Arturo Barea (1897-1957) es conocido, sobre todo, por haber escrito la trilogía autobiográfica La forja de un rebelde, publicada originalmente en la década de 1940 en Inglaterra, país al que había llegado exiliado en febrero de 1939, pocas semanas antes de la derrota de la República española, acompañado de su segunda esposa, la austriaca Ilsa Barea-Kulcsar (1902-1973). Para su primera edición en España hubo que esperar hasta 1977, dos años después de la muerte de Franco.
Antes de trasladarse a Inglaterra, el matrimonio había pasado un año en París malviviendo en el Hotel Delambre (al que ellos mismos llamaban “Hotel del Hambre” haciendo un juego de palabras). Se habían conocido y se habían enamorado mientras trabajaban ambos en la Oficina de Censura de Prensa Extranjera en la sede de la Telefónica, en la Gran Vía madrileña, durante la Guerra Civil. Al tratarse del edificio más alto de Madrid, era blanco frecuente de los obuses y las bombas de los nacionales. Los bombardeos y las jornadas de dieciséis horas de trabajo como censor y locutor de radio (“La voz incógnita de Madrid”) le ocasionaron una crisis nerviosa. Cuando desembarcó en Inglaterra, Barea estaba, según sus palabras, “desposeído de todo, con la vida truncada y sin una perspectiva futura, ni de patria, ni de hogar, ni de trabajo […] rendido de cuerpo y de espíritu”.
El resto de su obra no es tan conocida, y ese es especialmente el caso de estos dos escritos que se editan ahora en español por primera vez: Lucha por el alma española (editado originalmente en inglés en 1941 con el título Struggle for the Spanish soul) y el panfleto España en el mundo de la posguerra (publicado en 1945 con el título Spain in the post-war world). Su publicación sigue a las del pionero estudio que Barea hiciera de Lorca y su ensayo sobre Unamuno, que también habían estado inéditos en España todo este tiempo (Lorca, Instituto Cervantes, 2018; Unamuno, Espasa, 2020, con mi prefacio). De este modo, todas las obras que Barea publicó inicialmente en inglés están ahora editadas, por fin, en su idioma y su país maternos.
Lucha y España son sus únicos escritos explícitamente “políticos” y en ambos defiende la remoción de Franco y el restablecimiento de la república derrotada en la Guerra Civil. Aunque vivió casi veinte años en Inglaterra y había publicado muy poco antes de eso, España ocupó siempre el lugar principal en la mente y la obra de Barea. La vida dura de su adorada madre, que trabajaba como lavandera en el río Manzanares en Madrid, y la Guerra Civil lo marcaron profundamente. Su madre, que se había quedado viuda cuando Barea apenas tenía dos meses, emigró de Badajoz a Madrid con él y sus tres hermanos. Gracias a su valentía, Barea y sus hermanos no acabaron en la inclusa. Cuando murió su adinerado tío, ya no hubo quien le pagara a Barea el excelente colegio de la Escuelas Pías de San Fernando al que iba en Lavapiés, con sus buenos laboratorios y una biblioteca bien dotada. A los trece años empezó a trabajar de aprendiz en una tienda. Esta diferencia entre sus humildes orígenes y su educación como señorito lo perseguiría durante toda su vida.
Un español en la BBC
Curiosamente, sin embargo, la mayoría de las 856 charlas que Barea dio en la BBC (una por semana para el servicio en América Latina de la cadena británica, pues Barea no podía trabajar para la sección española de la BBC porque se le consideraba demasiado comprometido políticamente) trataron de Inglaterra. Comenzaron a emitirse en 1940, aunque él se presentaba en ellas bajo el pseudónimo de “Juan de Castilla” para no perjudicar a su familia en España. La misión inicial de aquel espacio era contrarrestar la propaganda nazi en América del Sur durante la Segunda Guerra Mundial presentando una imagen positiva de la vida en Gran Bretaña. Esos monólogos reflexivos de quince minutos, en los que Barea muchas veces describía la vida inglesa observándola desde el punto de vista de un forastero simpatizante con su país de acogida, solían liderar las encuestas anuales de valoración de los oyentes. A Barea le gustaba frecuentar los pubs porque le permitían entrar en contacto con un amplio espectro de la sociedad. Uno de los espacios habituales de sus charlas era “La tabernita de Frank”, en el que, en un imaginario pero arquetípico pub rural regentado por el susodicho Frank, se debatían los temas de actualidad. Solo una de sus charlas en la BBC ha sobrevivido hasta nuestros días, que se sepa. Todas las demás se destruyeron por motivos de espacio. La misma suerte corrieron las emisiones radiofónicas de George Orwell.
