Cultivar el asombro

Los integrantes de El Cúmulo de Tesla hablan sobre el origen y los propósitos de este colectivo, nacido hace nueve años para difundir la ciencia, el arte y la literatura.
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El Cúmulo de Tesla es un colectivo interdisciplinario, nacido en la Ciudad de México, que desde hace nueve años se ha dedicado a difundir la ciencia, el arte y la literatura. El grupo ha organizado charlas, mesas redondas, transmisiones por YouTube y Facebook y podcasts sobre temas diversos, que han ido desde la coexistencia posible entre especies hasta la ciencia según Ray Bradbury. Entre sus publicaciones se encuentran un fanzine sobre ciencia ficción de frontera, la serie de postales ¡La ciencia es nuestra! y el libro Mis pies tienen raíz. Mujeres del mundo de habla hispana (Océano, 2021), ilustrado por Atenea Castillo. De acuerdo con su página web, los motiva “el asombro, la camaradería, las ganas de saber y de compartir el entusiasmo por la imaginación y la creación en todas sus vertientes”.

Una breve historia del Cúmulo de Tesla

David Venegas: Yo soy biólogo de formación y comunicador de la ciencia. Cuando trabajaba en el Instituto de Ciencias Nucleares (ICN) de la UNAM, planeamos un evento de divulgación que se llamó “Ciencia ficción/ciencia”. La idea era presentar las investigaciones del ICN, que, si uno les pone atención, suenan como de ciencia ficción: exploración del espacio, agujeros negros, relatividad, el mundo cuántico. Para eso, sabía que necesitábamos hablar con quienes estaban escribiendo ciencia ficción en México. Me puse a investigar y el primer nombre que encontré fue el de Libia Brenda, por un artículo que publicó la revista Tierra Adentro. Ambos reunimos a nuestros respectivos equipos: yo, de científicos; Libia, de escritores. El evento fue un éxito porque armamos un diálogo. Los investigadores del instituto impartieron charlas sobre sus últimas investigaciones a este grupo de personas fascinadas, curiosas y preguntonas acerca de todo lo que estaba pasando en ese mundo que les gustaba tanto. Este diálogo también produjo un laboratorio de escritura de ciencia ficción, adonde se inscribieron varios investigadores y estudiantes. A partir de ahí tuvimos una interacción más cercana. Se nos ocurrió que había que formar un colectivo, independiente de las instituciones en donde trabajábamos. Más allá de tomar la literatura como una herramienta de divulgación, nos dimos cuenta de que había una necesidad que no se estaba cubriendo. Estas disciplinas tenían que hablar y tenían que tener su propio espacio.

Libia Brenda: Yo soy editora y escritora de géneros imaginativos y especulativos. Para mí fue muy sorprendente que David me llamara, porque nunca alguien del ámbito científico me había buscado antes. Más allá de que tengamos ideas en común, genuinamente creo que hubo una coincidencia de ánimos, de caracteres, de búsquedas. Y la primera vez que nos vimos no sabíamos todos los puntos de encuentro que podía haber. La gente de ciencia ficción imaginamos, por ejemplo, cómo será un laboratorio en el que se hace investigación científica, y un día nuestros compañeros del ICN nos invitaron a ver varios laboratorios, ¡e incluso material radiactivo! Recuerdo mucho el asombro que eso despertó en los artistas y escritores que participamos. Paralelamente, la gente de ciencia se maravillaba frente a ideas, como la creatividad y otras formas de aproximarse al conocimiento, más propias de quienes hacemos literatura.

Gabriela Damián Miravete: Yo soy escritora de ciencia ficción y fui la responsable de publicar, como editora invitada, el texto de Libia Brenda sobre cyberpunk que David leyó en Tierra Adentro. La razón es que me interesaba incluir el testimonio de una de las escritoras más importantes del movimiento de ciencia ficción mexicana. Después nos encontramos a David en una charla sobre La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. Le Guin, que era parte de un ciclo, no sobre ciencia ficción, sino sobre sexualidad femenina. De modo que el feminismo ha sido una parte importante del Cúmulo de Tesla desde sus inicios.

