Sea una mente humana, es decir, una entidad capaz de construir representaciones inteligibles de la realidad de este mundo. Y dividamos la realidad entera –el conjunto de todo lo que es– en dos partes bien desproporcionadas: la mente en cuestión y el resto de la realidad donde, por cierto, habitan el resto de las mentes interesadas en comprender el mundo. La verdad en ciencia es una propiedad de la representación mental pero que está necesariamente unida a aquello que se pretende representar. Lo verdadero, y por lo tanto también lo falso, son conceptos que miden alguna clase de distancia entre la representación y lo representado. Existen otras ideas de verdad, como aquellas que pueden no depender para nada de la realidad del mundo. Existen en efecto ciertas construcciones mentales que dependen sólo de las mentes que las han elaborado. Es el caso de las verdades de la matemática (o, en particular, de las verdades de la lógica) y puede ser el caso de las verdades de otras formas de conocimiento, como el conocimiento revelado o el conocimiento artístico. En particular, es el caso del número π, expresado como la relación verdadera entre el perímetro y el diámetro de una circunferencia, o una composición para piano expresada como una relación verdadera entre el estado de ánimo de un compositor y su escritura, o la de un pianista entre su estado de ánimo y su interpretación… En estos casos quizá se pueda hablar de verdad absoluta, aunque en el primer caso tal verdad sea accesible a toda mente humana y en el segundo sólo sea completamente accesible a la mente del artista creador.
Sin embargo, la ciencia no renuncia nunca a comprender la realidad por lo que, en su caso, lo verdadero y lo falso son dos conceptos a caballo entre el mundo interior y el mundo exterior de la mente, entre la construcción mental inteligible y aquella parte de la realidad que la mente pretende comprender. En este caso, la verdad absoluta es un límite por definición inalcanzable, y lo verdadero y lo falso son dos conceptos de suma constante, es decir, a más verdad menos falsedad y viceversa. Progresa la verdad, sencillamente, cuando lo verdadero le come el terreno a lo falso.
Estas afirmaciones iniciales proceden de un hecho bien claro. Por un lado, se diría que, en principio, cualquier pedazo de realidad, por sencilla que ésta sea, requiere un número infinito de símbolos mentales para ser representada. Un objeto material está compuesto por un número gigantesco de átomos en gigantesco número de estados posibles diferentes de sus incalculables relaciones mutuas internas y externas… imposible determinar el objeto sin dejar algún margen a la incertidumbre, al error, a la indeterminación. Pero, por otro lado, el conocimiento inteligible es rigurosamente finito porque nunca renunciamos a que tal conocimiento pueda viajar de una mente a otra mente. En ciencia, el conocimiento que no es transferible no es conocimiento. Cualquier representación mental transmisible empieza y acaba. Conocimiento es una teoría de la física reducible a ecuaciones de leyes fundamentales, conocimiento es una descripción, conocimiento es una clasificación, conocimiento es también un poema, una canción, una escultura o una herramienta. Todas esas piezas empiezan y acaban. Comprender es una forma de reducir, y ¿se puede concebir una reducción más brutal que la que media entre algo infinito y algo finito?
Sospechamos pues, para empezar, que una verdad absoluta es algo muy parecido al concepto de infinito. En matemáticas, o en una construcción puramente mental (que no tenga por qué hacer concesiones a la realidad de este mundo) es bien posible reducir un infinito a algo finito, con el que, por cierto, se puede reconstruir el trozo del infinito original que se desee. Se necesitan infinitas cifras para escribir el número π, pero la matemática ha descubierto que π es la suma finita de un número infinito de términos (la suma puede ser finita porque los infinitos sumandos son cada vez más pequeños). De este modo, el número π, que necesita un número infinito de cifras para ser escrito, se puede escribir con pocos símbolos. Y, atención, con la fórmula finita de la suma, podemos calcular cuantas cifras deseemos de las infinitas que tiene π. Pero tal reducción (o compresión por comprensión) que aquí es posible porque no necesitamos la realidad, resulta que no lo es cuando lo que pretendemos, como pretende la ciencia, es comprender el mundo. En otras palabras, el salto del infinito, propio de la realidad, al finito del conocimiento, impide reconstruir el primero a partir del segundo. De ahí procede, en ciencia, la relatividad de toda verdad, de ahí procede, en ciencia, la inevitabilidad de toda falsedad. No hablamos aquí de lo falso consciente, de lo falso voluntariamente introducido, de lo falso que suplanta a algo verdadero conocido. No hablamos aquí en fin de la mentira. Sobre la mentira enunciaremos sólo algunas frases tales como
Las verdades se descubren, las mentiras se construyen.
