Uno de los cambios más profundos que han experimentado las sociedades desarrolladas en el último siglo es la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral. Solo en las dos últimas décadas, la diferencia entre las tasas de empleo de hombres y mujeres se ha reducido casi a la mitad, pasando del 18% en 2000 al 10,5% en 2021 en los países de la ocde. Aunque estas estadísticas muestran avances significativos, el progreso hacia la igualdad de género se ha estancado en la mayoría de las economías avanzadas durante la última década.
Carrera y familia: El largo camino de las mujeres hacia la igualdad de Claudia Goldin utiliza las lecciones de la historia para entender por qué no hemos alcanzado aún la igualdad de género. El análisis de Goldin sugiere que la clave para alcanzar la plena igualdad no pasa por atajar la discriminación, formar a las mujeres para que negocien mejor, fomentar distintas opciones profesionales o imponer la igualdad de género mediante la legislación.
Según Goldin, en el centro de la desigualdad de género que persiste hoy en día está la lucha por conciliar la vida laboral y familiar. Su argumento clave se centra en lo que denomina “desigualdad de pareja”, es decir, cómo las carreras de alto nivel exigen a menudo compromisos de tiempo que crean tensiones en las parejas sobre qué carrera tiene prioridad. Aunque en un mundo ideal las parejas comparten las responsabilidades en la familia a partes iguales, la realidad es que la igualdad resulta costosa en términos de ingresos familiares. Esto se debe a que las personas que hacen horas extra o trabajan en horarios irregulares ganan sustancialmente más. Goldin llama “codiciosos” los empleos que recompensan desproporcionadamente el trabajo en horario prolongado y específico. Si trabajar en un empleo codicioso está muy recompensado, entonces, para maximizar los ingresos familiares, uno de los miembros de la pareja tenderá a especializarse en este tipo de trabajo, mientras que el otro ocupará un puesto más flexible, que le permita estar “de guardia en casa”. Como era de esperar, son sobre todo las mujeres las que optan por el trabajo flexible y peor pagado, incluso cuando tienen una formación superior y están igualmente preparadas para el puesto mejor pagado.
El libro hace un recorrido por el papel de la mujer en la economía estadounidense analizando cinco cohortes de mujeres con estudios universitarios, desde “La cohorte de las primeras”, nacidas alrededor de 1900, hasta “La cohorte de las opciones”, nacidas entre 1960 y la década de 1980. Goldin contextualiza los avances de la mujer con debates sobre leyes antidiscriminatorias y avances en planificación familiar, como la legalización de la píldora anticonceptiva en 1960.
El inteligente uso que Goldin hace de los datos históricos ilustra con eficacia el largo camino recorrido por las mujeres en el último siglo. En el capítulo 5 muestra, por ejemplo, cómo las actitudes sociales hacia las madres trabajadoras cambiaron drásticamente: la proporción de quienes estaban de acuerdo en que “los niños en edad preescolar sufren cuando su madre trabaja” descendió del 80% en 1900 a alrededor del 20-30% en 2000. También documenta, en el capítulo 6, cómo la representación femenina entre los licenciados en carreras altamente remuneradas como medicina, derecho o empresariales pasó de alrededor del 5% en la década de 1950 a casi el 50% en 2015.
El libro demuestra cómo las profesiones difieren en su “codicia” y cómo esto conduce a distintos niveles de desigualdad de género. El capítulo 9 compara a abogados y farmacéuticos: los primeros ejemplifican una ocupación codiciosa con recompensas desproporcionadas por prolongados horarios de trabajo, mientras que los segundos representan una profesión muy bien pagada pero no codiciosa, con una estructura salarial más lineal. Goldin argumenta que, para eliminar la brecha de género que aún persiste, los trabajos mejor pagados deberían emular el modelo de las farmacias, donde la sustituibilidad de los empleados hace que la flexibilidad laboral sea menos costosa.
Aunque Goldin defiende con argumentos convincentes el papel de los empleos codiciosos en la perpetuación de las diferencias profesionales, su enfoque en los licenciados universitarios deja fuera a una parte significativa de la población. Los trabajadores sin estudios universitarios, que probablemente no se enfrentan a las mismas recompensas desproporcionadas por las horas extraordinarias, siguen experimentando considerables diferencias salariales entre hombres y mujeres. Según datos de la ocde, en algunos países la diferencia salarial entre los trabajadores sin estudios universitarios puede incluso superar a la de los licenciados universitarios, lo que sugiere que otros factores, como las normas sociales, siguen siendo importantes.
El libro analiza la evolución del papel de la mujer en el lugar de trabajo en el contexto específico de Estados Unidos, y las experiencias de las mujeres en otros países pueden no ser directamente comparables. No obstante, sus ideas tienen resonancia internacional. La experiencia de Estados Unidos a menudo anticipa la evolución en otros países, como ilustra la adopción mundial de la píldora anticonceptiva tras su aprobación en Estados Unidos en 1960. En España, la píldora no se legalizó hasta 1978, tras el final de la dictadura franquista, bajo la cual la anticoncepción era ilegal. No es de extrañar que las mujeres españolas se pusieran al día más tarde –pero excepcionalmente rápido– en comparación con las mujeres de otros países europeos o de Estados Unidos.
Aunque el análisis de Goldin sobre la desigualdad salarial ofrece valiosas perspectivas, se centra necesariamente en hombres y mujeres que trabajan a tiempo completo para garantizar la comparabilidad. Esto deja de lado otra dimensión crucial de la desigualdad de género: las mujeres, especialmente las que tienen responsabilidades asistenciales, cargan con más probabilidades de reducir las horas de trabajo o de abandonar por completo la población activa. Aunque el alcance del libro no se extiende a la comprensión de la persistente brecha de participación laboral entre hombres y mujeres con hijos, sus ideas sobre el papel de la estructura del lugar de trabajo podrían ayudar a abordar las brechas salariales y de participación.
El poderoso análisis de Goldin sobre las barreras estructurales a la igualdad de género en las carreras de alto nivel ofrece una nueva perspectiva sobre un problema persistente. Su énfasis en reformar las estructuras laborales en lugar de cambiar el comportamiento de las mujeres o legislar la igualdad aporta un enfoque novedoso. A medida que la flexibilidad laboral se normaliza en el mundo pospandémico, quizá nos estemos acercando por fin a un punto de inflexión en el que la prima del “trabajo codicioso” disminuirá, permitiendo que tanto hombres como mujeres desarrollen carreras satisfactorias y compartan las responsabilidades familiares de forma más equitativa. ~
es profesora de economía en CUNEF.