Ángel Rama, el héroe de Ayacucho

Asomarse a la imponente montaña que es el trabajo editorial de Ángel Rama es experimentar cierta sensación de vértigo. De insomnio.
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“Se sospecha que nunca duerme”, se decía de Ángel Rama (Montevideo, 1926- Madrid, 1983) en el mundillo literario de Montevideo.

{{ Carlos Real de Azúa, Antología del ensayo uruguayo contemporáneo, tomo II, Montevideo, Universidad de la República, 1964, p. 614.}}

 En 1949, a los veintitrés años, Rama ya había fundado su propia editorial independiente, Fábula, pero que no duró mucho por incurrir en el error –muy común cuando se es neófito– de publicar una novela suya, ¡Oh sombra puritana!, que ya nadie recuerda. En la Cronología y bibliografía de Ángel Rama (preparada en 1986 por Carina Blixen y Álvaro Barros-Lémez, tres años después del accidente aéreo en Madrid) se registra que entre 1946 y 1983 el insomne uruguayo fundó cinco revistas y colaboró en más de cien, para las cuales escribió mil 420 artículos (entre reseñas y ensayos críticos). Además, publicó diecisiete libros de autoría individual. Hasta mediados de 1973, cuando la dictadura cívico-militar lo condenó al exilio, Rama animó intensamente la actividad editorial uruguaya como si se tratara de una militancia política. Así asumió la sección literaria de la revista Marcha entre 1959 y 1968, es decir, como una defensa de una cultura independiente, ajena y aun enemiga del Estado. Pues, a pesar de trabajar en proyectos editoriales estatales o financiados con dinero público, Rama miró con cierta sospecha el exceso de nacionalismo de la Biblioteca Artigas, por ejemplo, donde se publicaron 58 volúmenes de “clásicos uruguayos”, o bien, de la Enciclopedia Uruguaya, que entre 1968 y 1969 editó 58 fascículos de la Historia ilustrada de la civilización uruguaya.

((Pablo Rocca, “Ángel Rama, editor (de la literatura a la cultura: ‘Enciclopedia Uruguaya’ y sus derivaciones)”, I Coloquio Argentino de Estudios sobre el Libro y la Edición, La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 2012, pp. 401-416.))

Creado al final de la era colonial como un buffer state (Estado colchón) entre Argentina y Brasil, Uruguay fabricó igualmente un nacionalismo que a ojos de Rama no contribuía mucho a la integración latinoamericana. De ahí que la principal batalla de nuestro noctámbulo editor uruguayo se haya librado en Caracas a partir de 1976 cuando estuvo al frente de la colección de clásicos latinoamericanos de la Biblioteca Ayacucho, esto es, una serie de libros que recogen continentalmente (no desde un punto de vista nacionalista) la producción intelectual latinoamericana en sintonía con la historia de las ideas en Occidente. De hecho, lo mejor de tal colección son las antologías o compilaciones de fragmentos, piezas oratorias, cartas, artículos y doctrinas políticas de diversos autores, lo mismo de la era colonial que del siglo XX, que Rama ideó para integrar una perspectiva conjunta de movimientos intelectuales o políticos, vividos contemporáneamente por todos los países del continente.

(( Ángel Rama, “Biblioteca Ayacucho: una historia de América Latina”, Latinoamérica: Anuario de Estudios Latinoamericanos, Universidad Nacional Autónoma de México, núm. 14, 1981, pp. 325-339.))

Para cualquier investigación de historia de las ideas siguen siendo imprescindibles los dos tomos que salieron en 1977 del Pensamiento político de la emancipación, que Rama encargó al gran historiador argentino José Luis Romero; o la obra de su hermano sociólogo, Carlos Rama, titulada Utopismo socialista (1830-1893), exquisito paseo por los roussonianos y saint-simonianos latinoamericanos; también la publicada en 1979 del Pensamiento de la Ilustración. Economía y sociedad iberoamericanas en el siglo XVIII, con prólogo y notas de José Carlos Chiaramonte, para no mencionar la del Pensamiento positivista latinoamericano, con prólogo y notas de Leopoldo Zea, publicada en 1980.

