Confieso que nunca he entendido la obstinación, particularmente aguda en nuestras redes sociales, en justificar al gobierno cubano y el desastre que es Venezuela. Es la defensa de lo indefendible. Y lo es no solo por razones históricas. En el caso de Cuba, quienes insisten en promover las supuestas virtudes del régimen castrista incurren en una ceguera voluntaria difícil de explicar. En estos tiempos, la evidencia de los atropellos y abusos del gobierno de Castro, además de la trágica precariedad en la que vive la inmensa mayoría de los cubanos, es imposible de ignorar. Desde hace algunos años, algunos valientes blogueros cubanos han puesto el dedo en la llaga. Ahí están las crónicas dolorosas de Yoani Sánchez, mujer ejemplar que ha arriesgado su reputación (y su vida) ante el hostigamiento de su propio gobierno y el acoso indigno de algunos merolicos que la persiguen a donde quiera que va para lanzarle consignas ridículas. La voz de Yoani ha sido fundamental, pero su célebre blog “Generación Y” siempre ha tenido que hacer frente a los límites de la palabra escrita. Para quien insiste en no querer ver la miseria de la isla, la versión de Yoani es solo eso: la palabra de una persona.
De ahí que haya sido tan importante la aparición de una nueva camada de cubanos que ejerce la más eficaz disidencia multimedia: un desmentido constante, en audio y video, en redes sociales y otros medios, del mito de Cuba de Castro. El líder de esta vibrante generación de cubanos es Yusnaby Pérez (no es su nombre real). A sus 26 años de edad, este muchacho de risa fácil se ha convertido en el portavoz de su generación, la primera que, me dijo el propio Yusnaby la semana pasada, “no le debe nada a la Revolución”. Desde La Habana —y ahora durante sus contados viajes al extranjero— Yusnaby se dedica a exhibir la realidad de La Habana donde nació y todavía vive. En su página de Internet (Yusnaby.com) el visitante puede encontrar cientos y cientos de fotografías de Cuba. Yusnaby las publica sin agregar mayores comentarios: tiene la sabiduría suficiente como para dejar que las imágenes hablen por sí solas. Y solo un ciego no vería lo que es evidente. Detrás de las sonrisas de los cubanos están las ruinas de una ciudad que se cae a pedazos: fachadas que esconden edificios al borde del colapso, escombros, calles maltrechas, vecindades que se tambalean, techos al borde del derrumbe. “Los cubanos le tienen miedo a la lluvia”, me dijo cuando le pregunté por las ruinas de La Habana: “Todo se puede caer”. En otra zona del sitio de internet, bajo la pestaña “multimedia”, el visitante puede encontrar videos con cámaras ocultas, testimonios espeluznantes y otros más que ofrecen un retrato tierno, pero también devastador de la tragedia cubana.
De un tiempo a la fecha, Yusnaby ha puesto la mira también sobre Venezuela. Su sitio se ha vuelto un foro fundamental para exponer las tropelías de Nicolás Maduro, pero también sus tropiezos, muchas veces cómicos (y vaya que el presidente venezolano tiene una capacidad fabulosa para la comicidad involuntaria). Como hace también con Cuba, Yusnaby exhibe a Maduro con un admirable sentido del humor. Y esto es parte de su encanto y su éxito. Como otros grandes comunicadores de su generación, Yusnaby ha entendido que la mejor manera de difundir el calibre real de la tragedia cubana es su catálogo de incoherencias cotidianas. El mejor ejemplo está en uno de los “posts” más visitados del sitio, una enumeración que Yusnaby ha titulado “Las 25 prohibiciones más absurdas de Cuba”. Imagine el lector lo siguiente: en Cuba está prohibido acceder a internet en casa, contratar televisión por cable, importar micrófonos inalámbricos o walkie-talkies, invitar a un extranjero a dormir en casa o traer del exterior más de 24 uñas postizas (sí, leyó usted bien). Las consecuencias de muchas de estas prohibiciones pueden parecer cómicas, pero en el fondo revelan los métodos de una dictadura y, peor todavía, la desesperación de quienes la sufren. Valga este ejemplo: en una conversación reciente, Yusnaby me platicó cómo en Cuba está prohibido matar una vaca. Un decreto de 1997 canceló “el sacrificio de ganado mayor”. ¿Cómo hacen los cubanos para matar una res? ¿Cuál es la solución? En muchos casos, dice, lo que ocurre es esto: parar la res en cuestión sobre las vías del tren y esperar a que la locomotora haga de las suyas. El inspector del gobierno dará el visto bueno a la muerte del animal, no sin antes pedir un soborno. La práctica se ha vuelto tan común que, de acuerdo con Yusnaby, los conductores de tren acostumbran pedir dinero por sus servicios. Increíble, sí. Pero también aberrante.
Por lo demás, el futuro de Yusnaby Pérez será tan luminoso como el de Cuba. Junto con otros de su generación, eventualmente encabezará (ya sin tener que esconderse detrás de un seudónimo) una transición que será compleja pero terminará por triunfar. Por lo pronto, sin embargo, los apologistas de la Cuba de Fidel Castro harían bien en recorrer lo que publica el joven comunicador desde La Habana. No se puede tapar el sol con un dedo.
(El Universal, 30 de marzo, 2015)
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.