¿Podré encontrar algo que hable de nuestra época en el documental checoslovaco de 1963 Vstupujeme do doby atómovej (Estamos entrando en la era nuclear)? Me pongo a verlo para averiguarlo y quién sabe si para levantar los ojos de mi época por un rato. Es un cortometraje en blanco y negro escrito por Viktor Kubal y dirigido por el propio Kubal con Leopold Bródy.
Viktor Kubal se hizo célebre como animador, especialmente por la serie Puf a Muf, que se emitió entre 1969 y 1973 y contaba las aventuras de dos gatos a través de unos dibujos de aire naïf. Tan naïf que, de hecho, encuentro una página de un colegio eslovaco donde se recogen dibujos de algunos niños seguidores de la serie −o bien obligados por sus profesores a dibujar precisamente eso−, y los dibujos que hacen esos niños de Puf y de Muf apenas difieren de los originales.
También sobre Bródy quiero saber algo más, pero encuentro muy pocas cosas, y prácticamente ninguna sobre su trabajo. Curiosamente, una de esas cosas es su carta natal en una web de astrología, donde leo que la gente con el camino vital dirigido por el número 8, como él, es ambiciosa, y que los que comparten otros parámetros natales con el suyo son personas creativas, que les gusta ir a su aire, y a grandes rasgos se mencionan otros atributos que parecen adecuados para seguir una carrera artística. En fin, suenan como pistas generales que no dicen mucho de Bródy en concreto, pero de manera inesperada y lateral me dan quizá el primer reflejo del mundo en que vivimos que yo andaba buscando. ¿No es llamativo que una web astrológica ofrezca como reclamo esa carta? Para enseñar lo que podríamos averiguar de nosotros con solo conocer nuestra hora de nacimiento, a veces ofrecen la carta astral de Napoleón, o de Mata Hari, o de Maria Callas, pero raramente la de un cineasta muerto joven y tan poco conocido que en IMDB tiene una única entrada. Así que se me ocurre que quizá las webs, aparte de estar programadas para sacar variaciones de modelos a partir de las coordenadas que se les den en cada ocasión, también rastrean por su cuenta esas coordenadas disponibles en la red, y antes de que se lo pida un ser humano las usan para sus cálculos, como se entretiene un artesano en hacer sus piezas mientras espera al próximo cliente que le encargue una pieza personalizada.
Pero volviendo a la película de Kubal y Bródy, se trata más bien de una farsa de documental inspirada por el terror atómico que era una de las preocupaciones entonces, hace sesenta años. Nos habla sobre todo del humor cinematográfico de aquella época, y en cierto modo parece un ejercicio de escuela de cine. Comienza haciendo un rápido repaso por las eras de la humanidad: de la Edad de Piedra se pasa a la del Bronce (ilustradas por dibujos animados), luego la del Hierro (un oficial nazi le cuelga una cruz a un soldado), la de la Electricidad (en una playa, un chico le cuelga del cuello a una chica en bikini un aparato irreconocible), y después de la edad “en la que los títulos de las películas no aparecen al principio, y ni siquiera a la mitad de las mismas”, hemos llegado a la Era Nuclear. ¿Cómo afrontarla? A veces se diría que la película se ha compuesto mediante descartes de otras, y que se ha escrito la locución en función del montaje. Estamos en un mundo nuevo, y para resaltar las diferencias con el que hemos dejado atrás se alternan imágenes de un sastre dándole la vuelta a un abrigo para arreglarlo y que dure varios inviernos más (como algo del pasado) con las de alguien que lleva una máscara antigás (“poco a poco estamos reemplazando los trajes tradicionales por otros más modernos”). Los zapatos de tacón sirven para medir los estándares de higiene al arrastrar consigo los papeles tirados al suelo. No hemos acabado de horadar la Tierra, duro mineral, pero estamos lanzando cohetes al espacio (abrir caminos en el aire parece ofrecer menos resistencia, al menos visualmente). Pero la era atómica se parece bastante a la anterior: en un puesto de verduras callejero, una mujer le ofrece a la clienta una patata abierta en dos mitades, y dentro de una de ellas hay incrustado un reloj. Me pregunto si se trata de una crítica a un sistema económico que aboca a la práctica del estraperlo. La gracia se consigue mediante la contradicción entre lo que vemos y lo que oímos: los especialistas en cualquier campo gozan de todos los avances tecnológicos para el desempeño de su trabajo, pero la mujer que trata de apuntar los resultados arrojados por las máquinas no consigue un bolígrafo que escriba. Cuando se nos advierte que los seres vivos están siendo sustituidos por máquinas, vemos primero un carro tirado por un caballo y más tarde un hombre tratando de hacer que arranque un tractor que se le resiste; a la imagen de un canario en una jaula le sigue la de un magnetófono enjaulado. Y cuando se menciona el viejo anhelo humano de llevar una doble vida, por fin cumplido, vemos que la resolución es no sé si horrorosa, pero sí algo aburrida, pues la mitad de la persona se queda leyendo el periódico en una butaca mientras que la otra mitad pasa el tiempo metida en un atasco (son los años del género cinematográfico de los atascos; quizá la era nuclear coincidió con la eclosión de los atascos).
El legado colombino se recuerda a través de un viejo tosiendo delante de un cenicero lleno de colillas, ya que el tabaco se trajo de América. El documental adquiere los tonos de la road movie en una graciosa secuencia en que una mujer que hace autostop se va bajando de cada vehículo cada vez que se cruzan con uno más cómodo (de la bici a la moto, de la moto al tractor, del tractor al coche −solo que el coche está lleno de otras autoestopistas y queda claro que habría sido más cómodo seguir a pie−). Algo que me llama especialmente la atención es que se dice que las entradas para el teatro se compran con meses de antelación, cuando esa anticipación la creí una característica de nuestra época, con la consecuencia de que cuando llega el ansiado estreno la platea está prácticamente vacía. En la tele la locutora advierte de que es hora de que los padres se vayan a la cama, porque empieza un programa destinado solamente a los niños, quienes también son mencionados en otra secuencia donde se explica que los únicos a los que les siguen interesando las cosas hechas de metal es a ellos, ya que los adultos están más a favor del plástico. Chamarilería y conservadurismo de la infancia.
En fin, veo esta modesta película rodada en un país comunista que se anuncia sobre los peligros de la era atómica y que parece al cabo cuestionar la realidad del progreso en general, y si me parece muy propia de su época y muy diferente de la nuestra es más bien por razones estéticas que sociológicas, y me pregunto cuándo y cómo se superará la fase descrita en las últimas palabras, de tono poético, que la cierran: “Mientras el cielo no esté totalmente en lo cierto, nosotros podremos estar equivocados también. Cada era tiene sus afanes, ¿por qué la nuestra iba a ser una excepción? Además, esto es solo el principio”.
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).