Entrevista con Alejandro Cearreta: “¡Claro que el Antropoceno es una construcción humana, como el Jurásico, Botticelli o los Beatles!”

El paleontólogo, miembro del Anthropocene Working Group, habla sobre el concepto de Antropoceno, abrazado por la cultura popular pero no por todos los expertos del campo de la geología.
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Alejandro Cearreta es Catedrático de Paleontología en la Universidad del País Vasco. Durante los últimos 15 años ha formado parte del Anthropocene Working Group, una comisión internacional que recibió el encargo por parte de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas (IUGS, por sus siglas en inglés) de valorar si había motivos para declarar al Antropoceno como una nueva época geológica. Pese al dictamen favorable de este comité heterogéneo de científicos, la IUGS se pronunció en contra en 2024.

A pesar de aquel voto negativo para oficializar el Antropoceno, el término parece seguir adelante con fuerza. Y no solo en la cultura popular, sino en muchos artículos científicos que se han publicado desde entonces.

Sí, creo que podemos observar la popularidad del término metiéndonos en Google. Basta con buscar “Antropoceno” en cualquier lengua para encontrar millones de entradas y miles de artículos que lo debaten desde muchísimos puntos de vista, no solo el geológico. Es un arma de doble filo, porque ha sido algo importante y a la vez criticado por la parte más conservadora de la geología.

¿A esos geólogos no les gusta la atención mediática?

Que una ciencia como la geología pueda tener un impacto tan grande con la idea del Antropoceno creo que es positivo, porque desgraciadamente, y a diferencia de otras disciplinas, no tenemos muchas oportunidades de tener eco mediático. Pero la parte más conservadora de nuestra ciencia, a la cual no le gusta el ruido mediático, lo ha visto como algo negativo. El debate sobre el Antropoceno ha puesto nervioso a este estamento, lo que también explica en parte el rechazo hacia su formalización como nuevo tiempo geológico. Es verdad que, cuando el término es informal, todo el mundo puede opinar sobre cuándo empieza el tiempo geológico al que alude la palabra o qué significa. Esto ha creado también mucho caos y por eso era, desde mi punto de vista, tan importante formalizar el término, acuñar una definición única y todo lo que salga de ahí no es Antropoceno, es otra cosa. 

Han estado 15 años dándole forma al concepto de Antropoceno. ¿En qué ha consistido exactamente esta tarea?

Éramos un grupo de trabajo oficial dentro de la IUGS. Lo que se esperaba de nosotros era un informe –que llegó a  casi doscientas páginas– que tendría que ser objeto de discusión por parte de la Subcomisión de Estratigrafía del Cuaternario, y luego por otros entes superiores dentro de la jerarquía de comités que hay en la geología. Curiosamente, ese debate no se ha producido. Ha habido un intercambio de opiniones en medios de comunicación y en publicaciones científicas, pero la Subcomisión no ha discutido el informe, no ha rebatido nuestras afirmaciones o hallazgos. Lo que han hecho es una simple nota diciendo “no consideramos que es válido” y ya está. Cuanto menos es poco científico, porque las ciencias se construyen con el intercambio de ideas. Así ha sido siempre, con la evolución de Charles Darwin o con la tectónica de placas de Alfred Wegener. A este debate se le ha hurtado justamente esa discusión dentro de los foros científicos.

En los medios se ha presentado a este grupo de trabajo como homogéneo en su visión del Antropoceno, pero supongo que dentro del mismo había perfiles o caracteres muy diferentes. ¿Se produjo mucho debate interno con respecto al concepto?

Esto no era una reunión de amigos sino un grupo oficial de la Comisión Internacional de Estratigrafía con un mandato preciso: revisar la información sobre el Antropoceno, debatir sobre su inicio o sus evidencias y ofrecer una propuesta determinando donde se enmarcaría dentro de la escala de los tiempos geológicos. Podría ser una era, podría ser un periodo o podría ser una época, como nosotros decidimos finalmente. Durante estos años hemos estado debatiendo, dentro del grupo pero también con publicaciones científicas para que no fuese solo una discusión interna. Esta diversidad de opiniones se ha manifestado también con renuncias de algunos de los miembros, que no estaban de acuerdo con la opinión mayoritaria.