Pero de no haber sido por la pérdida del mecanuscrito y las primeras galeradas de Lucha, “destruidas por acción del enemigo” (pues unas bombas alemanas alcanzaron en mayo de 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, el almacén de la editorial en Plymouth), este habría sido el primer libro de Barea en publicarse en inglés. La obra, traducida del español (como la mayoría de ellas) por Ilsa, que también participó en las labores de redacción y de investigación de todos los libros de su marido, apareció finalmente en julio de 1941, poco después de La forja, primer libro de la trilogía autobiográfica.
El editor de Barea, Fred Warburg, dueño de Secker y Warburg, editorial conocida sobre todo por publicar los libros de George Orwell Homenaje a Cataluña (1938), Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949), escribió a Barea tras el bombardeo: “Por culpa de la incursión aérea, no solo se destruyeron existencias en almacén, sino que también se perdieron los mecanuscritos, incluido el de tu libro. Todas las noches se guardaban en la caja fuerte, y la caja fuerte quedó enterrada bajo los escombros y aún no ha sido localizada. Es posible, por supuesto, que, cuando la encuentren, se pueda abrir y el mecanuscrito esté intacto en su interior, pero, a efectos prácticos, debemos asumir que tu mecanuscrito se ha perdido, sobre todo porque no hay modo de saber cuánto se tardará en encontrar la caja.” Afortunadamente, Barea tenía un duplicado de ese mecanuscrito.
El libro fue el número diez de la serie Searchlight de ensayos breves escritos por conocidos autores de la izquierda no estalinista, Orwell entre ellos (su El león y el unicornio: El socialismo y el genio inglés apareció como el primer número de la serie). También escribió uno Arthur Koestler, en cuyo Testamento español (publicado por Victor Gollancz en 1937 y no incluido en la serie Searchlight) describió sus experiencias durante la Guerra Civil como corresponsal, incluidos los tres meses que pasó en prisión tras ser arrestado por las fuerzas de Franco acusado de espionaje. Orwell –que había luchado por la República encuadrado en las milicias del antiestalinista poum en 1937– y Tosco Fyvel fueron los directores editoriales de la serie. Homenaje a Cataluña se publicó después de que Orwell hubiera huido de España rumbo a Inglaterra al temer por su vida, amenazada por el Partido Comunista y la policía secreta controlada por el nkvd. Por aquellas mismas fechas unos agentes del nkvd detuvieron a Andreu Nin, líder del poum, y lo torturaron hasta matarlo.
Un híbrido entre el libro y el panfleto
Barea comenzó a escribir Lucha durante (o justo después de) la furiosa batalla de Inglaterra, que se prolongó desde junio hasta el final de octubre de 1940. Los tres años de Guerra Civil en España habían terminado el 1 de abril de 1939 con la victoria de Franco: se calcula que más de 200.000 personas habían muerto en combate, y las asesinadas extrajudicialmente o ejecutadas tras procesos judiciales sin garantías sumaron al menos 150.000 en las zonas controladas por los “nacionales” y otras 50.000 en los territorios bajo control republicano, y todo ello sobre una población total de 24 millones. Más de 250.000 españoles se exiliaron de forma permanente; además, unos 33.000 niños y niñas habían sido sacados de España por barco durante la guerra, incluido un amigo mío, Herminio Martínez, con destino principalmente a la Unión Soviética, México y Gran Bretaña. La guerra hizo estragos en la economía española, en la que aproximadamente la mitad de la mano de obra trabajaba en la agricultura. El pib descendió un 36% en términos reales entre 1935 y 1938; la producción nacional no recuperó hasta 1953 su nivel previo a la guerra.
