Hay un legado atrás de la violencia, guerras y la muerte que las atraviesa. Definimos marcadores de tiempo para facilitar su comprensión, porque el tiempo mismo va desapareciendo y deja de importar, como lo hacen los acumulados de víctimas, salvo para ellas; la devastación, salvo para quien perdió todo. Hace un año del ataque de Hamás, ya un año de ofensiva sobre la franja, de su absoluta destrucción. Van juntos. Y va junta también Beirut.
El calendario no avanza igual si las horas son demasiado parecidas: las bombas, sus ruidos, los llantos. Cuando uno logra hablar con médicos en hospitales de Gaza, algunos no recuerdan el día, tampoco lo hacen quienes escarban entre escombros. Luego se corta la comunicación o los mensajes dejan de recibirse. Una mujer me dijo saber que es jueves porque el lunes encontró a su marido e hijos bajo las ruinas. Sabe el día quien escribe para decir que dos noches atrás, su familia y todos sus vecinos desaparecieron en una explosión.
Tienen absoluta conciencia del año las familias con rehenes en manos de Hamás. Sí, aún. ¿Sabrán cuánto tiempo llevan secuestrados? ¿Quién sigue vivo entre ellos? ¿Cómo se duerme pensando si tu hijo es capaz de responder a esas preguntas? Es un año, también, de desesperaciones ignoradas por los responsables de atenderlas. De gritos y calles exigiendo acuerdos de cese al fuego y para liberarlos, de provocaciones que los alejan y retienen.
Tardé en entender la sensación en mis respuestas a quien avisó de su familia asesinada y cuando se me acercó el familiar de un secuestrado. En el torpe intento de solidaridad descubrí vergüenza. Llegamos aquí, sin ruta de salida. Ojalá tuviesen vergüenza aquellos cantado del río al mar o defendiendo al criminal de Netanyahu, festejando al terrorismo salvaje de Sinwar o a Nasralá. Supongo un mínimo de vergüenza entre quienes aplauden las acciones de Israel y esquivan hablar de los crímenes de las Fuerzas de Defensa Israelíes, de Ben-Gvir, Gallant o de Smotrich. Ojalá. Quizá solo estoy apostando por un reducto de decencia.
¿Hamás consiguió su objetivo? ¿El gobierno de Israel los suyos?
La incursión y los bombardeos sobre Beirut son recientes, pero se suscriben, en el mismo episodio, a los lanzamientos de misiles iraníes y las agresiones de colonos en Cisjordania. El año se comporta como una especie de paréntesis que no lo es porque así van décadas donde entra todo. Y se hizo la nada. ¿Qué queda de uno al saber de la familia que encontró una nueva vida en Líbano, ahora de regreso en el Damasco de la permanente guerra civil siria para huir de otras bombas?
Tenemos el mayor fracaso de política internacional en la historia de varias generaciones. La otra gran tragedia que acompaña a las miles personales y colectivas. Conceptualmente, por lo pronto, en espera de evitar su implementación práctica, vemos el posible fin de una era que suponía que se podían solucionar o limitar las confrontaciones bélicas por la vía diplomática.
La falta de honestidad moral en todos los sectores avanzó de maneras que no imaginé jamás. Sé bien que eso hacen las guerras, pero no creí que a estas alturas fuésemos tan susceptibles a la incapacidad de condenar la barbarie por ser barbarie. Se enaltece según de dónde viene. Sin honestidad moral, condenar el asesinato de 1,200 personas y el secuestro de dos centenares el 7 de octubre equivale a apoyar a Netanyahu y a las políticas del Estado de Israel. Condenar el asesinato de más de 40,000 gazatíes, su asedio y la destrucción de la franja es visto como respaldo a Hamás o al integrismo islámico. En doce meses, el lenguaje de los fanáticos se hizo el de mucha gente.
Este año ha ganado la mezquindad y el tu quoqueismo, el detestable anglicismo whatabaout.
Desgraciadamente, la necesidad de reformar Naciones Unidas con herramientas mínimamente funcionales, correspondientes al mundo actual, se aprovechó para atacar una estructura de solución y diálogo entre países.
A lo largo de este año retrocedimos treinta, a antes de Yugoslavia y Ruanda, con el desprecio a la Corte de Justicia Internacional o a la Corte Penal Internacional. En un año terminamos de romper los esbozos de acuerdos capaces e inconclusos, por la falta de adherencia de naciones, para establecer algo parecido a un entendimiento de derecho internacional.
De una cantidad inmensa de negociaciones simultáneas, casi todas fracasaron ante el rechazo total a la diplomacia y la aceptación de una retórica según la cual la destrucción de los enemigos es la única forma de terminar el delirio, sin importar los costos humanos.
Por la diferencia de parámetros para medir éxitos, Hamás consiguió para sí más que otros de su tipo. La instrumentación de la muerte de decenas de miles de civiles, bajo el fuego de la operación israelí, le permitió un grado de legitimidad política que no habían alcanzado ni siquiera con la ineptitud de la Autoridad Nacional Palestina. Se convirtieron en un actor de eventual negociación dentro de Palestina y en la zona. En un año sus capacidades militares no han sido eliminadas. El respaldo popular que tiene se verá más adelante, pero si en otras ocasiones este sube a medida de los ataques israelíes, es posible pronosticar futuros. El gobierno de Israel sabía bien esto desde el primer día de su respuesta. No lo tomó en cuenta, o lo tomó y no le importó.
El triunfo de Israel, tras los asesinatos de Haniyeh, Nasralá y la cúpula de Hezbolá, no lo es necesariamente a mediano y largo plazo. Sin duda, lo es a corto. Sobre todo, en el frente norte hasta Teherán. Al sureste, los rehenes en poder de Hamás son el recuerdo del fracaso del gobierno israelí en todas las áreas. La estrategia de sobreescalar el conflicto para después, tal vez, desescalarlo, no garantiza de ninguna forma la tranquilidad ni la coexistencia con los pueblos vecinos.
Israel cayó en la trampa de Irán. Durante un tiempo, ambos creyeron que ninguno de los dos daría pasos para la destrucción del otro y, una vez franqueada esa línea roja, la falta de estrategia iraní ante este escenario parece aceptar todos los riesgos. Hezbolá se equivocó al enlazar meses de nuevos ataques contra Israel con Gaza, condicionando el detenimiento de uno al otro. Vinculó dos frentes inicial y sutilmente separados. Netanyahu fue el único que compró su apuesta y atacó Beirut como antes la franja.
La brutalidad contra Gaza, las incursiones en Cisjordania y los bombardeos en Líbano, no son percibidos universalmente, y menos en lo regional, como una mera defensa legítima, sino como la batalla que busca ser permanente contra todos sus derredores.
Hace un año escribí sobre el día que cambió todo.
El legado es la estela más densa que me ha tocado observar, por encima de otros infiernos paralelos. Palestina e Israel son muchas cosas. Entre ellas, son la reafirmación de cómo este conflicto puede sacar lo peor de la gente, incluso fuera del territorio donde ocurren: la islamofobia, el antisemitismo, el antiarabismo, la relativización, la indolencia, la ignorancia escogida, la crueldad y hasta su fiesta frente al sufrimiento de otro a quien se desprecia, el uso del dolor para agendas propias, la manipulación y la mentira, la desaparición del criterio y de la conciencia del daño.
Al interior de un territorio que se extiende, por lo pronto, de Gaza a Beirut, la radicalización es un futuro asegurado. Si se les dan razones a todas las partes para odiarse, terminaran haciéndolo.
Más que nunca es urgente insistir: cese al fuego no son malas palabras. ~
es novelista y ensayista.