Antígona Segura: Yo trabajo en el Instituto de Ciencias Nucleares, en donde se organizó un curso de ciencia ficción por iniciativa de David Venegas. Mi área es la astrobiología, que estudia cómo surge la vida en la Tierra y cómo se podría originar en otros planetas, pero también cómo se forman los mundos habitables, cómo evolucionan, cómo distinguimos los habitables de los no habitables, los habitados de los no habitados. Siempre he sido fan de la ciencia ficción y, cuando me enteré del curso, no quise quedarme con el gusanito. Ahí conocí a Gabriela Damián y a Libia Brenda.

Cisteil Pérez: Además de la ciencia ficción y su relación con la ciencia, en el Cúmulo aprendí distintas estrategias para comunicar las cosas que hago como entomóloga. Aprendí las herramientas de otras disciplinas y, sobre todo, me llamó la atención la forma que tienen las escritoras y las artistas de crear. Todo eso se puede implementar perfectamente en la ciencia. A la par, el Cúmulo me abrió muchísimas perspectivas para cuestionar a la misma ciencia y acercarla a las personas. Además, su punto de vista feminista me vino bastante bien.

Martha Riva Palacio Obón: Yo vengo de una familia de escritoras, pero estudié psicología, de modo que pasé buena parte de la carrera escuchando el debate de si la psicología es una ciencia o no. Hay una vertiente como la neuropsicología que dice: “somos ciencia”; otra, cercana al psicoanálisis y la filosofía, que dice: “somos un saber” y una tercera a la que no le importa. Aunque ya conocía a Libia y a Gabriela, supe del Cúmulo de Tesla gracias a la charla sobre Ursula K. Le Guin, en la que participaron. Para mí el Cúmulo ha sido y es un refugio. Juntos hemos descubierto que el asombro y la fascinación se encuentran lo mismo en las artes visuales y la literatura que en la ciencia.

Alejandra Espino: Yo estudié historia del arte y artes visuales. Me dedico a hacer ilustración y cómic. Entré al Cúmulo porque fui a las pláticas del ICN, colaboré en el primer fanzine, que fue una gran experiencia. Cada quien hizo lo que quiso con todos estos conocimientos que se ponían a nuestra disposición. Además de la horizontalidad, otra cosa que me gusta del Cúmulo de Tesla es que uno entra y sale de los proyectos y no es como que tengas que cumplir ciertos requisitos. En el colectivo nos vamos provocando asombro unos a otros. Y eso también permite dimensionar a las personas con las que trabajamos y el tipo de conocimientos que tenemos. Hay, por otro lado, mucha generosidad en compartir lo que se sabe. No se ve una batalla de egos, nadie se considera la persona más importante del colectivo. La sola existencia del Cúmulo comprueba que es posible hacer las cosas de otra manera. Tenemos muchas inquietudes y ganas de seguir invadiendo espacios.

Libia Brenda: En el Cúmulo, del lado de la literatura llegamos con ciertas aproximaciones al conocimiento y, del de la ciencia, con otras. Al reunirnos, hicimos una tercera cosa. Inmediatamente supimos que podríamos trabajar en conjunto: un milagro para alguien que, como yo, ha pertenecido a distintos equipos de trabajo. Nunca tuvimos ninguna aproximación jerárquica. No hay líderes. Dijimos: vamos a hacerlo todo entre todes. Luego tuvimos la oportunidad de organizar charlas, que eran básicamente lo que platicábamos en los “desayuñoños” –teorías de biología y física, pero también sobre un libro o una película–, pero ahora frente a un auditorio. Así empezó el trabajo “hacia afuera”.

Gabriela Damián Miravete: Al momento de organizar las charlas o el fanzine, cada persona que formaba parte del Cúmulo encontró su propia expresión –la edición, la narrativa, la historieta– dentro de este eje que era la ciencia. Comenzamos entonces a reunirnos de manera informal –en los “desayuñoños”, como les llamamos– solo para hablar de cosas que nos entusiasmaban, en torno al arte, la ciencia, la ciencia ficción y demás. Esta serie de conversaciones nos llevó a escribir de manera colectiva el libro Mis pies tienen raíz. Mujeres del mundo de habla hispana.

