Las dos Claudias

La trayectoria política de Claudia Sheinbaum abunda en contradicciones y silencios. Sin responder a las tragedias que la persiguen –el desplome del Colegio Rébsamen y de la línea 12 del metro–, la aspirante oficial ha alternado entre dos caras: la de alguien que gobierna desde el conocimiento técnico y la de quien se adhiere, sin chistar, al libreto obradorista.
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¿Quién es Claudia Sheinbaum? La pregunta va más allá del personaje. ¿Quién es cualquier ser humano? ¿Es quizá lo que los demás dicen sobre ella, o lo que ella cree que es? Creo que la autodefinición es una parte primordial en la construcción de una persona, pero a pesar de que lo busqué varias veces, la candidata de la coalición Sigamos Haciendo Historia no habló conmigo. Si su equipo no lo permitió o fue ella quien no quiso, a estas alturas da igual, este perfil se construyó desde distintas fuentes documentales, las voces de quienes la han conocido por diferentes circunstancias, y también de las preguntas que le habría hecho, porque Claudia es, también, las respuestas pendientes.

Es 2024, México se prepara para tener por primera vez una mujer presidenta y hasta la menos entrenada de las voces insiste en aclarar que sus opiniones no tienen sesgo de género. Otras no tienen que ver con el género sino con las historias personales. Escuché a quienes la conocieron en su época de estudiante en la UNAM, a quienes convivieron con ella como alcaldesa de Tlalpan, y también como jefa de Gobierno. “Claudia no era nadie”, me dicen. Me resisto a la figura, nadie inicia siendo alguien, y cualquiera que llegue a ser candidata a la presidencia, algo o mucho tuvo que haber sido y hecho para llegar. Pero cuando se refieren al “no era nadie” esas voces coinciden en tiempos: los del Consejo Estudiantil Universitario, nacido en 1986 para resistir las reformas del entonces rector Jorge Carpizo MacGregor. Claudia era la líder del movimiento en la Facultad de Ciencias, y le precede haber crecido como hija de la bióloga Annie Pardo Cemo y del químico y miembro del Partido Comunista Carlos Sheinbaum Yoselevitz, en un hogar con sobremesas del acontecer político y social de México y Latinoamérica. “A la UNAM no solo le debo haber aprendido biología y a aportar conocimiento –declaró Pardo Cemo en una entrevista para La Jornada de mayo de 2023–, sino le debo aprender a volantear, a pintar camiones, a participar en manifestaciones.” Al igual que su madre, asegura un profesor que la conoció en la Facultad de Ciencias, la futura candidata siguió mucho a Raúl Álvarez Garín y al Pino, se comenzaron a distanciar de Gilberto Guevara y estaban en constante enfrentamiento con Pablo Gómez, del Partido Comunista, y sus seguidores.

Sheinbaum Pardo estudiaba física, cuando le tocó participar en la huelga. La misma fuente, que pide no revelar su nombre, relata: “Nunca destacó ni como dirigente ni como oradora, porque en las asambleas, que en esa época se daban un día sí y el otro también, tenía el estilo rígido al hablar, con gestos que ha mantenido hasta la fecha. Su rigidez oratoria era consecuente con su rigidez política, que le llevaba a ver con desdén y desconfianza los incipientes movimientos feministas y de minorías sexuales, de legalización de la mariguana, etc. Veía, en cambio, con admiración la Revolución en Nicaragua y Cuba.”

En ese momento, había tres figuras clave identificadas como líderes del movimiento, a los que se les conocía como “Los Tres Reyes Magos”: Imanol Ordorika, Antonio Santos y Carlos Ímaz. La relación que Claudia Sheinbaum entabló con Carlos Ímaz es relevante en su camino a la presidencia por razones políticas y personales. Sheinbaum e Ímaz estuvieron casados entre 1987 y 2016 y fue gracias a Carlos que Claudia, para ese momento ya con un doctorado en ingeniería ambiental, llegó en 2000 a la Secretaría de Medio Ambiente del gobierno de la Ciudad de México, siendo Andrés Manuel López Obrador jefe de Gobierno. “Fue la cuota de Ímaz”, me cuenta una fuente, aunque en Claudia Sheinbaum: presidenta (Grijalbo, 2023), la biografía autorizada escrita por Arturo Cano, Sheinbaum asegura que José Barberán fue quien la propuso. De acuerdo con algunas versiones, en aquellos años –un momento definitorio entre lo político y lo personal– Claudia se ganó la confianza de López Obrador a propósito de los videoescándalos.

