Un silencio que se rompe: la cobertura del #MeToo

Los movimientos de denuncia surgidos en Estados Unidos y México recibieron una amplia atención de los medios, pero de modos distintos. Entre el escrutinio y el sensacionalismo, las diferencias importaron para marcar la agenda.
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Hace unos días, un juez en Manhattan declaró culpable de acto sexual criminal y violación de primer grado (con uso de la fuerza) y tercer grado (sin consentimiento) al productor cinematográfico Harvey Weinstein. El 11 de marzo fue sentenciado a 23 años de prisión. Los medios de comunicación que cubrieron las denuncias derivadas del movimiento #MeToo enfatizaron que en 2015 el juez de distrito decidió no imponer cargos en contra de Weinstein a pesar de que la modelo Ambra Gutiérrez denunció y presentó pruebas de que sufrió abuso sexual. Sin duda la mediatización del tema generó presión para que el juzgado, esta vez, sentenciara al productor.

En México no hemos tenido ni de cerca un caso tan emblemático como el de Weinstein. Las diferencias entre el #MeToo estadounidense y el mexicano son muchas, desde el ámbito en que se desarrollaron las denuncias hasta el aparato de justicia y el castigo de los señalados. No obstante, un factor ha sido decisivo: la cobertura de los medios de comunicación. En Estados Unidos medios importantes, como The New Yorker y The New York Times, no solo cubrieron con más profundidad las historias sino que le proporcionaron solidez periodística. En México no sucedió así: los medios solo dieron cuenta de la existencia de denuncias y, en más de un caso, alentaron varios prejuicios contra las denunciantes.

A la distancia, el caso estadounidense puede verse como un proceso: hubo al principio una investigación periodística, le siguió una ola de denuncias a figuras de poder, en varios casos los acusados fueron separados de sus cargos y se abrieron procesos de justicia. En México, es difícil establecer una continuidad tan clara y es mejor ver el movimiento como etapas no necesariamente sucesivas. La primera etapa comenzó con la denuncia de Karla Souza; la segunda, con el surgimiento del hashtag #MeTooEscritores y la tercera con las denuncias contra el hostigamiento de alumnas en las escuelas. La cobertura del #MeToo refleja esta condición: comienza, se interrumpe y resurge junto con el surgimiento y final de cada etapa.

 

Estados Unidos: la labor periodística

Dos investigaciones periodísticas, una publicada por The New York Times, el 5 de octubre de 2017, y otra por The New Yorker, cinco días después, dieron a conocer el caso Weinstein a nivel masivo. Ambos reportajes –el primero firmado por Jodi Kantor y Megan Twohey y el segundo, por Ronan Farrow– recopilaban testimonios de actrices, productoras, modelos o empleadas de la compañía Miramax desde 1970. Es decir: el reportaje dejaba en claro que el acoso del productor se había extendido por cinco décadas y, durante todo ese tiempo, esas historias no habían pasado de ser más que rumores. Los testimonios revelaban, además, un método común: Weinstein solicitaba a las víctimas que lo visitaran en su cuarto de hotel, les pedía un masaje, se bañaba en su presencia o aparecía desnudo y se masturbaba en frente de ellas. Prometía que mejoraría su carrera artística y presumía de haber ayudado a otras celebridades. Si las mujeres mostraban resistencia, él les bloqueaba la salida o forcejeaba con ellas.

Para dar consistencia a su texto, las reporteras, Jodi Kantor y Megan Twohey entrevistaron durante cinco meses a víctimas y testigos de hostigamiento sexual, extrabajadoras y trabajadores de Miramax y personas que mantuvieron algún tipo de contacto laboral con el productor. Un libro reciente, She said: Breaking the sexual harassment story that helped ignite a movement (Penguin Press, 2019), da cuenta del proceso de investigación: “‘Créeles a las mujeres’ se convirtió en una frase típica del día a día, Jodi y Megan eran empáticas con la intención de la frase. […] Pero la obligación de las periodistas es el escrutinio, la verificación, la revisión y el cuestionamiento de la información.” Por tanto, el reportaje “no solo se basó en los testimonios, sino en la recopilación de pruebas escritas, legales y financieras”. La evidencia incluía correos electrónicos y documentos internos de Miramax, denuncias previas contra Weinstein presentadas ante la policía de Nueva York y los acuerdos de confidencialidad que habían avalado el silencio de las víctimas.

