Un adulterio como Dios manda

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Jaume Segura SocĆ­as

Tal vez, un dĆ­a

Barcelona, Ediciones Miguel SƔnchez, 2019, 356 pp.

Hay novelas rƭo, que fluyen con planteamiento, nudo y desenlace; novelas puzle, que se componen de reflejos, vibraciones, fragmentos y trazos vistosos que han de mezclarse azarosamente para vislumbrar no se sabe cuƔl de las muchas imƔgenes posibles; y tambiƩn hay novelas desplegables, que van enseƱando escenas completas que parecen bastarse a sƭ mismas pero van cambiando de lugar y de sentido al relacionarse con las otras caras del desplegable.

Tal vez, un dĆ­a, la primera de Jaume Segura, es una novela desplegable. Los capĆ­tulos impares cuentan una historia, la de Miguel, un diplomĆ”tico que llega a su primer destino en la embajada espaƱola en Cuba en un aƱo indefinido de este siglo, y los capĆ­tulos pares nos llevan a la Cuba del aƱo 1958. Uno ya imagina que ambas historias han de tener cierta relaciĆ³n, y comprueba que es asĆ­ cuando, en medio de un capĆ­tulo impar, aparece una caja llena de capĆ­tulos pares. Y esa caja es la novela. Y la novela es como una caja que va desplegĆ”ndose secuencialmente, mostrando episodios llamados a entenderse, hasta que justo al final se obtiene el dibujo entero.

Una vez que por fin Miguel se decide a abrir la caja, se libera un aroma de absoluto glamur que tiene nombre propio: se llama Adriana, la mujer del embajador de MĆ©xico. Ese golpe de glamur ha quedado retratado con exactitud en la magnĆ­fica portada de Juan Vida. Llega Adriana y hace cambiar de acera a la novela entera. Estamos en el capĆ­tulo 6, que es el punto de no retorno. Adriana irrumpe con su ā€œmirada verde y pĆ­cara, una melena cobriza y unas piernas bonitas que anuncian largos senderosā€, una Emma Bovary elegante y cultivada, resignada quizĆ”s a creer que la felicidad es una distorsionada aspiraciĆ³n del pasado, acostumbrada a ser solo ā€œun objeto mĆ”s en la placidez cotidiana del embajadorā€. Y en medio de ese estanque, un momento antes de la llegada de los invitados a la recepciĆ³n que Adriana ha preparado con tanto esmero como desgana, el embajador le pregunta dĆ³nde estĆ”n sus gemelos. ā€œPero no le contestĆ³ā€, dice el narrador.

No le contestĆ³, y ese silencio es el inicio de una gran rebeliĆ³n no premeditada. O quizĆ”s una rendija abierta en el mundo que aprisiona a Adriana, dentro del que solo encontraba el consuelo del placer solitario. Una leve ocasiĆ³n, una esquina de su reglada vida, le darĆ” la oportunidad de desear otra vez el placer compartido al que podemos llamar pasiĆ³n, y a partir de ahĆ­ se despliega la cara principal de la novela: el amor adĆŗltero. Pero se trata de un adulterio ā€œcomo Dios mandaā€, un adulterio de Ć©poca, con dificultad y tormento, convertido en un cauce paralelo, dislocado y creciente, lleno de aguas vivas con final incierto, propulsado por la excitaciĆ³n de lo difĆ­cil, de la transgresiĆ³n y del vĆ©rtigo.

El amor adĆŗltero es cosa de dos. El otro es Octavio: un militar al que no le permiten serlo, un profesor de disciplinas, un marido, un padre. Pero Octavio no es un personaje glamuroso. Es un hombre encorsetado, austero, al que no le gusta recibir regalos. Octavio no pone nada o, mĆ”s exactamente, solo pone el no poder resistirse a amar a Adriana. Es Adriana la que pone todo, la que manda, la que propone, la que trama, la que es capaz de asumir riesgos que abran momentos en los que el amor pueda desnudarse. Octavio acaso querrĆ­a resistirse, pero no puede.

La nochevieja de 1958, a las puertas de la revoluciĆ³n, rompe el tiempo y abre otro escenario que absorbe a Octavio y le hace crecer como personaje, hasta el inesperado final, del que Ć©l es protagonista. Pero la revoluciĆ³n tiene sus precios, y una de las preguntas que quedan al final de la novela produce congoja: la de saber si merecieron la pena la persecuciĆ³n de la igualdad y la justicia a costa de ā€œsacrificar la bellezaā€. ā€œTodo olĆ­a ahora a mierda, a papa podrida, a orĆ­n reseco. De los solares derruidos y paupĆ©rrimos llegaban de vez en cuando vaharadas de puerco asado y agua estancada, de plĆ”tano y malanga fritos con aceite recalentadoā€, se dice Miguel, cuando ya sabe demasiado. ĀæAcaso las revoluciones, siempre adĆŗlteras al principio, estĆ”n condenadas a acabar forzosamente en matrimonio?

En los capĆ­tulos impares, quien narra es Miguel. Pero Miguel es tambiĆ©n el destinatario, o quizĆ”s el depositario de la historia que cuenta. Miguel se limita a ā€œno ser infelizā€ en su primer destino como diplomĆ”tico. Apenas es capaz de confesar su decepciĆ³n con lo que denomina un ā€œonanismo diplomĆ”ticoā€ que no mueve nada, que se enreda en mezquindades y apariencias. Ɖl solo ā€œhabaneceā€: mira, escucha y descubre, con cierta indolencia. Pero, desconcertado y embriagado por la voluptuosidad de la Cuba de siempre, se va dejando alcanzar por los ā€œrecuerdos grandesā€ de su infancia cubana. TambiĆ©n encuentra a Rosa, una mujer con ā€œaroma a canela y cafĆ© reciĆ©n hechoā€, que va siempre un paso por delante y que aparece y desaparece, como una musa que no habla de sĆ­ misma. Rosa y su infancia lo hacen vagar por la isla, de La Habana a Santiago y de Santiago a La Habana, entre sabores, olores, luces y sonidos que se acoplan y se adaptan a sus variables estados de Ć”nimo. Por eso Cuba no es solo un escenario contingente y vistoso de las historias que se cuentan: es el ā€œtonoā€ de la novela, lleno de las resonancias musicales que componen su banda sonora.

ĀæPor quĆ© tanto miedo al error, por quĆ© tanto dramatismo, si al final la vida puede guardarse en una caja? Esa es otra de las preguntas que quedan cuando la novela ha terminado de desplegarse pero aĆŗn no puede guardarse en el estante. ~

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es novelista y magistrado. En 2018 publicĆ³ Casa Luna (Ediciones Miguel SĆ”nchez)


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