Elogio del Tuca

El mal carácter de Ricardo "Tuca" Ferretti es tan indiscutible como su amor por el futbol, y esta anécdota lo comprueba.
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Ocurrió probablemente en 1993 durante mis primeros meses como reportero para la sección deportiva del Reforma. En aquel entonces me dedicaba a escribir entrevistas de semblanza de los seleccionados que se encaminaban rumbo al mundial de Estados Unidos, al año siguiente. Una mañana fui a Ciudad Universitaria para entrevistar, me parece, a Claudio Suárez. Recuerdo que caminé por el tartán olímpico hasta la banca de visitante, donde me senté a esperar el final del entrenamiento. Era un interescuadras dirigido por el entrenador de Pumas, el brasileño-mexicano Ricardo Ferretti. Siempre había admirado al “Tuca”, pero aún más después de la manera excepcional como se despidió del futbol. Festejé cual propio aquel gol impresionante que le dio el título a la UNAM en 1991 (a pesar de mi afición cementera, era imposible no simpatizar con esos Pumas de García, Patiño, Campos, Suárez y demás eminente compañía). El Tuca siempre me había parecido un modelo de futbolista: disciplinado, técnico, fino, poderoso y con enorme carácter. Era un titán de bigote. Estaba yo inmerso en esos recuerdos cuando desde la cancha llegó una avalancha de gritos. Y si digo avalancha es porque no se me ocurre un fenómeno natural más arrollador. A todo pulmón, cimbrando las cuerdas vocales con mexicanísimos insultos, el Tuca Ferretti estaba regañando (en español, por supuesto) a un pobre muchacho brasileño apodado Tiba. Aquí sí la palabra regaño se queda corta. Lo de Tuca era una denuncia cósmica. Habrá durado, no miento, al menos cinco minutos. Tiba se había equivocado varias veces en un recorrido por la banda y el Tuca no pudo más. Le recordó a su madre, a su hermana, a su abuela, a su ciudad natal y le pronosticó una muerte temprana, probablemente a manos del propio Ferretti. La voz del Tuca rebotaba de un lado a otro en las tribunas del estadio de CU. Y nadie – pero nadie- se atrevió a interrumpirlo. La ira de Ferretti tenía mucho de aterrador y algo, por increíble que parezca, de conmovedor. Era como si, de pronto, el Tuca hubiera querido decirle a Tiba que él, Ferretti, podía hacerlo mil veces mejor que el joven futbolista brasileño. ¿Había algo de envidia a la juventud del pobre muchacho aquél? Quizá, pero creo que el sentimiento tenía un origen más noble. Ferretti tenía 39 años entonces, pero se mantenía en una forma física espectacular. Corría a la par de los jugadores, los presionaba, les mordía los tobillos. “Si así lo hago yo, carajo, ¡¿por qué ustedes no pueden?!”, parecía querer gritar el Tuca. Después de la avalancha, Tiba volvió a su posición inicial y el ejercicio continuó. A la siguiente, recuerdo, el muchacho no equivocó el recorrido.

De aquello han pasado dos décadas. Ferretti tiene hoy 61 años de edad. Uno pensaría que el tiempo le ha limado la furia. En realidad ha pasado lo contrario. Hace poco me topé con un video en el que aparece aquel Tuca que yo recuerdo. Esta vez, sin embargo, el hombre que corre y golpea el balón como un chamaco tiene casi la edad de mis padres y arrastra cirugías. Prótesis aparte, la ira es la misma. Las ganas de jugar también. El amor por el futbol lo mismo. Y la deliciosa manera de usar absolutamente todas las groserías mexicanas imaginables, también. Por eso y más, salve Ricardo Ferretti, loco absoluto, técnico nacional. El brasileño más mexicano que ha existido jamás, chingada madre.

 

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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