La longitud inquietante de la página en blanco…*
La fealdad es algo que nos fascina a pesar de nosotros mismos.
Todas las certidumbres entre sí son antagónicas.
No hay nada más irritante que la dialéctica en manos de un imbécil.
No hay nada más triste que la vulgaridad sin gracia.
Es preciso tener en cuenta que la alegría es la tristeza vista en un espejo.
La lucidez es el mayor grado de resentimiento que podemos manifestar contra el significado de las cosas, aunque no contra las cosas mismas.
Experimento interesante: tratar de concebir los contrarios absolutos. ¿Cuál sería el contrario absoluto de un triángulo equilátero?
La muerte, en sentido mecanicista, es una prueba de que la vida es un desarreglo de la materia.
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A partir de diciembre de 1963 Salvador Elizondo, ya escritor de oficio, empieza a numerar sus diarios. Para este propósito, manda encuadernar una primera serie que él diseña a la medida de su caligrafía; en la portada hace imprimir su firma.
El recuento de su vida íntima desaparece como tal entre el cuaderno núm. 1 y el núm. 9, retomándolo a partir del cuaderno que sigue. De los primeros hemos seleccionado algunas páginas que dan apenas una idea de su contenido: Elizondo vuelca sus ideas y proyectos literarios en cuentos, poemas, aforismos, ensayos, etc.
Dedicado obsesivamente a la escritura, también por estas fechas escribe Farabeuf, cuyo original manuscrito es propiedad de Michèle Alban, cuaderno que nunca he visto, por lo que la gestación de ese texto sorprendente no está consignada en estos primeros cuadernos numerados.
¿Qué más hay en estos cuadernos, que esperan, como un rollo de película fotográfica ya expuesta, ser revelados con nitidez en el baño de revelador y fijado con hiposulfito?
– Paulina Lavista
Invocación
Tántalo, tú que eres el arquetipo del hombre fracasado, díctame la sabiduría de este libro, dime tú la palabra que hubiera sido preciso proferir para que las yemas de tus dedos lograran rozar la piel del fruto. Y si todavía no la conoces mírame durante sesenta segundos con tu mirada que es la síntesis de toda la experiencia humana, para que al menos, cuando te encuentre al azar, en el rostro de una mujer, en el proferimiento de una palabra capaz de revelar a los hombres un grano de sabiduría, te reconozca y te acepte como lo que yo soy.
L’an trentiesme de son eage…
Cuando cumplimos treinta años adquirimos la capacidad de comprender el significado cabal del odio.
Es preciso impregnarse de la noción del mal para convertirse en un adulto capaz de enfrentarse a la vida. Es por ello que en ese momento la vida se vuelve un acto conflictivo; porque no hemos olvidado nuestra proclividad a las pasiones menos violentas. Los treinta años son la edad ideal del adúltero y del traidor porque en ese momento de la vida es todavía posible conciliar el ideal con la conciencia de pecado. Cuando cumplimos treinta años salimos del ámbito de las formas antagónicas para entrar en el ámbito de las polaridades.
China
El siglo veinte propone fundamentalmente dos hechos. Uno de orden espiritual y otro de orden político: Bergson descubre la persistencia del tiempo a través de la duración. Proust concreta esta noción en términos de experiencia trascendente, es decir en términos del espíritu.
Los chinos se reproducen a una velocidad infinitamente mayor a la velocidad con la que sería posible matarlos mediante cualquier arma conocida. Actualmente son 700 millones. Dentro de veinte años habrán doblado esa cifra. Dentro de cincuenta años se habrán apoderado de Occidente. Este avance no puede ser detenido más que a costa de Occidente mismo y esta es una disyuntiva inaceptable para Occidente.
Una síntesis trascendente tiende a concretarse, pero sólo en los términos de una proposición delirante: ¿puede el cristianismo, por medio de su tradición humanística, absorber una tradición muchísimo más antigua, una tradición estrictamente de orden técnico? Es preciso tener esto muy en cuenta, dentro de sesenta años la población de chinos será igual a la población actual de la tierra.