Las verdades son para encarar el futuro, las mentiras son para soportar el pasado.
Las verdades requieren una investigación continua y no se alcanzan nunca, las mentiras son gratuitas y se alcanzan inmediatamente.
Hablamos aquí de lo falso como concepto complementario a la verdad, no de lo falso que se presenta para desplazar o suplantar intencionadamente a lo verdadero. Hablamos de lo falso como aquello que rellena el espacio que la verdad deja vacío. No hablamos de lo falso como fraude, sino de lo falso como carga inevitable de todo lo verdadero.
Para analizar esta idea científica de lo falso nada como recurrir a los principios fundamentales con los que se elabora el conocimiento científico. El primer principio equivale a la hipótesis de la realidad. La realidad existe y yo la puedo comprender. Los principios no son verdaderos ni falsos, sino que se asumen o no se asumen (y no asumir que la realidad existe sería incompatible con el interés científico por comprenderla). El primer principio se podría llamar Principio de Objetividad y enuncia que de las muchas maneras que una mente tiene para percibir (observar) un pedazo de realidad, el científico elige aquella manera que menos afecta a la propia percepción (observación). El premio por asumir este principio es el grado de universalidad del conocimiento que se obtiene. Esté donde esté el límite (la física cuántica sin duda impone el suyo), la idea es que el conocimiento del objeto dependa lo mínimo posible del sujeto que lo ha elaborado. Otra cosa, claro, es que tal límite sea inalcanzable en la práctica. Lo que se marca claramente es la tendencia. Mejor determinar la posición de un objeto haciendo chocar perdigones contra él que disparándole balas de cañón, y, mejor aún, iluminarlo con fotones. Mejor que un psiquiatra reduzca su presencia al mínimo cuando explora a un paciente. Relajar este principio es abrir la puerta a una clase especial de falsedad. Las grietas de la verdad científica se rellenan de pasta de ideología. Y la ciencia, por vocación, es la manera de conocer que carga con la mínima dosis posible de ideología. La complejidad de la realidad a comprender marca los grados de la falsedad por ideología. Ya hemos comentado por qué la matemática no entra en el cómputo, así que empezamos por la disciplina científica cuyos objetos tienen la menor complejidad. Es la física. En la física puede haber falsedad ideológica, pero menos, mucho menos que en la biología. Y lo mismo puede decirse de la biología respecto de la economía.
El segundo principio es el Principio de Inteligibilidad. Según este principio la representación debe ser lo más compacta posible y debe representar un pedazo de realidad lo más amplio posible. Cuanto más compresiva (comprensiva) es la representación, tanto más inteligibilidad. Cuanto mayor es el pedazo de realidad representado, mayor representatividad tiene la representación, es decir, mayor dominio de vigencia tiene el conocimiento logrado. El premio por aceptar este principio es su capacidad para anticipar la incertidumbre. Digamos, para ilustrar esta idea, que la teoría de Ptolomeo para explicar el sistema solar es más falsa que la de Copérnico, ésta más que las reglas de Kepler, y éstas más que las leyes de Newton. Es lo falso por déficit inteligible. He aquí un bello ejemplo del progreso de la cosmología por aumento de la inteligibilidad y por aumento del dominio de validez de ésta o, si se quiere, por reducción de la carga de falsedad asociada. Es la diferencia entre una ley fundamental de la naturaleza como la gravitación de Newton o la de Einstein, una ley fenomenológica local como la ley de Hooke de la elasticidad, un modelo como el de depredador-presa de Lotka-Volterra o cualquier modelillo ad hoc para describir un solo fenómeno. La gravitación de Newton sería así más falsa que la de Einstein por ser la de menos vigencia, etc. Obsérvese que el límite del tamaño de la representación de un pedazo de realidad viene determinado por el pedazo de realidad en sí mismo. Esa, si fuera posible obtenerla, sería la representación más fiel posible, pero sería al mismo tiempo la menos inteligible ya que su inteligibilidad sería mínima, pues no tendría nada en común con ningún otro pedazo de realidad. Es cuando coinciden representación y representado. En otras palabras, cuando una realidad es incomprensible, también es incompresible. O sea, la falsedad por falta de fidelidad con lo local puede ser deseable e interesante en aras de la comprensión universal y, sobre todo, en aras de anticipar la incertidumbre. Una representación tan verdadera que sólo representa un único objeto de la realidad no permite anticipar nada fuera de tal objeto (un objeto sólo es, de hecho, idéntico a sí mismo). Un objeto cuya mejor representación es él mismo es un objeto ininteligible. Pero atención, no se puede comprimir más allá de la esencia de las cosas. Por este procedimiento se introduce falsedad por reduccionismo. La buena falsedad necesaria para comprender la realidad se mueve entre esos dos límites, el límite de lo ininteligible (falsedad cero) y el límite de la comprensión excesiva (falsedad máxima).
