Deborah Eisenberg. Confesiones de una escritora

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La escritora estadounidense Deborah Eisenberg (Chicago, 1945) estuvo en España el pasado mes de febrero. Mantuvo diversas charlas y encuentros en librerías de Madrid y en Málaga. Reproducimos aquí la que dio en Letras Corsarias, en Salamanca, acompañada de Santiago La Rosa, editor de Chai Editora, y de Aloma Rodríguez y Andrea Toribio. Chai ha publicado tres volúmenes de relatos de Eisenberg. El más reciente, Taj Mahal, es también el único concebido como tal: los otros dos volúmenes, Relatos y La venganza de los dinosaurios, eran algo así como una selección de los mejores cuentos de la autora.

Cómo se hizo escritora

Empecé a escribir tarde, relativamente. Por suerte, no me dio por convertirme en bailarina. Y empecé a escribir porque dejé de fumar. Era una fumadora muy, muy pesada. Me encantaba fumar. También estaba decidida a no hacer nada productivo. O prestigioso. O mucho de cualquier cosa. Era algo quizá compartido con mi generación, en los años sesenta: cierta repugnancia por el mundo hiperproductivo y consumista y materialista en el que había nacido. Buscábamos otras formas de vivir, como seres humanos.

Mi postura era básicamente estar en contra de todo, y fumar es una excelente representación de eso. Fui extremadamente adicta a la nicotina, y a todo el ritual de fumar. La forma en que te mueves. La forma en que te despiertas buscando un cigarrillo. La forma en que tu día se define por los cigarrillos. El humo, encender un cigarrillo, etc.

Así que cuando dejé de fumar tuve que reinventarme completamente, redefinirme, porque el cigarrillo era algo central en mi vida y en mi posición en torno a la vida. Me había construido sobre el humo y la nicotina. Empezaba algo nuevo para mí: ¿qué iba a hacer? Lo que quería era no hacer nada. Siempre había tenido un impulso muy fuerte de intentar entender las cosas a través de palabras, de expresar con exactitud una sensación que está en la frontera de la conciencia.

De niña había leído mucho, hasta los quince años. Ahí me detuve. Pero siempre me emocionaba llegar a algo que parecía absolutamente inalcanzable. Así que el maravilloso hombre por el que dejé de fumar [el actor y dramaturgo Wallace Shawn, que tiene problemas crónicos respiratorios] me dijo: “es el momento, no puedes luchar más contra la escritura. Deberías, al menos, intentarlo. Aquí tienes un cuaderno y aquí un boli”. Y lo intenté, y obviamente no pude hacerlo porque nadie puede escribir. Me gustaría decir una cosa, en caso de que haya alguien en esta sala que tenga un deseo o un impulso, un impulso secreto por escribir que les hace sufrir porque les parece que escriben mal: todos escriben mal al principio, porque es muy difícil expresar lo que quieres decir. Es difícil de verdad, y se supone que ha de ser difícil, no es que lo estés haciendo mal. Es parte del trabajo, y una de las alegrías de ser escritora –esto es importante– es que existe el borrador. Nadie tiene que ver qué estás escribiendo, nadie tiene que saber qué estás escribiendo, y puedes borrar lo que no te guste. Pero casi cualquier cosa que hagas, casi cualquier cosa que escribas, más allá de una lista de la compra, y tal vez incluyendo una lista de la compra, requerirá mucha revisión. Así es como funciona, y para mí ahí está el placer: en hacer algo un poco mejor. Esta coma lo hace mejor, borrar esta palabra lo hace mejor. Todos esos primeros años de escritura fueron los del descubrimiento de ese proceso.

Sobre empezar a escribir presuntamente tarde y mundos paralalelos

La gente tiene cosas diferentes que decir según la edad, y hay diferentes tipos de sabiduría, y hay escritores que empiezan muy jóvenes que son excelentes. No estoy segura de que sea necesariamente mejor empezar tarde. Aunque no creo que yo pudiera haber empezado antes.

Si no hubiera dejado de fumar, probablemente no haría nada, porque se me da mal casi todo lo que no es escribir. Tuve otros trabajos –secretaria, cajera, camarera–. De no haber empezado a escribir tras dejar el tabaco, haría eso mismo pero muy mal y siendo infeliz.

Influencias

No puedo decir qué escritores me han influenciado porque no soy muy susceptible a las influencias. Pero sí sé cuáles me encantaría que me hubieran influenciado, los que admiro mucho: Chéjov, Tolstói, Cheever, Kafka, Isaac Babel. Quizás una influencia, a nivel inconsciente, fueron los cuentos de Katherine Mansfield, que empecé a leer de muy joven. Los leía y los releía. Incluso cuando no entendía de qué trataban, era como si estuvieran tratando de decirme algo al oído. También las novelas cortas de Turguénev.