Por decreto ejecutivo del 10 de septiembre de 1974, cuando Venezuela gozaba de una bonanza petrolera y de uno de sus pocos momentos de vida democrática, el presidente Carlos Andrés Pérez sancionó la creación de la colección editorial Biblioteca Ayacucho. Aquellos ejemplares de pasta dura y en gran formato de quince por veintiún centímetros, confeccionados por el diseñador gráfico argentino Juan Fresán y cuyo contenido gestionó en gran parte nuestro insomne editor uruguayo, ocupan aún los estantes de bibliotecas personales y públicas con algún interés latinoamericanista. Es posible que, comercial y académicamente, el latinoamericanismo de la colección Ayacucho haya respondido a la demanda de muchas universidades angloamericanas y europeas. También es posible que haya contribuido a diluir el excesivo nacionalismo de la Guerra Fría (mejor sería decir, el militarismo que pretendía combatir el internacionalismo comunista), mediante un internacionalismo más familiar, “inofensivo”, como el de la “conciencia latinoamericana”. En cualquier caso, el 18 de septiembre de 1974, en su diario personal, Rama expresó “pena ajena” por un par de colegas uruguayos y argentinos que proponían disparates editoriales en las primeras reuniones de la Biblioteca Ayacucho:

Reunión con los delegados extranjeros para oírles sugerencias sobre la Biblioteca Ayacucho. Casi nada de interés, sobre todo a causa de la estrechez nacionalista de miras. Arcadio habla de recopilar en varios tomos los escritos de Batlle y Ordóñez; Roig, de publicar las historias de los ferrocarrileros argentinos de Scalabrini y así sucesivamente. Compruebo, y con la mejor audiencia posible, la atroz incomunicación latinoamericana. Y, más que nada, la ausencia de un verdadero plano continental, unitario para medir su creación cultural, aplicando en la óptica crítica esa conciencia latinoamericana de la que tanto se habla y la que tan escasamente se practica.

(( Cfr. Fabio Espósito, “Biblioteca Ayacucho: la Enciclopedia latinoamericana de Ángel Rama”, Orbis Tertius, 27(35), 2022 [en línea].))

La correspondencia epistolar de Rama alrededor de la Biblioteca Ayacucho, recogida recientemente por su hija Amparo, arranca en 1976 a propósito del segundo volumen de la colección, el poemario Canto general, de Neruda, prologado por Fernando Alegría, y concluye a propósito del volumen dedicado al sabio novohispano Carlos de Sigüenza y Góngora, con una carta que el uruguayo dirige al hispanista estadounidense Irving Leonard el 12 de agosto de 1973 para que prologue tal volumen.

{{5 Cfr. Amparo Rama, “Ángel Rama en las cartas de la Biblioteca Ayacucho”, Revista Linguagem & Ensino, 23(1), enero-marzo de 2020 [en línea]; Amparo Rama (ed.), Ángel Rama. Una vida en cartas. Correspondencia 1944-1983, Montevideo, Estuario Editorial/Dirección Nacional de Cultura, Ministerio de Educación, 2022, pp. 468-837.}}

 El 23 de abril de 1976, en ocasión de un volumen dedicado a Pedro Henríquez Ureña, Rama le escribió al crítico colombiano Rafael Gutiérrez Girardot (entonces profesor de hispanística en la Universidad de Bonn) sobre los sinsabores económicos y de salud (ya iba para su segundo infarto) que le había ocasionado el intenso trabajo editorial de la Biblioteca Ayacucho: “Cumplo este año cincuenta años redondos (dentro de una semana) y siempre he tenido problemas económicos de diverso tipo que tú conoces bastante por tus propias experiencias colombianas, no muy distintas de las uruguayas.”

{{ Cfr. Juan Guillermo Gómez García, “Rafael Gutiérrez Girardot a la luz de su epistolario con autores latinoamericanos”, Cinco ensayos sobre Rafael Gutiérrez Girardot, Medellín, Ediciones Unaula, 2011, p. 197.}}

 En la misma carta le hizo saber a Gutiérrez Girardot las pugnas por los derechos de autor con el Fondo de Cultura Económica: “El Fondo se niega a permitir que publiquemos Los de abajo, de Azuela, pues creo que entramos en competencia con ellos: se olvidan de que en veinte años solo han publicado un centenar de títulos de la Biblioteca de don de Pedro, cantidad que yo hice en un solo año.” Rama se refería a la colección de clásicos latinoamericanos que Pedro Henríquez Ureña, a solicitud de Alfonso Reyes, ideó para el FCE poco antes de morir en 1946. Es de notar que tal colección la recogió y la intentó editar en Cuba una hermana de Pedro, Camila Henríquez Ureña. Acaso, en uno u otro caso, el nacionalismo revolucionario (mexicano y cubano) haya impedido una empresa tan continental como la que Rama finalmente llevó a cabo en la Venezuela democrática.