¿En serio, a tanto llegó la cosa?

Tres de ellos decidieron salirse del grupo porque consideraron que debían de salir y publicar por su cuenta, fuera de este ámbito. Esta situación no ha ocurrido solo respecto al Antropoceno: cada uno de los periodos que forman la tabla del tiempo geológico ha tenido un grupo de trabajo y un debate con posturas diversas. Lo que ocurre es que como la investigación y el debate  acerca de otros tiempos geológicos, por ejemplo el Jurásico o el Cámbrico, no tuvieron tanto impacto social, el proceso de definición de estos ha sido menos conocido. Pero el modo de funcionamiento de la comisión no ha sido distinto a las del pasado en estos temas. 

Una parte muy interesante del debate es que los detractores del Antropoceno critican que es un periodo demasiado corto, o que su definición está influenciada por modas y presión social. Tratan de situarse en un plano objetivo, pero al final es un debate entre seres humanos que presentan cada uno sus evidencias, ¿puede alguien arrogarse la capacidad de observar el Antropoceno desde fuera, con una objetividad absoluta?

La ciencia es un producto humano, igual que el arte, y solo vale para comunicar entre humanos. Si desapareciéramos del planeta, todos nuestros libros no podrían ser entendidos por ninguna otra especie. Entonces claro que el Antropoceno es una construcción humana, como el Jurásico, las obras de Botticelli o una canción de los Beatles. Es verdad que la ciencia, el arte y cualquier discusión están influenciadas por la época en la que se vive y nuestra sensibilidad con el cambio climático es mayor ahora que hace 100 ó 200 años. Ahora bien, la columna vertebral de la geología consta de una serie de normas para dividir esos 4.700 millones de años de historia planetaria. Buscamos un orden porque los humanos intentamos capturar el entendimiento de la naturaleza. En este caso, leemos las capas geológicas y buscamos eventos registrados en la roca o los sedimentos para entender qué ha ocurrido en el pasado de nuestro planeta.

¿Nuestra importancia sobre la historia del planeta es comparable a la de otros eventos que marcaron una separación entre periodos?

En el límite entre las eras mesozoica y cenozoica, cuando cayó un meteorito sobre nuestro planeta, hubo una extinción de especies masiva brutal. Ese evento fue muy grande y se considera que es definitorio del cambio entre dos eras geológicas. Con respecto al Antropoceno, pensamos que por ahora estaría bien dentro del rango de época, ya veremos si esto evoluciona por nuestra capacidad de modificar el clima y la geología del planeta. En el futuro quizás podría ser un periodo. Esto es normal en nuestra ciencia. Si miramos libros de texto de los años 40 y 50, las eras geológicas eran primaria, secundaria, terciaria y cuaternaria. Con el paso del tiempo y la discusión científica, se cambió el nombre a la primaria por Paleozoico, a la secundaria por Mesozoico, a la terciaria por Cenozoico y el cuaternario quedó rebajado a periodo, manteniendo su nombre. Lo que era una verdad irrefutable hace 50 años, se discute y deja de serlo.

P. Para mucha gente, llamarlo Antropoceno resulta también algo, digamos, antropocéntrico.

Se han vertido ríos de tinta sobre que el nombre no es adecuado, que tendría que ser, por ejemplo, Capitaloceno o Plasticoceno. Toda esa discusión es estéril porque en geología el primero que define un concepto, lo llame como lo llame, tiene prioridad. Hay un foraminífero –una especie de ameba– llamado Rosita en honor a la novia del que lo descubrió, y permanecerá invariable hasta que alguien defina ese género de otro modo y pueda cambiarle el nombre. Otra cosa que se cree es que un nombre debe encapsular lo que tiene dentro. Eso en geología no es así. No todas las rocas del periodo carbonífero tienen carbón, no todas las del periodo jurásico están en las montañas de Jura, el Cámbrico está nominado en honor a una tribu de Gales, pero hay Cámbrico también en España o en México. 