Como muchos recordarán, en marzo de 2004, René Bejarano, secretario particular y operador político del jefe de Gobierno, fue exhibido en televisión nacional recibiendo fajos de dólares del empresario Carlos Ahumada, lo que desató una crisis en el círculo de López Obrador, en vista de que días antes su secretario de Finanzas, Gustavo Ponce, había también aparecido en otro video gastando dinero en Las Vegas. Sheinbaum, según algunos cercanos, fue quien le avisó a López Obrador que Carlos Ímaz había recibido dinero de Ahumada, como se constató en un video posterior. En la primera declaración sobre el tema, según recogió Proceso en su momento, Sheinbaum dijo que su esposo era “un hombre íntegro, me consta porque vivo con él desde hace diecisiete años; los recursos que tenemos los hemos ganado de manera honesta” y, sin hacer referencia a los videos, sugirió que se trataba de una venganza de Rosario Robles, la anterior jefa de Gobierno y pareja sentimental de Ahumada.

Hay distintas lecturas que pueden dársele a este suceso, pero son más las preguntas que dejó: ¿Cómo vivió Sheinbaum ese episodio? Diversas fuentes aseguran que López Obrador citó a su gabinete para preguntar quién más salía en los videos tras el escándalo de Bejarano y Claudia respondió que su esposo debía de aparecer en uno de ellos. Si esto fue lo que sucedió, ¿qué la llevó a tomar esa decisión? Según el libro de Cano, Sheinbaum presentó su renuncia un par de días después de que el video de Ímaz se diera a conocer, pero la renuncia no fue aceptada. ¿Por qué decidió renunciar si estaba convencida de que su marido era víctima de una revancha? Ella no tendría que responder por un video en el que no aparecía, pero decidió hacer una declaración pública y, a la vez, evadir las preguntas importantes.

Como candidata presidencial, Sheinbaum eligió la frase “construir el segundo piso de la Transformación” como eslogan de campaña, en clara alusión, primero, al actual gobierno –autodenominado Cuarta Transformación– y, también, al segundo piso del Periférico, obra ejecutada bajo su responsabilidad entre 2002 y 2006. Como secretaria del Medio Ambiente asumió la coordinación técnica del Fideicomiso para el Mejoramiento de las Vías de Comunicación, una decisión extraña porque lo lógico era que la Secretaría de Obras encabezara el proyecto. Desde sus inicios, la construcción del segundo piso del Periférico recibió dos reclamos: la falta de transparencia y que la inversión para crear más espacios para los vehículos poco haría por ayudar al medio ambiente. Resulta curioso que en Claudia: el documental, la película de 2023 producida por su hijo Rodrigo Ímaz Alarcón (su segundo apellido se debe a que es hijo biológico de Carlos Ímaz y Sandra Alarcón), Sheinbaum mencione que, en virtud de que se trataba de un proyecto ya decidido, ella misma sugirió que había que hacerlo científicamente, y que ese fue el motivo por el cual terminó encabezándolo. Para la obra, se utilizaron recursos que originalmente estaban destinados al Sistema de Aguas y al Sistema de Transporte Colectivo Metro y, aunque las decisiones financieras del gobierno de la ciudad no eran en ese momento de su competencia, los problemas alrededor de la obra terminaron por atribuirse a la gestión de Sheinbaum. Es revelador que, ya como jefa de Gobierno, Claudia no haya construido segundos pisos, aunque sí el puente vehicular Sur-Oriente –en Periférico y Cuemanco–, a su vez polémico porque supuso la destrucción de tres hectáreas de área protegida, y que haya renovado algunas alternativas de movilidad pública, construyendo dos líneas de cablebús, expandiendo el sistema Ecobici y modernizando unidades de trolebús, tren ligero y de la Red de Transporte de Pasajeros. Según sus propias declaraciones, Sheinbaum ha utilizado la imagen del “segundo piso” –una construcción cuyas cuentas a liquidar, ampliaciones presupuestales, licitaciones y expedientes se reservaron en un principio por diez años, pero a los siete meses fueron desclasificados– porque fue la primera obra en la que participaron ella y el actual presidente López Obrador.