Ciencia versus humanidades

Libia Brenda: Yo le echo la culpa al sistema educativo de la aparente división entre las ciencias y las humanidades. Desde que estamos en la escuela nos dicen: “Eres buena para las matemáticas, te vas a ir a estudiar algo que tenga que ver con la física.” O también: “A ti te gusta mucho leer, ni te acerques a las matemáticas.” Es cierto que culturalmente hay una jerarquización del conocimiento que le otorga más prestigio a la ciencia. Por ejemplo, Sheldon Cooper, el “genio” científico de The Big Bang Theory, cuya actitud era de desprecio, decía: “Oh, the humanities!” Los científicos tienen más crédito porque sí llegan a la luna, a diferencia de quienes escribimos de viajes a la luna que, supuestamente, tenemos menos prestigio. Es algo sistémico que uno absorbe, a veces inconscientemente.

Martha Riva Palacio Obón: No hay que perder de vista que, dentro de la lógica capitalista de producción, se trata también de especializarse. Este pensamiento descarta la complejidad a favor de lo literal y lo inmediato. En el Cúmulo, hemos visto que mucha gente entra en conflicto cuando le interesan cosas distintas a las de su profesión, basada en la idea de que somos unidimensionales. Esta separación entre las ciencias y las humanidades va de la mano con la idea de erradicar la curiosidad, la fascinación y el asombro. Pienso en Federico Campagna que, en su libro Magia e tecnica. La ricostruzione della realtà, muestra cómo desterramos del lenguaje lo inefable. En el sentido de que todo se tiene que nombrar, todo se tiene que serializar y cuantificar, sin importar cuál sea tu disciplina. Creo que va por ahí: en este énfasis de producir y producir, aunque estemos en pandemia, y no tengamos un momento para la contemplación, para aceptar la complejidad.

Cisteil Pérez: Yo añadiría a la academia o, mejor dicho, las academias. Las academias forman élites y muchos quieren pertenecer a ellas. En su pretensión de ser exclusivas, las élites no quieren entretejerse con otras para no perder sus cotos de poder.

Antígona Segura: Lo que dice Cisteil es importante. En la comunidad científica nos hemos encargado de sostener el mito de que la ciencia es enteramente racional. Mucha gente se ofende cuando les dices que “la ciencia no es racional”, pero es que no han entendido la filosofía de la ciencia. La racionalidad tiene una superioridad epistémica en esta sociedad. Y nos conviene mantener el mito de que la ciencia es el conocimiento “bueno”, el conocimiento “importante”. Me parece que parte de esta contraposición entre lo racional y lo emocional se ha sostenido sobre la idea que los hombres eran los racionales y las mujeres las emocionales. Sin embargo, cuando tú hablas con cualquier persona que se dedica a la ciencia, lo primero que vas a encontrar es mucha pasión. Es un trabajo muy extenuante y si no tienes pasión por él no vas a llegar a ningún lado. Creo que nosotros, como comunidad científica, nos cegamos para no ver lo que en realidad somos: personas a las que algo nos apasiona. Y que, por supuesto, metemos nuestra emoción cuando hacemos ciencia. Claro, las transiciones del hidrógeno no entienden de pasiones, pero quien las descubrió sí. Ese es el problema: no ver a la gente que hacemos ciencia como seres humanos completos, con todas las fallas que tenemos.

Gabriela Damián Miravete: Estos órdenes y estas jerarquías se repiten en diversos ámbitos y las artes no son la excepción. En el caso concreto de la ciencia ficción, si le preguntas a la gente “¿Cuál es el escritor de ciencia ficción?” te podrá decir, por ejemplo, Isaac Asimov, que es un escritor con ciertas características, entre las que destaca su apego a la ciencia, porque es el conocimiento que importa. Para este tema también hay que hablar del lugar que tiene la imaginación en la cultura. La imaginación es una cualidad humana indispensable absolutamente para todo. Y, en ese sentido, sí hay una jerarquía cuando hablamos de ciencia ficción “importante” para una época. Históricamente ha habido muchos momentos en los que el conocimiento del mundo natural y el conocimiento a través de la imaginación, desde las diferentes manifestaciones artísticas, estaban en constante diálogo. Esa división es un tanto artificial, tiene características históricas y económicas. Y justo esa amistad, esos diálogos, entre disciplinas, entre seres humanos que ejercen diferentes disciplinas, rompe esa división precisamente porque posibilita esos caminos entre sí y esas rutas compartidas. Para mí, la más importante es la imaginación. La imaginación se sigue considerando una cosa de niños. Y, por supuesto, lo infantil, lo lúdico, lo gozoso, también está jerarquizado. Es algo que no está al mismo nivel de importancia que las cosas serias y adultas, las que producen ganancia y son favorables para el sistema económico.

