En abril, al redactar el prólogo del Anuario de poesía mexicana 2007, escribí: “Tablada es un poeta que hoy no circula.” Señalaba después la ausencia de compendios amplios de su obra lírica desde 1971, y el hecho curioso de que Li Po y otros poemas –reeditado en 2005– hubiera aparecido en una colección de artes plásticas y no de poesía. Desconocía yo en ese momento el volumen De Coyoacán a la Quinta Avenida / Una antología general, cuyo pie de imprenta se fechó en diciembre de 2007. No estaba aún disponible el facsímil de Un día… Poemas sintéticos, tirado apenas en marzo. Tampoco imaginé que Cal y Arena preparara un José Juan Tablada con selección y prólogo de Antonio Saborit, libro que vio la luz el pasado mes de mayo.
De Coyoacán a la Quinta Avenida arroja una mirada contextual y compacta sobre la vastísima obra de Tablada (ciudad de México, 1871-Nueva York, 1945). Junto a una muestra de 72 poemas tomados de cada uno de sus libros, nos ofrece una nutrida selección de crónicas (sobre Japón, París, Nueva York, México); algunos ensayos de arte y literatura; un par de piezas narrativas, y pasajes de sus dos volúmenes de memorias. Completan la edición un estudio preliminar de Rodolfo Mata y dos ensayos a modo de epílogo firmados, respectivamente, por Esther Hernández Palacios (sobre las distintas etapas neoyorquinas del autor) y Serge I. Zaïtzeff (sobre la breve estancia de Tablada en Sudamérica).
La antología posee virtudes que cualquier bibliófilo agradecerá: un diseño memorable, un esmerado ordenamiento, una selección de textos que no conoce desperdicio, un aparato crítico vasto y al mismo tiempo funcional. Adolece, no obstante, de tibieza. El estudio preliminar da un esbozo biográfico de prosa envidiable pero que evita interpelar al personaje; tiende a lo informativo, al dato cronológico-geográfico y a la descripción de los objetos literarios.
La recolección de poemas sigue un esquema tradicional: presentar estos en estado de página suelta. Decisión que no está del todo mal, salvo que desdibuja la integridad estética de algunos pasajes. A este punto volveré más adelante.
He de confesarlo: me incomoda un poquito que el volumen aparezca bajo la colección “Viajes al siglo XIX”. ¿Es Tablada un escritor del XIX comparado, pongo por caso, con Ramón López Velarde? El japonista de Coyoacán publicaba desde 1888, pero incluso la edición definitiva de su primer libro de versos, El florilegio, data de 1903. Su más fecunda etapa lírica va de 1918 a 1922, coincidiendo casi con la del zacatecano. Lo más granado de su prosa no sólo se escribió en plena época postrevolucionaria, sino que su tono, sus temas y su vocabulario pertenecen al siglo XX. Ayuntar a Tablada al corpus decimonónico mexicano me parece, de nuevo –como sucede al haber editado sus poemas ideográficos en una colección de artes visuales y no de poesía–, una decisión que abona a cierto hábito nacional: el de dislocar ligeramente la obra y los procesos compositivos de José Juan Tablada, colocándolos siempre, de algún modo, en la periferia de la tradición.
(Después de todo, hablamos de un hombre que se equivocó de medio a medio: en un país donde la revolución es la versión laica de la virgen de Guadalupe, él tuvo el mal gusto de ser un reaccionario; en un país donde los poetas quisieran aparecer como sacerdotes impolutos, él fue un oportunista flagrante; en un país cuyo conservadurismo literario procura enceguecer frente a la herencia de las vanguardias históricas, él fue no ya un precursor: más bien un renovador sin cofrades; en un país donde la cronología y el cuadro sinóptico son los únicos instrumentos educativos de la SEP, él decidió saltarse la barda escolar.)
Con todo, De Coyoacán a la Quinta Avenida me parece un libro espléndido.
El prologuista declara su intención de dar un nuevo impulso a la prosa de Tablada entre los lectores actuales; quizá no haya mejor manera de lograrlo que una edición tan pulcra como la que comento.
Por otra parte, Rodolfo Mata es uno de los más devotos promotores con que Tablada cuenta hoy. No sólo presentó en 2005 la edición facsimilar de Li Po y otros poemas y coordinó el CD-Rom José Juan Tablada / Letra e imagen, de 2003. Colaboró también en la confección de la página web www.tablada.unam.mx, donde, entre compilaciones, experimentos de cibernavegación, fragmentos de archivo e imágenes diversas, aparecen íntegros y en facsimilar el ya citado Li Po y los volúmenes Un día… Poemas sintéticos (1919) y El jarro de flores / Disociaciones líricas (1922).
Ahora Mata nos entrega, por primera vez, una edición facsimilar impresa de Un día… bajo el sello de la colección “Ábside” de Conaculta. La aparición de este volumen viene muy a cuento con los días que corren: cada vez más lectores y poetas mexicanos jóvenes manifiestan interés por la materia poética no textual y la escritura en soportes no convencionales.