Entre su gestión en la Secretaría del Medio Ambiente y la alcaldía de Tlalpan transcurrieron nueve años en los que volvió a la UNAM como parte del cuerpo académico, fue nombrada secretaria del Patrimonio Nacional del autodenominado Gobierno Legítimo de López Obrador –gabinete en el que algunos miembros cobraban un sueldo de cincuenta mil pesos mensuales– y participó en la fundación de Morena, partido por el cual compitió en las elecciones de 2012. Su trabajo académico de esos años se centró en cómo mitigar el impacto de las emisiones de CO2 y en el manejo ambiental del ex Lago de Texcoco. A lo largo de su campaña ha hecho énfasis en la importancia de las energías renovables de las que asegura serán una prioridad durante su administración. No obstante, en marzo de este año, durante una gira por la península de Yucatán, defendió la construcción del Tren Maya, una obra que diversos ambientalistas han calificado de “ecocida” y que, según datos del propio gobierno, ha requerido la tala de más de diez millones de árboles.

En 2015 y después de una intensa campaña, Claudia llegó a encabezar la delegación Tlalpan (ahora alcaldía). Todos los lunes sostenía audiencias públicas, tuve la oportunidad de acudir a una. Para ser recibida por ella había una lista interminable en la que había que anotarse, pero su equipo estaba dividido por áreas, así que uno podía acudir directamente a la del interés. En esa ocasión fui atendida por el equipo de desarrollo urbano. El problema era la situación de un parque abandonado que se había convertido en una zona oscura y peligrosa, escenario de diversos delitos. Recuerdo cómo se le abrieron los ojos a la persona que me atendía cuando mencioné la palabra “parque”. Pasó poco tiempo para que el sitio se convirtiera en un parque cercado, limpio y seguro. Platiqué con una vecina de la zona, que había trabajado de cerca con diversas administraciones, y sus referencias fueron todas positivas: el equipo de Sheinbaum trabajaba y estaba siempre interesado en hacer que las cosas funcionaran.

Sin embargo, el caso más sonado de su paso por la delegación se relaciona con uno de los eventos más tristes para la Ciudad de México: el sismo de 2017. El terremoto que tomó por sorpresa a los habitantes de la ciudad, otra vez un 19 de septiembre, tuvo uno de los episodios de mayor preocupación y atención con el Colegio Rébsamen, situado en Tlalpan. La escuela se había derrumbado dejando bajo los escombros a personal académico y a menores de edad: “las varillas se rompían como lápices”, dijeron algunos testigos, mientras los equipos de emergencia trabajaban a marchas forzadas tratando de rescatar a los sobrevivientes. Sheinbaum “llegó entre las ocho y nueve de la noche, su recorrido por el colegio no duró más de cinco minutos, la recuerdo prepotente y grosera” es el testimonio de uno de los padres que la madrugada siguiente recibió una llamada para ir a reconocer el cuerpo de su hija. Para otro de los padres, Claudia fue una figura lejana y casi inalcanzable, “soberbia”. El saldo fue de veintiséis personas fallecidas, diecinueve de ellas menores de edad. La tragedia la persiguió hasta la jefatura de Gobierno, en virtud de que, por mandato de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, tuvo que ofrecer una disculpa pública y presidir la entrega de un memorial. Para algunos de los padres todo el proceso estuvo plagado de mentiras: como delegada, Sheinbaum insistió en que el colegio no presentaba ninguna irregularidad y como jefa de Gobierno se resistió hasta el último momento a ser ella quien diera la disculpa pública. “Hoy estamos aquí para cumplir con una recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, pero también estamos aquí por convicción”, dijo como parte del discurso frente a los padres, a pesar de que hizo todo lo posible porque Martí Batres, en su calidad de secretario de Gobierno, fuera quien ofreciera la disculpa. Sheinbaum también trató que el memorial no se construyera en Tlalpan, pidió que los medios de comunicación no estuvieran presentes, su gobierno ofreció once millones de pesos a cada familia, nunca aceptó las omisiones y responsabilidades de la delegación y la información sobre el caso se clasificó como reservada. El memorial del Colegio Rébsamen finalmente se hizo en la Alameda Sur, en la alcaldía Coyoacán.

