El libro se ha comercializado como novela, no obstante, el lector encontrará un conjunto de relatos donde incluso los más largos han sido separados en partes, para pretender cierto andamiaje novelístico. No se trata propiamente de capítulos: cada relato tiene vida propia y puede ser leído de manera independiente. En todo caso, más allá de la tramoya comercial, el tema común o unificador del libro es el juguete tecnológico llamado kentuki: un huevo mediano de peluche con ciertos afeites mínimos que permiten promocionarlo como un animal de un tipo específico. Cuervo, dragón, conejo, topo y lechuza son algunos de los mencionados.
Dentro de cada kentuki hay una persona conectada a distancia. Se puede ser un kentuki y se puede tener un kentuki. Ambas variantes se venden en el mercado, pero el lazo entre quien es kentuki y el dueño del kentuki no dependerá de ninguno de los dos, sino del azar. Luego, no hay medios que ayuden al dueño del kentuki a descubrir quién se encuentra “dentro” de su “mascota”. El dispositivo no tiene modo de voz ni pantalla para textos; la comunicación del kentuki se limita a sus movimientos (dados por rueditas) y a un chillido metálico. El poseedor del kentuki tampoco está obligado a revelar su identidad, pero está mucho más expuesto: el “usuario” puede conocer el mundo de su “amo” gracias a una cámara.
El libro está conformado por cinco historias principales que se van alternando entre ellas y con relatos breves que dan cuenta del talento excepcional de la autora como cuentista. Schweblin arma un universo de personajes que son y tienen kentukis, lo que la lleva a adentrarse en las carencias personales de cada uno y cómo estas carencias, mediadas por las extensiones tecnológicas, desembocan en “juegos” no del todo inofensivos. Así tenemos a: 1) Emilia, una mujer solitaria de Lima con una relación lejana con su hijo, que, en la “piel” de un kentuki, vuelca sus instintos maternales en su “dueña”, una muchacha de nombre Eva que vive en Erfurt, Alemania. 2) Alina, una mendocina que se ha ido a un pueblo mexicano con el fin de acompañar a su novio escandinavo a una residencia de artistas y que, para paliar la frialdad del novio, se ha comprado un kentuki. 3) Marvin, un joven de Antigua, huérfano de madre y en difícil relación con su padre, que como kentuki se descubre atrapado en la vidriera de una tienda y con el tiempo formará parte de una sociedad de kentukis libertarios que lo ayudarán a cumplir su más grande deseo. 4) Enzo, un padre divorciado de Umbertide, Italia, que se obsesiona con el kentuki de su hijo. Y 5) Grigor, un chico de Zagreb que ha decidido comprar kentukis y venderlos en el mercado a precios más altos, gracias a que ofrece al comprador la posibilidad de decidir quién será su “amo”.
El manejo de lo fantástico y del absurdo de libros como Pájaros en la boca o Siete casas vacías (2015) se ve mitigado en esta novela, que se antoja, hasta el momento, la obra más realista de Schweblin, tomando en cuenta que Distancia de rescate (2014) maneja con fuerza un intercambio con el mundo sobrenatural. El recurso extraño o fantástico que ha manejado la autora en buena parte de sus cuentos se ve obligado a desaparecer en Kentukis, para privilegiar una trama atada a las secuencias argumentales del realismo.
Hacia el final de su libro, Schweblin busca una innecesaria definición temática en torno al voyerismo tecnológico y, de ese modo, le hace un flaco favor a una obra que hasta el momento había mostrado una interesante diversidad de asuntos gracias a unas historias “desesperadamente humanas”. No es el único fallo. La ansiada búsqueda de totalidad o los apresurados tiempos de entrega contribuyeron a no pocos descuidos de estilo: hay un cierto regusto por los adverbios terminados en mente colocados unos muy cerca de otros y palabras repetidas aquí y allá. Con todo, la prosa de Schweblin no deja de ser diáfana y cargada de un ritmo narrativo envolvente y agradable para el lector. A mi juicio, su mayor logro es el delicado equilibrio entre una sutil ciencia ficción y una literatura realista que descubre luces y oscuridades contemporáneas. A Kentukis no le faltan momentos cumbre, originales y estremecedores, sin importar que se lea como un conjunto de relatos o como una novela. ~
(1970) es escritor y profesor universitario. Su novela más reciente es Los nombres (Pre-Textos, 2016)