Existen filosofías que pretenden que de la salud cuidan las energías positivas de la madre tierra, fenómenos físico-químicos desconocidos, o que la enfermedad es un desequilibrio vital que se encara de forma “holística” potenciando psíquicamente el proceso de autocuración. Muy relacionadas con estas ideas tenemos las llamadas “medicinas alternativas” que viven un momento de esplendor. La mayoría de ellas tienen una larga historia y han corrido paralelas a la medicina más o menos establecida. Esto no era tan extravagante puesto que el término “arte de Galeno” –en lo que tenía de “arte” como aproximación apriorística y puro ensayo y error– ha calificado la medicina “oficial” hasta hace poco. Lo que resulta extraordinario es la explosión que estas prácticas han experimentado en los últimos veinte años cuando precisamente una mejor compresión de la importancia del método científico está favoreciendo una medicina cada vez más basada en las pruebas (en la “evidencia” si se traduce directamente el término inglés). Sin embargo, se da la situación paradójica de que por una mezcla de intereses ideológicos y crematísticos incluso universidades de países avanzados estén ofreciendo cursos y licenciaturas en paraciencias y supercherías cuando el objetivo de la universidad en los viejos tiempos era, como recordaba en la revista Nature David Colquhoun, del Departmento de Farmacología del University College de Londres, “la búsqueda de la verdad”. La creación de una cátedra de homeopatía en la Universidad de Zaragoza o la programación por parte de la UNED de tres cursos de máster en los que se enseñan pseudociencias son pruebas de ello en nuestro país. En este clima florece el delirio. Así que no es extraño el avance de los movimientos antivacunas y que se les ceda espacio en los medios de comunicación para que puedan exponer sus “argumentos” con tanto respeto como los de cualquiera. Sobre todo de la ciencia.
Estos movimientos se nutren de padres seguidores de filosofías más espiritualistas que científicas que, siguiendo los consejos de ciertos personajes carismáticos (médicos sin ningún prestigio académico como Andrew Wakefield, monjas justicieras, etcétera), deciden no vacunar a sus hijos.
Repercusiones
En muchos países de Europa occidental las coberturas de vacunación están por debajo del 95% recomendado. La caída en el número de niños vacunados está provocando que volvamos a ver brotes de enfermedades que estaban en curso de remisión. Entre ellas la tos ferina y el sarampión.
Tres países –Gran Bretaña, Suecia y el Japón– dejaron de utilizar la vacuna contra la tos ferina por miedo injustificado. Las consecuencias fue- ron drásticas e inmediatas. En Gran Bretaña, tras la disminución de la tasa de vacunación contra la tos ferina en 1974 se produjo una epidemia que para el año 1978 había ocasionado más de 100.000 casos y 36 defunciones. En el Japón, por las mismas fechas, una disminución de las tasas de vacunación (de entre el setenta al veinte y el cuarenta por ciento) ocasionó un incremento brusco del número de casos de tos ferina: de 393 casos y ninguna defunción en 1974 a 13.000 casos y 41 defunciones en 1979. En Suecia, la tasa de incidencia anual de tos ferina por 100.000 niños de cero a seis años aumentó de 700 casos en 1981 a 3.200 en 1985.
El sarampión, causado por un virus, es una de las infecciones más contagiosas y puede producir brotes con facilidad. España puso en marcha en el año 2000 un proyecto para erradicarla en diez años. Sin embargo, en nuestro país ha habido brotes de esta enfermedad debido a deficiencias en la vacunación. En 2009 hubo tres brotes. El mayor fue en Andalucía (22 casos), los otros dos en Cataluña. Pese a la vacunación, en 2009 se registraron 42 casos de sarampión: 32 fueron autóctonos y siete importados. En octubre de 2010 hubo un brote en Granada con 46 personas contagiadas y tres hospitalizados, dos adultos y un menor de edad. Se detectó su origen en un grupo de niños que no habían sido vacunados por sus padres en un colegio del Albaicín. Según ellos, “por principios éticos”.
Volver al sentido común
¿Qué puede llevar a que unos padres tomen esta arriesgada decisión? ¿Cómo unos estudios falsos o la palabra no informada de personajes populares (la del actor Jim Carrey y su esposa, por ejemplo) tienen más repercusión que los miles de datos que avalan los beneficios de la vacunación infantil?
Aunque los antivacunas no quieran creerlo, la viruela fue erradicada gracias a esa técnica, y millones de personas han salvado la vida o evitado enfermedades aterradoras gracias a ella: polio- mielitis, varicela, difteria, paperas, rubéola… enfermedades que estaban casi derrotadas y que hoy tienen como poderosos aliados a promotores oscurantistas que no se moles- tan en dar siquiera pruebas.
Además de la inmnunización individual, la vacunación tiene un efecto de inmunización de grupo: cuanto mayor sea el porcentaje de personas vacunadas, menor será la posibilidad de que alguien infecte a las no vacunadas. Los irresponsables que se dejan arrastrar por ideas sin fundamento basadas en argumentos no científicos no solo pueden poner en peligro la vida de sus hijos, sino la del resto de personas de su entorno.
Los padres de niños no vacunados exponen a sus hijos a una versión mucho más grave de la enfermedad y hacen peligrar la vida de compañeros de aula a cuyos padres ser más sensatos no les sirve absolutamente de nada. ~
(Barcelona, 1955) es antropóloga y escritora. Su libro más reciente es Citileaks (Sepha, 2012). Es editora de la web www.terceracultura.net.