Poco a poco y luego de golpe

Si la primera victoria de Trump fue interpretada como un bache, la segunda se considera un verdadero cambio cultural.
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En 2016 fue un shock. En 2024, la respuesta fue resignada. Y, sin embargo, todo el mundo habla de un cambio de era. Si la primera victoria de Trump fue interpretada como un bache, la segunda se considera un verdadero cambio cultural. En esta revista, Branko Milanovic escribió que la investidura de Trump significaba la muerte definitiva de la globalización neoliberal, y argumentó que no es solo culpa de Trump: el mundo ya estaba moviéndose en esa dirección en la última década (proteccionismo, políticas industriales, nacionalismo económico). Y Manuel Arias Maldonado, en su blog Casa Rorty, reflexionaba sobre lo difícil que es diagnosticar nuestra época. Estamos todos neuróticamente intentando descifrar lo que está pasando: ¿estamos realmente en una nueva era? ¿O es demasiado pronto para saberlo? 

En una columna reciente en The New York Times, Ezra Klein escribía de cuatro fenómenos o cambios que considera que sí demuestran que entramos en una nueva era: la vuelta de Trump y su (ahora sí, no como en 2017) aceptación por parte del establishment del país, la velocidad de los avances de la IA, el calentamiento global y el desplome de la fertilidad mundial. “Observar cualquiera de estas historias de forma aislada es perderse lo que representan colectivamente: la emergencia inestable e impredecible de un mundo diferente”, escribe. “Gran parte de lo que dábamos por sentado en los últimos cincuenta años –desde el clima a las tasas de natalidad o las instituciones políticas– se está desmoronando; están irrumpiendo movimientos y tecnologías que pretenden dar un vuelco a los próximos 50 años.” 

Quizá lo más interesante del artículo de Klein es su idea de que se está creando una oligarquía en Estados Unidos alrededor de Trump. No es una oligarquía como la rusa: The Economist recientemente hacía la comparación del porcentaje de riqueza de los empresarios putinistas con respecto a la economía rusa y el de los empresarios que apoyan a Trump, y la diferencia era notoria: Amazon, Meta y Tesla representan un 1.8% del PIB estadounidense, mientras que en Rusia una docena de oligarcas controla la mitad de la economía. 

Pero se está produciendo un cambio mucho más radical que la conexión que ha existido siempre entre el dinero y el poder político en EEUU. Hay una oligarquización clara, desde el rol casi de cogobernante de Elon Musk a ejemplos como que Amazon ha pagado 40 millones de dólares a Melania Trump para su documental, o el giro que ha dado Mark Zuckerberg de cambiar el enfoque de Meta hacia la “libertad de expresión” (que significa exactamente lo mismo que significa para Musk). Zuckerberg hace poco fue al podcast de Joe Rogan y dijo que hacía falta un liderazgo más masculino en las empresas, que habían sido “castradas”; nada de esto ocurre en un vacío sino cuando vuelve Trump al poder. Muchos votantes de Trump lo votaron pensando no solo que representaba un cambio necesario (siguiendo la tendencia anti-incumbent que hay en las democracias occidentales) sino una revolución cultural. El cambio no era solo en la Casa Blanca sino en la cultura del país. 

La amistad de los empresarios con Trump es nueva. En 2017 “Trump era tratado como una aberración que había que soportar o una malignidad que había que rechazar”, continúa Klein. “Los multimillonarios ven que las reglas han cambiado. Están señalando su voluntad de acatarlas. ‘¡¡¡TODO EL MUNDO QUIERE SER MI AMIGO!!!’ escribió Trump en Truth Social [su red social] tras cenar con Jeff Bezos. No se equivoca.” Consiga o no cumplir sus promesas más autoritarias, el nuevo Trump se siente más envalentonado que nunca: se vienen varios años de corrupción explícita, patrimonialismo, un uso obsceno de la presidencia para su beneficio personal. Su mejor declaración de intenciones fue la creación de una criptomoneda con su nombre, que alcanzó un valor de mercado de 10.000 millones de dólares en tres días. Su mujer, Melania, lanzó la suya. No son juguetes. Son instrumentos de patrimonialización y corrupción. El líder del país que crea la divisa global ha lanzado su propia moneda. Qué mejor respaldo para una criptomoneda que la Reserva Federal.

El cambio parece gradual. Los sucesos, aislados, no parecen indicar mucho. Y un día, de pronto, todo parece haber cambiado. En un artículo en The Atlantic titulado “Por qué a los progresistas les cuesta afrontar los cambios de época”, el politólogo búlgaro Ivan Krastev compara 2025 con 1989. “Vivir esos momentos de la historia enseña muchas cosas, pero la más importante es la velocidad del cambio: La gente puede cambiar totalmente sus opiniones y su identidad política de la noche a la mañana; lo que ayer se consideraba impensable hoy parece evidente. El cambio es tan profundo que la gente pronto encuentra insondables sus antiguas suposiciones y opciones”. 

Todo es poco a poco hasta que deja de serlo. Y de pronto, tienes a Elon Musk en el gobierno y haciendo el saludo nazi. Es una noticia escandalosa y, sin embargo, la reacción ha sido ligeramente resignada. El saludo nazi de Elon Musk puede significar muchas cosas: es un chiste, una provocación, estaba hasta arriba de ketamina. Pero es un saludo nazi. Y es un saludo nazi en un contexto concreto, en las celebraciones posteriores a la investidura de un líder autoritario. No se produjo en un monólogo de humor. Como ha escrito John Ganz en su blog, “Esto no surge de la nada: todo ocurre en un contexto. Musk ha convertido Twitter en un patio de recreo nazi y ha señalado repetidamente su simpatía por la extrema derecha. También es un idiota gilipollas que haría eso por gusto, como un troll. Para sacar de quicio a todo el mundo y luego negarlo.”

La respuesta de Elon Musk fue la esperable: “La verdad, os hacen falta mejores trucos sucios. El ataque de ‘todo el mundo es Hitler’ ya caaaansa tanto”. Recuerda a un sketch del programa alemán Browser Ballet en el que un civil en 1933 ve pasar a un general nazi vestido con el uniforme del partido y le dice “nazi”. El general, ofendido, le responde: “Que esté en el Partido Nacionalsocialista y en las SS no me convierte en un nazi”. Hacer el saludo nazi en un acto de Trump te convierte en un nazi. 

Los demócratas no saben muy bien cómo enfrentarse a esto. Para Krastev, “que los progresistas respondan a este momento actuando como defensores de un statu quo que desaparece sería imprudente. Hacerlo implicaría simplemente reaccionar ante lo que haga Trump. La mentalidad de resistencia puede ser la mejor manera de entender la tiranía, pero no es la mejor manera de manejar un momento de ruptura política radical, en el que la tiranía es posible pero no inevitable.” La #resistencia estilo 2017 está muerta. John Ganz sostiene que tarde o temprano la ciudadanía estadounidense se dará cuenta de que “no era esto, no era esto”. Y cita a la escritora Iréne Némirovsky sobre la Francia de Vichy: “Los franceses se cansaron de la República como de una vieja esposa. Para ellos, la dictadura fue un breve romance, un adulterio. Pero pretendían engañar a su esposa, no matarla. Ahora se dan cuenta de que ha muerto, su República, su libertad. Y lloran su pérdida”. 

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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