El ensayo, en el que Barea exploraba las raíces ideológicas del franquismo, iba dirigido a un lector izquierdista no demasiado sofisticado. Incluye capítulos sobre aspectos tales como: Franco, con especial referencia a sus años de formación en el África española (Marruecos) y, en especial, en la Legión, creada en 1920 por José Millán-Astray; las fuerzas que respaldaban a Franco; la “Casta” que dirigía España; el “Mito Hispánico”; el fascismo y las masas en España; Gibraltar y Marruecos; Hispanoamérica; la izquierda española, y el destino que aguardaba a una España libre. Como en toda su obra, Barea también se inspira aquí en su propia experiencia. Por ejemplo, él mismo había sido reclutado para el Ejército en 1920 y había servido en Marruecos en la época en que Franco y Millán-Astray ya tenían mando en plaza allí, y se había contagiado de tifus después de la derrota de Annual en 1921, en la que murieron 8.000 soldados españoles movilizados para la guerra del Rif. De hecho, en La ruta (1943), el segundo libro de la trilogía autobiográfica, Barea relataría con expresiva viveza sus experiencias de aquel periodo.
Los editores de la serie Searchlight pretendían contrarrestar la, a su entender, excesiva influencia que ejercían los comunistas sobre la opinión pública a través del Left Book Club, el club editorial izquierdista de Victor Gollancz. El propio Barea no había sido nunca un comunista: él estaba afiliado a la Unión General de Trabajadores (UGT), el sindicato fundado en 1888 por Pablo Iglesias, fundador también del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). La esposa de Barea, Ilsa, había estado afiliada al Partido Comunista de Austria antes de romper con él para ingresar en el Partido Socialdemócrata.
Barea, como tantos otros exiliados, lamentaba que democracias como la británica o la francesa hubieran dejado sola a la democrática República española contra el fascismo durante la Guerra Civil bajo la excusa de la “no intervención”. Los únicos países que prestaron apoyo activo a la República y le suministraron armas fueron la Unión Soviética y (en mucho menor medida) México.
Barea admiraba a Gran Bretaña y a Winston Churchill, pese a no sintonizar con la orientación de su política interior. Estaba muy agradecido al país que le había dado refugio y, en 1948, obtuvo la nacionalidad británica. Se sentía a gusto en Inglaterra, aunque en algún momento pensó en emigrar a México. Sin embargo, “más de lo que esperaba y más de lo que parecería previsible en un español, me aficioné a la vida inglesa en seguida, y me enamoré de la campiña inglesa”, con la excepción de “este maldito tiempo inglés”, escribió.
Solo aquí he podido empezar a respirar de nuevo. Aquí un hombre puede por fin sentirse libre. Inglaterra hoy está dirigida por un hombre como Winston Churchill que, como conservador que es, puede defender en política interior muchos postulados que van contra mis ideas, pero que, cuando menos, es un hombre. Por decirlo con toda franqueza: es un hombre con agallas. Puede que los españoles antepongamos la hombría descarnada a todo lo demás. Y tal vez tengamos la sensación de que Inglaterra nos dejó solos en nuestro propio momento trágico, pero al menos ahora, cuando ese momento le ha llegado a Inglaterra, el pueblo inglés se está mostrando tan firme y resuelto como lo fuimos los españoles de Madrid y Barcelona. Y no es fácil que un español reconozca esto: significa más de lo que un inglés se imagina. Significa que sentimos que la lucha de Inglaterra es la nuestra, incluso aunque los ingleses no sintieran en su día que nuestra lucha era la suya.
