Patricia Esteban Erlés y Mariana Enriquez saludan a Poe

Con motivo de la edición de los Cuentos completos de Edgar Allan Poe, ofrecemos un extracto de los prólogos de las dos escritoras que completan el volumen en Páginas de Espuma.
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Poe, o el lugar de las apariciones

Patricia Esteban Erlés

No cabe la menor duda de que la literatura de Edgar Allan Poe ha ido convirtiéndose a lo largo de los dos últimos siglos en el lugar más propicio de las apariciones para quienes lo descubrimos siendo adolescentes, en uno de esos gozosos banquetes de lectura terrorífica que nos marcaron para siempre. Con toda seguridad, el gran maestro no acertó a sospechar siquiera que las páginas de sus ficciones provocarían en tantos jóvenes solitarios el avistamiento de algunos temores, previos a determinadas experiencias reales que nos aguardaban a la vuelta del camino. Y es que no resulta exagerado afirmar que con Poe pasamos miedo antes de tener verdaderas razones para sentirlo. Fue él quien nos advirtió, a través de las páginas de unos cuantos relatos fantásticos, de ciertos trances angustiosos que acechaban emboscados en el futuro, ese tiempo por entonces todavía envuelto en sombras.

Admito que yo no encontré a Poe en uno de los lujosos tomos encuadernados de la biblioteca familiar. No existía tal cosa en el pequeño piso en el que crecí y si llegué al bostoniano maldito, fue, como muchos españoles nacidos en los setenta, gracias a la versión que Radio Futura hizo de «Annabel Lee». Después de escucharla unas cuantas veces grabé la canción desde una emisión de Los 40 principales, en una crepitante cinta de casete que me acompañó durante todo un verano. Me enamoré sin remedio de aquel precioso cuento de ángeles envidiosos y sepulcros junto al mar, que nos impactó tanto a toda una generación gracias a la voz grave de Santiago Auserón y al videoclip en el que el Bien y el Mal eran seres alados que jugaban una larga partida de ajedrez para disputarse el trofeo de una vida humana. Pronto descubrí que la letra provenía de un poema y urgió leer más cosas, en realidad cualquier otra cosa, de su autor. Encontré en la biblioteca de mi barrio una desastrada antología con sus narraciones extraordinarias. Aquel era, desde luego, un libro precario, de cubierta abigarrada, páginas amarillentas y letra microscópica, pero ninguno de sus muchos defectos disminuyó un ápice el placer con el que me sumergí en el universo atormentado de Poe. Nunca he logrado salir de allí. Ni falta que me hace.

Tengo la certeza de que cada vez que decidí quedarme a solas con sus historias me asomé a una ouija clarividente en la que divisé, aún muy lejana, la silueta de la muerte, esa dama pálida que persigue, insistente y silenciosa, a los vivos. Allí, en las páginas de aquel ejemplar ordinario, me di de bruces también con la soledad absoluta de los locos y con la crueldad que se inflige en tantas ocasiones a los más indefensos por puro placer. Todo aquello que habríamos de vivir en carne propia años después, conforme el porvenir dejaba de serlo y descubríamos que hacerse adulto equivale, con frecuencia, a enterarse de cosas muy desagradables, ya nos lo había contado Poe, como una suerte de amadísimo hermano mayor con fama de oveja negra, de irrecuperable bala perdida. 

El gran capitán

Mariana Enriquez

Cuando se leen así, uno detrás del otro, como acabo de hacer, todos los cuentos de Edgar Allan Poe, casi mil páginas de trabajo, es inevitable preguntarse, ¿por qué se lo exalta como el gran maestro del horror? En las Histoires Extraordinaires, la célebre recopilación traducida y prologada por Charles Baudelaire, el poeta no incluyó solo los cuentos de terror: el volumen abre con”Los asesinatos de la rue Morgue” y “La carta robada”, dos de los cuentos que ubican a Poe como el creador del género policial, junto a “El misterio de Marie Rogêt” –y en menor medida, “El escarabajo de oro”, que se ubica entre la deducción y el relato de aventuras–. En los tres primeros aparece Auguste Dupin, modelo del detective racional que luego toma Arthur Conan Doyle para su Sherlock Holmes, y el resto, como se dice, es historia. La potencia de esos relatos policiales y su importancia en la literatura bastarían para consagrarlo como Gran Maestro. Un año después, en 1857, Baudelaire sí incluyó en una segunda edición muchos de los cuentos que hoy se consideran clásicos del terror en Nouvelles Histoires Extraordinaires. No puede atribuirse la fama de Poe y su entidad como icono tenebroso solo por esta edición. Hay sintonía, sin embargo, en la sensibilidad mórbida y satánica de Baudelaire, en esos años de preludio a Los poetas malditos de Paul Verlaine, Contra Natura de Joris-Karl Huysmans, y el breve fin de siglo simbolista obsesionado por la muerte y la decadencia que lo convierte en un santo patrono de aquel fin de siècle. Poe encarnaba aquella sensibilidad y la llevaba al extremo. Sin embargo, hoy no queda atrapado, en absoluto, en el espíritu de época. Y tampoco sus cuentos de horror. Edgar Allan Poe dialoga con la contemporaneidad. Qué tontería: esa es la definición de un clásico. Lo que sucede es que sus otros relatos, todos notables, no están en la misma conversación.

[…]

Me suelen preguntar si Edgar Allan Poe influyó en mi forma de escribir terror. Suelo decir que no, por la lejanía temporal, porque son clásicos irreproducibles y demasiado citados, porque yo acudo mucho al elemento social, y Poe no. Ahora, mientras le pongo punto final a este prólogo, me doy cuenta de que la obsesión por la muerte, el cuerpo y la crueldad es todo Poe, somos sus hijos, los escritores de terror desde ya, pero también los de policiales, los cuentistas, los periodistas, los poetas. Lo reclamo, sin embargo, como el mejor capitán de la oscuridad. Él lo sabía, y lo sufría. Alguna vez dijo, y podría ser la voz de uno de sus personajes: “Muchas veces he pensado que podía oír perfectamente el sonido de las tinieblas, deslizándose por el horizonte”.


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