El taller de Deborah Eisenberg: modos y temas

Descarto lo que no pertenece a la historia porque busco comprimir y potenciar. Quizás la pregunta es qué me lleva a ciertos temas y no a otros. Eso tal vez no es fácil de decir o de entender o de explicitar. Pero alguien dijo una vez, sobre mi escritura, que escribir es mi modo de pensar. Estoy de acuerdo, en el sentido de que en mis cuentos no busco narrar de manera convencional, no me interesa la historia lineal. Pero sí lo que está escondido dentro. La narración que uso es más bien una arquitectura o una estructura en la que escondo o incluyo mis preocupaciones o mis temas. Cuando digo que no pienso, quiero decir que no tengo un esquema predeterminado en el que estoy tratando de encajar algo. Dejo que todo se desarrolle y entonces pienso mucho. Para mí, cada una de estas estructuras complicadas que ejecuto requiere un montón de ingeniería. No es que las arme al azar con una pieza aquí y otra allí, a ver qué sale. Es importante que haya una coherencia. Uno podría pensar, por ejemplo, que “Otro Otto un Otto mejor” conduce a un momento específico, al concierto de la pareja de Otto, y hay una tensión en la pareja que lleva hacia ese momento. Pero creo que en realidad ese cuento habla de una profunda compasión hacia alguien muy dañado y muy enfermo, que es la hermana. Alguien me dijo que mis cuentos no van de lo que van. Lo que quería atrapar en ese cuento es una experiencia que no se podría contar de otro modo. No se podría contar de forma directa y explícita, porque es algo doloroso. La trama del concierto, que pareciera ser la que mantiene la tensión, no es el centro, o el centro que me interesa o lo que quiero transmitir en ese cuento.

Lo que se ve y lo que no se ve

Estoy muy interesada y me siento muy atraída por cierto misterio, incluso en los actos más banales y en la vida cotidiana. Por supuesto, tenemos ciertas convenciones. Pero creo que en los intersticios de esas convenciones, que nos permiten vivir y atravesar cada hora, se esconden un montón de preguntas interesantes. ¿Qué es lo que realmente estamos viviendo? ¿Qué es lo que realmente estamos sintiendo y experimentando? Quizás esa es la pregunta o el lugar hacia el que se dirigen los cuentos: al más allá de lo que todos damos por sentado para vivir.

Quiero decir algo más sobre eso. Lo más emocionante sobre leer algo que es realmente bueno, que amas, es el sentimiento de “oh, sí, eso es la vida”. Nunca me había dado cuenta de eso antes, pero eso es exactamente lo que es la vida. Tal vez no la vida que vivimos en el día a día, sino algo que uno descubre en una lectura; ese es uno de los grandes placeres de la lectura: descubrir algo dicho de un modo que te hace pensar, tanto en tu propia vida como en tu propia experiencia, en cosas que no habías registrado.

El sentido del humor

Sufro por lo difícil que es hacer las cosas y me quejo. Pero uno de los privilegios de ser escritor es poder quejarse de lo que uno hace y de la propia escritura. A la vez, es muy divertido cuando las cosas empiezan a funcionar, cuando los personajes empiezan a vivir y a hacerse verdaderos y a tener conversaciones verdaderas. En el relato “Taj Mahal”, por ejemplo, protagonizado por actores, un mundo que conozco, disfruté mucho dando vida a todos esos personajes que me había inventado. Suele pensarse que los actores son tontos, pero yo conozco a muchos y creo que hay que ser muy inteligente para ser actor y ponerse en el lugar de otros. Uno de los placeres de ese cuento es que es sobre personajes inteligentes que piensan, y cada uno tiene su mundo particular.

Cuentos sin clímax

Eludo las formas convencionales de la historia. No veo por qué una pieza de ficción, o incluso un drama, necesita un clímax: eso responde a una manera muy convencional de entender las relaciones humanas. Hay patrones mucho más sutiles, interacciones que son profundas e importantes y a veces se despliegan de un modo mucho más veloz. Las cosas no suceden en grandes y dramáticos giros que pueden ser satisfactorios en una comedia romántica o en un drama muy convencional. No creo que en la vida sea así: si hay un gran momento dramático, no surgen de la nada, sino de una construcción que viene de otro lado. Las cosas suceden entre la gente todo el tiempo, no en un momento climático que lo explica todo.

Preocupaciones e intereses

Cuando digo que no pienso cuando escribo, me refiero a que en los primeros acercamientos no está ese pensamiento consciente que se va agudizando en las versiones sucesivas. Es al final del trabajo cuando aparece el pensamiento consciente. En cuanto a las preocupaciones recurrentes, inevitablemente hay algunas. La lengua en sí misma es una de ellas, y en el volumen Taj Mahal eso es muy evidente, creo, y hay otro par de volúmenes que reúnen mis historias en los que se ve que mi preocupación sobre lo que significa ser ciudadano estadounidense: ser una persona igual en todo a otra persona que está viva, y aun así tener un poder desproporcionado en el mundo, como por ejemplo votar al presidente de Estados Unidos, que debería ser elegido por todos los que estén vivos, porque ese individuo tiene mucha influencia en la vida de todo el mundo. Estados Unidos es famoso por ser un país con una opinión muy alta de sí mismo, y para mi generación, que fue la generación que llegó a la mayoría de edad durante la guerra de Vietnam, fue un shock descubrir que, en realidad, tal vez no mereciéramos ese concepto tan alto de nosotros mismos. Fue muy desestabilizante, y, por supuesto, la historia de Estados Unidos no es diferente a la historia de otros países. Es un país que se desarrolló a través del asesinato de indígenas y se enriqueció a través de la esclavitud. Mi generación, debido a la guerra de Vietnam, se hizo mucho más consciente de nuestra historia. La generación de nuestros padres fue capaz de pensar en nosotros como un país que acogió a los inmigrantes, que tiene valores excelentes, como la libertad de expresión, la tolerancia, etc. Eso siempre fue una especie de mito, pero fue un mito útil en muchas maneras. ~

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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