para Marta y la tertulia del Konditori
En mi libro Inmersiones, que se publicó en 2008 en la UNAM, incluí una sección llamada “Los poetas de los días” dedicada a Eliseo Diego, a Jomi García Ascot y a cuatro de mis contemporáneos y amigos en la poesía y en la vida real, Antonio Deltoro, Eduardo Hurtado, Fabio Morábito y Francisco José Cruz. Me siento también una poeta de los días y le debo mucha de esta condición a mi convivencia literaria y vital con ellos, pero aquí hablaré particularmente de Deltoro (1947-2023), no sin antes dar algunos detalles.
Por los años de 1987 y 1988, Fabio Morábito me invitó a participar en una tertulia literaria que él tenía con Antonio y otros participantes en un café del sur de la Ciudad de México que se llamaba Prim. Tertulia en la que hemos seguido hasta ahora, casi 36 años después, y a la que llamamos del Konditori por ser uno de los cafés en donde durante más tiempo nos hemos reunido. Por aquel entonces yo ya escribía poemas pero no se los enseñaba casi a nadie, los iba guardando hasta que llegaron a constituir mi primer libro, Fatigarse entre fantasmas, que publicó Ediciones Toledo en 1992 y que fue sabiamente cribado y muy bien editado por Elisa Ramírez y Eduardo Hurtado.
También estaba empeñada en escribir para el teatro y para el cine, cosa que hice y de la que desistí; era secretaria de redacción de la revista Naturaleza, una de las primeras revistas serias de divulgación científica en México, de hecho me formé trabajando en ella, y participaba en la elaboración de la última época de la extinta revista literaria Cartapacios. En la divulgación científica tuve un gran maestro, el físico Luis Estrada Martínez, pero en la poesía me recuerdo en aquel entonces obsesionada por entender The waste land de T. S. Eliot, para lo que fui escribiendo un gran ensayo que depuré y corregí hasta convertirlo en unas pocas páginas que terminé publicando en Inmersiones. Tenía una visión grandilocuente de la poesía que Antonio Deltoro y Fabio Morábito me quitaron por fortuna.
A esto último contribuyó mucho Toni, como le llamamos siempre a Antonio, quien al igual que yo pertenecía a una familia del exilio de la Guerra Civil española. Menciono esto porque la manera en que él escribía era con un lenguaje que atravesaba una cotidianidad, una historia y una emotividad muy parecidas a las mías. La atención que ponía Toni en el lenguaje, al leer sus poemas y los de los demás, me hizo entender que el poeta tiene que trabajar su lenguaje hasta volverlo lo más claro posible para ir al encuentro de los otros.
Pero Toni y yo compartimos algo más, un ansia de conocimiento, que siempre traté de satisfacer sobre todo en mi dedicación a la divulgación científica por escrito. Él me hizo entender que la poesía era también una búsqueda profunda de conocimiento y que así se tenía que abordar. Tenía una frase que me encantaba cuando te señalaba que había que trabajar más en un poema: “hay que hacer más trabajo de campo”. Es más una frase de investigador científico que de poeta.
Gracias a Toni entendí la aventura que es escribir minuciosamente cada poema porque para él la poesía no era algo escrito con mayúscula, sino algo compuesto de poemas singulares que uno como los barcos tiene que ir llevando a puerto y eso es lo más difícil. La poesía para él implicaba sumergirse en tu lenguaje reconociendo sus límites y asumirlo como un transporte que quién sabe adónde lleva pero del que hay que tener la valentía de no bajarse. Emprender con él una pequeña aventura que siempre recomienza, como el mar de Valéry.
Toni, igual que yo, tenía una curiosidad enorme por la realidad: la ciudad y sus azoteas, sus tinacos, sus aceras, su asfalto, sus alcantarillas; los lugares y objetos cotidianos como las camas, las sillas, las almohadas, el sartén, los papalotes, los trompos; los árboles, las sensaciones, los sentimientos, los afectos, los tímidos, los teporochos, los vampiros, las distintas personalidades humanas y animales, la prehistoria, las diferentes culturas, la mente, el cuerpo, la ciencia, la política, las circunstancias que nos acercan o nos repelen, nuestra manera natural y espontánea de pensar y dudar de muchas cosas, los gestos, lo que por la ciencia se sabe de la materia, lo que filosofaban ciertos filósofos, las luces, las sombras, el suelo, el sol, la luna, el polvo, el paso del día hacia la noche, la barranca, la alberca, la hierba, el pasto, los herbívoros y los carnívoros, los volcanes, los cielos, la niebla, la lluvia, la selva, las piedras, los pájaros en general, los perros, las ballenas, los pulpos, los escarabajos, las gallinas, los zopilotes, los gatos, los perezosos, los camellos, la conducta animal, los sueños, la ceguera, la sordera, el amor, los condiscípulos, los amigos, el futbol, la conversación, la comida… Todo eso y más está en su poesía. Por cierto, a él le encantaban las enumeraciones.
