Festival En Zona: pensar América Latina desde la disrupción

La conclusión general de la primera edición del Festival En Zona, que se llevó a cabo a finales de noviembre en la Ciudad de México, podría ser una: que el compromiso de la izquierda latinoamericana con la democracia requiere ser de una pieza.
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El lapso fue generoso, necesario y hasta curativo. La primera edición del Festival En Zona, organizado por Rialta y El Estornudo, dos medios independientes cubanos de referencia, tuvo lugar entre el martes 26 y el viernes 29 de noviembre de 2024 en la Ciudad de México con un amplio rango de actividades.

Las mesas de discusión sesionaron en el centro cultural Casa Del Tiempo, adscrito a la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de México. El Museo Universitario del Chopo acogía el proyecto colectivo de performances e instalaciones en proceso Habeas Corpus (que dispongas de tu cuerpo para mostrarlo), en el que tres artistas mexicanos dialogaron con la obra y la condición de preso político del artista cubano Luis Manuel Otero Alcántara. Paralelamente, una muestra de cine cubano y latinoamericano se proyectaba en La Casa del Cine MX y el cine Tonalá.

Por obra de la casualidad, el viernes en que el Festival En Zona cerraba sus deliberaciones, la agencia francesa de noticias AFP publicó una explosiva entrevista al expresidente del Uruguay, José, o Pepe, Mujica, que produjo aquel día una catarata de titulares sensacionales. Atormentado ahora por una grave enfermedad y ya retirado de la vida pública, Mujica se prodigó en lanzar dardos a sus excompañeros de ruta. Como si se tratara de una galería de tiro dentro de una feria dominical, el exguerrillero tupamaro apuntó bien a fin de poner las cosas en su sitio. Lo de Pepe sonaba casi a un veredicto final que, al provenir de él, una voz casi inobjetable en la región, fue admitido por los afectados con resignación y hasta silencio reverente.

Dos días antes, en México, durante la apertura del Festival En Zona, en una mesa llamada atinadamente “Figuraciones del museo revolucionario”, la siempre sonriente Claudia Hilb, socióloga argentina, adelantó, sin saberlo, algunas de las provocaciones que luego emplearía Mujica desde su sillón gris en algún confín rural de su asombroso país.

Ante el público reunido en la Casa del Tiempo, Hilb se preguntó por el origen de la “ceguera voluntaria” que atrapa a casi todas las colectividades de izquierda en estos momentos. La autora del libro Silencio, Cuba: la izquierda democrática frente al régimen de la revolución cubana (Edhasa, 2010) marcó muy bien la cancha en la que correspondería jugar sin temor. Expuso la sospecha de que la izquierda latinoamericana enmudece ante los crueles comportamientos de los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, porque se niega a admitir que esos y otros muchos acarrean consigo una falla de diseño, es decir, estuvieron mal concebidos desde el día uno. Por tanto, siguiendo la ruta de Hilb, los ocasos autoritarios de Díaz-Canel, Ortega y Maduro no serían desafortunados accidentes acaecidos en proyectos dignos de mejores ejecutores, sino consecuencias lógicas de la comisión de un pecado original inconfesable. Sobre dicho pecado, los asistentes al Festival En Zona quisieron seguir hablando.

Muy lejos y al sur, Mujica decidió con AFP tirarle a todo lo que se moviera. Sus ataques se dirigieron a Lula de Silva (Brasil), Evo Morales y Luis Arce (Bolivia), Cristina Fernández (Argentina), Nicolás Maduro (Venezuela), Daniel Ortega y Rosario Murillo (Nicaragua). Cuesta creer que después de toda la artillería usada, el Frente Amplio (FA) donde milita Mujica, aún pueda considerarse parte del llamado Grupo de Puebla, la coalición internacional progresista que agrupa a tirios y a troyanos desde 2019.

El reproche vertical de las declaraciones de Mujica se sostiene en que a las siete personalidades nombradas “les cuesta mucho soltar el pastel”. Les exige por tanto que dejen lugar para el arribo de las nuevas generaciones. Y claro, Pepe puede hablar enérgico simplemente porque él predicó con el ejemplo: fue presidente entre 2010 y 2015 y antes como después, hubo relevo. En la izquierda uruguaya se vienen sin pausa sucediendo liderazgos, pasó Tabaré Vázquez, luego Mujica y ahora llega el turno de Yamandú Orsi, el nuevo presidente electo.

En la citada mesa que transcurría en la Casa del Tiempo mientras tanto, el posanarquista venezolano Rafael Uzcátegui se apuntó para seguir la senda propuesta por Claudia Hilb. Este sociólogo nacido en Mérida advirtió a los presentes que el día en que la izquierda latinoamericana se vea en la necesidad de reconocer con resignación que el proyecto que defiende arrastra esas serias fallas de diseño a las que se refería Hilb, se topará con una sensación de vacío. El trauma aquel podría ser devastador, tanto que más le vale hoy aferrarse a las viejas certezas degradadas. En general, a todos los seres humanos nos cuesta mucho admitir que estuvimos equivocados y que obramos movidos por el error, apuntó Uzcátegui.

