Futuro alimenticio: tres porvenires probables

Es posible que todos los momentos que reconocemos en nuestra relación diaria con la comida un día desaparezcan. ¿Por qué? Propongo tres posibilidades.
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El pipián en casa de la abuela, los burritos en el microondas, el puesto de tacos a las tres de la mañana, el restaurante en un barrio exclusivo, la pechuga a la plancha de la dieta de enero, los romeritos navideños: todos, momentos que reconocemos en nuestra relación diaria con la comida y que un día, tal vez, desaparezcan. ¿Por qué? Propongo tres posibilidades.

 

Calentamiento global y despilfarro

 

HAMM: I’ll give you nothing more to eat.

CLOV: Then we’ll die.

HAMM: I’ll give you just enough to keep you from dying. You’ll be hungry all the time.

Samuel Beckett, Final de partida

 

En su quinto reporte, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) comparte su pronóstico para 2030: un decremento en la producción agrícola derivado del calentamiento global y las prolongadas sequías –como ejemplo de esto, California entró en su cuarto año sin lluvia y anunció recortes en el consumo de agua que impactan, principalmente, a la agricultura. Aunado a esto, diversos alimentos como uvas, cacahuates, café, y distintos tipos de pescados y mariscos, podrían desaparecer en los próximos años.

Por si esto fuera poco, existe un gran despilfarro de alimentos. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que un tercio de los alimentos producidos en todo el mundo para consumo humano se desperdicia y, al mismo tiempo, 805 millones de personas, a nivel mundial viven, con hambre[1].

¿Reviviremos el racionamiento que durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos introdujo para asegurar una “distribución justa”? ¿Los modelos de racionamiento cubano y venezolano serán la regla? Siendo realistas, nada impide que el clima fuerce una situación similar en el futuro.

 

Vegetarianismo y derechos de los animales

Dost thou think, because thou art virtuous, there shall be no more cakes and ale?

William Shakespeare, La duodécima noche: Segundo Acto, Escena 3

 

Google Books Ngram Viewer es una herramienta que permite graficar la frecuencia de una palabra en libros publicados entre 1800 y 2008[2]. Ofrece, así, una aproximación a la popularización de un término y da una idea general sobre el momento en que una palabra o concepto cobró importancia. Tomemos, por ejemplo, el caso de vegetarianismo y veganismo:

En la gráfica se puede observar que el interés en el vegetarianismo tuvo su momento de inflexión en 1970[3], mientras que el veganismo cobró relevancia a mediados de la década de los noventa. Esto se puede atribuir a distintos fenómenos: la influencia de las religiones de la India en los movimientos sociales de los años 60, la defensa de los derechos de los animales como una extensión de nuestras nociones de igualdad (Peter Singer et.al), así como la atención mediática sobre la relación entre el consumo de carne y la salud[4].

En los Estados Unidos, 2% de la población se considera vegetariana y un 10% adicional lo llegó a ser en algún momento[5]. Al preguntárseles sobre las razones por las cuales habían decidido dejar de comer carne, destacaron dos: su salud y los derechos de los animales.

Conforme la pirámide poblacional se invierte, se estima que un mayor número de personas preste atención a lo que come. Ya hay algunas señales de esto: el consumo de carne roja en países desarrollados va a la baja y hay un crecimiento claro en los productos vegetarianos en el comercio detallista. Esto coincide, además, con una visión sobre el reino animal que está mutando y sobre la que he escrito antes aquí.

 

Tecnología

 

Pero si la sal pierde su sabor, ¿cómo volverá a ser salada? Ya no servirá para nada, sino para ser arrojada a la calle y pisoteada por la gente.

Mateo 5:13

 

Antes de seguir meditando en abstracciones, quiero referir una experiencia personal: hace unas semanas comencé a ingerir un producto llamado Soylent–un nombre desafortunado, si pensamos en aquella película de los 70 titulada Cuando el destino nos alcance (Soylent Green)– cuyo propósito es sustituir parcial o completamente los alimentos tradicionales.