Algo de filósofo peripatético tenía Toni que te hacía seguirlo con los poemas que leía o escribía, sus reflexiones, sus lecturas y su agudo y refinado sentido del humor, como si todo fuera un camino vital que recorrer. Aunque era un maestro en muchos sentidos, no era una persona que luchara por predominar, exhibirse e impresionar con sus ideas y su cultura. Escuchaba muy atentamente a los otros, se interesaba en ellos y conversaba, decía con vehemencia también lo que pensaba. Toni era un gran conversador que nos integraba a todos en una charla profunda, alegre, agradable y habitable.
En “Viaje al fondo de la materia”, pequeño ensayo sobre su poesía incluido en Inmersiones, digo lo siguiente:
Antonio Deltoro parece haber intuido, desde el principio de su obra, que el ser humano ha sido un animal sin un ambiente propio o específico y que tuvo que inventarse lazos con los distintos ambientes por los que pasaba. Los lazos más simples y perdurables, y que ha llevado consigo pese a sus innumerables pérdidas, fueron los de su memoria y los de su lenguaje. Estos son en gran medida arbitrarios y posibilitan arraigarse con el espíritu en cualquier territorio. Permiten establecer un ecosistema espiritual por el que puede correr la energía de la ensoñación, que amplía y profundiza nuestras experiencias limitadas. Dice en su poema “La casa vendida” de Los días descalzos:
Vendimos la casa
y entró en nuestros sueños;
empezó a transformarse,
a variar de ubicación,
a ocupar calles desconocidas,
a ahondarse como un pozo,
a poblarse como un hospital.
Desde aquel entonces concebí la poesía de Toni como la de un naturalista que observara la vida a muy diferentes escalas con humildad y minuciosidad. Dice de sí mismo en tercera persona en su libro Zurdo:
Quisiera tener el ojo astronómico, la oreja arbórea y pajarera. Ambos deseos se los debe a su madre: ella le dio su ambición geográfica, entendida de la forma más decimonónica: desde la astronomía y la geología hasta la biosfera y la geografía humana; de las nebulosas a la creación de la tierra; de los ríos y los mares a los puertos y al comercio; de las montañas y los volcanes a las minas, a las selvas, a la fundación de las ciudades.
No obstante, ese interés tan amplio que hubiera podido conducir a una poesía de tono épico, Toni lo aborda aproximándose lo más sencilla e íntimamente al lenguaje, que para él constituía un milagro y un misterio. Escribe en Zurdo:
Se pregunta: ¿Cómo expresarse sin hacer acopio de lo que no entra enteramente en el lenguaje? ¿Cómo hablar de uno mismo con uno mismo sin usar el lenguaje de todos? ¿Cómo entenderse y extenderse, sin hacerse entender por el lenguaje? Porque expresarse es salir del dibujo, de los márgenes, tiene algo de explosión y de extravío, y entender es dibujar; fundar formas recorribles por el prójimo. Escribir, sí, pero ¿de qué manera?
Esos recorridos por el mundo a diferentes escalas que hace Toni en su poesía, sus prosas y ensayos, fundando formas recorribles por el prójimo, pero a la vez marcando los márgenes del dibujo y el comienzo de su extravío, es su manera de mantenerse cerca del lector, de hacerlo parte de ese pequeño hábitat que es el texto. Cada texto suyo es un territorio conquistado a base de palabras, desde el cual contemplar el milagroso azar que es siempre la vida. ~
(Ciudad de México, 1954) es poeta, ensayista y divulgadora de la ciencia. Sus libros más recientes son: Los zapatos en círculo (Universidad de Guadalajara, 2020), Canciones en voz baja (Ediciones Bon Art/ UACM, 2021) y La lucha con la zozobra. La Libertad bajo palabra en los poetas Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Jorge Cuesta y Octavio Paz (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2022).