La doble vida de Henry Kissinger

Kissinger fue una pluma esencial para entender la política internacional y uno de los políticos más criticados del planeta. Los retratos de Niall Ferguson y Christopher Hitchens muestran estas facetas contrapuestas.
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La biografía de Henry Kissinger envuelve una paradoja. Se trata, sin duda, de una de las plumas esenciales para quienes pretenden orientarse en las procelosas aguas de la política internacional. Sus libros son de lectura obligada si se quiere entender la diplomacia antigua y moderna. Pero también es uno de los políticos más criticados en el planeta por haber cometido una serie de actos criminales contra un sinnúmero de poblaciones y gobiernos democráticamente electos.

Esta paradoja resulta clara si comparamos lo que dicen de él dos de sus principales intérpretes: Niall Ferguson y Christopher Hitchens. El historiador escocés –que ya nos ha regalado libros sobre la historia del dinero, el imperio norteamericano o los monopolios digitales de Silicon Valley– fue escogido por Kissinger para ser su biógrafo. De la obra de Ferguson, concebida como una biografía en dos tomos, solo ha visto la luz el primero, Kissinger, 1923-1968: The idealist, en el que cuenta la evolución intelectual de Kissinger desde que era un párvulo en la Baviera alemana hasta 1969, año en que comienza a trabajar en la Casa Blanca como asesor de Seguridad Nacional de Richard Nixon. En su segundo tomo, Ferguson nos tendrá que contar, utilizando los archivos personales de Kissinger, su paso por los gobiernos de Nixon y Ford y su conversión en uno de los consultores políticos mejor pagados del planeta.

La originalidad de la interpretación de Ferguson consiste en desafiar, o intentar desafiar, la versión ortodoxa o clásica de Kissinger, según la cual el estadista y escritor oriundo de Fürth es la encarnación de Maquiavelo. Lejos de haber hecho la apología del realismo político, Kissinger, nos dice Ferguson tras sorprenderse de lo que encontró en sus papeles privados, resultó ser un tipo de pensador idealista. Refugiado de guerra durante la captura de Alemania por Hitler, agente de contrainteligencia en el mismo país durante la ocupación de los aliados, estudiante brillante que consiguió ingresar a Harvard, donde se convirtió en profesor, implicado en la política estadounidense a fines de la década de los 50, el joven Kissinger fue más un kantiano que un maquiavélico.

Aunque no llega al absurdo de decir que estaba de acuerdo con el idealismo de Woodrow Wilson, Ferguson intenta convencer al lector de que Kissinger no era el realista para quien el interés nacional es el imperativo de toda acción estatal. Si Ferguson tiene razón –y de ahí la magnitud de su provocación– entonces tendríamos que leer sus acciones en Chile, Camboya, Vietnam y otras latitudes con nuevos ojos.

Ayuda a la tesis de Ferguson el hecho de que Kissinger haya sido un crítico de la política realista de apaciguamiento de Chamberlain para lidiar con Hitler. También la ayuda el hecho de que, como estudiante en Harvard, Kissinger haya caído bajo la influencia de William Yandell Elliot, un estudioso del filósofo Immanuel Kant que llevó a Kissinger a interesarse en el autor de la Crítica de la razón pura, biblia del idealismo filosófico moderno. De las lecturas concentradas que hizo de Kant el joven Kissinger surgiría una muy ambiciosa tesis de licenciatura llamada The meaning of History. Kissinger, nos cuenta Ferguson, fue también un crítico de la versión economicista del mundo, según la cual el ser humano debe reducirse a su naturaleza calculadora de beneficios. Así, el diplomático resultó ser un gran crítico del realismo económico que hoy llamaríamos neoliberalismo.Veremos lo que dirá Ferguson en su segundo tomo, cuya publicación se ha pospuesto hasta después del reciente fallecimiento de Kissinger, lo cual, sospecho, le dará más libertad a Ferguson para criticarlo.

Si Ferguson es un brillante, aunque heterodoxo, apologista de Kissinger, Christopher Hitchens es uno de sus críticos acérrimos. En su opúsculo –que primero apareció en dos partes en la revista HarpersThe trial of Henry Kissinger, Hitchens intenta una acusación en contra del antiguo secretario de Estado de Nixon y Ford, en principio más bien de orden jurídico, pero con una gran connotación moral.

A diferencia de Ferguson, Hitchens coloca a Kissinger como un exasperante e insensible representante de la realpolitik y lo acusa de crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y diversas ofensas contra el derecho internacional. Las dos primeras querellas se encuentran tipificadas por la Corte Penal Internacional como acciones que podrían llevar a juicio a un jefe de Estado. Kissinger nunca ejerció el poder ejecutivo en Estados Unidos; aun así, si el caso de Hitchens en contra suya hubiera sido procesado por algunas instancias judiciales, los juicios habrían sido variados y largos. Entre estas acusaciones se encuentran el deliberado asesinato en masa de civiles en Indochina; la colusión para asesinar en masa a gente en Bangladesh; la planeación del asesinato de un representante constitucional de un país democrático como era Chile, con el cual Estados Unidos no estaba en guerra; el involucramiento personal de Kissinger para asesinar a un jefe de Estado de Chipre; la incitación y la implementación de un genocidio en Timor del Este; y la intervención personal en un plan para secuestrar y asesinar a un periodista que residía en Washington, D.C.

Esta lista sería suficiente para enviar a alguien a la cárcel por la duración de varias vidas humanas. A pesar de los esfuerzos de Hitchens y otros, Kissinger jamás fue juzgado frente a alguna corte nacional o internacional, aunque hay testimonios de que se sintió en peligro cuando un juez español detuvo a Augusto Pinochet en Gran Bretaña.

Para Hitchens, el pedigrí intelectual de Kissinger no vale nada y lo considera un pensador de bajo calibre. En su libro nos enteramos de algunas cosas significativas. Por ejemplo, que Kissinger aconsejó al presidente Gerald Ford no recibir a Alexander Solzhenitsyn, al mismo tiempo que se presentaba como un enemigo declarado del comunismo soviético.

A pesar de eso, la obra del estadista es leída con atención por gente de todas las nacionalidades y sus asesorías eran buscadas con asiduidad por mandatarios, altos ejecutivos y académicos de todo el planeta todavía antes de su muerte. Las comparaciones con Talleyrand, Richelieu, Metternich y otros ejecutantes de la raison d’État son comunes entre quienes opinan sobre Kissinger.

Quizás valga la pena culminar este escrito con una anécdota personal. Debió haber sido el 2011 cuando Stanley Hoffman, uno de los grandes politólogos estadounidenses, amigo y colega de Kissinger por muchos años en Harvard, fue a dictar una cátedra a la New School for Social Research en Nueva York. Al finalizar su alocución, me percate que nadie lo acompañaba hacia fuera del edificio. Dándome cuenta de ello, me acerqué y me ofrecí a ayudarlo. Caminamos por la calle 12 hacia la Quinta Avenida. En algún momento le pregunté a bocajarro: “usted fue muy amigo de Kissinger, ¿piensa que sí cometió los crímenes de los que se le acusa?”. Hoffman se detuvo un momento y me respondió: “yo creo que sí”.

Dejé a Hoffman en su hotel y me dirigí hacia mi departamento, sabedor de que no podemos escapar a nuestros ángeles caídos. ~

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(ciudad de México, 1967) es ensayista, periodista e historiador de las ideas políticas.


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