David Venegas: Coincido en que es una división completamente artificial. Pero, además, creo que hay que combatirla porque atenta contra la libertad de la mente de las personas. La mayoría de los científicos que conozco tienden a buscar una manera de expresarse en términos artísticos. Todo el tiempo están alimentando un mundo interno que no pueden manifestar en su investigación, que no puede formar parte de su vida “seria”. Ese mundo interno tiene que salir de alguna manera. Por otro lado, veo a los artistas y una buena parte ha tenido esa necesidad de llevar a cabo un experimento para entender un aspecto del mundo en el que están inmersos. Ya sea por motivos profesionales o simplemente para alimentar su propio mundo, un mundo que lo mismo se nutre con la investigación científica que con la creación. La división entre ciencias y humanidades impide el desarrollo completo de las mentes brillantes.

Alejandra Espino: Esa necesidad de categorizar viene de lejos. Es algo muy humano: meter las cosas en cajas y que no nos generen ruido o no nos den complejidades extras. Yo, personalmente, me decanto por disciplinas que son híbridas, que tienen un poco de esto y un poco de lo otro. Por poner un ejemplo: la ilustración científica, y las ilustradoras científicas cuya tradición se remonta al siglo XVII, muestra al dibujo como un medio para conocer de otra manera. No solo a través del lenguaje verbal o matemático. Nuestra cultura tiende a que, mientras más abstracto sea tu pensamiento, más complejo y más importante. Entonces si trabajas con puras fórmulas matemáticas eres el genio más genio de todos, y saber dibujar no sirve de nada. Pero es mentira: porque el dibujo ha sido una de las herramientas clave para la ciencia. Y más aún: el arte contemporáneo tiene ya décadas trabajando con cuestiones científicas. Los artistas contemporáneos usan desde hace mucho tiempo la ilustración científica y replican estrategias del trabajo científico para sus piezas e instalaciones. A pesar de ello, muchos siguen viendo el arte contemporáneo como una tomadura de pelo, porque no se compara con el esfuerzo de pintar o esculpir. Lo cual es muy paradójico, porque mientras, en la ciencia, se elogia el trabajo con las abstracciones, en el arte se le pide al artista que haga una labor manual para poder ser reconocido. Los seres humanos damos estos bandazos. En el Cúmulo de Tesla pensamos que ni la ciencia ni el arte contemporáneo son cosas que están en una torre de cristal. El arte contemporáneo nos interpela de manera emocional e intelectual y la ciencia tiene todos estos elementos de pasión y creatividad. Trabajamos en la desmitificación de los conocimientos. Cuando vuelves más accesible tanto el arte contemporáneo como la ciencia tienes más herramientas para seguir comprendiendo el mundo.

El punto de encuentro

Libia Brenda: Una de las cosas que más aprecio del Cúmulo de Tesla es que puedo mandar un mensaje en el que pregunte: “Amigues, si esta composición química opera de esta manera, ¿qué pasaría si…?” Para alguien que escribe ciencia ficción, tener a la ciencia en el asiento de al lado es un sueño cumplido. Constantemente les hacemos a nuestres compañeres preguntas que tienen que ver con la composición de la atmósfera, la composición del suelo. Y este what if, que es un punto muy básico para la literatura especulativa, se convierte en algo que crece y es como un fractal. Yo creo que pienso diferente, como ser humano y como persona que escribe, a partir de conversar con gente de ciencia. Pero también a partir de eso nuevo que se generó en el Cúmulo y que no es la suma de las disciplinas que lo componen, sino una tercera dinámica. Una mutación.