Los números
El 95 es el número más brillante antes de cien. 17 es el más misterioso y es solemne. 10 es jovial, sereno. El 9 es hembra, el 3 también. El 5 y el 7 son machos. El 6 y el 8 son menos viriles que el 5 y el 7. El 1 y el 2 son números niños. El 4 es un número desagradable; como su múltiplo el 8. El 3 y el 5 son números bellos. El 9 lo sería idealmente porque es múltiplo del primero y contiene casi dos veces al segundo.
Las series ideales son las 3 → 5, porque una es la media y la otra una extrema. Porque no somos capaces de percibir intervalos seriales de más de cinco tiempos. El uno es blanco y no nos pertenece. El dos es como la representación de un ideal muy pequeño. El 10 es lo que Occidente opone al 6 de Oriente. El 7 es el número obviamente misterioso. Cómo es que Occidente no ha podido inventar un esoterismo del número basado en el sistema decimal.
Las palabras
Las palabras terribles en que Joseph de Maistre nos traza la necesidad, el significado y la verdad del verdugo como eje en torno al que giran las fuerzas sociales apuntan además hacia una condición del espíritu a la que no somos ajenos en tanto que individuos. El paso de las horas es nuestro significado efímero como solitarios, como desvalidos, como condenados a figurar constantemente ante la mirada interior lo irrepresentable de nuestra condición. Existimos en tanto que víctimas de un orden decretado por lo que no nos es propio y en nuestra mirada los ojos que realmente acechan la estupidez, la barbarie sorda y muda de la realidad son los ojos del verdugo, ejecutor de ese orden que nos absorbe sin absolvernos y que forzosamente soportamos en detrimento de ese otro yo supremo, único capaz de sorprender lo sublime, el verdugo que somos de nosotros mismos y que es preciso poner en libertad.
Todos los elementos del universo contribuyen a la nostalgia de nuestra disolución, porque esa mirada de verdugo, sólo a través de la cual el caos nos es comprensible como un elemento del orden ficticio que nos permite entendernos de cierta manera con la realidad, sabe mirar más hondo que nuestros ojos y sabe descubrir en nuestra posibilidad de aniquilación la trampa de la realidad, la certeza de la nada.
Nuestra condición pasajera tiende siempre a subvertir el orden de nuestras angustias, trastocando el plan de acuerdo con el que el universo está concebido. La poesía misma se desentiende del amplísimo significado que tiene nuestra muerte para tratar de descubrir en la banalidad de la naturaleza y de los sentimientos el germen de una supervivencia inasequible. Por eso nuestra condición es desesperada; sólo la laboriosa presencia del verdugo, la lentitud del rito emético con que hemos de destruirnos, la visión espléndida de nuestra descomposición implica en cierta manera, si no nuestra salvación, sí nuestra escapatoria del ritmo opresivo de la vida.
No obstante la malignidad con la que nos es impuesta la realidad, nos engañamos a veces; creemos que nuestro destino es más que vomitar, más que confrontar pormenorizadamente el asco que nuestra conciencia acaba por descubrir en todas las cosas; nos olvidamos momentáneamente de nuestro deber de morir y de matar lo que sobrevive cada hora de nosotros mismos; tratamos de percatarnos de un vacío que excluya todo lo que de excrementicio aportan las horas que vivimos.
Nuestra única realidad es el potro de tortura al que estamos anclados a pesar de las mareas falaces del sentimiento. Un atardecer, un rayo de sol es capaz de destruirnos con más malignidad que todas las tenazas del verdugo y sin embargo creemos descubrir en el crepúsculo, en la luz, el mentís a nuestra condición de gusanos coprófagos.
