Serguéi Dovlatov (Ufá, 1941 – Nueva York, 1990) se sumó a la tercera ola de emigración desde la URSS hacia EEUU en 1978, unos meses después de que llegaran allí su mujer y su hija, que no eran su primera mujer ni su única hija. De su primera mujer, Asia, se intentó divorciar en varias ocasiones. Aquí se publicó la cronología sintetizada de la vida de Dovlatov, que es casi como otra novela, la de su vida, y cuyos episodios aparecen como germen, como inspiración, en sus libros. Es obra de Tania Mikhelson, una de las traductoras de La filial, la novela de Dovlatov que publica Fulgencio Pimentel. “La filial” es la URSS en miniatura que hay en Estados Unidos, la Rusia del futuro, que renacerá gracias a los intelectuales en el exilio que se reúnen para debatir sobre qué ha de ser esa Rusia futura. Dalmátov, alter ego de Dovlátov, es periodista en una radio rusa en Nueva York que recibe el encargo de cubrir ese congreso que se celebra en Los Ángeles en 1981, en el que se va a hablar de todo, y hasta se va a plantear una estructura espejo, una filial de Rusia en América.
La primera parte de La filial es una especie de caricatura, pero hay que entenderla como explica Mikhelson en las notas finales, aplicado a los dibujos que hacía el escritor de adolescente: “la caricatura no tenía propósito moralizante: los rasgos dignos de subrayado no lo eran ni por censurables ni por ridículos, sino por su propia capacidad distintiva, por su mera singularidad”. Ah, y otra cosa: “La presencia más recurrente en las caricaturas de Dovlátov es sin duda él mismo”. He aquí cómo opera eso en la novela: “Debo confesar que no soy exactamente periodista. Desde muy niño sueño con la literatura. He llegado a publicar cuatro libros en Occidente. Vivir de la literatura es complicado. Por eso me toca currar en la radio”. De todas las novelas que publicó Dovlátov en vida, La filial es la única que se publicó antes en su país natal que en Estados Unidos. Sigue La filial: “Mi mujer es mecanógrafa cualificada. ‘Taipist’, en el dialecto local. Ha mecanografiado para distintas editoriales todas mis obras. De modo que ya no le hace falta ni leerlas”. La segunda mujer de Dovlátov era mecanógrafa, aprendió el oficio de su suegra, y según escribe Juan Forn en “El borracho de la casa toma la palabra”, recogido en Yo recordaré por ustedes, al mecanografiarlas operaban también como editoras exigentes. Lo de borracho tampoco es una ficción: la cura rusa lo llama en La filial, Dovlátov era alcohólico y su muerte prematura está directamente relacionada con el consumo de alcohol.
El redactor jefe de la radio le pregunta al narrador y protagonista, poco antes de mandarlo a Los Ángeles, su opinión sobre el futuro de Rusia. “¿Sinceramente? Ninguna”, responde. Tras mucho insistir, cede y explica su “visión del mundo”: “Escúchame atentamente. Creo que dentro de cincuenta años el mundo estará aparte. Pero estará unido. Con una economía común. Sin rastro de fronteras políticas. Todos los imperios se vendrán abajo y se establecerá un sistema económico global…”. El redactor jefe le interrumpe: “Escúchame tú a mí: será mejor que no difundas esos ideales tuyos. Son demasiado progresistas”.
La filial es una novela cambiante: comienza como una caricatura, pero enseguida se transforma en otra cosa: cuando aparece en el congreso Tasia, el gran amor de Dalmátov. Empiezan a alternarse episodios del pasado, los recuerdos de esa relación, con el presente del congreso con Tasia allí y el narrador llamando a casa para hablar con su hijo y tener conversaciones más o menos absurdas. El relato de esa relación del pasado –reutilización de fragmentos de una novela que Dovlátov había empezado a escribir años atrás– convive con lo que sucede en el congreso, donde se “distingue” el antisemitismo soviético, la falta de libertades, etc., etc. Mikhelson señala que el final es una referencia a Hemingway: “Encendí un cigarrillo y salí del hotel, bajo la lluvia”, cierra Dovlátov. (“Y salí del hotel, bajo la lluvia”, cierra Hemingway en Adiós a las armas, recuerda Mikhelson.) Y también sostiene que parte del asunto central de La filial es la lealtad. Por eso, en el relato de la reconstrucción de la historia de amor con Tasia, el narrador se explica su yo pasado: “Todavía no había caído en la cuenta de que el dinero suele ser una carga. De que la elegancia no es sino una forma pedestre de la belleza. De que la ironía constante es el arma preferida de los indefensos, si no la única”. Ah, y además hay un cachorro que duerme en el único traje de Dalmátov.