Según relatan las reporteras, el primer reto que enfrentaron fue encontrar actrices dispuestas a hablar de lo ocurrido. El segundo, convencerlas a hacerlo con su nombre. Las víctimas temían represalias en su carrera por denunciar a una figura poderosa y por romper el acuerdo de confidencialidad que las obligaba a no hablar del tema. Este fue el caso de la actriz Rose McGowan, quien había aceptado un acuerdo de cien mil dólares, y de la exasistente de Weinstein, Zelda Perkins. Según las periodistas, ocho víctimas habían firmado acuerdos, que les impedían contar sus casos a sus seres cercanos. Incluso, si alguna de ellas deseaba ir a terapia, el terapeuta debía firmar a su vez un acuerdo de confidencialidad.

De las mujeres entrevistadas, la actriz Ashley Judd y las exempleadas de la compañía Miramax Emily Nestor, Laura Madden y Sallie Hodges fueron las primeras en aceptar que su testimonio fuera público. Tras la publicación del reportaje, otras mujeres que en un principio habían pedido el anonimato aceptaron que sus casos fueran incluidos, entre ellas las actrices Gwyneth Paltrow y Rosanna Arquette. Otras actrices, que en un principio no habían respondido a las periodistas, compartieron sus testimonios: Judith Godrèche, Angelina Jolie, Salma Hayek y Uma Thurman. La seriedad del reportaje y el prestigio del New York Times habían inspirado a más mujeres a hablar. Ninguna de ellas se sentía ya sola.

 

El primer #MeToo mexicano

A los pocos días del escándalo Weinstein, un primer intento por hablar del tema se dio en el contexto mexicano. En redes sociales, muchas mujeres compartieron sus historias de acoso a través del hashtag #YoTambién. Sin embargo, a diferencia de Estados Unidos, ningún hombre del medio artístico recibió algún señalamiento. La primera actriz en hablar públicamente fue Karla Souza. El 27 de octubre, al final de una entrevista telefónica con Javier Poza en Radio Fórmula, Souza sostuvo que, al inicio de su carrera, fue acosada por productores, escritores y directores. “Las mujeres en todos los gremios no nos sentimos protegidas de hablarlo –afirmó en aquella ocasión–. Estamos bajo un control y manipulación de gente que tiene poder. Por la posición en la que estoy, creo que es importante que sepan que hay otro camino. […] Si tengo que ser la primera lo seré y es algo de lo que todos nos vamos a beneficiar a largo plazo.”

Meses después los medios retomaron el tema, pero se limitaron a recoger los testimonios del medio artístico, sin ninguna investigación que sustentara las acusaciones. En febrero de 2018, la periodista Carmen Aristegui coordinó una serie de especiales para cnn en Español con las actrices Karla Souza, Paola Núñez, Stephanie Sigman, la comediante Sofía Niño de Rivera, la dramaturga Sabina Berman, la clavadista Azul Almazán y la editora de moda Lucy Lara.

Durante su intervención, Karla Souza aseguró, sin dar nombres, que había sido violada por un director. El día siguiente, la periodista Denise Maerker leyó durante su programa En punto un comunicado en el que Televisa anunciaba que, debido a las declaraciones de Souza y tras una investigación preliminar, había decidido terminar relaciones laborales con el director y productor Gustavo Loza. Él negó las acusaciones y sostuvo que en 2010 mantuvo una relación sentimental con Souza. Loza no culpó a Souza, a quien reiteró su apoyo por denunciar, sino a Televisa por inculparlo sin tener pruebas.

Los medios centraron su atención menos en desmontar las circunstancias que permiten el acoso en el medio y más en seguir los empeños de Loza por demostrar su inocencia. Loza mostró durante un programa conversaciones de WhatsApp que, en su opinión, dejaban en claro la relación que mantenía con Souza. En la entrevista, Javier Poza presentó a su invitado como un “estupendo productor, realizador, director; el rey Midas de la televisión”, y dijo también que existían personas que buscaban hacer señalamientos falsos para obtener dinero a través del chantaje. Finalmente, concluyó la entrevista con: “Espero que encuentres la paz y puedas continuar con tu vida y tu trabajo.”

 

Los intentos por silenciar a Farrow

El segundo reportaje que puso en evidencia el comportamiento de Weinstein es el que Ronan Farrow publicó en The New Yorker el 10 de octubre de 2017. En su pieza, el periodista documentó trece casos, cuatro de ellos de violación sexual. Para la investigación, siete mujeres dieron su testimonio y autorizaron el uso de su nombre: entre ellas, Asia Argento, Emma de Caunes, Mira Sorvino, Jessica Barth, Sophie Dix y Lucia Evans. Tanto Kantor y Twohey como Farrow estaban conscientes del trabajo independiente que realizaba cada uno. A diferencia de las reporteras del nyt, Farrow se enfrentó a otro tipo de obstáculos para hacer pública su investigación en nbc Today. Según recuenta el autor en el libro Catch and kill: Lies, spies, and a conspiracy to protect predators (Little, Brown and Company, 2019), personas del programa cuestionaron la relevancia de su reportaje argumentando que se trataba de un tema de espectáculos. Noah Oppenheim, ejecutivo de nbc Today, le dijo que su investigación no saldría al aire por razones ajenas a la empresa. Los ejecutivos reconocieron que habían mantenido conversaciones con Weinstein, pero rechazaron que esto tuviera que ver con su decisión y con que terminaran su contrato anticipadamente.

