Bastante paraíso (antes Secarse al sol)

Una mudanza sin avisar, una nueva vida en el sur y una profesora de primaria demasiado irónica con sus alumnos.
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No es que lo decidiéramos así, pero acabamos yéndonos de Zaragoza a la francesa. No nos dio tiempo de hacer la fiesta que yo había pensado hacer y algunos amigos se enteraron por otros amigos o porque les llegó un mail en el que les advertía de mi cambio de dirección para recibir las novedades que publican ellos o las editoriales en las que trabajan. El caso que me hizo sentir peor fue el de un amigo argentino residente en Madrid que se enteró por otro amigo común –aunque nunca nos hemos visto los tres juntos– que viajó a Madrid por trabajo, quedaron y le contó. Mi primer amigo suele veranear no muy lejos de mi nuevo lugar de residencia, cosa de la que me he enterado después. 

Me daba miedo anticipar la noticia: y si finalmente algo se torcía y no nos podíamos ir, y si la casera se echaba para atrás, y si no nos podíamos empadronar, y si no podíamos matricular en el colegio a los niños… 

Como esto es una pedanía que depende de otro ayuntamiento, los trámites se presumían más latosos. No contábamos con R, policía en segunda línea de servicio, como me explicó en una de mis visitas al ayuntamiento. Comprobaba papeles y datos, solo le faltaban las fotocopias de nuestros documentos de identidad, justo el día en que las dos impresoras de las dependencias estaban rotas, la tienda donde se podían hacer fotocopias se había quedado sin folios y todo empezaba a ponerse un poco complicado. Faltaban ocho días para que las clases empezaran, necesitábamos los papeles para hacer la inscripción en el colegio. R estuvo pendiente y dos días después, antes de las 10 de la mañana, apareció en la puerta de nuestra casa con los papeles. Esa misma mañana fuimos al colegio a hacer la matrícula. Llevábamos las fotos que habíamos hecho la tarde de antes en el pueblo: el fotógrafo supo en cuanto nos vio entrar qué necesitábamos y nos hizo pasar a la sala donde ya estaba todo listo. Los niños pasaron uno detrás de otro, dos disparos por niño, luego eligieron o creyeron elegir porque en realidad el fotógrafo ya había decidido cuáles eran las mejores tomas. Mi hijo mediano quedó visiblemente decepcionado cuando le dije que no podía salir con las gafas de sol, que en las fotos oficiales se te han de ver los ojos, tienen que ser sobre fondo blanco, etc. Unas de comisaría le habrían hecho ilusión. Todo fue sorprendentemente fácil en el colegio, que estaban acabando de pintar. La jefa de estudios nos explicó que no llevaban libros de texto, se apoyaban en ellos de manera puntual para algún ejercicio, pero todo se hacía por proyectos y todo el colegio trabajaba sobre el mismo tema. Quizá no pudieran empezar el primer día porque la burocracia es lenta, nos advirtió, pero el lunes era la reunión para padres de inicio de curso, allí nos emplazaba. No iba a haber problemas con la matrícula, aunque se retrasara, podíamos quedarnos tranquilos. 

Todas las reuniones de todas las clases eran a la misma hora. Los niños se quedaron jugando con otros niños en el recreo y nos dividimos: mi novio a la clase del mediano, yo a la de la pequeña; la tutora de la mayor nos repetiría la información luego. En la clase de la pequeña no había muchas familias y la profesora me cayó muy bien. A mi lado estaba un padre al que le pregunté algunas cosas que no entendía, otra madre me explicó detalles de la gastronomía local y me alegré de que el proyecto de este año en el colegio fuera el propio pueblo: ¡qué bien, así lo conocemos! Bueno, el año pasado fueron los superhéroes, me dijo mi novio luego. Abandoné la reunión de mi hija pequeña para ir a la de mi hija mayor, una madre me interceptó: nos invitaba al cumpleaños de su hija, que se celebraba ese viernes, en las casas de colores, cuando nos metieran en el grupo de clase nos diría, etc. ¡Vida social!

La tutora de mi hija mayor nos advirtió de que era exigente en cuanto al orden y limpieza de cuadernos y mesa. La horma del zapato de mi hija, pensé. Luego nos dijo: también tengo un sentido del humor un poco quizá demasiado irónico para los chavales, así que si algún día llegan a casa diciendo alguna cosa rara que no os cuadre mucho, casi seguro que era una broma. La horma de mi zapato, pensé. 

Las familias se iban arremolinando en la puerta del colegio y nosotros tratábamos de unir padres con hijos y adivinar las parejas. Fracasamos al menos en una ocasión. De entre todos los pueblos del sur, hemos tenido que acabar las dos en este, parecimos pensar la otra madre del cole que resultó ser de Zaragoza y yo cuando nos descubrimos mañas ambas. ¡Del barrio de san José! Casi el único barrio con cuestas de la ciudad, le dije a su marido. Lo que me hizo acordarme de que había que arreglar mi bici, ¿valdría con hinchar la rueda o habría que cambiar la cámara? Aprovecharíamos el viaje para comprar luces para las bicis de todos. Todo lo iba anotando en mi cabeza, también quién era hijo de quién, por eso es tan grande, si me preguntáis. 

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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