Todo ello forma parte del mismo engaño porque está constituido de lenguaje. Entre todos los artificios con los que pretendemos escapar a nuestra condenación, las palabras, el ordenamiento consciente de nuestras quimeras y de nuestras mentiras, constituyen la más aparente de nuestras ilusiones. En ello se concreta el absurdo de nuestra relación con el mundo. Tratamos de expresar lo inexpresable cuando nuestro único proferimiento puede ser el grito o el lamento. Y sin embargo nos aferramos a las palabras creyéndolas propias, patrimonio inalienable, justificación perenne de nuestra falsa grandeza. ¿Qué expresa el lenguaje cuando no expresa el dolor intenso de carecer de significado? Soñamos con las grandes realizaciones, somos capaces de concebir estructuras y proferimientos que tienen la grandeza siniestra y banal de las cárceles de Piranesi. Y es que entonces olvidamos al verdugo que somos y que llevamos dentro. Las palabras son el paliativo a nuestra urgencia de crimen, a nuestro goce en la mutilación. ¿Qué queda después de las palabras si ellas mismas no son sino una forma del silencio? ¿Qué queda de todos los gritos sino una sucesión macabra de ecos informes?
Así era yo
Así era yo – 26-IV-66 – cuando escribí estas notas confusas. La mirada es una mezcla de desencanto, de asombro y de estupidez. Hay algo de locura también. Como que el mundo se viene abajo y nosotros, los de entonces, no queremos creerlo. La impresión general es la de que esa foto representa a un imbécil que desconfía de todo. Es acaso esto la inteligencia. He intentado releer el Farabeuf y me aburre. Alguien nos ha destruido. Acaso nosotros mismos. ¿Ama ella la poesía? Una frase de Yeats: “Una línea puede tomarnos horas, pero si no da la impresión del instante, todo el coser y descoser no sirve para nada.” Vista en negativo la foto del chino parece que fue tomada de noche.
¿Qué horas eran cuando lo supliciaron?
Idea para una novela
Una novela que se llamará Teoría de la novela y que tratará de la teoría de la novela, ilustrada con ejemplos de una novela que se está haciendo.
Nota: Esta pudiera ser la obsesión que necesito.
La fundación de Roma
Londres, Ago. 16. UPI. Un científico inglés
piensa que podríamos estar rodeados
por otro universo invisible,
en el cual retrocede el tiempo…
Sugiere que el segundo universo
debe llamarse Faustiano.
Sería como realizar el acto amoroso al revés. En ese universo las pasiones serían una urgencia de quietud, una aspiración irrefrenable de dolor, una abominación del placer. El artista sería aquel que pacientemente fuera construyendo lo increado, aniquilando lentamente la obra de arte. Todo hacer sería una disminución del universo y la muerte el comienzo de un viaje. El universo, la Nada, y el efecto siempre sería anterior a la causa. Sería un universo propicio a todos.
Este es el principio definitivo de LA FUND. D. ROMA.
El hipax
Algunas crónicas de la región de Suabía –con más detalle la de San Crotius– dan testimonio de la existencia del hipax, que tiene cuerpo de caballo, patas de cerdo, garras de cóndor, cabeza de tortuga, con un solo ojo en mitad de la frente. Debido a la lentitud pasmosa con que se desplaza, se le emplea de ejemplo, en las crónicas citadas, de “la quietud que es una forma del movimiento”.
Su pulso es extremadamente rápido. El hipax se nutre de vilano y de alas de libélula.
La carta del suicida
La única verdad que nos es asequible es la que expresa la carta del suicida, la palabra final, el sonido que antecede a la disolución. Pero ese sonido es siempre igual por más que todos hemos soñado hacerlo diferente.
A la Poesía
Yo troqué mi ansiedad y mi camino
por seguir, en un sabio desvarío,
el rumor de tus pasos en la noche
y ese instante de suave desatino
me condujo entre sombras
a encontrar tu esplendor y mi destino. ~
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*Estos aforismos fueron tomados de los cuadernos de Salvador Elizondo.
(ciudad de México, 1932-2006), ensayista, narrador, poeta y traductor, es un clásico de las letras mexicanas del siglo XX.