Como editor, contrario a los que lo imaginan como un izquierdista de capillas y cenáculos, Rama dio muestras de generosidad y ecumenismo. A pesar de sus rencillas con otro gran editor y crítico uruguayo, Emir Rodríguez Monegal, Rama aceptó y hasta reseñó libros de los alumnos y seguidores de aquel. En medio de la polémica por el caso Padilla, que rompió la flaca armonía del boom latinoamericano y que dejó al descubierto el “oro de Washington” y el “oro de Moscú”, Rama, sin dejar de simpatizar con la Revolución cubana, no dejó de cartearse con Reinaldo Arenas ni con Mario Vargas Llosa. A este último no dudó en proponerle, en carta del 22 de mayo de 1976, el prólogo para Los ríos profundos, de José María Arguedas, acaso una de las novelas favoritas del uruguayo. (Un paréntesis: debido a su afición por el estructuralismo francés de Lévi-Strauss, a ratos Rama escribe y razona más como antropólogo que como crítico literario en sí, a juzgar por Transculturación narrativa en América Latina e incluso por La ciudad letrada.) Aun en agosto de 1979 Rama le preguntaba al novelista peruano cuándo podría publicar en la colección de la Biblioteca Ayacucho una novela suya (salió posteriormente La guerra del fin del mundo), “sin que se nos eche encima el Ángel femenino [Carmen Balcells] que custodia las puertas del paraíso”. El monopolio editorial peninsular (catalán y castellano) finalmente alcanzó con sus tentáculos a Caracas. En carta del 18 de julio de 1983, según le contaba Rama a Saúl Sosnowski, los libros de Ayacucho se imprimían en imprentas españolas, pues las de Caracas estaban atiborradas de propaganda electoral y de reediciones y recopilaciones en homenaje del bicentenario de Bolívar (1783-1830). De nuevo, el nacionalismo carente de miras permitía lo que aparentemente buscaba impedir: el control (editorial, comercial o político) de la antigua metrópoli.

Más conocido como reseñista y crítico cultural, a la vez que como profesor y conferencista en universidades de Francia y Estados Unidos, preguntémonos si Rama encaja en la definición de Roger Chartier sobre el oficio editorial como un oficio artesanal y técnico.

{{ Cfr. Roger Chartier, El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación, Barcelona, Gedisa, 1992, p. 55.}}

 Los quinientos tomos que se proponía editar Rama en la Biblioteca Ayacucho, que recogieran la vigencia del legado civilizador de América Latina desde los textos precolombinos hasta nuestros días en materias tan diversas como la filosofía y el folclor, suscitan también una pregunta por la disciplina de la lectura. Por el exceso de libros. En uno de los agudos fragmentos de Parerga y paralipómena, “Sobre lectura y libros”, Schopenhauer recomendaba que antes de comprar un libro calculáramos el tiempo para leerlo. ¿A qué horas un editor (ya no digamos crítico) podría editar y encargar quinientos tomos de clásicos o temas latinoamericanos? ¿No hay cierto barroquismo –exceso, insomnio– en la colección de la Biblioteca Ayacucho ideada por Rama? Hay que cuidarle la “silueta” a nuestra América, recomendaba Reyes. El intenso trabajo reivindicativo de Rama por los “clásicos” latinoamericanos en ocasiones se quedó en eso, en un afán reivindicativo. Se echa de menos que de la colección de Ayacucho no haya nacido propiamente una ecdótica, es decir, la metodología de un aparato crítico para anotar textos y perseguir la versión más legible. Con todo, Ayacucho nos ha legado una axiología del latinoamericanismo, un sistema de valores, un panorama de nuestras fortalezas y debilidades intelectuales.

Parafraseando una imagen de Octavio Paz a propósito de Menéndez Pelayo, el país de la edición latinoamericana es triste y áspero; abundan los yermos, los matorrales y las yerbas biliosas; hay muchas colinas peladas, lúgubres pantanos, unos cuantos valles encantadores con vistas admirables y una montaña imponente. Esa montaña se llama Ángel Rama. Asomarse a ella, como hemos visto, es experimentar cierta sensación de vértigo. De insomnio. ~

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(Medellín, Colombia, 1982) se doctoró
en literatura por El Colegio de México.
Actualmente es profesor-investigador
en la Universidad Iberoamericana
Puebla. En 2021 recibió en España el XII
Premio Juan Andrés por su ensayo La
crítica literaria hispanoamericana (una
introducción histórica). Su último libro se
titula La indisciplina literaria (Universidad
Veracruzana, 2022)


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