Ariana Harwicz nació en Argentina en 1977, pero vive en Francia (en el campo, para ser más precisos) desde hace 17 años. Irrumpió en la escena literaria con tres novelas –Matate amor, de 2012; La débil mental, de 2014 y Precoz, de 2015), hoy, relanzadas bajo el título Trilogía de la pasión– que retratan con una lengua desbocada la vida que transcurre en los márgenes, por fuera del pensamiento “convencional”. Traducidos a infinidad de idiomas, dos de estos títulos fueron adaptados al teatro argentino (Matate, amor y La débil mental) y el director Martin Scorsese acaba de comprar los derechos del primero para llevarlo al cine.
Luego llegó Degenerado (2019), donde Harwicz se pone en la mente de un pedófilo acorralado por la policía, y más tarde su reciente libro de ensayos, El ruido de una época (2023), que analiza puntos clave de los debates contemporáneos: la cancelación, la construcción de los escritores, las demandas del mercado editorial, la separación entre obra y autor, entre otros.
Hace solos unos meses, la escritora presentó Perder el juicio (2024): la historia de una madre que secuestra a sus hijos cuando pierde la custodia. Una protagonista judía, extranjera, perdida, que vive en un campo en las afueras de Francia. “Casi soy yo, pero no soy yo”, bromea la autora.
En el último año, Harwicz se ha consolidado como una voz pública ante lo que llama el “silencio cómplice” del campo intelectual y el feminismo respecto del 7 de octubre de 2023. Ese día, miles de terroristas de Hamás se infiltraron en el sur de Israel y arrasaron comunidades enteras; violaron, torturaron, masacraron civiles y soldados, y se llevaron a más de 200 rehenes a la Franja de Gaza, muchos de los cuales continúan allí. La respuesta militar de Israel no tardó en llegar y desde entonces, asegura Harwicz, “el caldo de antisemitismo que se venía cociendo a fuego lento entró en ebullición”. La autora dice que no piensa quedarse callada y sus opiniones se multiplican en los medios del mundo.
Venías escribiendo sobre estos temas antes del 7 de octubre.
Sí, yo venía anunciando esto porque es obvio, se ve como quien ve venir un tsunami, un huracán. Las guerras y las catástrofes se pueden ver en signos previos, como las avalanchas de nieve. El hecho de haber trabajado en el Memorial de la Shoá y estar rodeada de historiadores; el solo hecho de ser judía y vivir en Europa, en Francia particularmente, fue suficiente: tendría que ser muy negadora para no ver los signos. Como dicen los historiadores, nadie se levanta un día, toma el desayuno y se le ocurre Auschwitz. Se llega a la idea de aceptar las duchas de gas, las cámaras de gas y los hornos crematorios; se llega a la idea de que el mundo celebre el 7 de octubre, todo eso es un constructo y yo lo iba viendo. Por eso creo que es importante publicar, resistir, porque lo otro es estar del lado de los cobardes. Mi generación ha vivido la mitad de su vida en el siglo XX y la otra mitad en el siglo XXI: miramos mucho lo que hacían los escritores, los poetas, artistas del siglo XX, y yo no quiero encontrarme del lado de los cobardes. El mismo campo político del siglo XX se está armando en el XXI.
¿Cómo te defines en tanto judía y de qué forma aparece eso en tu escritura?
Antes del 7 de octubre, yo venía publicando muchas notas y hablando del tema, pero hasta ese momento, no sentía que me definiera espiritualmente por el hecho de ser judía; era una dimensión más de mi personalidad, de mi ser sujeto en el mundo. Ahora todo se exacerbó, ha llegado a un lugar de escándalo, prácticamente. Hoy, el judío y el estado de Israel ocupan el lugar de parias. Antes, en el gueto de Varsovia, en cualquier gueto, en el siglo XX, el judío era un paria. Ahora se trasladó eso a este siglo: quieren aislar, arrinconar, asfixiar al estado de Israel. Y a mí me parece que un escritor que se precie de serlo es también un poco un paria, porque tiene que mirar lo que no ve nadie, decir lo que no se puede decir, escribir lo que no se puede escribir; debe ser capaz de transgredir, de superar el pudor, de mirar al ser humano como no lo mira nadie, y eso lo lleva a ser un paria, siempre al borde de la cancelación. Ser judío hoy es ser señalado, perseguido, y eso va perfecto con la identidad del escritor.
