Zorro, notas de lectura sobre la marcha

Las novelas de Dubravka Ugresić no lo parecen: contienen partes ensayísticas, investigaciones filológicas y cuentitos dentro.
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Hace varios años que llevo una lista de los libros que leo a lo largo del año, lo hago porque se me olvidan y luego llega el momento de hacer la lista de lo mejor del año y se te olvida ese libro tan chulo. Aun así, puede suceder: este año, por ejemplo, me dejé Cuchillo, de Salman Rushdie, que me impactó mucho. Resulta que el primer libro que anoté en la lista de 2024 fue Zorro, novela de Dubravka Ugresić –no me da apuro hablar de ella y sus libros hasta la saciedad porque como está muerta sé que no va a tener las mismas consecuencias que tuvo mi tabarra eterna sobre Annie Ernaux: no se da el Nobel a título póstumo–. En realidad no lo terminé en 2024, ni siquiera lo he terminado aún. Todo el año pasado iba con Zorro de aquí para allá, esperando el momento en que no tuviera una lectura de trabajo por hacer y así entregarme a la novela. O, mejor, buscando excusas de trabajo que justificaran que dedicara mis horas a ese libro y no a otro –ese plan no funcionó bien, porque en el artículo que escribí sobre ella para esta revista tenía que hablar de su faceta de articulista: todo mal–. 

La novela que encabeza la lista de 2025 es, como habrás adivinado, Zorro, de Dubravka Ugresić (voy por la página 237 de 369). Hay una cosa que me gusta mucho de Ugresić y es que sus novelas no lo parecen, es decir, contienen partes ensayísticas, investigaciones filológicas y cuentitos dentro, además de episodios en los que cuenta su asistencia a congresos de lenguas eslavas, sobre exilio, etc. Quiero decir que son novelas un poco de patchwork. En una entrevista le preguntaban por qué eran novelas sus libros y decía ella que no le correspondía a ella explicarlo, que eran novelas y era tarea del lector descubrir por qué al leerlos. Puede que lo entendiera mal yo, pero esa respuesta elusiva pero que exige tanta personalidad me lleva a la última frase del documental de Claudia Müeller sobre la premio Nobel de Literatura Elfriede Jelinek, que dice que “explicar tu propio trabajo te debilita”. También debilita tu trabajo. 

Zorro tiene seis partes –me quedan por leer las que tienen los mejores títulos: “Little Miss Footnote” y “La zorra viuda”–. La primera se abre con una reflexión sobre los cuentos y sobre no responder preguntas: “De veras, ¿cómo se crean los cuentos? Creo que muchos escritores se hacen esa pregunta, aunque la mayoría de ellos evita contestarla. ¿Por qué? Quizá porque no saben la respuesta, o quizá porque temen portarse como esos médicos que en sus conversaciones con los pacientes usan solo términos latinos […]. Por eso los escritores prefieren encogerse de hombros y permitir que los lectores crean que los cuentos proliferan como las malas hierbas, y tal vez es mejor así, ya que de las reflexiones de los literatos sobre este tema se podría recopilar una voluminosa antología de insensateces. Y, cuanto más obvia es la insensatez, más admiradores tiene su autor […]” Un poco más adelante, cita a Borís Pilniak, escritor ruso autor de “Un cuento sobre cómo se crean los cuentos”, para quien, cita Ugresić, “el zorro es el dios de los escritores”. “La maldición del zorro es que no es querido”, leo en la penúltima página. 

Y ahora, el cuento de amor que hay dentro de este libro. Resulta que Ugresić nació en Kutina, cerca de Zagreb, en 1949. Dejó su país, que ya era otro, en los noventa y se instaló en Ámsterdam (esa es la razón de que la invitaran a congresos sobre el exilio; sobre las razones del exilio, escribe: “la guerra es un tiempo en el que la escoria humana sale a la superficie”). Muchos años después recibió un regalo inesperado: un admirador le dejó una cabaña en Kuruzovac, al sur de Zagreb. Cuando acude a visitar la cabaña, se encuentra con que hay alguien viviendo allí: forma parte de un escuadrón de voluntarios que localizan y desactivan minas antipersona. Hay un zorro que ronda la casita y al que Bojan, el intruso que desactiva minas, intenta domesticar. Pero de lo que hay que protegerse es de los lirones, a los que Bojan mantiene alejados gracias al gato. Y aquí dejo a Dubravka y Bojan. 

Ugresić escribe una escena que es quizá el mejor retrato que se puede hacer de ella: “Al poner el coche en marcha, levanté el dedo corazón al aire y me despedí de mi pueblo. […] Por un instante cerré los párpados. En mi cerebro centelleó una magnífica: contra el fondo esplendoroso de la puesta de sol estalló una potente explosión floral. Millones de florecitas de lilo, metrallas florales, volaban por el aire, y el olor intenso de las lilas se mezclaba con el olor a quemado. ¡Mira, la tía ha encendido una bengala!”. 

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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