Foto: Alexander Mahmoud/TT via ZUMA Press

Impacto Han Kang

Donde la academia sueca destaca su “intensa prosa poética que afronta traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana”, cabría considerar la sustitución de la palabra “fragilidad” por “bestialidad”.
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La vegetariana, de la surcoreana Han Kang, publicada en 2017 por la desaparecida editorial :Rata_ en castellano y catalán, supuso un hit, una primera novela receptora inmediata el éxito de crítica, audiencia, premios y agentes internacionales. Los títulos sucesivos, Actos humanos, Blanco, La clase de griego, resultaron propuestas firmemente construidas en torno a la rebelión estudiantil de 1980 en Gwangju, el duelo y las consecuencias de la violencia de género que consolidaron la atención ante una obra de trayectoria en sentido creciente, incluso fulgurante, como una flecha lanzada desde un punto próximo a Seúl que justo el 10 de octubre de 2024 clava y se adjudica ante el mundo el anuncio del Premio de literatura de la Academia Sueca, en el centro de Estocolmo.

En trazo grueso podría sintetizarse que Hang Kang elabora una literatura de impacto, máxima eficacia. Tal vez por proceder de una sociedad altamente patriarcal, jerárquica y controladora del cuerpo femenino, así como de quienes incumplan las exigencias contemporáneas de perfección o funcionalidad, la autora ofrece a la comunidad lectora global lo que dicha comunidad desea; novelas con poesía y belleza de dirección única y unívoca, esto último en el sentido de incontestable.

En La vegetariana, cuya acogida en 2007 en su país de origen recibió duras críticas, alguien podría perder el aliento tratando de comprender a Yeonghye, la protagonista dotada de una fuerza de voluntad, o mejor dicho de una fuerza monstruosa, que aboca a escenas insólitas de intensidad variable en las que prima la sensación de estar contemplando auténticas alegorías, obras de arte que podrían ocupar las incomparables salas de la Tate o el MOMA.

“Antes de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca pensé que fuera una persona especial.” En la primera oración, con voz del marido convencido de tenerlo todo controlado, se concentra la disidencia silenciosa, la rebelión doméstica que se va expandiendo al contexto social que la nada frágil Yeonghye, alguien que funciona siguiendo los desórdenes o fantasías de sus sueños, abandera hasta extremos tan radicales que la conducen al pabellón psiquiátrico; aunque no para quedarse sino para trascenderlo rumbo a su verdadera metamorfosis, el despojamiento de sí misma, la dolorosa y exultante transformación en árbol y en bosque, en savia, en la húmeda y humectante vida vegetal.

“Según lo que he podido observar hasta ahora, la evolución de la paciente es buena. Aunque todavía no pueda reintegrarse en la vida social, el apoyo de la familia la ayudará a recuperarse.” ¿Vida social, reintegrarse, para qué? La protagonista renuncia progresiva, decididamente y sin mediar más explicación que las imágenes oníricas, a esa monstruosidad llamada civilización. Al horror global opone, o mejor dicho planta, el horror verde. No se trata tan solo de vegetarianismo contra la humanidad carnicera, más bien se apunta a la destrucción de todo el montaje supuestamente civilizatorio y su consiguiente regresión al estado tierra.

En códigos realistas, contra todo ese entramado donde el logos antropocéntrico y el estado de la economía delimita lo que sí y lo que no es social y políticamente correcto, se diría que Han Kang escribió este horror verde interseccionado con un ecofeminismo radical, con el acierto añadido de dominar, saber dosificar uno de los ingredientes principales de la cultura global que más engancha y vende, la estética del morbo. Hay escenas de sexo expuesto como una performance, con cuerpos desnudos pintados de flores, suculentos colores y pétalos que son grabados por y para el goce de Yeonghye y de su cuñado videoartista.

Donde la academia sueca destaca su “intensa prosa poética que afronta traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana”, cabría considerar la sustitución de la palabra “fragilidad” por “bestialidad”, y desde ahí la mirada de la autora surcoreana, cuyas primeras publicaciones fueron poemarios, tal vez siga en el filo de la navaja y de la noticia. La designación del Premio Nobel a Hang Kang, que algunos medios han calificado de sorprendente nada más dictarse, arroja de paso una buena ráfaga de atención sobre las letras de su geografía, entre las que destacan autoras de interés complementario recientemente traducidas a nuestro idioma, como Cho Nam-choo y Kim Hye-jin; ambas priorizan el tratamiento realista de los conflictos de la gente común en su entorno, familiar, laboral, dentro de una sociedad canceladora en extremo.

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es escritora y dibujante. En 2011 publicó Una habitación impropia (Caballo de Troya)


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