El ensayo no tuvo demasiado éxito comercial. A principios de 1942, solo se había vendido cerca de la mitad de la primera edición de cinco mil ejemplares. Warburg, no obstante, no se arredró. Así se lo expresó por carta a Barea: “Yo sí tengo la sensación de que, cuando la revolución llegue a España, agotaremos las existencias de tu libro muy rápido, y que deberíamos tener lista para entonces una nueva edición actualizada, ampliada y revisada, con la que atender la que será una acuciante demanda. Creo de verdad que no hay ningún otro libro en el mercado que aporte un análisis tan claro y verosímil de la situación española como el tuyo.”
En Horizon, la revista literaria de referencia que dirigía Cyril Connolly, se publicó una reseña del libro, precisamente en el mismo número en que figuraba una crítica elogiosa de Orwell a La forja. En otros números de la revista, se publicarían también un relato breve de Barea (“Las tijeras”), un extracto de La ruta (concretamente, en el mismo número en que apareció la traducción inglesa que Ilsa había hecho de la crónica de Luis Portillo sobre el famoso enfrentamiento entre Miguel de Unamuno y Millán-Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca) y largas reseñas del propio Barea sobre Por quién doblan las campanas, de Hemingway, y El laberinto español, de Gerald Brenan.
El crítico anónimo del libro en Horizon escribió sobre Lucha que era “una pequeña obra maestra de esa nueva rama de la literatura que es el híbrido entre libro y panfleto, y que parece estar adquiriendo una importancia creciente en la educación de las masas”, y añadió que “el principal valor de actualidad del libro es el de mostrarnos la asombrosa eficiencia con la que el nazismo logra encajar algunas aspiraciones nacionales extranjeras en su plan para un Nuevo Orden”. Esto último venía a propósito de lo que escribe Barea sobre cómo Alemania “es plenamente consciente de las posibilidades que un fascismo hispánico extendido le brindaría para agrupar los países sudamericanos exportadores de materias primas bajo la hegemonía de una España falangista como valiosísimo complemento de los países industriales europeos que ya se hallan bajo el yugo germano”.
Hacia el final de su ensayo, Barea nos explica que, según su visión de lo que debería ser una España democrática, esta “tendría que fundamentarse en las fuerzas de acción colectiva espontánea y administración comunal que constituyeron el núcleo central de la fuerza de la defensa republicana y de la defensa de Madrid. Tendría que mostrarse generosa para trazar una línea de separación con la historia pasada, pero también firme en la destrucción de los bastiones de la Casta y dura en el tratamiento de cualquier intento de sabotaje. […] Tendría que reinstaurar y completar la autonomía cultural y administrativa de Cataluña, el País Vasco y Galicia. Tendría que renunciar resueltamente a toda aventura colonial y poner todo ese empeño en la colonización interior del territorio español desatendido, y de los no menos olvidados seres humanos de España”.
España en la posguerra mundial
El panfleto España en el mundo de la posguerra, del que Arturo e Ilsa fueron coautores, se publicó en agosto de 1945, tres meses después del final de la Segunda Guerra Mundial en Europa en mayo de ese año, y al poco de que el Partido Laborista, bajo el liderazgo de Clement Attlee, barriera del poder a los conservadores de Churchill (en julio). Es un trabajo muy distinto (y bastante inferior) a Lucha, un emocional escrito polémico que, aun así, no deja de representar un buen documento histórico.
La victoria de los Aliados redujo el régimen de Franco a la condición de poco menos que un apestado internacional. El dictador había tomado partido en su día por las potencias del Eje, con las que se identificaba ideológicamente, aunque España fuera oficialmente un país neutral. Hitler quería que Franco entrara en la guerra y se reunió durante siete horas con él el 23 de octubre de 1940 en Hendaya, junto a la frontera francoespañola, pero el encuentro fue un fiasco. Hitler comentó tras el mismo que “antes preferiría que me arrancaran tres o cuatro muelas que volver a pasar por esto”. Franco exigía mucho a cambio de la participación española en la contienda mundial. Además de Gibraltar, reclamaba amplias franjas del imperio colonial francés en el norte y el oeste de África. Al final, la principal aportación de España al esfuerzo de guerra de Hitler fue el envío de una División Azul de 18.000 voluntarios para combatir en el frente oriental en 1941. El régimen también exportó a Alemania wolframio, una materia prima clave para la fabricación de armamento, así como otros minerales, y autorizó el atraque de submarinos germanos en puertos españoles. El Banco de España recibió oro nazi, parte del cual se les había saqueado a las víctimas de los campos de concentración. Unos diez mil españoles fueron internados también en esos campos (la mayoría en Mauthausen-Gusen), pero Franco no movió ni un dedo por ellos. Los españoles allí enviados habían luchado con la Resistencia francesa contra la ocupación nazi o habían servido en las filas del ejército galo. Solo sobrevivió un 40% de ellos, aproximadamente.