¿Qué opinas de quienes asimilan el apoyo a Israel con la derecha?
Creo que es parte de un operativo intimidatorio. Yo lo dije una vez, y fue leído por muchos con mala intención, pero insisto: “Si te acusan de estar con la derecha y te acusan de racista, es porque estás pensando bien”. Lo digo en el sentido de que la intimidación funciona así, es incluso boba. En tanto te despegas de un pensamiento masivo, mainstream, y piensas fuera del rebaño, lo más fácil para que te cancelen o te castiguen en redes sociales es decirte que eres de derecha. Son como tics, reflejos mecánicos. Me parece absurdo, son excusas para disfrazar un odio que no tiene que ver con eso.
¿El conflicto de Medio Oriente se ve diferente desde Europa que desde Latinoamérica?
Sí, desde Europa todo se ve distinto, geopolíticamente, territorialmente, todo tiene otro peso: la relación de Europa con la Shoá, con Medio Oriente, con su pasado. Todas las tensiones políticas son distintas, es como si se observara la misma obra desde otro asiento en el teatro.
Hablas mucho del “silencio cómplice” del campo cultural.
Es algo que me indigna y me duele especialmente, porque es donde yo me ubico. Creo que dentro de un siglo, medio siglo, se va a analizar el comportamiento del campo cultural respecto del antisemitismo y la cobardía, el cinismo que hoy se despliega en ese terreno. No es algo que me asombre; es que estoy viviendo en mi día a día lo que siempre estudié. Obviamente que hay excepciones. Siempre existe la subversión, la rebeldía, la transgresión. Siempre está el que no habla, como Moulin, el líder de la Resistencia francesa torturado por la Gestapo hasta la muerte, sin dar un solo nombre.
Pero yo hablo de los comportamientos masivos: me impresiona ver en Europa, en Alemania, en Francia, en España, en los países nórdicos, llamar a los artistas a la Intifada, oírlos decir “basta del genocidio en Gaza”, calificar a los israelíes de supremacistas y colonizadores. Encontraron la vuelta retórica para odiar a los judíos y pedir la aniquilación de Israel. Es una renovación lexical de la juventud hitleriana y del nazismo del siglo XX, pero más escandalosa y cómplice, a mi entender, porque tenemos la Shoá detrás. Y no es solo la renovación del antisemitismo lo que me indigna y entristece, es que se traiciona todo lo que supuestamente la Europa y el Occidente libres han construido estos últimos 40 años. Es como descubrir que tu padre es un violador o un asesino, que estás viviendo en una mentira. Eso me pasó a mí el 7 de octubre: el feminismo, la defensa de los derechos LGTBI, la diversidad y la tolerancia sexual, la lucha contra la transfobia, la idea de inclusión, la emancipación de la mujer, todos esos axiomas, son mentira. Quieren que desaparezca Israel, única democracia de Medio Oriente, donde prontamente los soldados se van a poder casar y hay un culto a la diversidad. Hay un abandono a las mujeres iraníes, a las afganas. Hay una inversión del oprimido y el opresor y esa visión tomó también el campo de la cultura. Ya no importa si Hezbolá desplaza todo el norte de un país que es ínfimo y tira misiles y planea un ataque como el del 7 de octubre; no importa eso: cuando Israel se defiende, es un genocidio. La imagen iconográfica del judío es de una víctima, porque es lo tolerable. Y si no, es el judío millonario, para volverlo cliché. Pero a un judío que se defiende, en su economía psíquica, no lo pueden soportar. El campo artístico mainstream va por ahí, entonces no importa que cuelguen de las grúas a los homosexuales, que los tiren de los edificios, que haya leyes que avalen eso. Almodóvar es gay, pero le da voz a los palestinos que irrumpieron en su estreno en Nueva York, aunque él mismo sería colgado. Ahí también hay una traición a las víctimas de esas dictaduras islámicas.