Un año después de ese episodio, Farrow habló con al menos siete víctimas de hostigamiento sexual dentro de nbc que habían recibido dinero por no denunciar. Las acusaciones señalaban a Matt Lauer, presentador de nbc Today, y a otros dos ejecutivos de alto rango. De acuerdo con Farrow, Weinstein tenía conocimiento de dichos casos y los usó para negociar con la televisora para que el reportaje de Farrow no viera la luz. El periodista optó por publicar la historia de manera escrita en The New Yorker.

Farrow, Kantor y Twohey no fueron los primeros en investigar a Weinstein. En 2002, el periodista de The New Yorker Ken Auletta indagó acerca de los acuerdos de confidencialidad que habían firmado dos víctimas del productor, Zelda Perkins y Rowena Chiu. Sin embargo, ninguna de las dos aceptó ser citada. El periodista tampoco consiguió pruebas físicas de los acuerdos. Benjamin Wallace, quien realizaba la misma investigación en 2016 para New York Magazine, tampoco consiguió fuentes para sostener la historia.

Wallace, al igual que Kantor, Twohey y Farrow, fue contactado por Seth Freedman, un supuesto periodista del diario británico The Guardian que ofreció ayudarles en la investigación. Sin embargo, Freedman trabajaba de manera encubierta para Black Cube, una empresa de espionaje que Weinstein había contratado para detener la publicación de la historia. Según documentos dados a conocer más tarde, la empresa recibiría un bono extra de trescientos mil dólares si lo lograba. Estas historias sobre cómo los acusados intentaron frenar la labor periodística avalaban la veracidad de los testimonios y ampliaban el panorama: mostraban cómo había actuado Weinstein para mantener sus acciones en silencio.

 

El segundo #MeToo mexicano

En marzo de 2019, el #MeToo revivió en México. Esta vez, sin embargo, no se centró en figuras destacadas de los espectáculos, sino en personas de diferentes campos laborales que fundamentalmente denunciaron a sus jefes o compañeros. El medio cultural fue uno de los principales escenarios. Un tuit de la comunicadora política Ana González dio a conocer el caso de Herson Barona, el escritor que, según los testimonios recogidos por ella, había golpeado y manipulado a más de diez mujeres. El mensaje también ponía en evidencia que, al ser un autor conocido, pocas personas les creían a las víctimas. Posteriormente, un grupo de escritoras mexicanas creó una cuenta de correo electrónico y una de Twitter, llamada @MeTooEscritores, para que mujeres, víctimas de acoso u hostigamiento sexual en el ámbito artístico o literario, escribieran su testimonio e hicieran explícito el nombre del agresor. En un solo día, ciento veinticuatro escritores fueron denunciados, según publicaron las administradoras de la cuenta.

Rápidamente, la ola de denuncias se extendió a otros campos. Surgieron decenas de cuentas como @MeTooPeriodistas, @Periodistaspum, @MeTooCineMx, @MeTooCreativos, @MeTooFotografos, @MeTooArtesMx, @MeTooEmpresarios, @MeTooMusicaMx, por mencionar algunas. El 31 de marzo, la cuenta dedicada a los músicos mexicanos publicó una denuncia que les había llegado de manera confidencial. En el mensaje la mujer narraba que, cuando ella tenía trece años, Armando Vega Gil, fundador del grupo de rock mexicano Botellita de Jerez, la había invitado a su casa mientras la miraba de manera lasciva y le hacía comentarios incómodos por su apariencia. Esta denuncia no fue la única. Dos personas más compartieron testimonios similares: tenían entre trece y quince años. Al menos una más, desde su cuenta con nombre, avaló la misma historia con su experiencia personal.