La entrevista de Mujica también tuvo palabras para el boliviano Evo Morales: “En la vida hay un tiempo para llegar y otro tiempo para irse”. Y entonces el uruguayo de 89 años soltó el apelativo preciso para calificar la sed reeleccionista que anima al jefe cocalero: “inconcebible”.

¿Es realmente insaciable Morales? Quien ha sido candidato a la presidencia de su país en 2002, 2005, 2009, 2014 y 2019, quiere volver a serlo en 2025. Uno de sus seguidores, el diputado Freddy Mamani Laura, dijo el pasado 2 de diciembre que Bolivia necesita “una década más” de Evo en la presidencia. Morales es el hombre que más tiempo ha gobernado el país en su historia (13 años y 10 meses). La Constitución actual, aprobada en 2009, establece en su artículo 168 que solo puede haber una reelección presidencial continua. Mujica conoce esta información y complementó su crítica aludiendo a Lula en Brasil: “Está cerca de los 80 años y no tiene repuesto”.

En la mesa del Festival En Zona, y de manera telemática, el chileno Ricardo Brodsky desde Santiago de Chile nos hablaba de algo parecido, aunque no siempre equivalente. Este escritor y exdirector en su país del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, subrayó que mucho del dolor esparcido por el golpe de Pinochet, desde el 11 de septiembre de 1973, se nos hubiera ahorrado a los latinoamericanos si la intolerancia política no hubiera cundido en Chile y, por tanto, la izquierda y la centroizquierda (el Partido Demócrata Cristiano) hubiesen podido llegar a gobernar juntas evitando así la exacerbación de los odios y la violencia. “Ay, si solo la visita de Fidel Castro a Salvador Allende en 1971 no hubiese durado 24, sino solo dos días”, lamentó.

Brodsky fue certero. Un gobierno socialista y democrático en Chile, que hubiese concluido su mandato, repartiendo, como lo hizo, la tierra y nacionalizando el cobre, reformando en vez de revolucionar, así con calma, ¿no hubiera sido acaso la insignia indispensable que ayudara a disciplinar a la izquierda latinoamericana alrededor de un programa de reformas consensuadas?

La buena noticia complementaria es que Allendes que no se suicidaron hubo varios en el continente. Pensemos, por ejemplo, invitaba Brodsky, en figuras como Rómulo Betancourt (Venezuela), José Figueres (Costa Rica), Juan José Arévalo (Guatemala), Omar Torrijos (Panamá), Juan Velasco Alvarado (Perú), Raúl Alfonsín (Argentina), Víctor Paz Estenssoro (Bolivia), Fernando Henrique Cardoso (Brasil) o Lázaro Cárdenas (México). La Revolución cubana escondió estos nombres ilustres para instalar encima un altar de sujetos violentos. Quizá sea hora de desempolvar con palabras lo ensombrecido en aquel momento con gritos y canciones de la Nueva Trova.

Mientras tanto, desde su sillón, Mujica fulminaba con una descarga frontal a Maduro y el binomio Ortega-Murillo. “Tengo íntima discrepancia con los regímenes autoritarios”, anticipó. Haciendo una simbiosis entre democracia e izquierda, Mujica le retaceó ambas cualidades al chavismo actual para atribuírselo entero al fallecido Hugo Chávez. De acuerdo con el cálculo uruguayo, la revolución venezolana concluyó en 2013. Al sandinismo de ahora, el de los copresidentes conyugales, el uruguayo lo etiquetó textualmente como “monstruoso”. Imperdonable, dijo, para una revolución “tan soñadora”.

El turno en nuestra mesa del Festival En Zona fue para el historiador cubano Rafael Rojas, agudo investigador, director de la revista Historia Mexicana y colaborador de Letras Libres. Rojas colocó la lupa sobre los procesos de recambio y continuidad de las izquierdas para fijar su mirada en la fase “bolivariana” de la que Mujica bebió primero con placer y luego con náuseas. El autor de la Historia mínima de la Revolución cubana le recordó a su público en la Casa del Tiempo que la narrativa chavista encandiló a millones a partir de 1999. Uno a uno fueron sucumbiendo los países ante la flauta del comandante boina roja. Aquel antiimperialismo renovado, ese “detector” de azufre en el podio de Naciones Unidas, se tornó por tanto hegemónico. ¿Qué fue tan magnético en Chávez?, ¿no habrá sido el hecho de que optó por los votos y ya no por las balas? En efecto, visto así, Maduro aparece como la negación escandalosa de su mentor y guía.

Mujica regresa en su entrevista por última vez. Lo hace para decir qué es lo que exactamente le fastidia de sus excamaradas en el continente: “Lo que más me revienta es cuando juegan a la democracia y después hacen fraude. Eso es insoportable”. La molestia del casi nonagenario uruguayo es coherente con lo dicho por él previamente: si se hace trampa y se adultera la voluntad del pueblo, es señal de que no se quiere “soltar el pastel”. Aquella sería la perversión ulterior e irreversible del caudillismo.

