Se llama sistema de activación reticular y es lo que hace que cuando, por ejemplo, vas a probar un coche, luego solo veas ese modelo por la calle. Antes de saber el nombre lo llamaba el síndrome de la embarazada y los carritos de bebé, y me creía que había inventado algo tan ocurrente como el espíritu de la escalera. En parte porque es lo que pasa con los hallazgos, como explica Gonzalo Maier en Otra novelita rusa: “Al final las mejores ideas son así: del todo previsibles, pero necesitan que alguien las diga en voz alta”. El síndrome de la embarazada y el carrito del bebé es que tu cerebro se ha dado cuenta de que hay una novedad en tu vida y te avisa cuando a tu alrededor hay cosas que se pueden relacionar con eso. A mí me pasa con el fuego desde que hubo un incendio en el baño pequeño del piso en el que vivo desde hace un año. No hubo que lamentar heridos ni pérdidas de valor sentimental. Pero la casa es un caos en el que no se puede vivir.
Desde ese día, todo me lleva al fuego. Dos días después, hice una lista de canciones en las que se habla de fuego, como si así pudiera controlarlo. Empecé a pensar en libros, pero hay demasiados: Las cosas que perdimos en el fuego, Peligros de fumar en la cama, Todos los fuegos el fuego… Abría un libro y me encontraba con un incendio o un fuego o una quemadura o humo. Me compré un jersey verde porque me veía “apagada”. Leí un libro de una escritora italiana, Dolores Prato, porque se llamaba Quemaduras –y era finísimo–, luego resultó que Natalia Ginzburg había editado una novela de Prato que publicó Einaudi y Prato dijo que se la habían amputado. Salía de la casa con las manos llenas de hollín y en la calle llovía y sentía que era un cruce entre el deshollinador de Mary Poppins y Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia pero en una versión gris, “apagada”.
Los libros no se quemaron, pero estuvieron expuestos al calor y al humo. Un libro muy malo se engordó y se llenó de manchas que no se van ni con el milagroso producto que me ha pasado la hermana de mi novio, limpiadora profesional. Es como si el fuego hubiera revelado su verdadera naturaleza. En cambio, Seis propuestas para el próximo milenio, de Italo Calvino, que se mojó con el agua de los bomberos, ha quedado perfectamente legible una vez seco. Las hojas no se han pegado, aunque la cubierta se ha despegado. Tengo que quitar todos los libros para limpiarlos y meterlos en cajas: a efectos prácticos es como una mudanza solo que a la misma casa.
Sistema de activación reticular: todo el mundo tiene un amigo o un vecino o un familiar al que se le quemó la casa. La vecina de uno de los técnicos de la radio, la amiga de la mujer de otro, unos amigos de mis tíos (fue el salón, por un incienso). A Laurie Anderson se le inundó el sótano en el que guardaba todas sus cosas. “No es malo. Es algo excelente perder cosas. Se van y te quedas tan agusto. Eres libre por fin”, dijo Laurie Anderson cuando vino a España a presentar la performance basada en el libro que escribió después de la inundación: All the things I lost in the flood. Quizá lo que me pasa es que el fuego no me ha liberado del todo y tengo que acabar yo ese trabajo: Sally Rooney, adiós; ¿por qué tengo todos los libros de Vivian Gornick si no me parece tan interesante?; este libro mancha más que el hollín.
Creo que mi truco ha funcionado: me he entregado a mi sistema de activación reticular, he recogido todo lo que me ha ido dando y he hecho una bola que ahora espero que se lleve el agua de la lluvia que cae de manera intermitente desde hace dos días. No he cerrado las ventanas del piso.