Bajo la dictadura de las masas

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No hace mucho tiempo, mentes brillantes tanto como ingenuas concibieron internet con la finalidad de difundir el conocimiento científico, y fue así que durante un tiempo las páginas más visitadas fueron las de la Enciclopedia Británica y la Biblioteca del Congreso estadounidense; después, los usuarios descubrimos los vídeos de niños que padecen accidentes inocuos, las fotos de galletas con la cara de Jesucristo y la pornografía, y la red se convirtió en lo que es actualmente: una gran caja de resonancia de la estupidez humana.

 

Última manifestación de este fenómeno es la polémica principalmente virtual que suscitara un artículo de Vicente Molina Foix en la edición de mediados de septiembre de la revista Tiempo. En él, Molina Foix daba cuenta del hecho de que el quincuagésimo aniversario de la aparición de Astérix y los ochenta años de existencia de Tintín habían suscitado una mayor atención de la prensa que el quincuagésimo aniversario de la muerte de Boris Vian o el centenario del nacimiento de Eugène Ionesco. A esta constatación del estado de cosas, el autor sumaba la de la proliferación de cursos, jornadas y exposiciones dedicados al cómic, e incluso un Premio Nacional “con el que nuestro Ministerio de Cultura enaltece al dibujante de monigotes”, para sostener a continuación que “la equiparación de Mortadelo y Filemón y el manga con Thomas Mann o [Luis] Buñuel me parece una perversión muy propia de la dominante quiebra de categorías estéticas”. “Que tanta gente y tantos críticos serios digan que una chorrada de plastilina como Up es una obra maestra del séptimo arte me produce vergüenza”, afirmaba.

 

Aunque su artículo no era el más virulento sobre la materia que haya sido dado leer recientemente y aunque la posición de su autor no era marginal en un momento en que algunos todavía discuten si el cómic merece algo más que ser considerado un “arte menor”, su publicación llevó a una reacción inusitadamente exaltada por parte de los lectores de la revista, que inundaron a su director de cartas. Algunas pretendían convencer a Molina Foix de la debilidad de sus argumentos; por ejemplo la de José Luis Mora, creador de El Capitán Trueno, quien le animaba “a que se lea grandes obras maestras del cómic como Maus (Premio Pulitzer); Príncipe Valiente, de Foster; o, dentro del cómic de superhéroes, Capitán América, de Ed Brubaker. Créame, son obras de arte”. Otras cartas eran irónicas (“No creo que su desprecio hacia lo que no conoce le ayude mucho en la vida, pero es bien sabido que la ignorancia da la felicidad y usted debe de ser muy feliz”) y otras simplemente beligerantes. Pero la cantidad y la virulencia de las opiniones aumentaban vertiginosamente si se visitaba el blog que el propio Molina Foix tiene en El Boomeran(g). En él (www.elboomeran.com/blog-de-vicente-molina-foix), los comentarios al artículo eran desconcertantemente agresivos y acusaban a su autor de “fascista”, “ignorante”, “miserable”, “mediocre”, “despreciable”, “energúmeno”, “pedante”, “intolerante” y “reaccionario”, entre otras cosas, y a su artículo de “absurdo”, “ofensivo y falaz” y “chorrada” o de ser producto del “estreñimiento mental” de su autor.

 

Ante esta avalancha, el propio Molina Foix respondió en su blog que recordaba haber escrito “textos más abrasivos que ‘Dibujos animados’ contra, por ejemplo, el teatro del celebrado director Pandur […], el cine del iraní Kiarostami y el flamenco” y afirmaba que su “único delito en todos estos casos está hoy por hoy amparado por la ley y es además incruento, pues no sale del campo del juicio estético” y no merece “la expresión de un grotesco fanatismo propio de secta de iluminados”. La defensa no fue del agrado de los lectores aparentemente, y los ataques recrudecieron: acusaciones, amenazas de muerte, insultos de sintaxis errática y otros de tímida corrección: “Muy (poco) estimado Sr. Foix, Era usted un capullo antes y después de su respuesta a la columna”, “Es usted lamentable. No se ofenda, es mi opinión” o “Váyase usted a la mierda, desde el cariño y el respeto siempre”.