Por otro lado, la definición de Antropoceno siempre estará ligada a su relevancia. Si es una época geológica, se seguirá llamando así, pero si fuera un periodo tendría que cambiar de nombre, porque solo las épocas acaban en “ceno”.

Algunos geólogos han propuesto “rebajar” el Antropoceno de época a evento: ¿le parece una forma de alcanzar un consenso mínimo entre discrepantes o existen razones para verlo en estos términos?

Desde mi punto de vista, hay una trampa: la de diluir la responsabilidad humana en este tiempo geológico. Se  han intentado estrategias para sortear esta responsabilidad. Una de ellas es irse hacia atrás en el tiempo y decir que el Antropoceno empieza con la primera huella humana, por lo tanto no es responsabilidad nuestra, somos simples continuadores. Otra estrategia es irse al futuro: no discutamos sobre esto ahora porque las evidencias todavía no son suficientes, serán los profesionales de la geología del futuro quienes lo discutirán cuando tengamos un registro geológico muy dilatado. Son dos trampas camufladas tras posibles discusiones científicas que para mí lo que esconden es una agenda conservadora que no quiere discutir el impacto de nuestra huella actual en el mundo, del mismo modo que se ha hecho con el cambio climático. 

¿No hay ninguna norma en la  ciencia que diga cuánto tiene que durar una época?

No. De hecho, si miramos cuánto duran las últimas épocas cada vez van durando menos. El Holoceno dura 11.700 años, el Pleistoceno dura un millón y pico, el Mioceno mucho más. ¿Por qué? Porque la calidad de la información geológica es mayor en la actualidad. 

Cuando se dice que el Antropoceno empieza en 1952 por los isótopos de las bombas atómicas: ¿por qué se toma esa referencia y no, por ejemplo, los isótopos de carbono de la quema de combustibles fósiles en el siglo XIX?

Para definir un tiempo geológico hay dos condiciones que son indispensables: sincronicidad y globalidad. El planeta tiene que pasar del Triásico al Jurásico en todo el planeta a la vez, de modo global y sincrónico. Con el Antropoceno tiene que ocurrir lo mismo. No podemos entrar en el antropoceno en Europa antes que en Latinoamérica. Los isótopos radioactivos, fruto de las explosiones atómicas en la atmósfera humana, son la evidencia que ofrece la mayor sincronicidad y la mayor globalidad, porque se difundieron a partir de la estratosfera por todo el planeta. De hecho, encontramos radioisótopos de Cesio-137, Estroncio-90, Plutonio-239 tanto en los polos como en el Ecuador. No con la misma intensidad, pero están: aparecen en 1952 y tienen su máximo en 1963. Fue el momento en que más superpotencias explosionaron bombas atómicas en la atmósfera. A partir del año 63 se firma un acuerdo de no proliferación nuclear, se prohíben las detonaciones en la atmósfera y ya no se liberan estos radioisótopos. 

Si, de repente, algún cambio tecnológico o social lograra borrar en los próximos siglos esa huella humana, reduciendo el CO2 o los isótopos, ¿seguiría teniendo sentido el Antropoceno aún sabiendo que puede ser algo geológicamente muy breve?

Cuando nos acercamos a la actualidad ya no trabajamos con un calendario geológico de millones de años o de miles de años, sino de años, que es lo que se aplica al Antropoceno. Eso nos exige unos retos que no teníamos cuando trabajamos con millones de años: es imposible datar año a año una roca jurásica, pero en geología reciente sí se puede hacer porque tenemos radioisótopos de vida corta que nos permitan saber si una capa empezó en el año 55, en el 64 o en el 73. El Antropoceno es un lapso de tiempo muy pequeño, porque la geología actual tiene la ventaja de ver cosas muy recientes y que se enmascaran con el paso del tiempo. Además, la geología se hace para los humanos actuales, no para los de dentro de 65 millones de años, porque no sabemos si estaremos aquí o si otra especie entenderá nuestro modo de concebir la cultura o la ciencia.


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