La ilusiĆ³n de la primavera

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Es imposible leer cualquier libro de B. Traven sin pensar en su enigmática biografía. A este nom de plume se le identifica con un personaje multifacético que, antes de llegar a tierras americanas, habría tenido una vida muy intensa como dirigente del movimiento anarquista de Alemania donde se le conocía también como Ret Marut. Se dice que por su actividad fue condenado a muerte y que a eso se debe su llegada a México. Aquí, el militante se convirtió en escritor y la casi totalidad de su obra se inspira de lo que conoció en estas tierras. Esos libros sobre México, escritos en alemán, obtuvieron un gran éxito en la escena literaria internacional y el día de hoy se han traducido a más de cuarenta idiomas. En la ciudad de México, Traven mantuvo una actividad social muy intensa, sobre todo relacionada con el medio intelectual y artístico de izquierda. Fue amigo de Gabriel Figueroa, de Tina Modotti y de Frida Kahlo; sin embargo, hizo todo lo posible para huir de la luz pública así como de los reflectores de la fama literaria y, para lograrlo, difundió una gran cantidad de leyendas acerca de su identidad y su pasado que aún confunden a sus biógrafos.

La estancia del escritor alemán en México duró cerca de cincuenta años. Viajó a lo largo de todo nuestro territorio, particularmente dentro del estado de Chiapas, entre cuyas comunidades pasó más de un año, y donde se dio a la tarea de explorar y registrar sus paisajes y sus habitantes a través de varios escritos, pero también de la lente de una cámara fotográfica.

Impactado por todo lo que conoció y vivió en el sureste de México, B. Traven escribió Tierra de la primavera, un detallado inventario de usos y costumbres de los numerosos indígenas locales, levantado por un europeo con una gran capacidad de observación e inmensa sensibilidad. La descripción de la vida de los indígenas que hace este libro es de una belleza y una claridad notables. Tan estrecho fue el vínculo que el escritor construyó con Chiapas en esos años que, en el momento de su muerte, pidió que sus cenizas fueran esparcidas en el río Suchiate que atraviesa la Selva Lacandona. Pocas veces un tratado de antropología podrá capturar la atención de un lector como lo hace aquí este libro cuyo estilo es muy directo e inteligente, pero también con un gran sentido del humor.

El libro no se limita a una descripción detallada de la vida cotidiana, las creencias religiosas, los rasgos físicos, las actitudes y los hábitos, la medicina, la lengua y la vestimenta, las relaciones con los mestizos y con los europeos, de los pueblos indígenas: la observación es solo el punto de partida para una intensa reflexión y, a partir de ella, se exponen una serie de ideas sobre la historia de México, sobre su presente y su futuro y sobre esa revolución cuyos frutos empezaban a cosecharse. Notemos que la escritura de este libro se llevó a cabo entre 1925 y 1926, es decir a menos de una década de distancia de la Constitución de 1917. Si la Revolución mexicana es contada muchas veces, y sobre todo el día de hoy, como un movimiento caótico sin ideas ni resultados muy concretos, no es esta la impresión que da Tierra de la primavera. Traven comenta aquí la enorme mejoría que ocurrió tras ella en la vida de los indios y los obreros mexicanos y critica con mucha contundencia la actitud de Porfirio Díaz, a quien considera “muy estúpido en cuestiones de economía del Estado” y para quien “no había problema obrero, muchísimo menos indígena. Tales asuntos eran inexistentes […] prefería resolver las huelgas a balazos”. El autor recuerda también que el ex presidente se encargó de vender a granel las riquezas de México al capital extranjero, sin obligarlo a manufacturar –como se hizo en Estados Unidos– para crear empleos y personal calificado. En ese periodo y en esa actitud radicaría, según él, el origen de la suerte tan distinta que corrieron nuestro país y su vecino del norte. El escritor insiste en la originalidad de nuestra revolución, previa a la bolchevique y en la que no influyeron ni los textos ni las doctrinas socialistas. Traven estaba convencido de que la Revolución mexicana, a pesar de sus inmensos logros, no iba a detenerse en la repartición de las tierras y en la Constitución. La consideraba un proceso mucho más largo que tarde o temprano iba a llevar a una humanidad nueva mucho más justa y equitativa. En este sentido el escritor encontró en el mundo indígena muchas prácticas cívicas y comunitarias que podrían ser de gran utilidad para el mundo y que valdría la pena establecer a nivel nacional. Entre ellas, su manera de hacer justicia, su preocupación por el bienestar de la comunidad antes que la de cada individuo, su sentido de igualdad y no de competencia. Así, los indígenas resultaban fascinantes para la mirada del anarquista europeo, pues en ellos veía modelos distintos de sociedad no sujetos a la represión ni a la explotación de ciertas clases sociales.

