Imposible dejar de lado el entusiasmo frente al estado actual de la narrativa mexicana: se ganan premios de importancia, el libro es tema de foros, becas de trascendencia se adjudican a escritores mexicanos y más: la generación de escritores nacidos durante la segunda mitad de la década del setenta –cinco años hacen diferencia– comienza a sembrar el mercado editorial con obras, unas de significación, otras demasiado tenues. Es de esperar que los relatos sean, en muchos casos, balbuceos y traspiés. Los autores comienzan a otear el horizonte buscando temas que serán los de su tiempo, y a esa búsqueda se une la persecución de la forma ideal para arroparla de lenguaje, de significación. Y es natural, además, que se procure capitalizar cualquier mención en antologías o en revistas poco literarias. A la par de abrir los hornos y producir libros, salen a luz los diplomas de la infancia.
Este entusiasmo se reafirma con Tryno Maldonado (Zacatecas, 1977), quien pone a prueba nuestra capacidad para sortear la sordidez en Temporada de caza para el león negro, y se arriesga lo suficiente para brincar la cerca y ver qué hay del otro lado, y en su frenesí, con las piernas apenas temblorosas, finge despeñarse, página tras página, para hacernos creer que cae agónico y sin vida en el último folio. Pero este vértigo es apenas ilusión. No hay desperdicio en el libro si es que se busca un relato consistente, de mucha fibra y mínima pachorra. Maldonado tiene el atinado juicio de esquivar ese fantasma que parece recorrer la narrativa actual: la del libro-puzzle-broma-posmoderna que, en su desaliño, termina en el desparpajo; en su cinismo simulado, en la fácil caricatura; en su derrame de sabiduría en una línea, impresa a todo lo largo de una hoja, en el supuesto guiño al lector que se torna escupitajo. El uso del fragmento y del apunte, iluminador en la novelística del siglo XX, muestra sus primeros síntomas de agotamiento. Maldonado percibe que el juego del fragmento ya bordea una fórmula sin vida: simular misterio y materia críptica y carcajearse debajo del escritorio. Temporada… divierte, genera comezón, y en su deambular sin trazo ni organización aparente suena por lo bajo un tintineo de arquitectura muy definida.
Golo, protagonista de Temporada…, es un maldito, digamos, a la antigua usanza, muy del siglo XIX. Joven, pintor, excéntrico, genio atemporal, ¿homosexual?: “A Golo le gustaba ver películas. Y las mujeres. Sobre todo las mujeres.” Además, tiene por fetiche unos tenis Converse, muy sucios, casi inservibles. Y pinta como la Providencia misma. Y lo natural en los malditos: drogas, música, reventón y divertidas escenitas de celos entre el narrador y Golo. Mucho araño y mucha putería. El sopor que priva en las primeras páginas de la novela se esfuma y conforme se avanza se intensifica el hedor a prohibición, a esa imagen vaga, que todos tenemos, de esa vereda pedrosa que sólo anduvieron algunos y de la que nadie regresa cabalmente cuerdo. Golo aspira tanta cocaína en tan pocas páginas que al cerrar el ejemplar, de golpe, una vez concluida la lectura, las hojas parecen escupir unos gramos de polvo blanco, cortesía de Golo para el lector. Nuestro pintor, desde su renegado más allá, nos comparte en una línea su fragmento de paraíso.
A ratos, digámoslo, parece que en Temporada… la literatura palidece y se torna bisturí sólo para diseccionar una forma de locura, nacida del genio y la excentricidad irrenunciable. Y hay apuntes, vaguísimos garrapateos, movimiento circular de una pluma que parece no escribir. Se echa de menos el aliento narrativo de Viena roja. Aquí, cada fragmento nos ilustra un Golo magnificado, estampa mal impresa de la Capilla de los Íconos, revelaciones del Santísimo a través de sus hombres clave. La Generación Atari, que Maldonado lanzó como dardo en su prólogo a Grandes Hits Vol. 1 (2008), aquí aparece dibujada como trasfondo pero formada por pintores y artistas plásticos. Sus elementos formales: vivencias generacionales tecnológicas compartidas, ausencia de una paternidad literaria y un denso desencanto que se vuelve sonrisa burlona y humor ácido, derivado de las promesas incumplidas por parte de los gobiernos en turno.
Con Temporada… tenemos entre las manos un relato voraz de una carrera por la muerte, de una inanición voluntaria de un creador que prefiere la autoinmolación al reflector de la exposición individual, a los viajes de presentación, al brindis celebratorio. El libro vale bien como un viaje al infierno, brevísimo traslado a lo alto de un risco del que pocos tienen el valor de arrojarse. En las páginas de Temporada…, al menos, ya lo hicieron dos: primero Golo y luego Tryno Maldonado. ~
(ciudad de México, 1978) es escritor y crítico literario.