Cuatro poetas árabes

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Flor de la alquimia
     He de viajar al paraíso de ceniza
     Entre sus árboles secretos
     Ceniza de los anillos     el diamante     el vellocino de oro.
      
     He de viajar en el hambre     la rosa     hacia las mieses
     Que yo viaje, que me detenga
     Bajo el arco de los labios huérfanos,
      
     Sobre los labios huérfanos     A su sombra herida
     La flor antigua de la alquimia. –

Adonis

Sorpresa cautiva
     Voy girando en los brotes y las hierbas, construyo una isla
     Uno la rama a las riberas
     Y cuando desaparecen los puertos     cuando se oscurecen las líneas
     Revisto la sorpresa cautiva
     Con el ala de una mariposa
     Al abrigo de las espigas y la luz     en el país de la fragilidad. –

Adonis

Siempre en busca
     Yo cruzo las calles y el espacio y la muchedumbre
     Ciego a todos los fuegos
     Yo levanto por todos lados el amor y el odio
     Ah cuánto odio la indiferencia
     Arriesgo la cabeza por decir una palabra
     Por una risa liberadora
     Por una única sonrisa
     Me estremezco con la noche repentina
     Sin esperanza de salvación
      
     Voy bajo los rascacielos
     A la sombra de los automóviles
     Con un resto de confianza en el fondo del corazón
     Y en la memoria un signo de belleza
     Frotaría estos espectáculos erguidos
     Hasta la usura   en fin   donde el abra profunda
     Mi abra fresca de rayos resplandecientes
     Y el pura sangre   masticando su bocado  relinchará
      
     Rostro cerrado
     Atravieso el espacio de las ciudades lejanas
     Floto sobre sus noches azules   canto sobre el camino
     Todos los días doy mi corazón
     A una muchacha
     A un amigo
     Pero me rehúso a lo inerte
      
     Amiga cómo me tientas con el amor
     Quién me asegurará una muerte sin arrepentimiento
     Quién entonces
     Me asegurará   en esta ciudad… que renaceré –

Hegazi

Escogemos a Sófocles

     Si este otoño debía ser el último, entonces perdón
     para el flujo y el reflujo de los mares y de las memorias.
     Perdón para lo que hemos hecho
     con nuestros semejantes antes de la edad del cobre: cuántas criaturas hemos herido
     con las armas talladas en los huesos de nuestros hermanos, para dejar
     a sus únicos descendientes cerca de los veneros, perdón
     para las gentes de la gacela por lo que hemos hecho los veneros, cuando
     se extendió un hilillo púrpura sobre el agua
     sin que notáramos que era nuestra sangre
     que recitaba nuestra marcha entre las anémonas de estos lugares tan hermosos.
Tenemos para el otoño un poema de amor… un breve poema de amor.
     El viento nos hace girar, oh amor, caemos presos cerca del lago.
     Cuidamos el aire enfermo, agitamos las ramas para escucharlo palpitar.
     Aligeramos el culto de la adoración, dejamos los dioses a los pueblos de las dos riberas.
     Llevamos a los más jóvenes de ellos con las provisiones de camino, y luego tomamos esta ruta… y marchamos.
     Cerca de los arroyos leemos nuestras huellas: ¿hemos pasado por aquí? ¿Fuimos nosotros
     quienes han hecho este vaso coloreado, nosotros mismos?
     Sabremos pronto lo que ha hecho la espada del Nombre.
     Oh, amor, guárdanos de lo nuestro… del aire de los campos…
     Un poema de amor para el otoño, el último.
     No podemos acortar el camino, pero nuestra vida
     nos pisa los talones para que apresuremos el paso hacia el alba del amor, oh amor, somos nosotros mismos
     los zorros de este seto, manzanilla de la llanura. Percibimos lo que sentimos… –
 

Darwish

Los comensales

     Si la muerte nos sorprende
     Y nos confía al frío de la tierra
     Gritaré: “Padre
     ¿No éramos comensales en busca de la embriaguez
     En todos los santuarios
     Amantes en busca de amantes?
     ¿Cómo has permitido que seamos esparcidos lejos de ti?
     ¿Cómo has aceptado quedarte
     Solitario en tus reinos eternos…?” –

Ermita
     Cuando los Amantes han elevado sus antorchas
     Cuando se han sucedido en torno de Su morada los cortejos
     Cuando los hombres han sido llamados por Sus nombres
     Cuando se les ha encomendado Su tea luminosa
     Vuelvo en medio de la muchedumbre hacia mi ermita
     Y me quedo solo con el Único. –

Ghuzzi

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