Parte de esa confianza en el futuro de México la fundaba Traven en la idea de la raza indígena, a su parecer mucho más proclive a la generosidad que la europea. Hoy, la idea de que existen diferencias morales entre los hombres según la raza a la que pertenezcan –una idea que atraviesa todo el libro y que en otro contexto llevó a una de las peores masacres que ha conocido el mundo– nos parece totalmente obsoleta y, sin embargo, a fines de los años veinte estaba muy de moda entre los europeos. En ese sentido, la actitud hacia los indios de Chiapas, y hacia México en general, resulta ambivalente: por un lado considera que se trata de seres “primitivos y semicivilizados” sin mucha capacidad de concentración y, por otro, los ve ni más ni menos que como la única esperanza de la humanidad: si en algún lado habría de darse una sociedad más justa e igualitaria en la que el hombre no fuera el lobo del hombre, para Traven no podía ser sino entre los indígenas de América: “Aún somos muy jóvenes en América […] Somos el mañana. En nuestro continente se decidirá el sino del próximo milenio; se prepara la cuna de una nueva cultura. Y nacerá en México porque ahí se experimentan los dolores de parto.” Que ese mismo cambio pudiera llevarse a cabo entre los europeos era algo que al escritor le resultaba muy poco probable, como también le parecía dudoso el resultado que las ideas bolcheviques iban a tener en la Unión Soviética. La razón de este escepticismo radicaba, entre otras cosas, en que, a su parecer, la raza blanca se ha caracterizado siempre por “la ambición, la codicia, el ansia de poder y la sed de venganza”. En pocas palabras, a ojos de Traven, los europeos carecen de las características raciales y culturales necesarias para vivir en el tipo de sociedad que el socialismo propone. “Por fortuna, dice el escritor, los hombres que gobiernan en México ya no son españoles –es decir blancos–, sino que por las venas de todos corre sangre indígena.”

A la distancia, el optimismo y la confianza que muestra Traven en nuestra raza y en nuestra revolución parecen un poco exagerados, así como su convicción de que esta última logró poner un punto final a la actitud convenenciera de los gobernantes mexicanos –desentendidos, hasta entonces, de las necesidades del pueblo. No deja de causar tristeza confrontar esa ferviente y esperanzadora convicción con el México de hoy. Y sin embargo, a pesar de que el tiempo no le ha dado razón en esto, muchas de las afirmaciones que B. Traven hace sobre nuestro país en Tierra de la primavera siguen teniendo vigencia. Por ejemplo su comentario acerca de los mexicanos mestizos que se disputan el poder: “hasta ahora, las riquezas de México han representado su mayor maldición. Las hienas y los buitres acechan a los cadáveres. El único motivo por el que no han podido convertir en cadáver a ese país rebosante de vida […] es que las hienas no quieren dejar el botín a los buitres, y éstos se lo niegan a aquellas”. También da en el blanco cuando asegura: “el difícil problema que enfrenta el pueblo mexicano consiste en integrar a los indígenas a la nación de manera tan completa e íntima”. O cuando afirma que el mexicano “aún no cobra conciencia plena de la importancia de su propia cultura”, un comentario que Octavio Paz lleva aún más lejos en El laberinto de la soledad cuando asegura que “existe en los mexicanos una voluntad de reconocimiento casi exhibicionista con la que se mezcla una vergüenza insoportable por lo que son en realidad”.

Se ha comentado que Tierra de la primavera constituye una radiografía de México y la verdad es que el término no puede ser más acertado. Las radiografías muestran lo que está oculto y, en muchas ocasiones, las dolencias internas de un organismo. Resulta elocuente que, a pesar de la celebridad de la que gozaban los libros de B. Traven desde los años treinta en nuestro país, Tierra de la primavera haya tardado casi setenta años en traducirse. A diferencia de una gran cantidad de mexicanos que no quieren voltear a ver la dimensión indígena, este autor creía muy importante dar a conocer la riqueza de ese mundo que de alguna manera seguía soterrado, y que a sus ojos valía la pena describir detalladamente así como tomar la mayor cantidad de imágenes posibles para que Occidente y sus imitadores también lo conocieran.* Tierra de la primavera resulta por momentos contradictorio, como seguramente lo eran los sentimientos que invadían a su autor al confrontarse de manera tan íntima con esa otredad que lo atraía y lo repelía alternativamente. Sin embargo, está claro que se trata de un libro mucho más inspirado por el amor que por la aversión, por la fe en unos hombres con el potencial de cumplir todo lo que él anhelaba para la humanidad. ~

 

 

 


* Por desgracia, cuando la versión en español de este libro se publicó, no contaba entre sus páginas con las fotos de los indígenas de Chiapas que fueron compiladas en la edición alemana. Los lectores interesados pueden sin embargo acudir a los archivos de la biblioteca del inah adonde fueron donados los originales.

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(ciudad de MĆ©xico, 1973) es escritora. En 2011 publicĆ³ en Anagrama El cuerpo en que nacĆ­.


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