Arquitectura depurada

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Se había dicho que la crisis económica sería cruel para el desarrollo inmobiliario aunque, paradójicamente, podría resultar benéfica para la arquitectura. Lo que en la especulación del suelo y el ladrillo sería un retraso, para la arquitectura significaría la posibilidad de crecer en reflexión y restar en espumas innecesarias. El premio Pritzker, otorgado este año a la pareja de japoneses Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa, parece secundar la búsqueda por lo esencial que el reconocimiento al trabajo casi artesanal del suizo Peter Zumthor el año previo apuntaba. La tercera década del premio Pritzker –fundado en 1979 por la familia Hyatt– inicia, quizá más por casualidad que por convicción, a tono con una época que se quiere consciente y, por tanto, estéticamente correcta. Sin confundir la sustentabilidad con lo verde ni recurriendo a minimalismos postizos, la arquitectura introspectiva de Sejima (Ibaraki, 1956) y Nishizawa (Tokio, 1966) persigue lo extraordinario en lo ordinario. Economía de medios, franqueza constructiva y apertura definen obras como el Nuevo Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York en el East Side o el futuro Museo del Louvre ubicado en una antigua mina en la localidad francesa de Lens.

Si bien son admirados por conseguir que lo complejo parezca simple, se les denomina “los arquitectos del cambio” por estirar los límites entre lo público y lo privado así como por redefinir conceptos de intimidad y convivencia. De acuerdo con el jurado, “sus edificios quieren construir más contexto que objeto. No hay mejores exploradores del espacio colectivo”. Se trata de un trabajo pensado para el mundo de la densidad urbana. Una arquitectura deslavada, casi irreal, que se alcanza a través del despojamiento: muros sin apenas grosor, depuración geométrica, ligereza epidérmica y estructural.

La obstinación por desdibujar los límites de las construcciones les viene a ambos del trabajo en la oficina de Toyo Ito, donde la transparencia no se entiende como un aspecto visual sino como sinónimo de flexibilidad o indeterminación. De ahí su interés en la arquitectura como fenómeno, como un sistema complejo de relaciones entre el cuerpo y las cosas. Aunque se piensa que trabajan con la ligereza –sus edificios parecen hechos de papel–, es la profundidad del espacio lo que define su obra. Si bien las evanescentes superficies acristaladas predominan, lo importante no está en la finura de las pantallas sino en la profundidad visual y sobre todo en la ambigüedad espacial.

Involucrados obsesivamente en el intercambio entre edificio y entorno, tanto como en las acciones de las personas o en los usos inesperados, Sejima y Nishizawa fundaron su oficina sanaa hace 15 años. “Él me hacía dudar de todo. Supe que debía ofrecerle ser mi socio.” La arquitecta Sejima, quien había causado escalofríos con los desconcertantes espacios insustanciales y engañosamente sencillos de sus primeras obras domésticas a principios de los noventa, formó equipo con el recién egresado Nishizawa para abordar proyectos de mayor escala, aunque siempre desarrollan los proyectos residenciales de manera individual.

Esta es la segunda ocasión que el Pritzker reconoce un trabajo a dúo (tras los suizos Herzog y de Meuron premiados en 2001), y la segunda vez también que se otorga el galardón a una mujer (después de la angloiraquí Zaha Hadid, en 2004). Apenas en 1991 Denise Scott Brown, más allá de los edificios y libros seminales que había firmado con su marido Robert Venturi, tuvo que contentarse con escuchar cómo su pareja, en el discurso tras recibir el premio, le agradecía su apoyo. Con el actual premio se ensancha, además, la lista de japoneses Pritzker: Kenzo Tange (1987), Fumihiko Maki (1993) y Tadao Ando (1995). Si bien comparte la estética nipona capaz de reunir la austeridad con el placer, el trabajo de SANAA pertenece a una sociedad global. Aunque construyen por todo el mundo, no les interesa hacer muchos edificios sino hacerlos con tiempo; poder pensar cada proyecto. De manera inusual, su obra se ha vuelto más compleja y sorpresiva cuanto más ha crecido su producción.

