Las fechas importantes llegan siempre tras una larga espera, se van demasiado pronto y dejan un leve bajón posterior –cuanto más ilusión te hiciera, cuanto mejor lo pasaras, más profunda la tristeza posterior–. Me pasó tras pasar un día y medio en Salamanca con Deborah Eisenberg. En el tren de vuelta a Madrid fue donde empezó la tristeza, que se hizo manifiesta al llegar: volví a Zaragoza como cuando se vuelve de campamentos, pensando que la vida es injusta y que te acabas de separar de tus mejores amigos y que nadie te entiende como ellos, blábláblá.
En octubre tenía otra de esas fechas importantes. Me empecé a preparar en julio, y hacia mediados de septiembre, cuando ya las orejas del lobo estaban asomando en el horizonte, me puse en serio con la parte que no tenía que ver con leer. Era una entrevista en inglés, sin traducción para mí, en público a Zadie Smith. Como en el pueblo del sur en el que vivo casi todo el mundo habla inglés, no me costó encontrar una madre que quisiera charlar conmigo unos días para que mi lengua se soltara un poco. De todas las madres que hablan inglés, elegí a la que era de Zaragoza, pero solo porque había vivido casi diez años en Reino Unido. Es de Torrero, y diría que hablando inglés tiene un leve deje zaragozano. Así hablará inglés Kase O.
Cada día, quedábamos una hora antes de la salida del cole de los niños y con un café delante charlábamos sobre casi todo menos lo que yo me había preparado: ni las preguntas, ni vocabulario sobre esclavitud ni nada de nada. Nos liábamos a hablar de cómo habíamos conocido a nuestras parejas, de cómo nos organizábamos con las comidas (we do batch cooking on Sunday). Nunca hablamos de la casualidad de que dos zaragozanas hubiéramos acabado en el mismo pueblo. Asuntos médicos, un poco de pensamiento mágico y cosas de los niños. Me sentí orgullosa de mí misma cuando fui capaz de contarle en inglés, con una inmejorable mala pronunciación, la bronca que me había liado mi hija pequeña el día que fui a recogerla a su primera clase de música y me dejé la merienda en casa. De los tres minutos que hay de camino se pasó llorando dos y medio… and then she looked at me and said: “Don’t you dare think that I am not angry anymore just because I’m not crying”. Me pregunté si al contar esas cosas de mis hijos en otro idioma las contaba distinto. ¿Era en inglés una de esas madres coñazo que siempre cuentan anécdotas sobre sus hijos que aparentemente destacan lo especiales que son sus niños pero bajo las que en realidad lo que hay es narcisismo y un poco de humillación filial? También me pregunté si “Don’t you dare” era la mejor traducción para “Ni se te ocurra”.
Fui capaz de resumir la novela de Zadie Smith –palabra clave: claimant– varias veces: a mi profesora-sueltalengua, a mi hermana por teléfono… Mi inglés de escuela pública rural despertaría simpatía de clase en ZS, confiaba. Con mi hermana jugamos a adivinar qué look elegiría ZS, y tratar de que el mío fuera más o menos en consonancia. Es decir, que no fuera yo en americana y ella con gorra. Lo único que sabía que me iba a llevar era un chubasquero que me había comprado en unas rebajas de verano pensando en Bilbao y la lluvia, etc.
Nos hicieron bajarnos del tren que iba de Madrid a Bilbao para pasarnos a autobuses –algún problema en la vía, unas señora estaba muy enfadada porque claro, si lo hubieran dicho ella se habría ido en autobús, que es más barato, bueno, si ha habido un accidente no se podía saber, le dijo una chica–. Al otro lado del pasillo, había un niño con su madre. Le calculé 4 años. Le di toda la comida que me habían dado en el tren, me guardé las toallitas y él no quiso los picos. Luego me dijo que yo era de Valencia, como su tía, y por mucho que yo le decía que no, él insistía: eres de Valencia. También me repetía mucho que él iba a Bilbao y yo le dije que qué casualidad, ¡yo también! Luego le dijo a su madre que se hacía caca y yo le dije que yo también necesitaba ir al baño. Estábamos llegando a Bilbao. El hotel estaba a unos tres pasos de la estación, lo que me tranquilizó con respecto al madrugón para el viaje de regreso. Mi plan era leer en el tren, ir a nadar a la piscina de La Alhóndiga, no perder el tren de vuelta. Todo salió bien, diría, aunque dormí más de lo que leí en el tren.
Vi a ZS en el desayuno, empezó con un té negro, luego se pasó al café. Yo llevaba el pelo mojado: venía de nadar. Llevaba su melena recogida en dos trenzas largas y afiladas, iba vestida un poco Ghost world: falda sin medias, zapatos con calcetines que se van arrugando en el tobillo, camisa blanca y una especie de camiseta de manga corta en tejido de sudadera encima. Me hechizó, claro. Luego la he escuchado en el podcast de Bella Freud Fashion Neurosis, donde cuenta algunas cosas de las que hablamos y que cuenta también en Con total libertad: perdió todo su armario cuando se le quemó la casa en Roma (almas gemelas, ZS, aunque yo no quemé un palacio). Hablamos de hijos y de libros, de comida, de cocinar, de escondernos de las otras madres en el parque para leer y de escritores. Me dijo que le preocupaba mi tren del día siguiente, salía muy temprano, ¡a mí también! Además eran muchas horas, aunque iba a parar en Madrid para ver a mi sobrinita más pequeña. Espero que el paisaje sea bonito, me dijo ZS.
Esta vez mis hijos no me penalizaron tanto como suelen por mis escapadas: no se puso ninguno malo. Al día siguiente, les había prometido ir a comer a la arrocería de nuestro vecino. Al siguiente, domingo, nos tocaba batch cooking.