Aunque, sin duda, la llegada, por primera vez en la historia de México, de una mujer a la presidencia de la república debe considerarse un avance en la lucha política de las mujeres, eso no ha evitado que Claudia Sheinbaum haya mantenido, durante su periodo como jefa de Gobierno, cargo al que llegó en 2018, una relación tensa con los movimientos feministas. El 4 de septiembre de 2020, un grupo de mujeres tomó el edificio de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) en la calle de República de Cuba en el Centro Histórico. El motivo inicial era un reclamo por parte de víctimas de violencia y desapariciones, sin embargo, las ocupantes empezaron a soñar con crear ahí un refugio para mujeres víctimas de violencia. Aunque las demandas apuntaban a las autoridades federales, la carga política recayó en el gobierno de la Ciudad de México, luego de que Claudia Sheinbaum señalara a María Beatriz Gasca, una activista que había asistido a darles su apoyo a las manifestantes, de “estar financiando directamente al grupo de mujeres que mantiene ocupada la sede de la Comisión Nacional de Derechos Humanos”. De manera forzadísima, las autoridades capitalinas intentaron sugerir que había intereses ocultos detrás de la protesta. Eso sí, aclaraban que la información que daban a conocer en conferencia de prensa no era resultado de un ejercicio de inteligencia, sino de una búsqueda por internet. Como consecuencia de estas acusaciones, María Beatriz Gasca perdió su trabajo, debido a que Sheinbaum dio también a conocer el nombre de la empresa en la que laboraba. La toma duró diecinueve meses, y poco a poco sus integrantes fueron apartadas, como piezas de Jenga, hasta que finalmente, el 15 de abril de 2022, el grupo Atenea de la Secretaría de Seguridad Ciudadana recuperó las instalaciones en un operativo, aprovechando la difusión de un video que mostraba a algunas de las feministas golpeando el coche de una vecina de la zona.

Con esos antecedentes y tomando en cuenta la histórica movilización de mujeres del año anterior, en los días previos al 8 de marzo de 2021 el equipo de comunicación del gobierno capitalino nos invitó a varias periodistas a sostener una conversación por Zoom con la jefa de Gobierno. En esa reunión, Sheinbaum nos hizo saber que no entendía por qué algunas de las demandas de las mujeres venían acompañadas de actos de violencia, como las pintas en las paredes. Le comenté que varias de las mujeres habían atravesado el duro entramado del proceso de justicia sin tener resultados y que su enojo era más que legítimo. Ella se mostraba convencida en que el proceso de denuncia de violencia contra mujeres y sus esfuerzos habían sido suficientes. Nunca más me volvieron a invitar a una reunión. Un día antes de la marcha, la Secretaría de Seguridad Ciudadana presumió en redes sociales una importante detención: en una casa en Polanco habían asegurado “armas”, gasolina y droga que, según ellos, se pretendían usar durante la marcha. Lo que las imágenes de la propia Secretaría mostraban era ridículo: las armas eran en realidad unas espadas sin filo que ocupaba para sus espectáculos una de las artistas que acompañó a las víctimas al interior de la CNDH. Recuerdo esa noche, en la que con fuego, música y sus espadas, Flor, una artista urbana, entretuvo a quienes durmieron en la instalación tomada.

En aquel encuentro por Zoom, Sheinbaum aprovechó para hablar de los desafíos que había representado la pandemia de covid-19, que desde enero de 2020 estaba causando estragos en el mundo. El reto era gigantesco, no solo por la cantidad de población de la Ciudad de México, sino porque el gobierno federal tenía una visión distinta para enfrentar la crisis. En el libro de Cano, Sheinbaum reconoce que “desde el gobierno federal tienes una visión, y aquí, que estás en contacto con la gente, tienes otra. Y a lo mejor también hay cosas en las que no estás de acuerdo como el uso de cubrebocas, y eso no impide que creas en el mismo proyecto de nación”. Sus diferencias con la estrategia nacional no se limitaron a su convicción de que se usaran cubrebocas, un gesto que no era menor, tomando en cuenta la polarización que se vivía en aquel momento y en donde una acción o un mensaje distintos a los del presidente podrían ser leídos como una traición. Marcando sus diferencias, pero no de manera explícita, Sheinbaum apareció públicamente con mascarillas (que se quitaba antes de empezar a hablar), modificó el formato de sus conferencias para que las y los reporteros no tuvieran que asistir de forma presencial y aumentó los puntos de pruebas covid. La comunicación fue clara y prudente. No obstante, el gobierno de la ciudad también repartió masivamente ivermectina –un medicamento sin evidencia para tratar el covid– entre la población, y funcionarios capitalinos llevaron a cabo un estudio sobre la supuesta eficacia de dicho fármaco, sin avisarle a las personas que estaban siendo objeto de una investigación. La plataforma que originalmente había aceptado el estudio lo desautorizó más adelante, debido a que violaba importantes principios éticos. A fin de entender el impacto que la pandemia tuvo en la Ciudad de México, resulta indispensable mencionar que un artículo, publicado en The Lancet en marzo de este año, colocó a la capital del país entre los cinco lugares más impactados en el mundo por el coronavirus SARS-CoV-2, entre 2019 y 2021, a partir de indicadores como la tasa de mortalidad estandarizada y la expectativa de vida, que en los años de la pandemia tuvieron en la CDMX peores números que en el resto del país. Aunque el número de fallecidos por la enfermedad fue, según las autoridades, de 40 mil 731 personas, el exceso de mortalidad registrado en la Ciudad de México ha hecho pensar a los especialistas que las muertes provocadas por la pandemia pueden ser tres veces más de lo que reflejan las cifras oficiales.

