Es difícil desentrañar los pensamientos de la helénica Helena y por eso se multiplican las versiones de su secuestro o fuga, de su lealtad o infidelidad, su castidad o delectación, o bien, la de un rapto que acaba por engendrar un estocólmico amor.
A Menelao y a los aqueos no les cabe duda de que fue una apropiación indebida. Por algo los diez años de guerra.
Cuando, al otro lado de las murallas de Troya, Menelao buscaba darle caza a Paris, este retozaba frescamente con la mujer robada o seducida. No la fuerza, sino que la invita: “Ea, acostémonos y deleitémonos en el amor… Nunca el deseo me ha cubierto así las mientes como ahora, ni siquiera cuando tras raptarte de la amena Lacedemonia me hice a la mar…”. Cuenta Homero que “él fue primero al lecho; y su esposa lo siguió”.
Homero no llega al final de la guerra. La suerte de las troyanas podemos leerla en Eurípides.
Sabemos que cuando recién se había fundado Roma, tenían tal déficit de mujeres que decidieron robarlas en el episodio conocido como El rapto de las sabinas. Rómulo organizó un espectáculo para que viniera gente de los distintos pueblos y los sabinos se aparecieron con todo y sus mujeres. Plutarco nos dice: “Desenvainando las espadas y lanzándose con gritos, raptaron a las hijas de los sabinos”.
La usanza sentimental del recién casado que cruza el umbral con la mujer en brazos, está conmemorando este rapto, es la representación de la mujer que no entra por su propio pie, sino que va forzada a cuestas del hombre.
Los sabinos se tardaron tanto en organizar su campaña militar contra los romanos, que para entonces las cosas habían cambiado. En lo más álgido de la batalla, aparecieron las sabinas llamando “con los nombres más queridos” a sus padres en un bando y a sus maridos en el otro. Dicen a sus compatriotas: “Si no vinieron a defendernos cuando éramos vírgenes, por qué ahora quieren volvernos viudas.” Resultó que los romanos no eran tan malos maridos; con ellos las mujeres apenas tenían la obligación de hilar.
Los bandos firmaron el armisticio y “las mujeres presentaban a sus padres y hermanos con sus maridos e hijos y llevaban comida y bebida a los que lo pedían, cuidaban a los heridos, llevándolos a su casa y les daban ocasión para ver que ellas eran dueñas del hogar y que sus maridos estaban pendientes de ellas y les otorgaban con cariño toda clase de consideraciones”.
Más allá de estas dos historias, los anales bélicos están tapizados de horrores para con las mujeres; desde la prehistoria hasta nuestros días. Por eso un gran autor escribió: “Cuando las guerras se ganan, las ganan los hombres; cuando se pierden, las pierden las mujeres”.
En tal asunto, ya en el siglo veinte, no hubo mayor barbarie que la de los rusos. En una obra maestra sobre el avance de las tropas estalinistas puede leerse: “Miles y miles de mujeres con bestias sobre ellas. Madres frente a sus hijas y niñas frente a sus madres. Una noche tras otra, o a plena luz del día, ahí mismo en cualquier calle, con treinta o cien espectadores. Un nuevo soldado, un cosaco, un obrero sin bañarse, un día y otro también hasta matarlas o hasta que ellas mismas se mataran o hasta que las madres mataran a las hijas”.
Muchos libros de historian narran estos sucesos; pero si usted quiere un testimonio de primera mano, le recomiendo Una mujer en Berlín. “La pequeña Gerti, tierna y reflexiva, confesaba… con las pestañas bajas que tres rusos la habían sacado del refugio y, primero uno tras otro y luego todos revueltos, la habían violado en un sofá de una planta baja… una vez consumado el acto, revolvieron en los armarios de la cocina y sólo encontraron mermelada y achicoria. La mermelada se la echaron a cucharadas a la pequeña Gerti en el pelo entre grandes carcajadas, y luego le vertieron generosamente encima la achicoria”.
Las mujeres alemanas prefieren olvidar la historia; las polacas la conocen bien, saben lo que significa la invasión de un ejército indisciplinado, ebrio, hediondo, venido de una tierra sin libertad, sin respeto por el individuo.
En esta parte del mundo más que en ninguno, las mujeres han sabido ser guerreras.
Por eso el 8 de marzo, las aguerridas mujeres en Polonia, antes que marchar, se ocuparon y se siguen ocupando de socorrer a las ucranianas; asistiendo a las desplazadas, embarazadas, a quienes precisan de un aborto o cualquier atención médica; enviando alimentos, cosas de mujeres, denunciando a los padrotes que en la frontera quieren enganchar muchachas, recaudando alimentos dando cobijo a niños, impartiendo cursos de lenguas, traduciendo documentos, facilitando transporte, levantando guarderías, y ayudando en lo posible para que las mujeres y niñas ucranianas no caigan en manos del baboso monstruo ruso.
Ceterum censeo Putinum esse delendum.
(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.