Marx: ¿profeta o científico?

A propósito del 140 aniversario luctuoso de Karl Marx recuperamos unos fragmentos de este texto que tradujo Ida Vitale para el número 79 de Vuelta, publicado en junio de 1983, año del centenario de la muerte del pensador alemán. Esta sección ofrece un rescate mensual del material de la revista dirigida por Octavio Paz.
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A cien años de la muerte de Marx, una de las preguntas más difíciles de explicar es el porqué de su extraordinaria aceptación y el éxito histórico sin precedentes alcanzado por su obra. Es un hecho que Marx transformó profundamente el universo intelectual de los hombres y modificó radicalmente nuestra “visión del mundo”. Pero es también cierto que el marxismo constituye hoy la ideología oficial de Estados en los cuales vive cerca de un tercio de la especie humana (sin contar los movimientos políticos que lo reivindican, en el resto del mundo). Prescindir de uno de esos dos aspectos o reducir el marxismo a una simple filosofía sería absurdo. Efectivamente, el éxito de la doctrina fue “global”. Alcanzó contemporáneamente el mundo de las conciencias y de los acontecimientos reales –tanto el ordo rerum como el ordo idearum–. Esto es, entonces, lo que tenemos que comprender: ¿cómo y por qué razones el marxismo logró tanto?

Ante esa naturaleza “anfibia” de la doctrina, las categorías de razonamiento tradicionales parecen entrar en crisis y se revelan inadecuadas para captar la esencia y la naturaleza del fenómeno. ¿Quién fue, en realidad, Marx? ¿Cómo clasificar su obra? Frente a esas preguntas es frecuente la impresión de que todavía estamos tanteando en lo oscuro. La extraordinaria influencia intelectual ejercida por el marxismo lleva muchas veces a considerarlo al nivel de una de las mayores “revoluciones científicas” modernas. El nombre de Marx ha sido asociado entonces al de Darwin y aun al de Newton. Por otro lado, el hecho de que el marxismo sea hoy, en todos los países comunistas, “un equivalente laico de las teologías”, y se integre como tal en la vida de las masas inmensas, induce a asimilar la aceptación de Marx a la de los fundadores de las religiones antiguas. Marx aparece ya como un “científico”, ya como un “profeta”. Las dos explicaciones oscilan y se alternan de continuo. Y lo más sorprendente es que, muchas veces, aparecen en la valoración de un mismo autor.

Así, por ejemplo, en el amplio ensayo que abre el cuarto y último volumen de Historia del marxismo, escrito por el historiador marxista inglés Eric J. Hobsbawm, este adopta ambas respuestas, alternándolas. Coloca el nombre de Marx junto a los de Newton, Darwin (y también Freud) y, al mismo tiempo, al de los fundadores de las religiones antiguas. “Los únicos pensadores individualmente identificables que alcanzaran una posición comparable a la de Marx –escribe– son los fundadores de las grandes religiones del pasado y, con la posible excepción de Mahoma, ninguno de ellos triunfó en escala comparable y con igual rapidez.” “Desde ese punto de vista –concluye Hobsbawm– ningún pensador laico puede ser comparado a Marx.”

Ni revolución científica ni religiosa, ¿dónde está, entonces, el meollo del marxismo y el motivo de haber “entrado” de tan notable manera? La respuesta está en la propia naturaleza de su éxito histórico: en la “unidad entre teoría y práctica” llevada a cabo por esa doctrina. El secreto del marxismo se resume en eso. Más desde que se ha comprendido bien la especificidad de tal unidad. En efecto, todo el pensamiento contemporáneo es, en cierto sentido, “unidad entre teoría y práctica”. Las ciencias empíricas y el conocimiento experimental moderno no son sino esa unidad. En ellas, la hipótesis o anticipación teórica está sometida a la vigilancia práctico-experimental, para ser corroborada o invalidada.

Solo que, en el caso del marxismo, esa fórmula tiene un sentido por completo distinto. Esta doctrina unió justamente aquello de cuya separación nació el pensamiento crítico moderno. Dicho de otro modo, el marxismo conjugó y mezcló “ciencia” e “ideología”, “conocimiento” y “esperanza”, “hechos” y “valores”.

En el centenario de la muerte de Marx, pensamos que no debemos afrentar su memoria, considerándolo “irresponsable” de todo lo que se hace en su nombre. Disociar el marxismo de los regímenes totalitarios erigidos bajo su bandera puede parecer una generosidad. En verdad, ceder a esa tentación para refugiarse en el marxismo “puro y simple” de los profesores es tan solo una imperdonable renuncia a la comprensión y una escapatoria de la realidad. El pensamiento de Marx quiso, con todas sus fuerzas, correr el riesgo de la “realización” y lo logró. Solo queda ahora volver a pensar en su obra, a la luz y a partir de los efectos de lo que ha originado. ~

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