¿Cómo se juega, en este sentido, la separación obra/autor, de la que tanto hablas en El ruido de una época?
Es difícil, pero creo que de todos modos se puede lograr, que esa es la ética de un autor. Uno puede posicionarse en un lugar, yo lo hago, denuncio el cinismo absoluto de Occidente y su complicidad con las muertes israelíes. Si no me posiciono, me siento una estafadora. Puede sonar contradictorio, pero es así: un autor no debe pertenecer a su época y debe tener la libertad de mirar el arte como si viviera en el siglo XV o XIX sin estar tomado por el día a día. Pero al mismo tiempo, si yo no tomara posición, sentiría asco de mí misma, me parecería una farsante: voy a festivales, gano premios, celebro, y soy cobarde delante de los asesinatos, me lavo las manos… Entonces lo que trato de hacer es que mi literatura esté emancipada de eso, que mi escritura no esté alienada con mi posición política, pero tomo posición en otros espacios. Creo que es posible seguir teniendo toda la libertad al escribir.
Eres también muy crítica con voces icónicas del feminismo, como Judith Butler, Virginie Despentes y Annie Ernaux. ¿Por qué?
Sí, son símbolos del neofeminismo y de la cultura occidental. Premio Nobel, feminismo, teorías de género… pero se alinean con los escritores del siglo XX en Francia, como Sartre o los surrealistas, que estaban fascinados con la Unión Soviética, con Stalin, con la Revolución china. Y aún después de conocerse los horrores cometidos en esos regímenes, continuaban apoyándolos. Como dice Proust: los hechos no penetran en la creencia. Virginie Despentes escribió después del atentado de 2015 haciendo una especie de romantización de los terroristas de Charlie Hebdo. Otra vez esta atracción fatal de los intelectuales por los asesinos. La izquierda vuelve a fascinarse con Hamás, Hezbolá, ISIS. Annie Ernaux manifestó su hostilidad absoluta por Israel, con un antisemitismo declarado; Virginie Despentes cayó en la erotización de los terroristas, incluso su virilización, ella que supuestamente está liberada del yugo del falo. Y después, como máxima exponente, está Butler, lesbiana, judía, odiándose a sí misma: es la elite estadounidense diciendo que hay que comprobar si las israelíes fueron violadas el 7 de octubre. Me parece que es “la” gran traición al feminismo.
¿Y cómo convive eso con los derechos conquistados por el movimiento feminista en el último tiempo?
Si uno respeta al feminismo, y desea, en tanto derechos humanos, la emancipación y libertad de la mujer, su derecho al aborto y la igualdad entre hombres y mujeres; si uno tiene un deseo por la libertad humana y por la de la mujer en particular, porque ha sido históricamente oprimida, no puede no ser crítico con el feminismo actual. Se trata de ejercer una mirada crítica lúcida: son espectaculares las conquistas de las mujeres, todo mi aplauso y admiración por sus conquistas, el aborto, las conquistas laborales, por desprenderse de los clichés, pero en honor a esa causa, es imposible ser cómplice de las derivas de un feminismo que se ha vuelto selectivo. El “yo te creo hermana” depende de quién es la hermana, porque a las israelíes no se les creyó, depende de quién las viola, ¿no? Si es un palestino el que las viola y les clava cuchillos en la vagina, para Judith Butler no aplica el “yo te creo hermana”. Esa pretensión de universalidad que era muy emocionante al principio, todos esos axiomas feministas, se desmontan, se cae la estantería, porque empezamos a ver qué responden a una ideología, y entonces, es fascismo. ~
nació en Buenos Aires, Argentina. Es licenciada en Letras, escribe ficción (Los años que vive un gato, Sueños a 90 centavos, Desmadres) y trabaja como periodista. Ha colaborado en diversos medios (Radar, Rolling Stone, Anfibia) y actualmente se desempeña como editora en el diario La Nación.