El manejo catastrófico de la emergencia por parte de la instancia federal alimentó las críticas contra el gobierno de Sheinbaum y borró las fronteras entre la responsabilidad federal y local. En mayo de 2020, el New York Times reportó que el gobierno había tergiversado sus propios datos sobre el nivel de contagio del coronavirus en la Ciudad de México, a fin de no aplicar medidas más severas, que habrían golpeado la economía de la ciudad. El mismo diario informó, meses después, que la federación estaba ignorando los reportes locales ocultando así la auténtica realidad de la pandemia.

¿En qué medida los errores del gobierno federal le han estado cobrando factura a la candidata Sheinbaum? Que una persona tenga que responder por las acciones de otra es, hasta cierto punto, injusto y esto sucede especialmente con las mujeres. La exigencia se vuelve casi imposible de cumplir cuando el responsable es un superior jerárquico. Claudia no solo ha tenido que responder por las decisiones federales para enfrentar la pandemia sino por otras acciones en las que no ha tenido que ver. Recibió, por ejemplo, muchos reclamos por las embestidas del presidente López Obrador contra la UNAM y contra destacados miembros de la comunidad científica, a quienes el Conacyt llegó incluso a acosar judicialmente. ¿Por qué Sheinbaum no dijo nada –se preguntaron algunos críticos– si ella también forma parte de dicha comunidad? En su conversación con Arturo Cano, Sheinbaum admitió que nunca estuvo de acuerdo con el proceso que el Conacyt y la FGR emprendieron contra 31 científicos por delincuencia organizada. “No sé si hubo corrupción o no, no lo sé”, precisó Sheinbaum, “pero es muy distinto decir ‘hay mal manejo de recursos’ a ‘hay delincuencia organizada’, creo que fue un exceso total…”. Al leer estas declaraciones, queda la pregunta: ¿se lo hizo saber alguna vez al presidente?

En los veinticinco años que había trabajado en una zapatería, Nancy nunca había fallado, “nunca dejé el trabajo tirado”, me dijo. Esa noche, la del 3 de mayo de 2021, salió más tarde de lo habitual. Titubeó sobre el medio de transporte para utilizar, estaba entre el lastre de subir las escaleras del metro (porque las eléctricas nunca sirven) o tomar el camión de ruta (y ponerse en riesgo de sufrir un asalto). Decidió tomar la línea 12 del metro, conocida como la “línea dorada”. Un día antes había sido su cumpleaños y la retrasó una llamada para una invitación a festejar. Nunca alcanzaba lugar en el metro, pero esta vez se sentó, a pesar de que eran solo dos estaciones hasta su destino. En esta ocasión el vagón iba más lento que de costumbre. Sintió un brinco y de pronto todo se transformó en polvo, olor a quemado, gente gritando y llanto de niños.

