Poema

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Cuando, hermano Francisco,
el lobo lame tu mano,
¿por qué elevas la mirada al cielo?

Los lobos no miramos como tú,
tenemos el hocico al ras de tierra,
siguiendo algún olor que nos trastorna.

Si alzamos la mirada es para aullar.
¿Has aullado alguna vez, hermano?

¿Por qué te apiadas de las criaturas?
¿Por qué criaturas,
si el hambre cría a todos por igual?

¿Por qué tu mano, siempre tu mano?
¿Dónde tienes las garras y los dientes?
¿Y dónde la jauría?
Un lobo sin jauría no es nada, ¿y tú?

En esa mano tuya hay algo que repele,
sabemos de las manos de ustedes,
odiamos sus dedos y sus caricias,
su puro olor nos electriza el pelo.

No somos criaturas de tu Dios,

así que cuida la mano que tiendes,
porque no hay sumisión,
mientras nos acaricias te olemos,
siguiendo a nuestro único dios.

Con lengüetazos
que no te imaginas
cubrimos de ternura a los lobeznos.
¿O crees que solo ustedes se extasían?

Y cuando, perdido el rastro
que seguíamos,
rendidos del cansancio,
hambrientos,
agobiados por los árboles,
buscamos el consuelo de la luna,
aullamos con locura,
agradecidos de estar vivos
–lobos y no criaturas–
en esta gran carnicería.

Pobre Francisco, pobre santo,
erguido en vano entre los lobos
de tu gente,
lobo tú mismo con tu mano. ~

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