En Guadalajara proyectan la Torre Neruda, un bloque de 25 niveles destinado a usos mixtos que irá descomponiéndose conforme crece para disolverse en el paisaje. Cada piso se remete un metro en distintos lados para generar terrazas en cada nivel además de cuatro fachadas diferentes, cambiantes de acuerdo al asoleamiento y al juego de sombras.

Con México Sejima y Nishizawa guardan un vínculo especial. Si a Toyo Ito se le asocia con la casa de Juan O’Gorman para Diego Rivera y Frida Kahlo –además de ser el “exportador” de esta obra, cuando se reúne con su equipo para discutir un nuevo encargo es frecuente escuchar la pregunta “¿Cómo lo habría resuelto O’Gorman?”–, a SANAA se le relaciona con la Casa Luis Barragán, donde han realizado exposiciones, conferencias e instalaciones, además de haber transportado porciones de la casa para ser exhibidas en el Museo Watari de Arte Contemporáneo en Tokio el año pasado. La recreación de la Casa Barragán en Japón, que incluía mobiliario original, obras de arte y objetos, ocurría en simultáneo con la muestra en casa del tapatío de objetos y muebles diseñados por SANAA.

Ya antes, en 2002, habían participado en la exhibición “el aire es azul, reflexiones sobre arte y arquitectura en torno a Luis Barragán” con la creación de unas sillas reflejantes pensadas para el exterior: “El jardín era hermoso y queríamos hacer algo que reflejara la belleza del jardín.” De manera similar a su pabellón para la Galería Serpentine en Londres –donde el techo metálico casi flotante refleja y duplica el paisaje de Hyde Park–, o al pabellón del Museo de Arte en Ohio –un volumen envuelto en vidrio, salpicado de patios que son como burbujas interconectadas fundidas con el bosque–, su instalación en Casa Barragán funcionaba a partir del juego de reflejos para hacer desaparecer cualquier condición objetual. Igualmente, la muestra sobre el trabajo de SANAA en el Museo de la Ciudad de México, en otoño de 2009, revelaba su credo por medio de fotografías, maquetas y planos: “La obra es austera para que lo seamos y es liviana porque lo somos.”

De manera poco común, la creciente importancia –y escala– de sus encargos ha ido de la mano con la exploración del espacio mínimo. Obras como el Centro de Estudios Rolex en Lausana o el Museo del Siglo XXI en Kanazawa corren en paralelo a ejercicios domésticos de dimensiones imposibles. Para ellos, la casa es un laboratorio para centrarse en las relaciones inesperadas entre distintas actividades; en los espacios intersticiales, en lo que puede suceder entre un cuarto y otro. Su trabajo busca actualizar las estructuras familiares y cuestiona la validez del hogar convencional. Desde la Casa en un Huerto de Ciruelos –construida en un terreno de 90 metros cuadrados– o la Casa Pequeña –en 60 metros cuadrados–, su obra, de una blancura y esbeltez inverosímil, no sólo es un ejercicio sobre recursos esenciales sino que se enfoca en la forma en que una casa permite explorar modos de vida distintos.

La Casa Moriyama –un conjunto de volúmenes independientes entre sí, articulados por medio de siete jardines que son uno solo, expuestos por completo a la calle, donde no existen techos o paredes entre un baño y una habitación– representa la culminación de la búsqueda de un espacio que sea una constante de la libertad. La frialdad extrema del conjunto facilita la apropiación de un lugar abstracto y refleja una obra compatible con la ciudad compacta y el ahorro energético.

Sejima, quien considera el espacio debajo de su escritorio un cuarto para dormir (donde pasa buena parte de las noches que no pasa en un avión), dirigirá la duodécima Bienal de Arquitectura de Venecia en la que participarán este otoño 54 países bajo el lema “People meet in architecture”. Orientada en su labor por desafiar “esa noción de la arquitectura que tiene que ver con envolver a la gente”, amplía los límites tanto físicos como conceptuales de la profesión.

Cuando en 1980 Barragán recibió el Pritzker, en su discurso habló acerca de la importancia de rescatar para la arquitectura palabras olvidadas, como silencio, belleza, magia y serenidad. Treinta años después, la pareja de japoneses devuelve al discurso arquitectónico estos mismos vocablos, cargados ahora de visiones sin precedentes basadas en la invención de una sociedad futura que ya está aquí, así como en las posibilidades de encuentro y coexistencia. ~

 

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