Venían a buscarlo a él de Berta Vias Mahou

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El primer motivo por el que Berta Vias Mahou (Madrid, 1961) consigue llamar la atención y hacerse un lugar entre los autores a los que merece la pena seguir es la indiscutible calidad de su prosa. Ya en su anterior novela, Los pozos de la nieve, consiguió deslumbrar con una cuidada escritura que aspiraba, sin complejos ni imperativos de falsas ultramodernidades, a seguir el rastro de la literatura de los autores que más le interesan y a los que, en muchas ocasiones, ha traducido: Stefan Zweig, Arthur Schnitzler, Joseph Roth o Goethe. Es obvio su interés por una tradición centroeuropea constantemente atenta al análisis de los atributos de su civilización, el significado y la culpa del legado cultural recibido del pasado, de los acontecimientos que han marcado su historia y de las posibilidades del futuro.

Aquí el entusiasmo por el personaje y la obra de Albert Camus le ha empujado a recrear sus últimos días de vida a través de Jacques Cormery, el alter ego que el propio Nobel francés creó para hablar de su infancia en El primer hombre, el manuscrito que fue encontrado en una bolsa entre los hierros del coche en el que viajaba, con Michel Gallimard al volante, cuando murió el 4 de enero de 1960. Vias Mahou ha recuperado la grandeza del escritor para construir un personaje magnánimo por su integridad, su compromiso durante la guerra de Argelia, sus contradicciones afectivas, sus culpas y sus fidelidades e infidelidades. La admiración y el agradecimiento que siempre sintió por su profesor del instituto es una pequeña pero ilustrativa muestra del carácter y la moral de quien, nacido en el seno de una paupérrima familia, llega a ser Premio Nobel de Literatura a los 44 años.

Además, el personaje de Jacques Cormery/Albert Camus también sirve a la autora para ahondar en temas que, aun estando latentes, tienen una gran importancia en su obra, como el compromiso político. Venían a buscarlo a él da forma y trama a la sensación de ser perseguido que Camus había manifestado en el manuscrito en el que estaba trabajando antes de morir. Así, Vias Mahou recrea una auténtica confabulación en la que intervienen muchos y diversos agentes. El enfrentamiento con su otrora amigo Jean-Paul Néant –en quien no es difícil identificar a Sartre: “El rey, el papa, el juez supremo. El gran inquisidor. El Alfa y el Omega para tantos papanatas que se enorgullecían de no tener religión alguna y, sin embargo, la tenían”– es la puesta en escena su desencanto y distanciamiento del Partido Comunista: “La izquierda ortodoxa sabía aplicar el ostracismo con más refinamiento que los mismísimos griegos. La excomunión mejor que los papas. Y desde que Jacques denunciara públicamente los campos de concentración descubiertos en la Rusia de Stalin las miradas de soslayo y las risas extemporáneas habían ido en aumento.” En este aspecto, como en su denuncia de los nacionalismos –“El odio se alimenta de odio en cualquier cultura. Y cuando ya ha crecido bastante, se llama nacionalismo”– y del fanatismo árabe –a cuyos defensores muestra como responsables últimos y materiales de la muerte del escritor–, la autora carga las tintas para, a partir del personaje de Jacques/Camus, imponer decididamente su propio discurso de denuncia sobre estos temas en una generalización poco acorde con la sutileza y los matices de los que se muestra capaz en su magnífica escritura.

Si bien está lejos del compromiso a que otros autores y autoras más acomodados en las posturas de la progresía centralista oficial nos tienen acostumbrados, no queda duda de que en la obra de Berta Vias Mahou hay un trasfondo político, aunque en Venían a buscarlo a él la autora haya querido camuflarse tras la postura de Camus. Y es por la solidez de la construcción de la trama, la pericia con que construye un personaje que revive al modelo y un universo repleto de sensaciones, reflexiones, experiencias y sentimientos comunes a todo ser humano, que se perdonan algunas de las incómodas, por lo rotundas, aseveraciones políticas o ideológicas en las que para rechazar totalitarismos e imposiciones acaba cayendo en un territorio pantanoso. Albert Camus pagó cara su integridad y su coherencia, “su propuesta de tratar de buscar una tercera vía, la de la conciliación entre los diferentes pueblos que vivían en aquel país, para evitar que hubiera más víctimas, sobre todo mujeres y niños inocentes”, así como su deseo de no dejarse reclutar para ninguna causa totalizadora y uniformizante. Haber transmitido tan eficazmente este mensaje es uno de los principales aciertos del libro que, por otro lado, pone encima de la mesa diferentes posibilidades de debate acerca de temas que continúan siendo de candente actualidad. En la reconstrucción de la actividad del Frente de Liberación Nacional –con sus apoyos hipócritas y contradictorios en Francia y sus mercenarios, que cínicamente asumen que su lucha no es sino un negocio, cuyos atentados matan a los que dicen defender–, se encuentra el contrapunto a todo lo que defiende Jacques/Camus. Y es ahí donde se encuentra y se desarrolla la principal amenaza, que sirve para crear la tensión que va creciendo a lo largo de la novela. Al poner el porvenir del escritor en manos de los terroristas, Vias Mahou consigue infundir el mismo pánico que siente quien sabe que circula en un coche sin frenos.

La única ocasión en que el verdadero Camus toma la palabra en el libro es durante una entrevista radiofónica en la que habla sobre su adaptación de Los poseídos, de Dostoievski, que recrea lo que considera “el primer crimen organizado por razones de técnica política, algo que causó una gran impresión en la época”. Otra denuncia del horror que a veces posee a los seres humanos, aparentemente divididos entre poseídos y desposeídos. Estar siempre en oposición a unos e incondicionalmente a favor de los otros es lo que define a este grandioso personaje (re)creado magistralmente por Berta Vias Mahou, cuya propuesta narrativa debería encontrar abiertas todas las puertas de entrada a la mejor literatura española actual. ~

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