Antígona Segura: Yo hice una tesis de doctorado sobre Marte, pero nunca me había puesto a revisar realmente la historia de cómo, desde el lado de la ciencia, empezamos a concebir que había vida en Marte. Si investigamos podemos darnos cuenta de que, desde la ciencia y la ciencia ficción, fue creciendo la idea de que existen los marcianos. Hace muchos años teníamos telescopios lo suficientemente buenos para ver la superficie de Marte, pero no con la resolución necesaria para distinguir ciertas cosas. Lo que veíamos eran rayas que hicieron pensar en canales y en civilizaciones. En el New York Times podemos encontrar notas de la época donde se afirma que el astrónomo Percival Lowell estaba convencido de que existía una civilización en Marte. Y si pensabas lo contrario no tenías idea de lo que era la ciencia actual. Con el tiempo bajamos nuestras expectativas de vida en aquel planeta: todavía en los años sesenta pensábamos que podía haber vida en Marte, en forma de plantas, y más tarde que esta vida podría existir en forma de bacterias. Ahora mismo, en realidad, no hemos encontrado nada en Marte. ¿Qué nos enseña todo esto? Que claramente hay una retroalimentación entre el imaginario popular y lo que hacemos los científicos. Como de ida y vuelta. Los científicos también contribuimos a eso. Sucedió algo similar con Venus, que está cubierto de nubes. Por un tiempo se pensó que si había nubes había agua, y si había agua había plantas. Así hasta suponer que había dinosaurios. Fue Carl Sagan quien, en su tesis doctoral, nos hizo ver que las mediciones de radio decían que la temperatura superficial estaba alrededor de los cuatrocientos grados centígrados. Luego ya descubrimos que las nubes no eran de agua. De modo que no es extraño que la gente de ciencia nos hayamos volado la barda con la imaginación.

Gabriela Damián Miravete: Siempre tengo en mente una gran frase del personaje de Ian Malcolm, de Jurassic Park, interpretado por Jeff Goldblum: “Tus científicos estaban tan preocupados por ver si podían que no se detuvieron a pensar si debían.” Creo que es una cuestión que a científicos y humanistas nos corresponde ayudar a responder. Cuando empezamos a hablar de algún tema en el Cúmulo, yo inmediatamente empiezo a preguntar: “Pero ¿y deberíamos?” o “Sí es fascinante, pero ¿es necesario?” Y surgen estas preguntas que, para mí, son las que construyen una de las formas más interesantes de describir la condición humana del siglo XXI, que es la ciencia ficción. No es nada más el género literario o el gusto personal. La ciencia ficción representa una manera de mirar nuestra condición contemporánea. Dentro de este panorama, que de por sí es muy interesante, estar en contacto con personas que trabajan con la vida –Antígona desde la astrobiología o David y Cisteil que son biólogos–, a mí me ha servido mucho para pensar qué va a pasar con este planeta. Como persona y como creadora. Y esa es una pregunta que ya no puedo ignorar y que se ha convertido en un eje de lo que escribo. Es una conversación muy importante que debemos tener desde nuestras respectivas disciplinas y como seres humanos, que conviven con animales y plantas, que respiran lo que producen los otros entes vivientes.

Libia Brenda: La ciencia ficción es un vehículo que puede ser muy interesante. Hace no mucho decíamos que el pegamento del Cúmulo de Tesla es la ciencia ficción, porque a partir de ella íbamos haciéndonos preguntas. No vamos a poder cambiar el sistema de un plumazo, pero podemos usar las herramientas que tenemos. Es verdad que cada una de las personas que formamos esta colectiva hemos traído a nuestro propio trabajo la manera de trabajar del Cúmulo. Ha influido en nuestra escritura, en cómo vemos el mundo, en las preguntas que nos hacemos hacia afuera. La palabra clave ha sido la interdisciplina y esta idea de que la ciencia ficción puede hacerle ver a la gente, de una manera accesible, que arte y ciencia en realidad comparten puntos de partida, epistemologías y métodos de trabajo, aunque no lo parezca en un inicio.

