“Toda revolución deja detrás de sí apenas el limo de una nueva burguesía”, escribió Franz Kafka. No fue esta convicción la que hizo de él un gran escritor, pero sí la que lo convirtió en un revolucionario pésimo; la permea esa clarividencia que algunos atribuyen al escritor checo de habla alemana y con la cual Kafka habría anticipado grandes males del siglo XX como el nazismo, pero también, puede imaginarse, la intuición kafkiana de que la revolución (con mayúsculas o sin ellas) sería uno de los tópicos de los que más se discutiría, uno de aquellos por los que más se lucharía, y aquel sobre el que más se escribiría a lo largo de aquel siglo. Esa revolución, hecha y deshecha tantas veces en las mentes y en los corazones y en el papel, aparece ahora en un buen muestrario reunido por el crítico Constantino Bértolo, editor del influyente sello de nueva narrativa de calidad Caballo de Troya.
En su Libro de huelgas, revueltas y revoluciones Bértolo reúne una veintena de textos que proponen, en sus palabras, “la expresión literaria que la tradición emancipadora social ha ido trazando a lo largo de la historia y de la historia de la literatura, dos secuencias temporales cuyas cronologías no siempre coinciden”. Esta falta de coincidencia establece pues una doble cronología para el libro: la de los hechos presentados (desde la rebelión de Lucifer y sus ángeles hasta los movimientos antiglobalización) y la de los textos que se refieren a ellos; esta doble cronología (triple, si se considera la de las excelentes ilustraciones del libro) permite a Bértolo escoger textos de una tradición muy amplia sin estar condicionado por su sincronía con los hechos narrados. Así, la rebelión de Espartaco es presentada a través de un fragmento del clásico libro de Howard Fast, unos veinte siglos posterior al motín de los esclavos; la revolución francesa, a través del relato que Stefan Zweig (1927) hace del ridículo destino de Rouget de Lisle, compositor de “La Marsellesa”; y el inevitable Mayo francés de 1968, por un texto de Olivier Rolin escrito con posterioridad a los hechos y concebido para explicárselos a la generación siguiente. Allí donde sí hay una sincronía entre los hechos y su tratamiento literario, Bértolo opta inteligentemente por su ficcionalización antes que por testimonios directos: la Comuna de París tal como aparece en El insurrecto, de Jules Vallès (1886) o la Intifada a través de un relato de Teresa Aranguren (2006). El resultado es un muy buen muestrario de la recreación literaria de un puñado de resistencias: las revueltas campesinas de la Edad Media, la de los comuneros de Castilla, la revolución inglesa, la francesa, la del pueblo de Madrid ante la ocupación napoleónica, la de los esclavos negros, el movimiento obrero, la revolución mexicana, el movimiento sufragista, la revolución soviética, la de Asturias de 1934, el levantamiento del gueto de Varsovia, la revolución argelina (en un texto ya clásico de Franz Fanon) y unas luchas antifranquistas que al observador extranjero siempre le han parecido más un tópico literario que una realidad histórica.
Este recorrido canónico por la historia de la insurgencia popular tiene su correlato injustificado pero tal vez necesario en todas las revoluciones que no son mencionadas aquí: la revuelta de los moriscos en la Alpujarra granadina, en 1500; la que dio origen a la independencia de los Estados Unidos de América; las de las guerras independentistas de las antiguas colonias españolas en América, que dejaron una abundante cantidad de textos; las que dieron origen a las guerras de independencia de los países africanos y asiáticos; la de la República de los Consejos alemana de 1918 y 1919; la revuelta en Hungría de 1956; la de Stonewall de septiembre de 1969 que dio nuevo impulso al movimiento de liberación homosexual; la de los jemeres rojos de Camboya; la revolución islámica en Irán de 1979… Curiosamente, el libro tampoco menciona la Revolución China, y sobre él planea la ausencia de textos sobre la Revolución Cubana y sobre la militancia revolucionaria latinoamericana. Más allá de cuestiones contractuales, la omisión de estas revoluciones, y especialmente de la cubana, señala, por una parte, un debate pendiente acerca de ésta y de sus efectos; por otra parte, estas ausencias trazan, por omisión, una visión positiva de la insurgencia popular de acuerdo a la cual las revoluciones supondrían siempre la expresión de unas ideas de “libertad, solidaridad y creencia en las posibilidades de alcanzar colectivamente una vida más justa” (Bértolo), y sólo tendrían efectos positivos, de allí la imposibilidad de mencionar aquí la cubana. Esta visión traza una hermosa poética de las barricadas que, sin embargo, se contrapone a la experiencia histórica. Si algo olvidó mencionar Kafka es que las revoluciones no sólo dejan detrás de sí un nuevo orden, a menudo más injusto, sino también muertos y desposeídos, torturados y silenciados, a menudo tantos como el régimen anterior; en otras palabras, las de Isaac Rosa, que “los monstruos de la bondad asustan tanto como los del horror”. Si algo viene a mostrar este Libro de huelgas, revueltas y revoluciones es que, pese a ello, seguimos soñando con la revolución, seguimos imaginando un orden que quizás, sin embargo, no sea realmente de este mundo, y seguimos escribiendo sobre ella. Los textos excelentes de autores como fray Antonio de Guevara, Benito Pérez Galdós, Gustave Flaubert, Sofía Casanova, Wladyslaw Szpilman y el colectivo Wu Ming reunidos por Constantino Bértolo en esta muy bella edición de 451 Editores son buena prueba de que la revolución es, al menos, un sueño repetido, una vez y otra y otra vez. ~
Patricio Pron (Rosario, 1975) es escritor. En 2019 publicó 'Mañana tendremos otros nombres', que ha obtenido el Premio Alfaguara.