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En la historia del futbol moderno ninguna selección ha evitado uno que otro fracaso. No hay una sola excepción. Para no complicarnos las cosas, acotaré este repaso a los últimos cincuenta años. Francia, actual campeón del mundo, ha pasado por al menos tres periodos de cosechar amarguras. Tras el retiro de Platini, la selección que ganó la Euro, que llegó a semifinales en dos Mundiales consecutivos, no calificó en 1990 ni en 1994. Luego ganó el Mundial en casa, seguido por la Euro (una hazaña, en ese momento, sin precedentes), para después irse del 2002 en primera ronda, con la cola entre las patas (y también en 2010, a cuatro años de ser subcampeón). Brasil, la selección más exitosa de la historia, pasó 24 años sin pisar una final. Años después, en su propia casa, Alemania le clavó siete goles. Repito: siete goles. ¿España? España no figuró hasta el 2010 y en el 2014 Holanda le metió cinco (¡cinco!), cuando un Mundial antes la Furia Roja había levantado la Copa del Mundo. Podríamos también hablar de Argentina, eliminada en fase de grupos del 2002. O de Italia, no calificando a dos Mundiales al hilo. O de Alemania en 2018 y 2022.
Más allá de mala suerte o de problemas dentro del grupo (como ocurrió con Francia en el 2010), hay algo en común que tienen muchas de las selecciones que atraviesan por un periodo de fracasos: se llama transición. Una generación talentosa, acostumbrada a ciertas figuras, a un estilo de juego o a cierto entrenador, se ve obligada a reinventarse. Le pasó a Francia después de Platini y Zidane, le pasó a Brasil cuando abandonó el jogo bonito, le pasó a España tras el retiro de Puyol y la veteranía de algunas figuras clave. Les pasa a todos. Incluido, por supuesto, a México.
Estoy consciente de que los logros de las selecciones que he mencionado superan con creces a nuestras modestas conquistas: una medalla de oro en Juegos Olímpicos, dos campeonatos Sub-17, siete octavos de final al hilo. No obstante, lo que estamos viendo en México es el equivalente a esos trances en los que una selección debe renovarse. Vienen vacas flacas, como con todos los equipos.
El asunto es qué hará México durante este lapso, cómo lo asumirá y si saldremos del bache en poco tiempo. No olvidemos que Uruguay se tardó cuarenta años en volver a pisar una semifinal de Copa del Mundo. Es decir: hay baches que duran una eternidad. Y lo ideal, claro, sería que el bache mexicano resulte lo menos doloroso posible.
La cosa, seamos sinceros, no pinta muy bien. No es fácil que un país con una reserva escasa de talento se reinvente en tres años y medio. Tendría que haber cambios estructurales muy hondos. Y llevar a cabo cambios estructurales muy hondos no es el fuerte de México, un país en el que nadie renuncia si se derrumba una línea del metro o si un grupo de aficionados destroza a golpes al grupo rival en pleno estadio.
No sé qué debería hacer México exactamente, en gran medida porque estoy contaminado por el (siempre improductivo) ruido de las redes sociales: los torneos cortos son perniciosos, igual que la liguilla, el no descenso y un largo etcétera. De lo que sí estoy seguro es de que, tras los cambios que vengan, la afición debería esperar unos buenos ocho años de frustraciones, incluyendo el Mundial que se juega en casa. Es improbable que llegue un técnico con varita mágica a cambiar el panorama en un santiamén. Es improbable que Marcelo Flores resulte la reencarnación de Maradona y él solito nos meta en semifinales del 2026. Es improbable que una generación joven que apenas se probó en un Mundial esté suficientemente curtida para el siguiente, sin eliminatorias ni Copa América ni Confederaciones de por medio. Y ese es quizás el peor error de Martino: apostarle a la segura, con una serie de veteranos, en vez de asumir que este Mundial era de transición y darles una oportunidad a Giménez y a Lainez, por poner solo dos ejemplos.
Sería honesto y refrescante si Yon de Luisa declarara que México está en un periodo de ajuste y que no saldrá de él pronto. Tras el escándalo de los cachirules, México contrató a Menotti, se replanteó su estilo de juego y nos regaló un segundo lugar en Copa América y un Mundial muy digno. Fueron años de ser pacientes y de apostarle a cambios profundos. A nosotros los aficionados nos toca lo primero. Espero que los capataces del futbol mexicano se encarguen de darnos lo segundo.