La historia trágica del rock, así como de sus derivados más heavies, no hizo su última parada del siglo, como muchos quisieron pensar y como la industria musical se apresuró a vender, en las muertes de Kurt Cobain y Michael Hutchence, sino que el cierre en realidad se dio en Oslo, Noruega, en 1993, cuando Varg Vikernes, alias Count Grishnackh, asesinó de varias puñaladas (con una fatal en la cavidad ocular izquierda) a Oystein Aarseth, mejor conocido como Euronymous, quien por entonces ejercía, a través de su grupo Mayhem, como el principal difusor e ideólogo del movimiento musical extremo denominado black metal.
Pero el black no fue una invención noruega, sino que hundía sus raíces en la velocidad, crudeza y caótica apariencia de antecesores como Venom, Bathory o Celtic Frost, quienes con sus letras, el contenido gráfico de sus discos, y un look feroz de guerrero vikingo mezclado con una delirante interpretación del motociclista urbano, reclamaron para ellos y su audiencia el monopolio de la reverencia al demonio, las brujas, y todo cuanto se abriga bajo la noche para cometer atrocidades. Lo que es posible afirmar con algún énfasis es que el black metal arraigó de un modo especial en los países escandinavos, particularmente en Suecia y Noruega, saltando del satanismo bobalicón que le dio origen y que lo sustentaba (y del cual Anton LaVey logró hacer millones con su Church of Satan), al viejo espíritu del paganismo que siempre ha existido en los países escandinavos como nostalgia de tiempos precristianos, alimentado, en esencia, por la admiración a Odín, Thor y Freya, otrora actores de tiempos heroicos, así como por la lectura febril de sagas y cantos de exaltación épica. En suma: el movimiento se volvió un semillero nórdico de racistas predicadores de la fortaleza aria, enemigos de la inmigración y de la Iglesia Cristiana, nacionalistas rabiosos que si bien no consideraron la típica exaltación de la memoria del Tercer Reich al que juzgaron viciado de origen –su socialismo de base era imperdonable–, no escatimaron esfuerzos para resucitar a los viejos espíritus del mundo pagano que demandan, por encima de todo, la concentración de fuerza, poder y vitalidad.
Varg Vikernes (Bergen, 1973), hoy el enemigo público número uno de Noruega, no pasaría de ser un eslabón más en esta cadena de buenas intenciones que lleva siglos sin romperse1, de no ser porque para cuando es sentenciado por homicidio en primer grado, atenuado por una supuesta legítima defensa, así como por la posesión de explosivos de circulación restringida (mismos que se presume utilizó para la quemazón que redujo a cenizas varias iglesias y sinagogas), había producido ya cinco discos de larga duración con el método one-man-band, en donde él mismo se metía al estudio de grabación a tocar todos los instrumentos para después editarlos a placer, y los cuales han circulado en manos de sellos independientes y fanáticos reproduciéndose sin limitaciones autorales, geográficas o económicas bajo el nombre de Burzum. Asimismo, los años de encierro en la prisión de Trondheim le han dado el tiempo suficiente para redactar panfletos incendiarios de base racista que él reclama como libros, aunque en realidad no haya sino uno de mediano valor referente a la mitología escandinava. (Ver fragmentos así como otros escritos y documentos con traducción al inglés en www.burzum.com y www.burzum.org)
En agosto de este año Vikernes volverá a pisar las calles. La sentencia llega a su fin, acelerada por su buena conducta y por sus servicios a la prisión y al estado noruego, entre los cuales se cuentan la ayuda en la educación de otros internos. Una nueva derecha, radical, explosiva y orgullosa de su pasado guerrero se gesta en el norte de Europa, y Vikernes, quien no le huye al escenario político, está consciente de que sus tentativas juveniles, que no pasaron de algunos discos ruidosos con letras sangrientas mal rimadas, y de ese homicidio que la prensa no dudó en calificar como un inconfundible ajuste de cuentas entre facciones rivales, llegan a un nuevo periodo que habrán de exigirle mayor estudio y concentración. Ya no hará black metal, es un hecho, pues lo repudió cuando cayó en la cuenta de que el rock y sus derivados tienen una base melódica fundada en ritmos africanos, por lo que desde entonces optó por el sintetizador y ha producido, hasta la fecha y desde la cárcel, dos discos de textura atmosférica (Dau–i Baldrs, 1997; y Hli–skjálf, 1999) que lo colocan muy lejos de su creación anterior pero que lo mantienen activo frente a los ojos de sus ya profusos seguidores.
Basta con leer las entrevistas recientes de Vikernes para saber que ya se frota las manos por salir, y que afuera, meditando en la sombra, hay un par de organizaciones racistas semi-clandestinas listas para capitalizar su figura y su presencia. Noruega no forma parte de la Unión Europea: algo de ese exaltado patriotismo de Vikernes se dejó escuchar en 1994, cuando en el referéndum de ingreso, más de la mitad de los ciudadanos decidió caminar fuera de las pautas de la Unión, y sin remordimientos visibles hasta la fecha. El clima político europeo actual tiene algo de propicio para el fundamentalismo racial: el Partido del Progreso de Noruega, por ejemplo, siempre ha manifestado una cierta tendencia xenófoba, y la Europa mediterránea, empezando por España, comienza a endurecer sus políticas migratorias argumentando un déficit laboral interno y carencias de orden social y educativo.
Sería fácil pensar que todo esto no es sino una fabulación borgeana (la ambientación escandinava, los nombres impronunciables, la sensación de repetición continua, la fatalidad del tiempo, etc.) o, en su defecto, minimizar el potencial de Vikernes e ignorarlo como parte de esa estirpe de extremistas que cada generación arroja a la rueda del tiempo. Pero ese desdén, recordemos, ha tenido ya costo en la historia y pienso, así, al azar, en ese joven artista de Austria que no encontró acomodo en el mundo que le tocó vivir, pero que tenía algo de oratoria y con ella se acercó, primero tímido y después como dirigente, a organizaciones para promover el odio racial. Todos sabemos las consecuencias. Ya la cárcel ha probado su capacidad para fabricar líderes, mártires y declamadores de cartón, esperemos que Vikernes y otros más se queden en el intento por lograr su Valhala personal en la tierra.
(ciudad de México, 1978) es escritor y crítico literario.