La fórmula se ingiere como una especie de batido y un vaso promete los mismos nutrientes que una comida balanceada. En su panfleto introductorio avisan: “esta mezcla de masa y energía es la comida del futuro. (…) Cada trago de Soylent es un pequeño paso para reducir la brecha alimentaria y contestar preguntas acerca de la comida y nosotros mismos que han permanecido sin respuesta”.

La mezcla tiene un sabor a maicena y cierto resabio viscoso. Pese a esto, su sabor no es desagradable. Me llevó una semana, aproximadamente, acostumbrar mi organismo a dicho alimento –puede llegar a generar cambios digestivos que no vale la pena detallar. Sustituí, gradualmente, mis comidas durante dos semanas hasta el momento en que mi alimentación se basó, únicamente, en esta bebida. Entre las consecuencias inmediatas noté un decremento de peso y grasa corporal, así como un cambio casi imperceptible en mi olor. En cuanto a mi actividad física, se mantuvo estable y mis niveles de energía fueron constantes a lo largo del experimento.

Rob Rhinehart, el fundador, dijo en una entrevista que Soylent era “la vida después de la comida”. Ciertamente, tiene el potencial de expandir el alcance de una dieta saludable a lugares con pocos recursos, además de reducir el despilfarro alimenticio. Sin embargo, existen posturas críticas ante su fórmula que vale la pena considerar y que refieren, básicamente, al uso de la maltodextrina e isomaltulosa como una fuente de energía –son carbohidratos complejos similares al azúcar cuyas moléculas se rompen y se absorben fácilmente, generando un pico de insulina[6]. En palabras simples, como fuente de energía es similar al azúcar, con todo lo negativo que esto significa.

Más allá de esto, el Soylent de Rhinehart plantea una pregunta importante: ¿vale la pena convertir a la comida en una actividad que obedezca a la lógica de la máxima eficiencia? Ni siquiera en el espacio se han tomado estas medidas.  

 

Colofón

Además de estas tres ideas, hay otras tendencias que pueden significar una disrupción importante: los GMO (genetically modified organism), la impresión 3D de tejido vivo para la producción de carne (esto ya existe y está siendo desarrollado por una empresa llamada Modern Meadow) o el cultivo vertical, entre otras.

Hablar del futuro en estos términos, sin embargo, ignora el impacto actual de eso que llamamos cultura –nuestro lenguaje, creencias, religión, historia y el largo etcétera de nuestros pueblos. Productos como Soylent evitan tomar en cuenta que nuestra relación con la comida no solo se mueve entre la sobrevivencia y el hedonismo, sino que cruza horizontal toda nuestra vida social y la manera en la que interactuamos con los otros –me pregunto, por ejemplo, si el acto de comer tacos a las 3 de la mañana responde más a una convención social que a un impulso gástrico.

Todo puede pasar, nada puede pasar: tal es la paradoja del futurista que intenta, a partir de ciertos indicios, prever lo que acontecerá. Esta mirada a lontananza es tan vieja como el hombre mismo: mirar las nubes y, a partir de esto, predecir la lluvia.

 

[1]En México, la estadística oficial retrata un decremento en dichas cifras. Sin embargo, el programa aparece llenos de irregularidades (Proceso, Febrero 2015).

[2]Previo proceso de digitalización.

[3]Esto en el idioma inglés. Si se ejecuta la misma búsqueda en español, la curva de interés inicia en 1990.

[4]Por ejemplo, durante la cobertura de la enfermedad de las “vacas locas” a inicios del siglo XXI.

[5]Study of Current and Former Vegetarians and Vegans (2014); Human Research Council.

[6]Por esta razón, muchas personas en foros en Internet refieren la sensación de hambre después de consumir Soylent.

 

 

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(Tampico, 1982) es narrador. En 2015 publicó París D.F., su primera novela, por la que ganó el Premio Dos Passos. En 2017 ganó el IX Certamen Internacional Sor Juana Inés de la Cruz en la categoría de cuento con el libro Los recuerdos son pistas, el resto es una ficción. Actualmente vive en Barcelona, desde donde mantiene El Anaquel, un blog y podcast sobre literatura y cultura.


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