Sabedora de la recién adquirida condición de paria internacional del régimen, la oposición española en el exilio –y, en particular, el Partido Comunista, que había sido la fuerza más activa contra la dictadura– redobló sus maniobras de posicionamiento antifranquista, animada por la esperanza de que los Aliados terminaran derrocando al dictador. En octubre de 1944, después de que la ciudad francesa de Toulouse hubiese sido liberada de los nazis, una fuerza comunista de varios miles de guerrilleros, muchos de los cuales habían luchado con los maquis (la Resistencia a la ocupación alemana), cruzó la frontera del norte de España, pero fue derrotada por las fuerzas franquistas en el Valle de Arán.
Barea e Ilsa reiteran muchos de los argumentos ya expuestos en Lucha y defienden lo mucho que le convendría a Gran Bretaña derrocar a Franco y contar con una república democrática en España para que este país dejase de ser un cobijo para los nazis. Barea captó las esperanzas de quienes preveían un pronto derrocamiento de Franco en la única novela que escribió, La raíz rota, publicada en Argentina en 1951 (Salto de Página la publicaría finalmente en España en 2009). A diferencia de Barea, el protagonista de la novela, Antolín, regresa a la España de Franco para retomar el contacto con su familia y, posteriormente, se marcha de nuevo tras haberse sentido como un extraño en su propia tierra. (Barea dejó a sus cuatro hijos en España cuando partió hacia el exilio. Estos y su primera esposa, Aurelia, emigrarían luego a Brasil en los años cincuenta.) Las decisiones adoptadas por Stalin, Roosevelt y Churchill en Yalta en febrero de 1944 fueron las que posibilitaron en la práctica que Franco permaneciese en el poder en España.
Él, como todos, había creído que a las veinticuatro horas del colapso de Alemania, el régimen de Franco habría dejado de existir y que en muy pocos días se encontraría en España. La esquina de Dean Street [Soho, Londres] estaba más animada que nunca. Ya no era solo el punto de cita de los camareros y los músicos sin trabajo […]. Lo que él quería explicarle era la alegría desbordante de todos, los planes fantásticos, el desengaño tremendo que vendría después.
Publicado por la Sociedad Fabiana, una organización socialista británica fundada en 1884 que continuaba estando afiliada al Partido Laborista, España en el mundo de la posguerra, pretendía animar al nuevo gobierno laborista a emprender algún tipo de acción contra Franco. Pero el gobierno de Londres no tardó en alinearse con la política exterior estadounidense, pues no quería bajo ningún concepto arriesgarse a perder la ingente ayuda que traería el Plan Marshall a Europa, del que España quedó excluida. El panfleto comienza con la declaración del Consejo Nacional Laborista del 28 de junio de 1944, en la que los laboristas se desmarcaban de las “amables palabras” que Churchill había dirigido al gobierno español y recordaban “aquellos trágicos años en los que el pueblo español estuvo sumido en una sangrienta lucha por la defensa de sus derechos y libertades constitucionales contra unos militares rebeldes liderados por el general Franco, quien, con la ayuda de los dictadores alemán e italiano, devolvió al pueblo español a una situación de servidumbre física, intelectual y política”.