Han pasado casi tres años, me lo cuenta y se le corta la voz. Los pasajeros a su lado desaparecieron para llenar la escena de cuerpos y sangre. Su cadera quedó prensada entre el asiento y el tubo, sintió eterno el tiempo que pasó para que empezaran a sacar a los heridos. La gente comenzó a juntarse entre las estaciones Olivos y Tezonco, entre la sorpresa y el terror con el peligro latente de que la estructura pudiera colapsar aún más y el riesgo de que lastimara a quienes estaban observando. Nancy logró salir del lugar, le aterraba pasar por encima de los cuerpos tirados, se quedó parada sobre la calle hasta que empezó a recibir los primeros auxilios. Escuchó que sería trasladada según sus heridas, y después oyó a alguien más decir que la indicación “de arriba” era llevárselos a todos y que no quedara ningún herido en el lugar. Estuvo internada en dos hospitales y recibió varios diagnósticos equivocados, además de padecer un internamiento en el que le quitaron cualquier conexión con el exterior: su madre solo podía entrar quince minutos a verla, y quienes vigilaban su cuarto se aseguraban de que no entrara con ningún teléfono celular. En el hospital de Xoco un tubo cortado hizo las veces de popote para que pudiera tomar agua, eso después de que su mamá se quejara. Fue hasta después de que su madre diera entrevistas a medios de comunicación que la visitó un representante del gobierno de la Ciudad de México con palabras llenas de promesas. El diagnóstico: dos fracturas graves en la cadera y un esguince. Finalmente fue operada, no hubo tiempos de recuperación ni revisiones posoperatorias, la dieron de alta al día siguiente de la cirugía. Para sacarla del hospital y trasladarla en ambulancia hasta su casa, la taparon con una sábana de pies a cabeza, como si sacaran a un muerto. El gobierno, que no pudo protegerla de su sistema de transporte, la cuidó de los medios de comunicación. Como parte de las recomendaciones médicas necesitaba un reposet, que las autoridades le hicieron llegar después de haber obligado a su familiar a firmar un pagaré por treinta mil pesos en caso de que el sillón sufriera algún daño. La noche del 3 de mayo había llamado a su trabajo, le preocupaba que ella se había llevado las llaves del local y por primera vez iba a ausentarse, sin siquiera imaginar que jamás iba a poder regresar.

Los dolores son continuos, ya no puede agacharse, cargar cosas pesadas, ni estar constantemente subiendo y bajando escaleras. El gobierno de la Ciudad de México le condicionó su apoyo a que firmara un acuerdo. Así lo hizo ella, la ingresaron a un programa de vivienda, del cual no ha recibido nada, aunque tampoco ha tenido acceso al programa de apoyos a personas con discapacidad de la Ciudad de México. El Instituto Nacional de Rehabilitación le avisó que iba a dejar de darle de forma gratuita los medicamentos. Las lesiones ya son por su edad, le dijeron. Tiene 46 años. Nunca pudo ver a la entonces jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum.

Quien sí intentó localizarla por distintos medios fue otra de las víctimas del metro: Sergio Santiago Pino. Él no iba de pasajero, iba en su bicicleta cuando el vagón se desplomó sobre la calle. Fanático del Cruz Azul y jugador amateur de futbol, con ironía recuerda que ese año le pidió a Dios una señal para que no se le cayera La Máquina, y en cambio, se le cayó el metro encima. Quizás él había sido localizado antes de la instrucción de que se llevaran a todos independientemente de su estado de gravedad, pues la ambulancia que lo subió, lo dejó una calle adelante, a fin de usarla para trasladar a alguien más grave. Las personas que lo rodearon, y que insistieron en que fuera llevado a los servicios de emergencia, lograron que finalmente acabara en el hospital. Una vez que su caso fuera conocido, en algunas ocasiones fue apoyado por los enlaces del gobierno de la ciudad para ser trasladado a sus citas, pero no entiende por qué nunca recibió esa ayuda cuando se trataba de la terapia psicológica: los funcionarios no llegaban, se descomponía el coche o se quedaban dormidos. Le prometieron una bicicleta y un celular, luego un departamento, un curso de diseño gráfico y hasta un trabajo. Él solo quiere justicia, y para él la justicia es que se asegure la no repetición del daño, y servicios de salud para quienes estuvieron en el accidente. Hasta el momento no ha obtenido ni lo pedido ni lo prometido. Ni siquiera se le ha reconocido formalmente como víctima. A él también lo aislaron en el hospital, como estrategia de control de daños. Le pregunto qué le diría a Claudia Sheinbaum si pudiera hablar con ella, pues tampoco la conoció nunca: que no era verdad que lo estuvieran ayudando –me responde–, que los estaban dejando solos. Ojalá de verdad estuviera con ellos mano a mano, paso a paso, pide Sergio. Porque él está seguro de que iba a pasar esto, que después Sheinbaum iba a buscar otro puesto y que, si tuviera la oportunidad de verla de frente, seguramente ella le contestaría: ¿Qué crees? Yo ya no soy jefa de Gobierno.

