Zaid y Dieste, confluencia en Monterrey

En 1952, Rafael Dieste impartió una charla que deslumbró al joven Gabriel Zaid, quien en ese momento descubrió que las matemáticas podían leerse. Desde aquel encuentro, una misma originalidad que atraviesa disciplinas parece entrelazar la obra del gallego y el regiomontano.
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Treinta y cinco años después de haber vivido por primera vez en México, en Tampico, Rafael Dieste –poeta, ensayista, dramaturgo, narrador, periodista y matemático gallego– regresó en julio de 1952 a nuestro país, específicamente a Monterrey, en donde impartió clases de literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey, así como en la Universidad de Nuevo León.

Dieste tenía entonces 53 años. Había sido cofundador de la revista Hora de España, varios de cuyos miembros habían sido acogidos por Octavio Paz en la revista Taller (1940-41) y por Alfonso Reyes en la Casa de España. Había sido también director del Teatro Nacional en plena guerra civil. Lo había invitado a Monterrey el director del área de humanidades, Alfonso Rubio y Rubio. Como Luis Cernuda antes de venir a México, Rafael Dieste estuvo una temporada en Cambridge, como lector. En Monterrey contactó a “un grupo de estudiantes de ingeniería que formamos un club de lecturas para leer a los clásicos de ciencias. Le pedimos que hablara de los Elementos de Euclides y su charla fue una revelación. Nunca vimos tan claro que las matemáticas se pueden leer” (Gabriel Zaid, “La integridad creadora”, Revista de la Universidad de México, diciembre de 1982).

Leer las matemáticas, leer el mundo, ¿qué es leer? El que lee descifra, ordena, relaciona, recuerda, imagina, descubre, aprende, compara, duda, piensa, interpreta, crea. La lectura libera, escribe Zaid. El lector de libros “se extiende a leer el mundo, la vida, quiénes somos y dónde estamos”.

Pedro Reyes Velázquez, profesor de literatura del Tecnológico, aconsejó a Zaid acercarse a Dieste porque sabía mucho de teatro y “yo había escrito y dirigido un par de piezas teatrales” y fungido como crítico teatral en la revista estudiantil El Borrego (cfr. “Zaid y el gran teatro del mundo”, Letras Libres, enero de 2020).

Zaid se aproximó y conoció a Rafael Dieste y a Carmen Muñoz Manzano, su esposa, “guapa, inteligente y carismática. Como maestra, tenía mucho más éxito que Rafael”. El encuentro de Zaid con Dieste fue decisivo, se convirtió en buen amigo del matrimonio y en discípulo de Rafael. Cuando salieron de México, Zaid los visitó en Buenos Aires y en Galicia.

Incluso al organizador más riguroso, como Gabriel Zaid, se le aparece en la vida un encuentro milagroso por todo lo que detonó. Encontró en Dieste un profesor que tenía ojos de poeta y era un magnífico conversador. Dieste era, según Zaid, “un manantial creador, donde no cabía el rollo, la malevolencia ni las opiniones trilladas” (todo aquel que conozca a Gabriel Zaid en persona podrá reconocer estas buenas prendas de la conversación inteligente que le vienen de Rafael Dieste).

Un profesor de literatura interesado en las matemáticas y la geometría. Charlaba con los jóvenes ingenieros que “más que inclinarnos a considerarlo un genio, un ser excepcional, nos hacía sentir que lo normal era usar toda la cabeza, no unos cuantos lóbulos”. La historia se alimenta de accidentes. La guerra civil española arrojó a nuestra orilla una diáspora de grandes escritores españoles como maestros en universidades latinoamericanas y estadounidenses. Aunque Zaid estudiaba ingeniería en el Tecnológico se vio beneficiado por las actividades culturales, especialmente del Departamento de Humanidades. En ese periodo estuvieron ahí el poeta Pedro Garfias, Rafael Dieste y Dámaso Alonso como conferenciante. No es casual que el primer poema largo de Zaid haya sido la “Fábula de Narciso y Ariadna” inspirado en la “Fábula de Equis y Zeda” de Gerardo Diego, amigo y compañero de generación de los tres poetas reunidos en Monterrey a mediados de los años cincuenta. No solo se benefició Zaid con la claridad y penetración de los juicios literarios de Rafael Dieste, ni por su compañía generosa y creativa, sino que le abrió una dimensión geométrica. Durante su estancia en Monterrey, al mismo tiempo que otros tres matemáticos de diversas nacionalidades, cada uno de forma independiente y con métodos diversos, logró plantear un teorema. “Hay, pues, todos los elementos para documentar como mínimo lo siguiente: entre 1953 y 1961 surgió en la historia de la geometría un nuevo teorema, a través (por lo menos) de cuatro personas y procedimientos diferentes. Y una de estas personas fue Rafael Dieste” (Gabriel Zaid, “Problemas archivados”, Letras Libres, abril de 2017).

En esos años, cuando Zaid lo trató en Monterrey (julio de 1952 a diciembre de 1954), Dieste no solo daba clases de literatura, conferencias sobre Euclides y mantenía amistad con los jóvenes ingenieros, sostenía al mismo tiempo una intensa investigación en los arduos caminos de las matemáticas. El autor de los extraordinarios relatos de Historia e invenciones de Félix Muriel (hay edición accesible en Cátedra) durante años estudió los fundamentos en los que se basa la geometría y logró hacerlo fuera del circuito académico, con rigor e imaginación. Se interesó en el quinto postulado de los Elementos de Euclides. “Este postulado fundamental de la geometría euclidea indica que, dada una línea recta y un punto fuera de esa recta, se puede trazar una y solo una línea recta paralela a la primera pasando por dicho punto” (Luis Pousa, “Rafael Dieste en 2666”, Papel Literario, junio de 2024). Roberto Bolaño, en esta novela, alude a la faceta matemática de Dieste en México.

Las líneas paralelas nunca se cruzan. Aunque a veces sí. Un poeta español de la generación del 27. Un poeta mexicano de la generación del medio siglo. Poetas, ensayistas de una multitud de temas (sociales, culturales, filosóficos, políticos), interesados en la geometría (Dieste en un teorema sobre la hipótesis lobachevskiana; Zaid en un teorema del progreso improductivo). Dieste transmitió a Zaid la facultad de leer las matemáticas. Dieste pudo, sin ser un matemático “profesional”, “académico”, plantear un nuevo teorema por saber leer las formas, por poder leer las matemáticas. Zaid ha podido, sin ser matemático o economista, leer el modelo económico mexicano, hacer la crítica de lo inapropiado que este resulta, y proponer un modelo alternativo, para el desarrollo de un país pobre.

Dieste leía las matemáticas y a través de ellas el mundo. Gabriel Zaid ha sabido leer la realidad a partir de sus múltiples saberes. El maestro español vino a México, conoció en Monterrey a Gabriel Zaid, se hicieron amigos, Zaid se volvió su discípulo. Podemos encontrar en ambos una misma curiosidad que atraviesa saberes, que sabe conectar la realidad libresca con el mundo práctico, la idea con la forma. Dieste, y me parece que en esto consiste su gran legado, supo transmitir a Zaid que a los problemas conviene no rehuirlos sino enfrentar sus tensiones para extraer de esa presión la creatividad, el saber inspirado. ~

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