El tercer y último principio es el Principio Dialéctico. La verdad científica debe entrar en colisión con la realidad de este mundo. El premio por respetar este principio es el progreso del conocimiento científico. Toda protección de la representación de la realidad respecto de la realidad misma representada, es una puerta trasera abierta a la entrada de lo falso. No se puede blindar la representación contra aquello que representa, no se puede ahogar la emergencia de contradicciones. Si el conocimiento de la realidad dice a, entonces tiene que ser posible o concebible que la observación de la misma realidad diga no a (la negación de a). Es la paradoja por contradicción. Todo conocimiento preparado para que estas paradojas sean inaccesibles es un conocimiento abonado a una cierta clase de falsedad. Es la falsedad por incoherencia, la de una sentencia parecida a ésta:
Está prohibido matar seres humanos siempre y en cualquier caso… y se condenará a muerte a todo aquel que viole esta ley.
Muchas formas de conocimiento admiten la incoherencia sin problemas. Otro tipo de paradoja se presenta cuando la observación de la realidad dice a y el conocimiento vigente de tal realidad no tiene previsto ni a ni su negación. Es la paradoja por incompletitud. Es cuando aún no hay conocimiento sobre tal realidad, otro motor del progreso del conocimiento científico. Cuando se da esta paradoja se abre otra ventana a la falsedad, es la falsedad por incompletitud. Es la falsedad que ocupa un lugar vacío en conocimiento, una falsedad que se puede instalar en cualquiera de sus formas emergentes. A ella se puede aplicar perfecta e irónicamente la llamada tercera regla de Clarke: toda tecnología lo bastante avanzada es indistinguible de la magia. La historia de la infamia de la humanidad está repleta de falsedades por incompletitud, sean éstas inocentes o voluntarias. Es la fuente más común para alimentar lo falso como fraude. Muchos chamanes y otros representantes de una gran diversidad de divinidades han encontrado una eficaz manera de generar proezas sobrenaturales por el simple procedimiento de explotar la falsedad por incompletitud.
En suma, no hay verdadero sin falso cuando se trata de comprender la realidad. La ciencia reconoce tres clases de falsedad, lo falso por ideología, lo falso por inteligibilidad y lo falso por incoherencia o por incompletitud. Parte de lo falso no sólo es inevitable sino necesario para hacer progresar las dimensiones fundamentales de lo verdadero. Lo falso por ideología permite la diversidad de ideologías y avanzar ahí donde aún no se dispone de conocimiento científico. Lo falso por inteligibilidad orienta sobre la ruta a seguir, permite localizar fronteras de vigencia y proporciona una interesante elasticidad entre lo universal y lo local. Y lo falso por contradicción o por incompletitud ayuda a mover toda la comprensión de la realidad. En la práctica puede tener un aspecto positivo y, a la vez, otro negativo. Es positivo cuando señala zonas de sombra, aunque no las pueda iluminar. Y es negativo cuando ilumina zonas sin señalar que son de sombra. ~