El 22 de agosto de 2023, después de un encuentro con académicos, le preguntaron a Claudia Sheinbaum sobre los trabajos de rehabilitación que tenían que haberse hecho en la línea 9 del metro durante su gestión. Ella respondió: “No, ya que lo conteste el director del metro. Yo ya no soy jefa de Gobierno, pero estamos informados de todas maneras, pero a ellos les corresponde informar.” En su momento, Sheinbaum prometió una investigación y se contrató a la empresa noruega dnv para llevarla a cabo. Cuando la empresa entregó los resultados, el gobierno rechazó el tercer reporte y finalmente el contrato se dio por terminado con un acuerdo que implicaba no pagar el último informe. Durante el primer debate del 7 de abril de este año, se le cuestionó su responsabilidad sobre la “línea dorada”, ahí también evadió la cuestión bajo el pretexto de que había gente que estaba lucrando con la tragedia.

Claudia trabaja duro, empieza a mandar mensajes a su equipo desde las cuatro de la mañana y los mensajes no cesan sino hasta las once de la noche. Espera respuestas temprano. Como jefa de Gobierno, comía en una pequeña mesa de su oficina y transformaba esos momentos en juntas. “Es como una maestra, revisa todo y hace preguntas”, me dice una fuente. Además, confía en su equipo, escucha, puede ser persuadida con argumentos. Todo obedece a una lógica de ajustarse a las evidencias salvo cuando la instrucción viene de López Obrador, esas eran incuestionables. No se le conoce por el buen trato a sus colaboradores: grosera para algunos, clara y sin adornos para otros.

Como jefa de Gobierno, Claudia vivió muchas contradicciones y la pregunta acerca de quién es necesariamente tiene que tocarlas: ¿qué Claudia es la que tenemos que tomar en cuenta? Claudia la que firmó un convenio de colaboración con el ine, pero se rehusaba a tomarse una foto con Lorenzo Córdova, debido a los ataques de López Obrador contra el consejero presidente del instituto. Claudia, la que presumió logros de seguridad en la Ciudad de México sin hacer uso de los militares y apoyada únicamente en un modelo policiaco, pero que llenó el metro de elementos de la Guardia Nacional cuando justificó los cada vez más habituales desperfectos en diversas líneas como si se tratara de un complot. Bajo esa medida, una mujer resultó injustamente detenida por haber dejado caer accidentalmente las aspas de una lavadora a las vías.

Metodológica, analítica, orientada a resultados. La jefa de Gobierno que trazó su propia ruta para lidiar con la pandemia fue también la funcionaria que dejó a la ciudad dos años sin vacunas contra el virus del papiloma humano porque no formaban parte de la estrategia federal. Claudia que trabajó una Norma Oficial para que la refinería de Tula operara con gas natural y, a la vez, ha desestimado la contaminación en la CDMX provocada por el uso de combustóleo, porque el petróleo y sus derivados forman parte del discurso nacionalista del presidente. Claudia la que cuida las comas y sopesa las palabras, Claudia la que recicla frases propagandísticas. Claudia la académica y Claudia la política. De ganar las elecciones, ¿alguna de esas dos Claudias gobernará?, ¿gobernarán las dos?

Hubo una pregunta, que para algunos puede parecer absurda, pero que hice a varias de las personas con quienes platiqué para poder llevar a cabo este perfil. Una pregunta que generó silencios incómodos, saltos hacia atrás y se quedó la mayoría de las veces sin respuesta, lo que la convirtió en una pregunta interesante. La pregunta es simple y me llamó la atención que solo dos personas me la lograran contestar. ¿Quiénes son sus amigas? Una de ellas me respondió: Florencia Serranía, la exdirectora del Sistema de Transporte Colectivo Metro, que tuvo que ser separada del cargo tras el accidente de la línea 12, pero a quien nunca se le fincaron responsabilidades. La otra respuesta la obtuve del periodista Beto Tavira: ¿Tú sabes quiénes son sus amigas? Sí, me dijo. Hubo alguien que estuvo muy cerca de ella en momentos difíciles. Se llama Xóchitl Gálvez. ~

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es periodista y conductora del noticiero de 4
a 6 de MVS Radio. Cofundadora de Opinión 51, donde escribe una columna semanal. Mantiene una videocolumna en el portal UnoTV.


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