Un día… contiene 37 haikus (o poemas sintéticos, como quiso llamarlos José Juan) más un prólogo y un epílogo; todo en verso. Se divide en cuatro secciones: la mañana, la tarde, el crepúsculo, la noche. Cada sección está integrada por conjuntos de entre doce y siete poemas de tres líneas. Cada poema incluye un kigo o referente (un animal, una planta, un color, etcétera) que evoca la sección del día a la que el texto pertenece. Cada texto es completado por un dibujo circular realizado por el propio Tablada y coloreado a mano (por él y algunos amigos) sobre los doscientos ejemplares de la edición original.
Me declaro partidario del ámbito de lectura que Mata ha generado con la reedición tanto de Li Po como de este volumen. Revalorar a Tablada significa, entre otras cosas, trascender la lectura de página suelta y experimentar la quidditas que sus obras procuran. El fundamento estético de Un día… (la síntesis; lo simultáneo) se muestra en forma parcial en las compilaciones. Para aprehenderlo cabalmente es necesario incorporar los dibujos (en su orden original) y presentar todos los haikus que componen la serie. Es decir: en tanto que fragmentos de una estructura poética en movimiento, no como poemas convencionales. Y esto me parece un sedimento básico para desentrañar el vínculo entre la escritura de Tablada y los procesos compositivos de las vanguardias, pues no se trata de un mero aligeramiento retórico, sino de la exploración de materia poética no textual y el diseño de nuevas estructuras semióticas.
Rodolfo Mata es uno de los autores que con mayor elocuencia han subrayado esto: para Tablada, trazo y escritura son avatares de una misma voluntad estética.
Se trata, agrego yo, de un gran hacedor de formas (en el sentido en que Haroldo de Campos diferenciaba las formas literarias de los moldes de la retórica tradicional), y su obra me parece no un mero seguimiento de la vanguardia europea: más bien una prefiguración de nuestra poesía concreta.
El José Juan Tablada de Saborit es otra cosa: una especie de edición “Sepan cuantos…” pero sin la editorial Porrúa (y por añadidura, carísimo: una maltratable impresión en rústica que cuesta el doble que De Coyoacán a la Quinta Avenida –y conste que este último viene en pasta dura). El formato y la tipografía podrían ser mejores.
Ofrece, sí, ciertas ventajas: 327 páginas más que la otra compilación; una mayor cantidad de poemas (106), amén de 32 traducciones en verso; presenta íntegra la única novela que el antologado concluyó: La resurrección de los ídolos; parece (pero de ello no estoy seguro, pues la edición no es clara al respecto) que incluye completos los dos tomos de memorias; el prólogo brinda casi cien páginas de intuiciones audaces, anecdotario vasto y esa pasión por la cacería de documentos archivados que han hecho de Saborit un ensayista sabroso.
Estas virtudes se pagan con carencias: los materiales han sido arrojados al volumen, a veces, al ahí se va. No en todos los poemas se indica de qué libro provienen. Bajo el rubro “Memorias” aparecen poco más de 200 páginas sin indicación alguna de su procedencia. No cuenta el libro con una nota editorial que aclare cómo han sido trabajados los materiales. Detalles que, sumados y comparados con De Coyoacán…, desdoran conceptualmente la edición de Cal y Arena.
El mismo prólogo es, en tal sentido, luz y sombra. Cuenta con una virtud que lo coloca en las antípodas de la escritura de Mata: Antonio Saborit confronta la compleja figura de Tablada, la interroga y acucia con especulaciones, por ejemplo, acerca del extravío o la destrucción (tal vez accidental, quizá convenenciera) de vastas zonas de su archivo personal. Saborit recupera, asimismo, la figura del mexicano Marius de Zayas como gran influencia intelectual del vanguardismo neoyorquino. Extrae, de distintos documentos, notas que nos permiten inferir tanto el carácter veleidoso como las sólidas convicciones estéticas de José Juan. Lamento señalar, no obstante, que este ensayo no representa la mejor prosa de Saborit: fue redactado profusamente, con insinuaciones que quieren ser irónicas y en ocasiones no pasan de enigmáticas, y cuya consecuencia sintáctica menos grata es una mínima pero notoria cantidad de anfibologías.
No pretendo descalificar este ejercicio antológico: se trata de un libro pertinente, seleccionado con audacia y bien pertrechado de observaciones lúcidas. Si señalo lo que a mi juicio son sus flaquezas lo hago por bibliomanía, no por mala fe.
Valga este mínimo repaso editorial no como juicio: como celebración. José Juan Tablada regresa nutridamente a nuestras librerías, y creo que esto sucede en un momento en el que muchos lectores estamos ávidos de él. ~
(Acapulco, 1971) es poeta y narrador, autor de libros como Canción de tumba (2011), Las azules baladas (vienen del sueño) (2014) y Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino (2017). En 2022 ganó el Premio Internacional de Poesía Ramón López Velarde.