En la madrugada del primero de abril, Vega Gil se suicidó fuera de su casa. Antes, publicó una carta en su cuenta de Twitter en la que negaba la acusación. Mencionó que tanto su carrera como su vida estaban arruinadas. Sostuvo que la única solución era el suicidio, una decisión que calificó de “voluntaria, consciente, libre y personal”. “Es un hecho que perderé mis trabajos, pues todos ellos se construyen sobre mi credibilidad pública. Mi vida está detenida, no hay salida. Sé que en redes no tengo manera de abogar por mí, cualquier cosa que diga será usada en mi contra”, afirmó en la carta. Tres días después, la cuenta @MeTooMusicaMx suspendió su actividad y sintió pena por la muerte de Vega Gil. “Lamentamos profundamente el suicidio de Armando Vega Gil. Nuestra reacción inicial no fue la adecuada y, por ello, extendemos una disculpa honesta a todos sus allegados. Jamás incitamos a alguien a hacerse ningún daño ni a acabar con su vida en lugar de afrontar los hechos con las autoridades.”

De inmediato, el foco de la cobertura periodística se desplazó hacia el suicidio de Vega Gil. Diversos medios de comunicación se enfocaron en el carácter anónimo de las denuncias. “Se suicida Armando Vega Gil tras acusación anónima”, publicó La Jornada. Pero había una diferencia que en general se pasó por alto. De acuerdo con las responsables de las cuentas, aunque los nombres no se hacían públicos, las acusaciones no eran anónimas sino confidenciales. Periodistas Unidas Mexicanas reiteraron que conocían las cuentas de Twitter desde donde venían las denuncias y revisaban que fueran auténticas. De las 329 denuncias que recibió PUM, 79 no fueron publicadas ya que no pudieron comprobar que las cuentas pertenecieran a un usuario.

A través de una serie de tuits sacados de contexto y de una foto tomada catorce años atrás, usuarios relacionaron a la periodista Karina Almaraz con la cuenta @MeTooMusicaMx. Comunicadores la mencionaron como la administradora de la cuenta. En redes sociales usuarios compartieron su información, número telefónico, rfc y dirección de casa de sus padres. Una exposición similar –junto con una velada amenaza de muerte– sufrió la feminista Dana Corres, a la que una cuenta de reciente creación (@MeTooHombres) acusó de estar detrás de las denuncias contra Vega Gil. @MeTooHombres mantuvo siempre un tono desafiante: “Aquí un muerto por culpa de las estúpidas feministas, que intentan hacer movimientos estúpidos, como difundir noticias falsas. Le doy 24 horas a @metoomusicamx para sacar las primeras pruebas y así enfrentar una guerra sin cuartel.” La cuenta, que aún no publicaba ninguna denuncia, recibió atención por parte de diversos medios, como Radio Fórmula y La Jornada. Debido a la amenaza contra Corres, algunos programas, como Debate Joven, reconocieron que había sido un error darle espacios al administrador de @MeTooHombres, al que solo se le conocía por el nombre de Dante.

 

Los contrastes entre dos movimientos

El movimiento #MeToo, tanto en Estados Unidos como en México, fungió como una plataforma en donde las mujeres, en su mayoría, pudieron alzar la voz y sentirse acompañadas por otras que también denunciaron. #MeToo sirvió como un espacio en donde ellas desafiaron figuras de poder y visibilizaron conductas que fueron normalizadas y cubiertas por décadas. Sin embargo, la principal diferencia entre los movimientos es el efecto que generó la cobertura periodística.

Los reporteros Kantor, Twohey y Farrow lograron romper las barreras que Weinstein erigió y mantuvo por años para proteger el perpetuo mecanismo de hostigamiento hacia actrices y trabajadoras de su compañía. Una vez que estalló la historia, los medios de comunicación hicieron evidente el papel de las autoridades que desecharon las denuncias presentadas en contra del productor en 2015. El seguimiento de las audiencias y las declaraciones de las víctimas durante el juicio colocaron la atención mediática en el veredicto del juez. Según comentó Twohey en el podcast The Daily, el juez decidió creer las historia de las mujeres por el escrutinio público. 

En México, el movimiento #MeToo no estalló como resultado de una investigación periodística, sino de una coyuntura. La exhaustiva cobertura que realizó Carmen Aristegui con la serie de entrevistas a figuras de la televisión, el cine, la comedia, el deporte y la moda generó incomodidad a ciertas personas públicas. Sin embargo, el movimiento tomó fuerza hasta la creación de la cuenta @MeTooEscritores.

A partir del movimiento #MeToo de 2017 muchos medios en Estados Unidos fueron más conscientes respecto a publicar información que revictimizara a las mujeres. Este no fue el caso en México, en donde los medios, principalmente de espectáculos, presentaron un enfoque amarillista, juzgaron a las denunciantes, cuestionaron la veracidad de sus declaraciones y minimizaron sus reclamos. En abril de 2017, Priscila Alvarado denunció al director de la escuela de periodismo Carlos Septién de besarla sin su consentimiento en 2014. Tras leer una carta frente a los medios, una periodista del sitio web México Nueva Era le preguntó: “¿Padeces algún tipo de bipolaridad, esquizofrenia? […] ¿Estás preparada para una demanda en tu contra? ¿O por qué tantas contradicciones de lo que dices en medios y pones en tu red social?”