El panfleto dibuja a grandes trazos una imagen panorámica de la España de Franco y de las fuerzas que apoyan al régimen (la clase terrateniente, el ejército y la Iglesia católica), y en el apartado económico presta exagerada atención a la relevancia del capital alemán en España, hasta el punto de excluir el capital británico y francés, que también era importante en aquel entonces y que apenas se menciona. Es como si Barea e Ilsa intuyeran que la cuestión política del apoyo previo de Franco a Mussolini y a Hitler ya no fuera a bastar para convencer a los Aliados de que echaran al dictador. El panfleto también dedica varios párrafos a la ley española de patentes –un tema muy querido por Barea, que trabajó como encargado de una oficina de patentes en Madrid entre 1924 y el inicio de la Guerra Civil– y a los diversos medios de los que, a juicio de Barea, se valieron varias empresas y empresarios alemanes para asegurarse una posición importante en la economía española durante los años veinte y treinta.
Como es lógico, Barea reprocha a los Aliados su política de no intervención, que permitió que “el actual régimen español fue[ra] instituido mediante la agresión y est[é] siendo mantenido a través de la opresión”. Según él, Franco debería ser eliminado del poder “con su consentimiento o sin él, mediante una negociación, o a través de un golpe militar, o de resultas de un discreto chantaje internacional”, y en su lugar debería restablecerse la República instituida sobre la base de la Constitución de 1931. El gobierno republicano debería decretar inmediatamente después de su vuelta al poder una amnistía para ambos bandos y convocar nuevas elecciones. Barea nunca dejó de reclamar el derrocamiento de Franco allí adonde iba (por ejemplo, en sus visitas a Dinamarca, a Estados Unidos –donde enseñó en el Pennsylvania State College en 1952– y a América del Sur –durante una gira de dos meses por Argentina, Uruguay y Chile en 1956, enviado por la BBC–).
La conexión de Barea con la Sociedad Fabiana vino probablemente a través de Gavin Henderson, segundo Lord Faringdon, un político laborista partidario de la República española y fabiano incondicional. (Fue presidente de la Sociedad en 1960-1961.) En 1937, transformó su Rolls Royce en una ambulancia y lo condujo hasta España, donde se usó como hospital móvil de campaña en el frente de Aragón.
Barea e Ilsa se mudaron en 1947 a Middle Lodge, en la parroquia de Eaton Hastings (en South Oxfordshire), una residencia de la hacienda de Buscot Park, propiedad de Lord Faringdon. Barea vivió allí los últimos diez años de su vida. Para entonces, ya era un conocido escritor y radiofonista de la BBC. La casita de campo, por la que el matrimonio pagaba un alquiler muy bajo, estaba rodeada de zona verde y no tenía electricidad: se alumbraban con lámparas de parafina y la radio iba a pilas. Cocinaban con gas de bombona. Una cocina de carbón suministraba agua caliente y calefacción a la vivienda. Había un escritorio grande en la sala de estar. Arturo e Ilsa se sentaban a él, el uno frente a la otra, mientras leían, escribían a máquina y trabajaban. Las paredes estaban atestadas de libros colocados en estanterías de madera que el propio Barea había diseñado y fabricado. La pintura de las paredes y el techo se había vuelto marrón del humo del tabaco que fumaban los dos: unos cien cigarrillos sin filtro al día en total. Los esposos, muy unidos, salían juntos a pescar al lago que había detrás de la casa. A Barea le gustaba ir a comprar los sábados a la localidad de Faringdon para irse luego a tomar algo al pub The Volunteer (donde, desde 2013, una placa en la fachada, colocada allí por un grupo de admiradores, le rinde homenaje). Siempre se sentaba en el área “pública” –jamás en la “privada”– para charlar allí con los parroquianos (trabajadores agrícolas y artesanos) con su inglés chapurreado, recopilando material para sus emisiones radiofónicas sobre la vida en Inglaterra. Falleció de un ataque al corazón en los brazos de Ilsa el día de Nochebuena. ~
Este texto es la introducción de William Chislett a
Contra el fascismo, de Arturo Barea, que Espasa publica este mes.
fue corresponsal en Madrid y México, es
investigador senior asociado emérito del Real Instituto Elcano y
fue comisario de la exposición sobre Arturo Barea en el Instituto
Cervantes en Madrid en 2018.