I
“Only connect the prose and the passion” escribió E.M. Forster en Howards End. “Sólo construir un puente entre la prosa y la pasión.” “Only connect…”: cita de Forster que abre en forma de epígrafe El mago de Viena de Sergio Pitol. Foster: amigo de J.R. Ackerley, autor de We Think the World of You, novela traducida por Sergio Pitol.
Ackerley: crítico por más de dos décadas del periódico The Listener y mentor de muchos escritores ingleses. Autores ingleses: Austen, Compton-Burnett, Firbank, Conrad, y tantos otros leídos y releídos por Sergio Pitol.
Joseph Conrad: nacido en Polonia bajo el nombre de Jozef Teodor Konrad Nalecz Korzeniowski y naturalizado inglés. Polonia: Andrzejewski, Iwaszkiewicz, Schulz, Gombrowicz, autores presentados al español por Pitol a través de la antología preparada y traducida por él en 1967. Sólo construye puentes. Todo se une. Todo se conecta. El punto de confluencia es Pitol: su obra.
II
“Everything That Rises Must Converge”, es el título de un espléndido cuento de otra autora admirada por Pitol: Flannery O’Connor. En Pitol todo se eleva y converge: la prosa, las ideas, el esplendor y la extravagancia de la vida. Su obra, desde aquellas primeras colaboraciones en La Palabra y el Hombre en los años sesenta, denotaba una inmensa voracidad, un infinito afán por vislumbrar el mundo.
Su pasión por el viaje, por el conocimiento y el reconocimiento de los otros, su necesidad de ver el mundo para emular, quizás, a aquéllos sus héroes ingleses como Stevenson, Ackerley, Conrad…, todo eso hace de Pitol, pero sobre todo de su obra, un escritor un tanto atípico de las letras mexicanas y, sin duda, el más influyente en las nuevas generaciones.
III
Aunque el mismo autor de El viaje (de entre sus libros, uno de los más elevados) ha dicho que su generación la siente anclada en la de José Emilio Pacheco y Monsiváis, más que en la estrictamente cronológica de Carlos Fuentes, la verdad es que Pitol es un escritor que difícilmente podríamos ubicar en una generación estética.
Pero, vamos, empecinarse en encuadrarlo en una generación, más que ocioso, es necio. Pitol, su obra, no merece casilla hecha: si acaso, es fundador de un nuevo plantío.
La obra de Pitol habría que dividirla en tres partes que son, al mismo tiempo, una sola: el narrador, el crítico y el traductor.
Por separado, digámoslo así, Pitol ha dado como narrador sus novelas El tañido de una flauta, Juegos florales, el Tríptico del carnaval, y todos sus cuentos. Como crítico ha publicado un sinnúmero de ensayos sobre sus autores preferidos, y como traductor ha vertido a nuestra lengua obras de Andrzejewski, Brandys, Gombrowicz, Bassani, Vittorini, Malerba, Berto, Conrad, James…
Sin embargo, esas tres vertientes confluyen en una unión, una comunión de tres partes que quedan perfectamente demostradas en sus libros El arte de la Fuga, El viaje y El mago de Viena. En estos tres volúmenes vemos al narrador coincidir con el crítico que, a su vez, se alimenta del traductor.
IV
Aquí nos interesa el Pitol crítico, el autor de La casa de la tribu, libro publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1989, y que este año acaba de ver una nueva edición dentro de la serie Biblioteca Premios Cervantes.
En aquella primera edición, nuestro autor ordenaba su libro en tres apartados: el primero dedicado a la literatura rusa: Gogol, Chéjov y Pilniak, y un ensayo más –“La casa de la tribu”, precisamente–, que repasa la literatura rusa de los siglos XIX y XX; el segundo apartado lo dedica a la literatura en lengua inglesa: el estadounidense nacionalizado inglés Henry James, los ingleses Ivy Compton-Burnett y Ronald Firbank, el irlandés Flann O’Brien y la estadounidense Patricia Highsmith; y por último un apartado misceláneo en el que incluía un ensayo sobre Schnitzler, otro sobre Tabucchi y uno más sobre Kusniewicz.
En esta nueva edición de La casa de la tribu, además de que Pitol reescribió algunos ensayos, incluyó uno más sobre Iván Goncharov en la sección de los rusos, y un nuevo apartado con dos textos: “Henríquez Ureña visto por sus discípulos” y “Hasta que llegó Ibargüengoitia…”.
Bajtin decía que su coterráneo Alexander Herzen observaba que la risa tenía algo de revolucionario, que “Nadie se ríe en la iglesia, en el palacio, en la guerra, ante el jefe de la oficina […] los sirvientes no se atreven a reír ante el amo. Sólo los de igual condición se ríen entre sí”. Si recordamos cualquier novela del Tríptico del carnaval o algunos cuentos pitolianos, podemos ver esa libertad –a partir de la parodia, la sátira, la risa revolucionaria que muestra el Pitol narrador. Esa libertad que no sólo se exhibe en los temas y los personajes, sino, sobre todo, en la prosa misma. La prosa de este autor es de una libertad “avasalladora”. La libertad rompe todos los órdenes: el narrativo, el espacial, el del lenguaje. La característica de esta obra narrativa es, precisamente, ese gran elogio a la libertad, esa ambición del escritor por lograr algo que sabe sólo se puede alcanzar en la literatura.
Pues bien, si recordamos eso, aquella libertad del Pitol narrador logra enclavarse directamente en sus ensayos. Desde los temas mismos, desde la elección de sus ensayados, vemos que los límites en Pitol no existen: Pilniak, Goncharov, Compton-Burnett, Firbank, O’Brien, Kusniewicz no son autores que los escritores en lengua española consideren como una influencia en la misma medida en que lo son para él, y mucho menos les han dedicado las páginas que el autor de Pasión por la trama ha cincelado pensándolos, sintiéndolos.
Pitol llegó a ellos de manera natural, tropezando no con lo que buscaba, sino con lo que le pertenecía. No es que los escogiera por ser “raros” o “excéntricos”, sino que el autor de Pasión por la trama encontró en ellos las afinidades que salió a buscar cuando dejó transitoriamente México a principios de los sesenta.
La publicación de esta nueva edición ampliada de La casa de tribu pone en las manos del lector un instrumento más para navegar en el universo de Sergio Pitol. En este libro, quien se acerque, se dará cuenta de que Pitol se escribe y se reescribe una y otra vez, depurándose; que su tarea es incesante, que no existen textos acabados, que una frase, un adjetivo cambia y modifica lo que nosotros ya percibíamos como perfecto.
V
Tras la obtención del Premio Cervantes, Sergio Pitol es un autor más cercano al grueso de los lectores. A finales de los años ochenta y principios de los noventa –recuerda el que esto escribe–, leer a Pitol era aventurarse en un barco con pocos pasajeros. La lectura de sus libros era compartida por escasas personas que, eso sí, le eran “fieles verdaderos”. El autor de estas líneas recuerda, también, que junto a un amigo de la preparatoria llegó a pensar que Pitol emulaba a Conrad o a James; que había dejado de ser mexicano, que era ciudadano de otros países, que ésa era la única razón por la que las noticias sobre él y sus libros llegaban a ellos a través de revistas españolas. Ésa sería la única razón por la que las traducciones de Gombrowicz, Pilniak, Lowry, aparecidas en Tusquets, Anagrama, Seix Barral, arribaban a través de España.
Sin embargo, Pitol terminó por volver a México, y se asentó en Xalapa. Su nación es la nación de Cervantes: la lengua. Su tierra es cada paso andado por los países que visitó. Su bandera es la literatura. Su pasión es la trama. ~