Todos los libros son libros de fantasmas, dice Gonzalo Suárez, y ya demostró Felix Romeo que todos los escritores del mundo son aragoneses. Un ejemplo evidente es Ernest Hemingway, que no solo estuvo en Zaragoza y en Teruel sino que reveló una estética claramente aragonesizante al plantear la teoría del iceberg, que sostiene que lo más importante de un relato no se muestra de manera explícita y queda por debajo de la superficie. “¿Por quién doblan las campanas?”, se titula una de sus novelas. “Nadie, era de Ejea” , responde un señor de Zuera en el imprescindible ensayo Breve antología universal del humor aragonés, de José Luis Cano.
Por si eso fuera poco, la zaragozana Paula Ortiz ha adaptado la última novela que publicó Hemingway, Al otro lado del río y entre los árboles. La película se estrena el próximo fin de semana y puede verse como una historia de fantasmas. El coronel del ejército estadounidense Richard Cantwell, de cincuenta años, está enfermo y pasa un fin de semana en Venecia, en los días finales de la Segunda Guerra Mundial. Allí se encuentra con una joven, trata de descubrir detalles sobre la muerte de su hijo y de escapar de un sargento de Kentucky que intenta protegerlo de sí mismo. La gente lo conoce: su comportamiento heroico en dos guerras le ha granjeado admiradores, odios, remordimientos y achaques.
Como ocurre a menudo en la obra de Paula Ortiz, la historia adopta el tono simbólico y esencial del cuento de hadas. Es una de las cineastas que asumen las referencias literarias (y pictóricas) de una manera más consciente y al mismo tiempo natural: ha adaptado a Lorca y Teresa de Jesús, está trabajando en un biopic sobre Hildegaart Rodríguez, y la película hace pensar en Muerte en Venecia y Bajo el volcán, con un tono onírico y desesperado que mezcla el existencialismo y la chunguez de mediados del siglo XX con Las mil y una noches o la Fábula veneciana de Hugo Pratt. Al otro lado del río y entre los árboles no es complaciente con la moda: trata de un militar, del recuerdo y el código de la guerra, de una relación con una gran diferencia de edad, de una masculinidad agotada, de no hacer nunca caso a un médico, de la conversación y sus interrupciones, de “las posibilidades infinitas” y de la muerte. La idea de diversión es ir a cazar patos; cuando el protagonista se despierta tras sufrir un ataque al corazón y una paliza de unos fascistas fuma un cigarro y se toma una copa, como haríamos usted y yo. Sin subrayar los contrastes y evitando la condescendencia o la ironía facilona que sirve para esconderse, con inteligencia, sensibilidad y eficacia, Paula Ortiz nos lleva a un mundo que parece alejado del suyo y lo acerca al nuestro. Quizá no estaba tan alejado: al final, cuando Cantwell avanza solitario sobre el agua uno piensa en el cementerio de San Michele, donde descansan Brodsky y Pound, pero también en el comienzo de El rostro de Ido, uno de los primeros cortos de Paula Ortiz, en la laguna de Gallocanta.
Este artículo apareció originalmente en El Periódico de Aragón.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).