En busca de la infancia perdida

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En 1937, el diplomático italiano Ferruccio Ramondino fue nombrado cónsul de su país en Mallorca. La designación tenía una relevancia especial dado el contexto de la Guerra Civil española –en la que tan implicado estaba el gobierno de Mussolini– y la ubicación estratégica de las Baleares. Ramondino se trasladó a la isla con su familia y permaneció allí hasta 1943, cuando la invasión aliada de Italia hizo colapsar al régimen que lo había nombrado.

Seis décadas después, la hija mayor del cónsul publicó un libro centrado en aquellos años. Fabrizia Ramondino, que para entonces había desarrollado una carrera literaria notable con títulos como Althénopis, y que había sido elogiada por figuras como Natalia Ginzburg y Elsa Morante, decidió regresar a su infancia mallorquina en un texto que mezclaba autobiografía y ficción, y que ahora recupera Libros del Asteroide para el público hispanohablante.

Conviene tener en cuenta esa distancia temporal entre las experiencias que se relatan y el momento de publicación de la obra, puesto que ayuda a comprender el valor de Guerra de infancia y de España. El aspecto más llamativo, a primera vista, es el momento histórico que enmarca las experiencias de la narradora, a caballo entre la tragedia española y la europea. Al inicio, Ramondino escribe que desembarcaron en la isla cuando los almendros estaban en flor y el blanco de sus corolas se mezclaba con “los huesos pelados en los campos”. Luego aclara: “en previsión de nuestra llegada, habían matado a todos nuestros enemigos”. Siete años después, el regreso de la familia a Italia está marcado por la presencia de soldados británicos y por el incierto panorama de la posguerra. Entremedias, la narradora conocerá a aviadores italianos destacados en Mallorca, recibirá cartas en las que su abuela describe los bombardeos aliados sobre Nápoles, y escuchará muchas frases sueltas acerca de esa guerra que primero está en un sitio y luego en otro, pero nunca ante sus ojos.

También es de gran interés el retrato que se hace en estas páginas de Mallorca en los años treinta y cuarenta. Las distintas clases de la sociedad insular aparecen tanto a través del servicio de la casa –en el que ocupa un lugar destacado la figura de la nodriza– como en el colegio de monjas al que es enviada la narradora. En las experiencias de la protagonista se cuelan desde las rondallas mallorquinas hasta los prejuicios contra los xuetas; y también cobran importancia las dos lenguas que aprende en la isla, con muchos diálogos en catalán insular que moldean la subjetividad de la narradora. Como ella misma explica, “mis padres creían que me daban dos nombres para cada cosa, sin saber que en realidad me daban dos cosas por cada cosa”.

En cualquier caso, lo que brilla especialmente en esta obra, y lo que le otorga un valor literario que trasciende lo histórico-testimonial, es la prodigiosa recreación que hace Ramondino del universo mental de la infancia. Esta se hace patente en la descripción del entorno –ya sean las habitaciones de la casa familiar o las flores de los campos cercanos–, siempre paciente y atenta al color inesperado, a la impresión asombrosa. El paso del tiempo y de los acontecimientos obedece igualmente a una lógica oculta –de pronto se juega con un hermano pequeño que antes no existía; una criada es despedida y reaparece en el episodio que se aborda varias páginas después–, dando fe de lo que Daniel Capó indica en el prólogo: en esta obra, “el espacio crea el tiempo y no a la inversa”. Los razonamientos de la narradora –anárquicos y coherentes, perplejos y creativos– reconstruyen el pensamiento mágico de la mente infantil, en un ejercicio tan difícil de afrontar para el escritor adulto como impresionante de leer cuando se ha ejecutado con éxito. Así se va construyendo una textura delicada y llena de vitalidad que transforma las experiencias relatadas en ese “tesoro extraviado” que también menciona el prologuista. Un tesoro que Ramondino recupera a través de la imaginación y la palabra.

La centralidad de la infancia queda recalcada, además, por la autonomía que esta tiene en el desarrollo de la obra. La evolución de la protagonista no está supeditada al contexto histórico y social, sino que ocurre más bien al revés: los ecos de la guerra y de la sociedad insular cobran importancia según resuenen en su mente, y siempre en competencia con otros elementos, como los juegos infantiles o los regalos que le trae el padre cuando está enferma. La expulsión del Edén de la niñez –el aspecto que, junto con la guerra y el ambiente mallorquín, termina de emparentar esta novela con la Primera memoria de Ana María Matute– está determinado por la ley inexorable que pone fin a toda inocencia, y no por la intervención de algún actor o acontecimiento históricos. Estos, si acaso, la acompañan, como una valija más en el viaje vital de la narradora. Guerra de infancia y de España puede ser leída, por tanto, como un valioso testimonio de un tiempo y un lugar muy particulares; pero es, sobre todo, el empeño de una gran escritora por dar fe de una experiencia universal. ~

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es escritor y profesor de historia contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid. En 2022 ha publicado El mal dormir (Libros del Asteroide)


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