Martha Riva Palacio Obón: Hay una cuestión de cómo se traslapa el lenguaje científico con el poético. Desde la perspectiva de la literatura, escuchar a alguien como Antígona contar el relato de cómo ha cambiado nuestra concepción de la vida en Marte –para pasar de una civilización al estilo de La guerra de los mundos a pensar en los marcianos como bacterias– se me hace asombroso. Y uno lo ve y dice: “Ahí está la narración y también la poesía.” Recuerdo haber asistido a una de las charlas de “Ciencia ficción/ciencia”, en la que se trató el tema de la antimateria. Ahí supe que el universo es asimétrico, porque, en el momento del Big Bang, si se hubiera creado la misma cantidad de materia que de antimateria, ambas se habrían aniquilado entre sí y solo habría quedado energía remanente. Es decir: nosotros no estaríamos acá. El que estemos es prueba de que hubo más materia que antimateria. Y a mí, las posibilidades poéticas y estéticas de eso me parecen bellísimas. Al fin de cuentas, la literatura y la ciencia crean relatos. Otra idea que no se me quita de la cabeza es la de que no sabemos exactamente qué es la vida. Tenemos definiciones de trabajo, pero en realidad no sabemos definirla.

Cisteil Pérez: Estuve dando clases en la licenciatura de ciencias de la Tierra y lo mejor que me pudo pasar fue usar la ciencia ficción para dar mi materia. Recuerdo haber utilizado Dune, de Frank Herbert, que fue un maravilloso punto de partida para que mis estudiantes pensaran aspectos más allá de las áreas a las que pertenecían. Entendieron por qué estaban tomando materias que parecían no tener relación. Mientras leíamos Dune, algunos de mis alumnos no sabían si estábamos hablando de un planeta real e hicieron preguntas que no se habrían generado de otro modo. Algunos jardines de niños nos han solicitado al Cúmulo de Tesla talleres de cómo aplicar el método científico para que las infancias puedan aprender a explorar el mundo. A los maestros les interesa esta perspectiva de la ciencia para llevar más allá las preguntas iniciales. Es algo que igual usan los artistas, porque funciona también como un método de creación. Si lo ves bien, todos partimos del mismo origen: el lienzo en blanco.

David Venegas: Un elemento muy importante que yo he aprendido desde el lado de la ciencia es que hay que incorporar, más allá de la individualidad y la rivalidad, en este proceso de entendimiento y conocimiento del mundo, la empatía y la ternura. Es muy necesario para estos tiempos involucrar ambos conceptos en el aprendizaje y los métodos. Incluso en el entorno en general, no solo con las otras personas. Eso es parte central de esta tercera entidad, en la que coinciden el arte y la ciencia. ~

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biólogo, comunicador de la ciencia e imparte los cursos de biodiversidad y ecología para los estudiantes de la Licenciatura en Ciencias de la Tierra de la UNAM. También es miembro fundador del colectivo Cúmulo de Tesla, donde explora y difunde el amplio espectro de actividades humanas que construyen nuestra cultura

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Libia Brenda es escritora y editora independiente. En 2019 se convirtió en la primera mujer mexicana finalista a un Premio Hugo.

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(Ciudad de México, 1979). Narradora y ensayista, periodista de cine y literatura. Pertenece al colectivo de arte y ciencia Cúmulo de Tesla.

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es astrobióloga. Estudió
la licenciatura en física, una maestría en
ciencias y el doctorado en ciencias de la
Tierra. Es investigadora del Instituto de
Ciencias Nucleares de la UNAM

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Doctora en Ciencias, especialista en entomología y biodiversidad. Miembro de Cúmulo de Tesla, colectivo interdisciplinario de arte y ciencia.

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es escritora
y artista sonora. Estudió la licenciatura en
psicología y la maestría en artes visuales.
Su libro más reciente es El mono infinito
(UNAM, 2021), escrito en colaboración con
un bot.

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es historiadora del
arte y artista visual. Además de crear
historietas e ilustraciones, participa en
proyectos de divulgación del cómic, como
Casa Fantasma Cómic Club y el podcast
Conversacómix


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