 

Mientras las viñetas, cómics y fotonovelas satíricas dedicadas al escritor se multiplicaban en la Red (por ejemplo en www.irreverendos.com/?paged=2), algunos usuarios llamaban a un boicot a la revista Tiempo hasta que ésta prescindiese de los servicios del escritor y otros creaban una lista en su contra en Facebook, el escaso apoyo que el escritor recibía provenía de un miembro del Partido Popular de Lleida, de un supuesto antiguo amante y del escritor argentino Marcelo Figueras, colega en El Boomeran(g), donde esbozó una defensa pueril en la que creía ver en el artículo de la polémica “una humorada” y afirmaba que las objeciones al cómic de Molina Foix provenían, en su opinión, del hecho de que alguien “se está quedando con los laureles y el dinero que debían, a su juicio, quedar en casa”.

 

Aunque la polémica también contó con opiniones autorizadas y eruditas como la de Antonio Altarriba, catedrático de Literatura Francesa en la Universidad del País Vasco y escritor, quien le recordó a Molina Foix que “a Boris Vian le gustaban los dibujos animados” y le invitó a rectificar, este tipo de opiniones no contribuyeron a ella en virtud de que la polémica no era realmente acerca del cómic sino sobre “la dominante quiebra de categorías estéticas” aludida por el escritor en su artículo.

 

Esta quiebra de categorías, y el descentramiento de la autoridad en materia de juicio artístico, no provienen tanto del arte en sí mismo sino de su circulación y, particularmente, del acceso a él por parte de las masas. Molina Foix no cuestionaba la calidad estética del cómic, que él mismo confesaba no conocer en profundidad, sino el ocaso de una cierta forma de circulación de la literatura y un cierto tipo de público, culto y por tanto autorizado, para el cual Boris Vian resultaba más importante que Astérix sólo por ser consumido por menos personas. Este lamento por la pérdida de un arte de minorías no es precisamente nuevo, pero es interesante observar que siempre se ha hecho escuchar desde los medios que han acabado con él: hay algo paradójico en que Molina Foix expresara su crítica a la tiranía de las masas desde la prensa escrita, que ha sido históricamente el medio de masas por excelencia y el único que actualmente aún goza de alguna autoridad para decir qué debe ser leído y por quién, y que la polémica haya tenido lugar en la red, donde la autoridad que emanaba del acceso al arte por parte de una élite ha estallado por los aires.

 

La reacción virulenta y exagerada de los lectores de cómic, indignados por una supuesta afrenta a sus valores, cualesquiera que estos sean, dejó en clara inferioridad numérica al autor, pero también puso de manifiesto que, en tanto prolongación participativa de los medios de masas, la red consagra el juicio generalizado de que todo el mundo debe tener algo para decir sobre casi todo; dicho juicio, que tanto daño provoca periódicamente en materia política, se ha extendido al ámbito del consumo cultural de tal manera que voces como la de Molina Foix, embarcado en estos días en el rodaje de un filme (esto es, en la producción de un tipo específico de arte secuencial mucho más vinculado a la narrativa gráfica y al cómic de lo que el autor sospechaba en su artículo), parecen resonar en el desierto de la estupidez y la ignorancia en nombre de la democratización del gusto sin siquiera la esperanza de ser oídas. Opiniones como la de Vicente Molina Foix pueden ser tildadas de reaccionarias y a continuación descartadas, pero tal vez se debiera recordar antes de hacerlo la frase de Arthur Schopenhauer de acuerdo a la cual “hay épocas de la Historia en que el progreso es reaccionario y la reacción, progresista” y preguntarse por un momento si la nuestra no es una de esas épocas. ~

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Patricio Pron (Rosario, 1975) es escritor. En 2019 publicó 'Mañana tendremos otros nombres', que ha obtenido el Premio Alfaguara.


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