Otra diferencia entre las coberturas de los movimientos es que en Estados Unidos esta comenzó con la serie de denuncias de una persona visible, Harvey Weinstein, y se extendió –tras el tuit de Alyssa Milano en el que invitó a las mujeres a escribir el hashtag #MeToo si habían sido hostigadas sexualmente en algún momento de sus vidas– a otros campos como la política, la música, los deportes y los medios de comunicación. En México, la cobertura fue al revés: comenzó con el seguimiento de @MeTooEscritores y de otras cuentas que denunciaban el hostigamiento sexual en diversos espacios. Sin embargo, tras el suicidio de Armando Vega Gil la cobertura se redujo hacia una sola persona. La narrativa de los medios colocó a Vega Gil como la víctima de una tendencia que “llegó demasiado lejos y generó daños irreparables”.

El tuit de Alyssa Milano creó el puente entre las denuncias de hostigamiento sexual en el medio cinematográfico y las denuncias de hostigamiento de personas “comunes”. En México, los escritores no tienen un poder comparable al de Weinstein, de modo que muchas denuncias fueron entre pares, en donde no existía una jerarquía laboral, pero sí de género. Así surgieron decenas de cuentas alrededor del país, enfocadas esta vez al ámbito universitario: en cuentas como @MeToounam, @MeTooiteso, @MeTooitesm, @MeToocum, las estudiantes no solo denunciaban a maestros, sino también a compañeros. Con la diseminación de cuentas, los medios de comunicación se enfocaron en aquellas cuyo acusado o acusante era una figura pública. Por tanto, las denuncias de las estudiantes pasaron, en su mayor parte, inadvertidas para los medios. En la segunda semana de enero surgió la cuenta @MeTooMerida, en donde mujeres hicieron públicos los casos de hostigamiento en las escuelas privadas de la capital yucateca. La noticia fue retomada por medios nacionales hasta que uno de los denunciados ofreció doscientos mil pesos a quien revelara la identidad de la administradora de la cuenta y de las denunciantes.

La cobertura mediática de los movimientos estadounidenses y mexicanos de #MeToo solo abarcó denuncias de las clases altas y medias, de víctimas con acceso a internet y al tanto de las discusiones públicas en redes sociales. Ni el movimiento ni la prensa contemplaron a las mujeres que trabajaban en el campo, las fábricas, los hogares. En Estados Unidos, las celebridades aprovecharon su visibilidad en medios para romper con la cobertura de un solo sector de la sociedad. En enero de 2018, trescientas mujeres del mundo del entretenimiento en Estados Unidos firmaron una carta en solidaridad con mujeres que trabajan en industrias con salarios bajos. Entre sus acciones, crearon un fondo para que las mujeres de escasos recursos, que así lo quisieran, pudieran proceder legalmente en contra de sus agresores. Con ayuda de esos recursos, en noviembre de 2019, más de veinte trabajadoras demandaron a McDonald’s por mantener y permitir el hostigamiento.

Las coberturas mediáticas del #MeToo no deben quedarse en quién denunció a quién, quién fue despedido y quién se quedó en su puesto. Es evidente que esa información tiene su importancia, pero el enfoque debería ser estructural y no individualista: el hostigamiento y la protección de los hostigadores son sistémicos. El movimiento #MeToo ya no tiene el momentum que alcanzó en mayo de 2018. Sin embargo, los movimientos de denuncia y las demandas para frenar la violencia de género han tomado diferentes formas: mediante tendederos en las universidades, la toma de la Facultad de Filosofía y Letras y las preparatorias de la unam, las protestas en contra de la filtración y publicación de imágenes que muestran cuerpos descuartizados de mujeres.

A los medios de comunicación les corresponde adaptarse a las distintas expresiones de las denuncias y mantenerlas como un tema relevante en la agenda. Como resultado del #MeToo, quisiera creer que se ha avanzado en la forma en que los medios cubren la violencia de género. El constante escrutinio de la sociedad me hace pensar que más de un periódico se la pensaría antes de publicar un encabezado revictimizante. Sin embargo, la realidad nunca deja de sorprenderme. ~

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es periodista. Estudió ciencia política y relaciones internacionales en el CIDE y cursa la maestría de periodismo en la Universidad de California, Berkeley.


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