Y entonces el exguerrillero dejó escapar la frase de la que no se retractaría (al día siguiente pidió disculpas, por ejemplo, por haberle dicho “vieja” a la expresidenta Cristina): “A los cubanos los pongo aparte. No porque tengan razón. Es porque definieron hace como setenta años la dictadura del proletariado y un partido único. Y nosotros tenemos relaciones con China y con Vietnam, y no nos hacemos ningún problema (con ellos). Entonces banquemos esa situación (la de Cuba). Yo no estoy de acuerdo con eso [criticar al Gobierno cubano], porque no da resultado”.

Hubo perplejidad y hasta enojo en Casa del Tiempo. En México, esta última frase de Mujica acabó de inmediato con el consenso que había acompañado a sus declaraciones en los comentarios de los asistentes. ¿Por qué ponerle fin a la intransigencia democrática cuando se trata de Cuba?, ¿por qué “bancarse” a cubanos, chinos y vietnamitas de un solo tirón?, ¿por qué tan severos con Evo y Lula si frente a los hermanos Castro parecemos tiernos lactantes?

La explicación exculpatoria de Mujica parece emanar del pragmatismo. Nos pide que exentemos de culpas al despotismo caribeño o asiático simplemente porque llevan más de setenta años respetando su palabra, es decir, ejecutando su promesa macabra de “quedarse con el pastel”. Las palabras del uruguayo sacudieron al Festival En Zona de la Ciudad de México. No hubo otra opción que refutarlo de manera compacta y también frontal.

El jueves 28, en la mesa “Desplazamientos, dislocaciones y autonomías territoriales frente al Estado”, la artista visual cubana Camila Lobón mostró con claridad lo injusto que sería “bancarse” las decisiones del gobierno de la isla, que desde hace décadas viene asfixiado cualquier tipo de pensamiento disidente. Lobón relató cómo el ambiente de represión a las ideas que no calzan con la doctrina del Estado ha determinado que desde Cuba se hayan desplegado olas imparables de migrantes. Tras el estallido social del 11 de julio de 2021, un acuerdo de libre visado con el gobierno de Nicaragua detonó la mayor crisis migratoria de la historia cubana. La actual flexibilidad para dejar que la gente se vaya se debe, según se explicó en el Festival, a que de ese modo el gobierno de La Habana espera que se incrementen las remesas que se envían desde el exterior y se canalice el descontento social. Las penurias económicas de la población solo parecen amainarse ahora propulsando más y más migración.

En la misma mesa del jueves, escuchamos también el testimonio de Ana Lucía Álvarez, defensora de los derechos humanos, quien contó las vicisitudes de los exiliados nicaragüenses, muchos de los cuales incluso han sido privados de su nacionalidad por el gobierno de Ortega. Algunos de ellos iniciaron una nueva vida en Costa Rica y otros como Madelaine Caracas, quien participó en la mesa del viernes, buscan una nueva identidad y lugar de interlocución en México.

Finalmente, el viernes 29, en una de las mesas que cerraron el Festival, los venezolanos Daniela Guerra y Joseph Poliszuk también se ocuparon de llamar al orden a Mujica. Poliszuk, periodista y editor del renombrado sitio Armando.info, recordó que el 8 de marzo de 2013, cuando Maduro tomó juramento como sucesor del fallecido Chávez sin haber sido electo, Mujica, en su rol de presidente de Uruguay, estuvo ahí para aplaudir y sumarse al cortejo de “ciegos voluntarios”.

Démosle, sin embargo, la última palabra a quien la tomó primero. Claudia Hilb expuso en el Festival En Zona su tesis más connotada: el error de diseño de la izquierda latinoamericana nació de la edificación de una vanguardia. Así empezó desde 1953 en Cuba con el asalto al Moncada, así siguió en 1979 en Nicaragua o en 1992 con el golpe militar de Chávez en Venezuela. En otras palabras, el grupo poseedor de una “hazaña” irrepetible, generalmente cargada de violencia, suele convertir a una persona carismática o no en una “estatua viviente”, con lo que le autoriza a merendarse a todo un país. Ese monstruo goloso y marrullero es el Leviatán revolucionario que se niega a “soltar el pastel”. Por eso, en aquel día de noviembre de 2024, en México, Mujica fue puesto “en zona”.

La conclusión general de estos días de discusión podría ser una muy simple: el compromiso de la izquierda latinoamericana con la democracia requiere ser de una pieza, es decir, no debería admitir excepciones y ser indivisible. Ello determina que una izquierda que se precie de su condición antiautoritaria, no puede construirse ni a partir de una vanguardia épica ni desde un aparato de poder.

En términos más abstractos, para quienes asistimos al Festival En Zona, y quizás también para quienes profundicen ahora en la discusión de lo dicho en la Casa del Tiempo, nos quedaría quizás una lección aprendida: no es que el fin justifique los medios, sino que el medio es el fin. La democracia solo se conquista con más y mejor democracia. En eso, no habría atajos. ~

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es profesor universitario, actualmente realiza una estancia posdoctoral en el Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Boliviano de nacimiento, reside en México desde 2015.


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